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SEMANA SANTA 2015.
SIGUIENDO LOS PASOS DE FRANCISCO
SIGUIENDO LOS PASOS DE FRANCISCO
En esta Semana Santa de 2015 vamos a tratar de seguir los pasos de
Francisco a lo largo de las distintas celebraciones para tratar de comprender y
encarnar los lineamientos que nos irá dando en cada una de sus intervenciones.
DOMINGO DE RAMOS .
PROCESIÓN BENDICION PALMAS.
PROCESIÓN BENDICION PALMAS.
EN COINCIDENCIA CON LA 30° JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD.
2015-03-29
Radio Vaticana
(RV).-
En una soleada Plaza de San Pedro, adornada para esta ocasión con numerosos
olivos y flores, el Papa Francisco presidió la Procesión y la
bendición de las Palmas y celebró la Santa Misa del Domingo
de Ramos, en coincidencia con la 30ª Jornada Mundial de la
Juventud, que este año se celebra a nivel diocesano.
Ante miles de
fieles y peregrinos procedentes de numerosos países, el Obispo de Roma afirmó
en su homilía que en el centro de esta celebración, que se
presenta tan festiva, está la palabra escuchada precedentemente en el himno de
la Carta a los Filipenses, en que leemos que Jesús “se humilló a sí
mismo”.
Palabra que –
como dijo el Papa Bergoglio – nos desvela el
estilo de Dios y del cristiano: la humildad. Un estilo que
nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a
un Dios humilde.
Tras explicar
que humillarse es ante todo el estilo de Dios; porque Dios se humilla
para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades,
Francisco destacó que en esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a
la Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús,
puesto que sólo así será “santa” también para nosotros.
En efecto, el
Pontífice dijo que veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños
para acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los
Doce, que lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado
como un malhechor;abandonado por sus discípulos; llevado
ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado.
Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos
los gritos de la muchedumbre, pidiendo que Barrabás quede
libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán
de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas.
Y después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies
de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen
de su condición de Rey e Hijo de Dios.
Esta es la
vía de Dios – dijo el Papa – el camino de la humildad. Es el camino de Jesús,
no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.
Después de
recordar que el Hijo de Dios tomó la “condición de siervo”, Francisco
afirmó que “la humildad quiere decir servicio, significa dejar espacio a
Dios negándose a uno mismo, “despojándose”, como dice la Escritura, porque ésta
es la humillación más grande.
Además
destacó que hay otra vía, contraria al camino de Cristo que es la mundanidad.
La mundanidad que nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo y
del éxito, que el maligno también se la propuso a Jesús durante cuarenta días
en el desierto. Pero el Señor la rechazó sin dudarlo. Y, con él, nosotros
podemos vencer esta tentación, no sólo en las grandes ocasiones, sino también
en las circunstancias ordinarias de la vida.
De ahí que el
Santo Padre haya puesto de manifiesto la ayuda que nos da el ejemplo de muchos
hombres y mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí
mismos para servir a los demás como a un familiar enfermo, a un anciano solo o
una persona con discapacidad.
Y concluyó
pidiendo que también nosotros emprendamos con decisión este camino,
movidos por el amor a nuestro Señor y Salvador, quien nos guiará y nos dará
fuerza.
(María
Fernanda Bernasconi - RV).
Texto y audio de la homilía del Domingo de Ramos del Papa
Francisco:
“DIOS SE HUMILLA PARA CAMINAR CON SU PUEBLO”
En el centro
de esta celebración, que se presenta tan festiva, está la palabra que hemos
escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses: “Se humilló a sí mismo”
(2, 8). La humillación de Jesús.
Esta palabra
nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que debe
ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de
sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios
humilde.
Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para
caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia bien
leyendo la historia del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas
aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero,
en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la
esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la
libertad.
En esta
semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua,
seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será “santa”
también para nosotros.
Veremos el
desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para acabar con él. Asistiremos
a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo venderá por treinta monedas.
Veremos al Señor apresado y tratado como un malhechor; abandonado por sus
discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a muerte, azotado y ultrajado.
Escucharemos cómo Pedro, la “roca” de los discípulos, lo negará tres veces.
Oiremos los gritos de la muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que
Barrabás quede libre y que a él lo crucifiquen.
Veremos cómo los soldados se
burlarán de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y
después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz, sentiremos los
insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su condición de Rey e Hijo
de Dios.
Esta es la
vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no
hay humildad sin humillación.
Al recorrer
hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la “condición de siervo” (Flp 2,
7). En efecto, “humildad quiere decir también servicio, significa dejar espacio
a Dios negándose a uno mismo, “despojándose”, como dice la Escritura (v. 7).
Esta – este vaciarse – es la humillación más grande.
Hay otra vía,
contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos
ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la
otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante
cuarenta días en el desierto.
Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y,
con él, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer esta
tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones,
sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.
En esto, nos
ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y mujeres que, en silencio y
sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos para servir a los demás: un familiar
enfermo, un anciano solo, una persona con
discapacidad, un sin techo...
Pensemos también
en la humillación de los que, por mantenerse fieles al Evangelio, son
discriminados y sufren las consecuencias en su propia carne. Y pensemos
en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser cristianos, los mártires de
hoy – hay tantos – no reniegan de Jesús y soportan con dignidad
insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino.
Podemos hablar en verdad de “una
nube de testigos”: los mártires de hoy (cf. Hb 12, 1).
Durante esta
Semana Santa, pongámonos también nosotros
en este camino de la humildad, con tanto amor a Él, a nuestro Señor y
Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza.
Y, donde está él, estaremos
también nosotros (cf. Jn 12, 26).
EL PAPA A LOS JÓVENES EN EL ÁNGELUS.
¡Prosigan con misericordia su camino hacia Cracovia!
30ª Jornada Mundial de la Juventud
2015-03-29
Radio Vaticana
(RV).- El
ambiente colorido y de fiesta de las JMJ revivió en la Plaza de San Pedro este
domingo, 30ª Jornada Mundial de la Juventud a nivel diocesano.
Con este motivo,
al mediodía antes la oración mariana del Ángelus, el Papa Francisco quiso
saludar de manera especial a los miles de jóvenes congregados, instándolos a
continuar su camino de preparación para el próximo gran encuentro mundial en
Cracovia, Polonia.
Misericordia en el lema de la Jornada entona bien con el Año
de la Misericordia, observó el Santo Padre, invitando a los jóvenes a dejarse
colmar de la ternura del Padre, “para difundirla a su alrededor”.
Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus
Al final de
esta celebración, saludo con afecto a todos ustedes aquí presentes, en
particular a los jóvenes.
Queridos jóvenes, los exhorto a proseguir su camino
en las diócesis, o en la peregrinación a través de los continentes, que los
llevará el próximo año a Cracovia, patria de san Juan Pablo II, iniciador de
las Jornadas Mundiales de la Juventud. el tema de aquel gran Encuentro:
«Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7), entona
bien con el Año Santo de la Misericordia. Déjense llenar de la ternura del
Padre, ¡para difundirla a su alrededor!
Y ahora nos
dirigimos en oración a María nuestra Madre, para que nos ayude a vivir con fe
la Semana Santa. También Ella estaba presente cuando Jesús entró en Jerusalén
aclamado por la multitud; pero su corazón, como aquel del Hijo, estaba listo al
sacrificio.
Aprendamos de
Ella, Vírgen fiel, a seguir al Señor también cuando su camino lleva a la cruz.
Confío a su intercesión las víctimas del desastre aéreo del pasado martes,
entre las cuales se encontraba también un grupo de estudiantes alemanes.
Angelus
Domini…
(Raúl Cabrera
–RV)
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO PARA LA XXX JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD
17-02-2015
«Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8)
Queridos
jóvenes:
Seguimos
avanzando en nuestra peregrinación espiritual a Cracovia, donde tendrá lugar la
próxima edición internacional de la Jornada Mundial de la Juventud, en julio de
2016. Como guía en nuestro camino, hemos elegido el texto evangélico de las
Bienaventuranzas. El año pasado reflexionamos sobre la bienaventuranza de los
pobres de espíritu, situándola en el contexto más amplio del “sermón de la
montaña”.
Descubrimos el significado revolucionario de las Bienaventuranzas y el fuerte llamamiento de Jesús a lanzarnos decididamente a la aventura de la búsqueda de la felicidad.
Este año reflexionaremos sobre la sexta Bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).
Descubrimos el significado revolucionario de las Bienaventuranzas y el fuerte llamamiento de Jesús a lanzarnos decididamente a la aventura de la búsqueda de la felicidad.
Este año reflexionaremos sobre la sexta Bienaventuranza: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).
1. El
deseo de felicidad
La palabra bienaventurados
(felices), aparece nueve veces en esta primera gran predicación de Jesús
(cf. Mt 5,1-12).
Es como un estribillo que nos recuerda la llamada del Señor a recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera felicidad.
Es como un estribillo que nos recuerda la llamada del Señor a recorrer con Él un camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera felicidad.
Queridos
jóvenes, todas las personas de todos los tiempos y de cualquier edad buscan la
felicidad. Dios ha puesto en el corazón del hombre y de la mujer un profundo
anhelo de felicidad, de plenitud. ¿No notáis que vuestros corazones están inquietos
y en continua búsqueda de un bien que pueda saciar su sed de infinito?
Los primeros
capítulos del libro del Génesis nos presentan la espléndida bienaventuranza a
la que estamos llamados y que consiste en la comunión perfecta con Dios, con
los otros, con la naturaleza, con nosotros mismos.
El libre acceso a Dios, a su presencia e intimidad, formaba parte de su proyecto sobre la humanidad desde los orígenes y hacía que la luz divina permease de verdad y trasparencia todas las relaciones humanas.
En este estado de pureza original, no había “máscaras”, subterfugios, ni motivos para esconderse unos de otros. Todo era limpio y claro.
El libre acceso a Dios, a su presencia e intimidad, formaba parte de su proyecto sobre la humanidad desde los orígenes y hacía que la luz divina permease de verdad y trasparencia todas las relaciones humanas.
En este estado de pureza original, no había “máscaras”, subterfugios, ni motivos para esconderse unos de otros. Todo era limpio y claro.
Cuando el
hombre y la mujer ceden a la tentación y rompen la relación de comunión y
confianza con Dios, el pecado entra en la historia humana (cf. Gn3).
Las consecuencias se hacen notar enseguida en las relaciones consigo mismos, de los unos con los otros, con la naturaleza. Y son dramáticas. La pureza de los orígenes queda como contaminada.
Desde ese momento, el acceso directo a la presencia de Dios ya no es posible. Aparece la tendencia a esconderse, el hombre y la mujer tienen que cubrir su desnudez.
Sin la luz que proviene de la visión del Señor, ven la realidad que los rodea de manera distorsionada, miope.
La “brújula” interior que los guiaba en la búsqueda de la felicidad pierde su punto de orientación y la tentación del poder, del tener y el deseo del placer a toda costa los lleva al abismo de la tristeza y de la angustia.
Las consecuencias se hacen notar enseguida en las relaciones consigo mismos, de los unos con los otros, con la naturaleza. Y son dramáticas. La pureza de los orígenes queda como contaminada.
Desde ese momento, el acceso directo a la presencia de Dios ya no es posible. Aparece la tendencia a esconderse, el hombre y la mujer tienen que cubrir su desnudez.
Sin la luz que proviene de la visión del Señor, ven la realidad que los rodea de manera distorsionada, miope.
La “brújula” interior que los guiaba en la búsqueda de la felicidad pierde su punto de orientación y la tentación del poder, del tener y el deseo del placer a toda costa los lleva al abismo de la tristeza y de la angustia.
En los Salmos
encontramos el grito de la humanidad que, desde lo hondo de su alma, clama a
Dios: «¿Quién nos hará ver la dicha si la luz de tu rostro ha huido de
nosotros?» (Sal 4,7).El Padre, en su bondad infinita, responde a
esta súplica enviando a su Hijo. En Jesús, Dios asume un rostro humano. Con su
encarnación, vida, muerte y resurrección, nos redime del pecado y nos descubre
nuevos horizontes, impensables hasta entonces.
Y así, en
Cristo, queridos jóvenes, encontrarán el pleno cumplimiento de sus sueños de
bondad y felicidad. Sólo Él puede satisfacer sus expectativas, muchas veces
frustradas por las falsas promesas mundanas.
Como dijo san Juan Pablo II: «Es Él la belleza que tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien les empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar.
Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande» (Vigilia de oración en Tor Vergata, 19 agosto 2000).
Como dijo san Juan Pablo II: «Es Él la belleza que tanto les atrae; es Él quien les provoca con esa sed de radicalidad que no les permite dejarse llevar del conformismo; es Él quien les empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien les lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar.
Es Jesús el que suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida algo grande» (Vigilia de oración en Tor Vergata, 19 agosto 2000).
2. Bienaventurados
los limpios de corazón…
Ahora
intentemos profundizar en por qué esta bienaventuranza pasa a través de la
pureza del corazón. Antes que nada, hay que comprender el significado bíblico
de la palabra corazón. Para la cultura semita el corazón es el
centro de los sentimientos, de los pensamientos y de las intenciones de la
persona humana.
Si la Biblia nos enseña que Dios no mira las apariencias, sino al corazón (cf. 1 Sam16,7), también podríamos decir que es desde nuestro corazón desde donde podemos ver a Dios.
Esto es así porque nuestro corazón concentra al ser humano en su totalidad y unidad de cuerpo y alma, su capacidad de amar y ser amado.
Si la Biblia nos enseña que Dios no mira las apariencias, sino al corazón (cf. 1 Sam16,7), también podríamos decir que es desde nuestro corazón desde donde podemos ver a Dios.
Esto es así porque nuestro corazón concentra al ser humano en su totalidad y unidad de cuerpo y alma, su capacidad de amar y ser amado.
En cuanto a
la definición de limpio, la palabra griega utilizada por el
evangelista Mateo es katharos, que significa fundamentalmente puro,
libre de sustancias contaminantes.
En el Evangelio, vemos que Jesús rechaza una determinada concepción de pureza ritual ligada a la exterioridad, que prohíbe el contacto con cosas y personas (entre ellas, los leprosos y los extranjeros) consideradas impuras.
A los fariseos que, como otros muchos judíos de entonces, no comían sin haber hecho las abluciones y observaban muchas tradiciones sobre la limpieza de los objetos, Jesús les dijo categóricamente: «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» (Mc 7,15.21-22).
En el Evangelio, vemos que Jesús rechaza una determinada concepción de pureza ritual ligada a la exterioridad, que prohíbe el contacto con cosas y personas (entre ellas, los leprosos y los extranjeros) consideradas impuras.
A los fariseos que, como otros muchos judíos de entonces, no comían sin haber hecho las abluciones y observaban muchas tradiciones sobre la limpieza de los objetos, Jesús les dijo categóricamente: «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.
Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» (Mc 7,15.21-22).
Por tanto,
¿en qué consiste la felicidad que sale de un corazón puro? Por la lista que
hace Jesús de los males que vuelven al hombre impuro, vemos que se trata sobre
todo de algo que tiene que ver con el campo denuestras relaciones.
Cada uno tiene que aprender a descubrir lo que puede “contaminar” su corazón, formarse una conciencia recta y sensible, capaz de «discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (Rm 12,2).
Si hemos de estar atentos y cuidar adecuadamente la creación, para que el aire, el agua, los alimentos no estén contaminados, mucho más tenemos que cuidar la pureza de lo más precioso que tenemos: nuestros corazones y nuestras relaciones. Esta “ecología humana” nos ayudará a respirar el aire puro que proviene de las cosas bellas, del amor verdadero, de la santidad.
Cada uno tiene que aprender a descubrir lo que puede “contaminar” su corazón, formarse una conciencia recta y sensible, capaz de «discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (Rm 12,2).
Si hemos de estar atentos y cuidar adecuadamente la creación, para que el aire, el agua, los alimentos no estén contaminados, mucho más tenemos que cuidar la pureza de lo más precioso que tenemos: nuestros corazones y nuestras relaciones. Esta “ecología humana” nos ayudará a respirar el aire puro que proviene de las cosas bellas, del amor verdadero, de la santidad.
Una vez les
pregunté: ¿Dónde está su tesoro? ¿en qué descansa su corazón? (cf.Entrevista
con algunos jóvenes de Bélgica, 31 marzo 2014). Sí, nuestros corazones
pueden apegarse a tesoros verdaderos o falsos, en los que pueden encontrar
auténtico reposo o adormecerse, haciéndose perezosos e insensibles.
El bien más precioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Lo creen así de verdad? ¿Son conscientes del valor inestimable que tienen a los ojos de Dios? ¿Saben que Él los valora y los ama incondicionalmente? Cuando esta convicción de saparece, el ser humano se convierte en un enigma incomprensible, porque precisamente lo que da sentido a nuestra vida es sabernos amados incondicionalmente por Dios.
¿Recuerdan el diálogo de Jesús con el joven rico (cf. Mc 10,17-22)? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró con cariño (cf. v. 21), y después lo invitó a seguirle para encontrar el verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena de amor, les acompañe durante toda su vida.
El bien más precioso que podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Lo creen así de verdad? ¿Son conscientes del valor inestimable que tienen a los ojos de Dios? ¿Saben que Él los valora y los ama incondicionalmente? Cuando esta convicción de saparece, el ser humano se convierte en un enigma incomprensible, porque precisamente lo que da sentido a nuestra vida es sabernos amados incondicionalmente por Dios.
¿Recuerdan el diálogo de Jesús con el joven rico (cf. Mc 10,17-22)? El evangelista Marcos dice que Jesús lo miró con cariño (cf. v. 21), y después lo invitó a seguirle para encontrar el verdadero tesoro. Les deseo, queridos jóvenes, que esta mirada de Cristo, llena de amor, les acompañe durante toda su vida.
Durante la
juventud, emerge la gran riqueza afectiva que hay en sus corazones, el deseo
profundo de un amor verdadero, maravilloso, grande. ¡Cuánta energía hay en esta
capacidad de amar y ser amado! No permitan que este valor tan precioso sea
falseado, destruido o menoscabado.
Esto sucede cuando nuestras relaciones están marcadas por la instrumentalización del prójimo para los propios fines egoístas, en ocasiones como mero objeto de placer. El corazón queda herido y triste tras esas experiencias negativas.
Se lo ruego: no tengan miedo al amor verdadero, aquel que nos enseña Jesús y que San Pablo describe así: «El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca» (1 Co 13,4-8).
Esto sucede cuando nuestras relaciones están marcadas por la instrumentalización del prójimo para los propios fines egoístas, en ocasiones como mero objeto de placer. El corazón queda herido y triste tras esas experiencias negativas.
Se lo ruego: no tengan miedo al amor verdadero, aquel que nos enseña Jesús y que San Pablo describe así: «El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca» (1 Co 13,4-8).
Al mismo
tiempo que les invito a descubrir la belleza de la vocación humana al amor, les
pido que se rebelen contra esa tendencia tan extendida de banalizar el amor,
sobre todo cuando se intenta reducirlo solamente al aspecto sexual, privándolo
así de sus características esenciales de belleza, comunión, fidelidad y
responsabilidad.
Queridos jóvenes, «en la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas, “para siempre”, porque no se sabe lo que pasará mañana.
Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar verdaderamente.
Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes. Atrévanse a “ir contracorriente”. Y atrévanse también a ser felices» (Encuentro con los voluntarios de la JMJ de Río de Janeiro, 28 julio 2013).
Queridos jóvenes, «en la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas, “para siempre”, porque no se sabe lo que pasará mañana.
Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar verdaderamente.
Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes. Atrévanse a “ir contracorriente”. Y atrévanse también a ser felices» (Encuentro con los voluntarios de la JMJ de Río de Janeiro, 28 julio 2013).
Ustedes,
jóvenes, son expertos exploradores. Si se deciden a descubrir el rico
magisterio de la Iglesia en este campo, verán que el cristianismo no consiste
en una serie de prohibiciones que apagan sus ansias de felicidad, sino en un
proyecto de vida capaz de atraer nuestros corazones.
3. … porque
verán a Dios
En el corazón
de todo hombre y mujer, resuena continuamente la invitación del Señor: «Busquen
mi rostro» (Sal 27,8). Al mismo tiempo, tenemos que confrontarnos
siempre con nuestra pobre condición de pecadores. Es lo que leemos, por
ejemplo, en el Libro de los Salmos: «¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro
corazón» (Sal 24,3-4). Pero no tengamos miedo ni nos desanimemos:
en la Biblia y en la historia de cada uno de nosotros vemos que Dios siempre da
el primer paso. Él es quien nos purifica para que seamos dignos de estar en su
presencia.
El profeta Isaías,
cuando recibió la llamada del Señor para que hablase en su nombre, se asustó:
«¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6,5).
Pero el Señor lo purificó por medio de un ángel que le tocó la boca y le dijo: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado» (v.7). En el Nuevo Testamento, cuando Jesús llamó a sus primeros discípulos en el lago de Genesaret y realizó el prodigio de la pesca milagrosa, Simón Pedro se echó a sus pies diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador»(Lc 5,8).
La respuesta no se hizo esperar: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10).Y cuando uno de los discípulos de Jesús le preguntó: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta», el Maestro respondió: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,8-9).
Pero el Señor lo purificó por medio de un ángel que le tocó la boca y le dijo: «Ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado» (v.7). En el Nuevo Testamento, cuando Jesús llamó a sus primeros discípulos en el lago de Genesaret y realizó el prodigio de la pesca milagrosa, Simón Pedro se echó a sus pies diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador»(Lc 5,8).
La respuesta no se hizo esperar: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10).Y cuando uno de los discípulos de Jesús le preguntó: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta», el Maestro respondió: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,8-9).
La invitación
del Señor a encontrarse con Él se dirige a cada uno de ustedes, en cualquier
lugar o situación en que se encuentre. Basta «tomar la decisión de dejarse
encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso.
No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él » (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 3).Todos somos pecadores, necesitados de ser purificados por el Señor.
Pero basta dar un pequeño paso hacia Jesús para descubrir que Él nos espera siempre con los brazos abiertos, sobre todo en el Sacramento de la Reconciliación, ocasión privilegiada para encontrar la misericordia divina que purifica y recrea nuestros corazones.
No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él » (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 3).Todos somos pecadores, necesitados de ser purificados por el Señor.
Pero basta dar un pequeño paso hacia Jesús para descubrir que Él nos espera siempre con los brazos abiertos, sobre todo en el Sacramento de la Reconciliación, ocasión privilegiada para encontrar la misericordia divina que purifica y recrea nuestros corazones.
Sí, queridos
jóvenes, el Señor quiere encontrarse con nosotros, quiere dejarnos “ver” su
rostro. Me preguntarán: “Pero, ¿cómo?”. También Santa Teresa de Ávila, que
nació hace ahora precisamente 500 años en España, desde pequeña decía a sus
padres: «Quiero ver a Dios».
Después descubrió el camino de laoración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8,5).
Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un campesino de Arsdecía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, «yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715).
Después descubrió el camino de laoración, que describió como «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Libro de la vida, 8,5).
Por eso, les pregunto: ¿rezan? ¿saben que pueden hablar con Jesús, con el Padre, con el Espíritu Santo, como se habla con un amigo? Y no un amigo cualquiera, sino el mejor amigo, el amigo de más confianza. Prueben a hacerlo, con sencillez. Descubrirán lo que un campesino de Arsdecía a su santo Cura: Cuando estoy rezando ante el Sagrario, «yo le miro y Él me mira» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2715).
También les
invito a encontrarse con el Señor leyendo frecuentemente la Sagrada
Escritura. Si no están acostumbrados todavía, comiencen por los
Evangelios. Lean cada día un pasaje. Dejen que la Palabra de Dios hable a sus
corazones, que sea luz para sus pasos (cf. Sal 119,105).
Descubran que se puede “ver” a Dios también en el rostro de los
hermanos, especialmente de los más olvidados: los pobres, los
hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los encarcelados (cf. Mt 25,31-46).
¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres.
Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.
¿Han tenido alguna experiencia? Queridos jóvenes, para entrar en la lógica del Reino de Dios es necesario reconocerse pobre con los pobres.
Un corazón puro es necesariamente también un corazón despojado, que sabe abajarse y compartir la vida con los más necesitados.
El encuentro
con Dios en la oración, mediante la lectura de la Biblia y en la vida fraterna
les ayudará a conocer mejor al Señor y a ustedes mismos. Como les sucedió a los
discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), la voz de Jesús hará
arder su corazón y les abrirá los ojos para reconocer su presencia en la
historia personal de cada uno de ustedes, descubriendo así el proyecto de amor
que tiene para sus vidas.
Algunos de
ustedes sienten o sentirán la llamada del Señor al matrimonio, a formar una
familia.
Hoy muchos piensan que esta vocación está “pasada de moda”, pero no es verdad.
Precisamente por eso, toda la Comunidad eclesial está viviendo un período especial de reflexión sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Además, les invito a considerar la llamada a la vida consagrada y al sacerdocio. Qué maravilla ver jóvenes que abrazan la vocación de entregarse plenamente a Cristo y al servicio de su Iglesia. Háganse la pregunta con corazón limpio y no tengan miedo a lo que Dios les pida. A partir de su “sí” a la llamada del Señor se convertirán en nuevas semillas de esperanza en la Iglesia y en la sociedad. No lo olviden: La voluntad de Dios es nuestra felicidad.
Hoy muchos piensan que esta vocación está “pasada de moda”, pero no es verdad.
Precisamente por eso, toda la Comunidad eclesial está viviendo un período especial de reflexión sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Además, les invito a considerar la llamada a la vida consagrada y al sacerdocio. Qué maravilla ver jóvenes que abrazan la vocación de entregarse plenamente a Cristo y al servicio de su Iglesia. Háganse la pregunta con corazón limpio y no tengan miedo a lo que Dios les pida. A partir de su “sí” a la llamada del Señor se convertirán en nuevas semillas de esperanza en la Iglesia y en la sociedad. No lo olviden: La voluntad de Dios es nuestra felicidad.
4. En
camino a Cracovia
«Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt5,8).Queridos
jóvenes, como ven, esta Bienaventuranza toca muy de cerca su vida y es una
garantía de su felicidad. Por eso, se lo repito una vez más: atrévanse a ser
felices.
Con la
Jornada Mundial de la Juventud de este año comienza la última etapa del camino
de preparación de la próxima gran cita mundial de los jóvenes en Cracovia, en
2016. Se cumplen ahora 30 años desde que san Juan Pablo II instituyó en la
Iglesia las Jornadas Mundiales de la Juventud. Esta peregrinación juvenil a
través de los continentes, bajo la guía del Sucesor de Pedro, ha sido
verdaderamente una iniciativa providencial y profética.
Demos gracias al Señor por los abundantes frutos que ha dado en la vida de muchos jóvenes en todo el mundo.
Cuántos descubrimientos importantes, sobre todo el de Cristo Camino, Verdad y Vida, y de la Iglesia como una familia grande y acogedora. Cuántos cambios de vida, cuántas decisiones vocacionales han tenido lugar en estos encuentros.
Que el santo Pontífice, Patrono de la JMJ, interceda por nuestra peregrinación a su querida Cracovia. Y que la mirada maternal de la Bienaventurada Virgen María, la llena de gracia, toda belleza y toda pureza, nos acompañe en este camino.
Demos gracias al Señor por los abundantes frutos que ha dado en la vida de muchos jóvenes en todo el mundo.
Cuántos descubrimientos importantes, sobre todo el de Cristo Camino, Verdad y Vida, y de la Iglesia como una familia grande y acogedora. Cuántos cambios de vida, cuántas decisiones vocacionales han tenido lugar en estos encuentros.
Que el santo Pontífice, Patrono de la JMJ, interceda por nuestra peregrinación a su querida Cracovia. Y que la mirada maternal de la Bienaventurada Virgen María, la llena de gracia, toda belleza y toda pureza, nos acompañe en este camino.
Vaticano, 31
de enero de 2015
Memoria de San Juan Bosco
Ángel
Moreno de Buenafuente del Sistal
Ángel
Moreno de Buenafuente del Sistal
Memoria de San Juan Bosco
Reflexión para el Lunes
Santo (30.03.2015)
(Is 42, 1-7; Sal 26; Jn 12,1-11)
BETANIA
Señor, cuando
se cierne la noche, y tu mente presiente el momento más oscuro y recio de tu
vida, quiero ser Betania para ti, quiero ser tu amigo, hombro en el que
desahogues el alma; no te dé pudor manifestar el agobio y la tristeza que te
embargan.
Siempre me
llama la atención que la liturgia escoge el texto evangélico en el que, antes
de los días de tu Pasión, te sitúa en la casa de tus amigos. Como si quisiera
decirnos la necesidad que siente tu corazón de un espacio acogedor, gratuito.
“Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien
había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta
servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa” (Jn 12, 1-2).
Sé que
también llamas a mi puerta, y aguardas a que te abra, sentado al relente de la
noche, en espera paciente; si acierto a abrirte, sé que entrarás y cenarás
conmigo. Y me viene a la memoria que pediste a tus íntimos que te acompañaran
al Huerto de los Olivos.
Aunque no
sepa, Señor, estar a la altura de las circunstancias, aunque no sepa responder
a tu invitación de la manera que corresponde, ojalá mi intención sincera te
ayude a sentir lo que dice el salmista: “Si un ejército acampa contra mí, mi
corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo” (Sal 26),
porque te sabes amado, acompañado y seguido.
No quiero ser
pretencioso, y bien conoces lo profundo de mi corazón. No te puedo engañar. Es
posible que mi respuesta sea semejante a la del apóstol que sacó su espada en
tu defensa, y después te llegó a negar. Pero por el miedo de serte infiel, no
quiero privarme de decirte, al comienzo de la Semana Santa, que puedes entrar
en mi casa y gozar en lo posible de mi deseo sincero de corresponder a tanta
amistad y misericordia como has tenido conmigo siempre.
Tú sabes que
no me fío mucho de mis sentimientos, y menos si contemplo las escenas
evangélicas en las que se describe el clamor entusiasta de los que te
aplaudieron el Domingo de Ramos, y después gritaron tu condena. Señor, no
permitas que te traicione. Mi confianza está en tu declaración: “Vosotros sois
mis amigos”.
Acepta hoy mi ofrecimiento.
SANTA TERESA DE
JESÚS
Es apotegma
teresiano el saber conciliar acción y oración: “En fin, andan juntas Marta y
María” (Relaciones 5, 5). Lema permanente, y también para estos días santos.
Nunca
imaginaríamos que la recomendación que hace la maestra de oración de aunar la
figura de Marta, la hacendosa, con la de María, la contemplativa, la íbamos a
encontrar en las más altas moradas: “Creedme, que Marta y María han de andar
juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal
hospedaje no le dando de comer” (Moradas VII, 4, 12).
¿Te atreves a
ser estos días Betania para Jesús, y para quienes nos lo hacen más presente,
los que sufren?
Reflexión para el Martes Santo
(31.03.2015)
MARTES SANTO
(Is 49, 1-6; Sal 70; Jn 13, 21-33. 36-38)
(Is 49, 1-6; Sal 70; Jn 13, 21-33. 36-38)
EL AMOR PRIMERO
El profeta
Jeremías, figura de Jesús, reconoce: “Estaba yo en el vientre, y el Señor me
llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre (Is 49, 1). Esta
confesión pone letra a una realidad que deberíamos reconocer cada ser humano, y
de manera especial quienes hemos sido enriquecidos con la fe, y quizá con la
llamada al seguimiento del Maestro de Nazaret.
Sin duda que
los textos proféticos los debemos aplicar a Jesús. Él es el Amado antes de los
siglos. Esta certeza es lo que, en los últimos momentos de su vida, le va a dar
valor para entregarse y para abandonarse en las manos del Creador. El salmo le
puede recordar la fidelidad de su Padre: “Dios mío, me instruiste desde mi
juventud, y hasta hoy relato tus maravillas” (Sal 70).
Cuado se
viven momentos de prueba, se beben las palabras, y los gestos se agigantan. En
el enclave de la Cena del Señor, el evangelista menciona la presencia del
discípulo amado: “Uno de ellos, el que Jesús tanto amaba, estaba reclinado a la
mesa junto a su pecho” (Jn 13,23), como si deseara compensar el dolor de la traición,
que sucedería poco después.
Son días de
sentirse amados por el Señor, y de devolver amor. Tenemos la llamada a ser del
grupo de los que desean aliviar la hora de mayor sufrimiento de Jesús, y a la
vez deberemos tomar conciencia de sabernos amados por Él, más allá de que las
circunstancias impongan oscuridad y dolor.
SANTA TERESA
DE JESÚS
Es muy
hermosa la recomendación de la Santa, que se desvivió por el Señor, sobre todo
si pasamos por momentos de prueba:
-“Si estáis con trabajos o triste, miradle
camino del huerto: ¡qué aflicción tan grande llevaba en su alma, pues con ser
el mismo sufrimiento la dice y se queja de ella!
-O miradle atado a la columna,
lleno de dolores, todas sus carnes hechas pedazos por lo mucho que os ama;
tanto padecer, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos,
desamparado de ellos, sin nadie que vuelva por El, helado de frío, puesto en
tanta soledad, que el uno con el otro os podéis consolar.
-O miradle cargado con
la cruz, que aun no le dejaban hartar de huelgo. Miraros ha El con unos ojos
tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas, y olvidará sus dolores por
consolar los vuestros, sólo porque os vayáis vos con El a consolar y volváis la
cabeza a mirarle” (Camino de Perfección 26, 5).
De mirar y
mirar a Jesús en sus padecimientos, se nos aviva la fuerza de su entrega y la
certeza de su amor. No debe ser un pensamiento obsesivo, pero hace bien tener
presentes los padecimientos del Señor. “Algunas, si son tiernas de corazón, se
fatigan mucho de pensar siempre en la Pasión, y se regalan y aprovechan en
mirar el poder y grandeza de Dios en las criaturas y el amor que nos tuvo, que
en todas las cosas se representa, y es admirable manera de proceder, no dejando
muchas veces la Pasión y vida de Cristo, que es de donde nos ha venido y viene
todo el bien” (Vida 13, 13).
Reflexión para el Miércoles
Santo
(01.04.2015).
MIÉRCOLES SANTO
(Is 50, 4-9a; Sal 68; Mt 26, 14-25)
(Is 50, 4-9a; Sal 68; Mt 26, 14-25)
ACOMPAÑAMIENTO
Me duele,
Señor, la Palabra que este día se proclama en la liturgia, el recuerdo de la
traición amiga, de la deslealtad terrible de aquel que ha gozado de tu
confianza y ha recibido hasta el último momento señales de tu amor.
Me duele por
mí, porque me veo tantas veces envuelto en mi egoísmo mezquino. Pero hoy
quisiera ponerme a tu disposición y preguntarte como discípulo: -«¿Dónde
quieres que te preparemos la cena de Pascua?» (Mt 26, 17).
Querría tomar
al profeta sus palabras: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para
saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50, 4), y decirte, superando
mis miedos, que deseo celebrar contigo la Pascua.
Sé que no
valen los cumplimientos, que ya no es hora de palabras huecas. Al menos
recuerda las que dice el salmista: “El Señor escucha a sus pobres, no desprecia
a sus cautivos” (Sal 68).
Señor, no
estás solo. Hoy hay muchos que se preparan para ir contigo donde Tú vayas, a la
Cena, al Huerto, a la Cruz. ¡Cómo impresiona la fuerza de quienes dan la vida
confesando tu nombre!
No te eches
atrás, Señor. Gracias a tu ejemplo y testimonio, el sufrimiento, la
contrariedad, el despojo, la desgracia, la prueba, hasta la muerte tienen un
sentido distinto.
Es día de
preparación, de obedecerte, de llevar a término tu deseo. Si quieres, déjame
percibir en el corazón la moción concreta de lo que deseas.
De todas formas, en
el Evangelio está expresada de manera muy explícita tu voluntad.
Señor, que no
dude nunca de ti ni haga inútil tu ofrenda.
SANTA TERESA DE JESÚS
Es día de
apostar por el Señor y de romper con el acomodo evasivo. “Somos amigos de
contentos más que de cruz. Pruébanos, tú, Señor, que sabes las verdades, para
que nos conozcamos” (Moradas III, 1, 9).
Si hay un
tiempo en que duele la infidelidad, es hoy. De ahí el consejo de santa Teresa
de que “ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le
traen a los que ha hecho tanto bien, que parece le querrían tornar ahora a la
cruz estos traidores y que no tuviese adonde reclinar la cabeza. (Camino de
Perfección 1, 2)
Supliquemos a
Dios nos libre de traicionar el amor manifestado en su Hijo: “¿Siempre que
tornamos a pecar lo ha de pagar este amantísimo Cordero? No lo permitáis,
Emperador mío. Apláquese ya Vuestra Majestad. No miréis a los pecados nuestros,
sino a que nos redimió vuestro sacratísimo Hijo, y a los merecimientos suyos y
de su Madre gloriosa y de tantos santos y mártires como han muerto por Vos”
(Camino de Perfección 3, 8).
Ángel Moreno
de Buenafuente del Sistal
Triduo Pascual: Culmen del año litúrgico y de la vida cristiana
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA
+
AUDIENCIA GENERAL 1° DE ABRIL 2015.
El Triduo Pascual
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Mañana es Jueves Santo. En la tarde, con la Santa Misa “en la Cena del Señor” iniciará el Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, que es el culmen de todo el año litúrgico y también el culmen de nuestra vida cristiana.
El Triduo se abre con la conmemoración de la Última Cena. Jesús, en la vigilia de su pasión, ofreció al Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las formas del pan y del vino y, donándolos como alimento a los apóstoles, les ordenó que perpetuaran la ofrenda en su memoria. El Evangelio de esta celebración, recordando el lavatorio de los pies, expresa el mismo significado de la Eucaristía bajo otra perspectiva. Jesús – como un siervo – lava los pies de Simón Pedro y de los otros once discípulos (cfr. Jn 13,4-5).
Con este gesto profético, Él expresa el sentido de su vida y de su pasión, como servicio a Dios y a los hermanos: “Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir” (Mc 10,45).
Esto sucedió también en nuestro Bautismo, cuando la gracia de Dios nos ha lavado del pecado y nos hemos revestido de Cristo (cfr. Col 3,10). Esto sucede cada vez que realizamos el memorial del Señor en la Eucaristía: hacemos comunión con Cristo Siervo para obedecer a su mandamiento, aquel de amarnos como Él nos ha amado (cfr. Jn 13,34; 15,12). Si nos acercamos a la Santa Comunión sin estar sinceramente dispuestos a lavarnos los pies los unos a los otros, no reconocemos el Cuerpo del Señor. Es el servicio de Jesús donándose a sí mismo, totalmente.
Después, pasado mañana, en la liturgia del Viernes Santo, meditamos el misterio de la muerte de Cristo y adoramos la Cruz. En los últimos instantes de vida, antes de entregar el espíritu al Padre, Jesús dijo: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,30). ¿Qué significa esta palabra, que Jesús diga: “Todo se ha cumplido”? Significa que la obra de la salvación está cumplida, que todas las Escrituras encuentran su pleno cumplimiento en el amor de Cristo, Cordero inmolado. Jesús, con su Sacrificio, ha transformado la más grande iniquidad en el más grande amor.
A lo largo de los siglos encontramos hombres y mujeres que con el testimonio de su existencia reflejan un rayo de este amor perfecto, pleno, incontaminado. Me gusta recordar un heroico testigo de nuestros días, Don Andrea Santoro, sacerdote de la diócesis de Roma y misionero en Turquía. Unos días antes de ser asesinado en Trebisonda, escribía: “Estoy aquí para habitar en medio de esta gente y permitir hacerlo a Jesús, prestándole mi carne… Nos hacemos capaces de salvación sólo ofreciendo la propia carne. El mal del mundo hay que llevarlo y el dolor hay que compartirlo, absorbiéndolo en la propia carne hasta el final, como lo hizo Jesús”. (A. Polselli, Don Andrea Santoro, las herencias, Città Nuova, Roma 2008, p. 31). Que este ejemplo de un hombre de nuestros tiempos, y tantos otros, nos sostengan en el ofrecer nuestra vida como don de amor a los hermanos, a imitación de Jesús. Y también hoy hay tantos hombres y mujeres, verdaderos mártires que ofrecen su vida con Jesús para confesar la fe, solamente por aquel motivo. Es un servicio, servicio del testimonio cristiano hasta la sangre, servicio que nos ha hecho Cristo: nos ha redimido hasta el final. ¡Y es éste el significado de aquella frase “Todo se ha cumplido”!
Qué bello será que todos nosotros, al final de nuestra vida, con nuestros errores, nuestros pecados, también con nuestras buenas obras, con nuestro amor al prójimo, podamos decir al Padre como Jesús: ¡“Todo se ha cumplido”! Pero no con la perfección con la que lo dijo Jesús sino decir: “Señor, he hecho todo lo que podía hacer”.
¡“Todo se ha cumplido”! Adorando la Cruz, mirando a Jesús, pensemos en el amor, en el servicio, en nuestra vida, en los mártires cristianos. Y también nos hará bien pensar en el fin de nuestra vida. Ninguno de nosotros sabe cuándo sucederá esto, pero podemos pedir la gracia de poder decir: “Padre, he hecho todo lo que podía hacer”. ¡“Todo se ha cumplido”!
El Sábado Santo es el día en el cual la Iglesia contempla el “reposo” de Cristo en la tumba después del victorioso combate en la Cruz. En el Sábado Santo, la Iglesia, una vez más, se identifica con María: toda su fe está recogida en ella, la primera y perfecta discípula, la primera y perfecta creyente. En la oscuridad que envuelve la creación, Ella se queda sola para tener encendida la llama de la fe, esperando contra toda esperanza (cfr. Rm 4,18) en la Resurrección de Jesús.
Y en la grande Vigilia Pascual, en la cual resuena nuevamente el Aleluya, celebramos a Cristo Resucitado, centro y fin del cosmos y de la historia; vigilamos plenos de esperanza en espera de su regreso, cuando la Pascua tendrá su plena manifestación.
A veces, la oscuridad de la noche parece que penetra en el alma; a veces pensamos: “ya no hay nada más que hacer”, y el corazón no encuentra más la fuerza de amar…Pero precisamente en aquella oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la oscuridad y anuncia un nuevo inicio, algo comienza en la oscuridad más profunda. Nosotros sabemos que la noche es más noche y tiene más oscuridad antes que comience la jornada. Pero, justamente, en aquella oscuridad está Cristo que vence y que enciende el fuego del amor. La piedra del dolor ha sido volcada dejando espacio a la esperanza. ¡He aquí el gran misterio de la Pascua! En esta santa noche la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado, para que en nosotros no exista el lamento de quien dice “ya…”, sino la esperanza de quien se abre a un presente lleno de futuro: Cristo ha vencido la muerte y nosotros con Él. Nuestra vida no termina delante de la piedra de un Sepulcro, nuestra vida va más allá, con la esperanza al Cristo que ha resucitado, precisamente, de aquel Sepulcro.
Como cristianos estamos llamados a ser centinelas de la mañana que sepan advertir los signos del Resucitado, como han hecho las mujeres y los discípulos que fueron al sepulcro en el alba del primer día de la semana.
Queridos hermanos y hermanas, en estos días del Triduo Santo no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor sino que entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes, como nos invita a hacer el apóstol Pablo: “Tengan en ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5). Entonces la nuestra será una “buena Pascua”.
(Traducción del italiano: María Cecilia Mutual - RV)
“No olvidemos que somos ovejas, aprendamos a descansar”,
2015-04-02
Radio Vaticana
(RV).- “El Señor sabe que
la tarea de ungir al pueblo fiel es dura; nos lleva al cansancio y
a lafatiga… Rezo por los que trabajan en medio del pueblo fiel de Dios
que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos”, es la
exhortación del Papa Francisco en su homilía en la celebración
de la Santa Misa del Crisma al inicio del Triduo pascual.
En una
soleada mañana romana, el Pontífice recordó las palabras del salmista
refiriéndose a lossacerdotes cuando dice: «Lo sostendrá mi mano y
le dará fortaleza mi brazo (Sal 88,22). Así piensa nuestro Padre cada vez que
‘encuentra’ a un sacerdote».
El Santo
Padre afirmó que, “la tarea de ungir al pueblo fiel – de Dios – es dura, nos
lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde
el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la
enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio”.
El cansancio
de los sacerdotes, dijo el Papa, es como el incienso que sube silenciosamente
al cielo, nuestro cansancio, señaló Francisco, va directo al corazón del Padre
y en esta tarea, agregó, que los sacerdotes no están solos, sino que son
acompañados por la Madre de Dios. Ella, dijo el Sucesor de Pedro, como Madre,
sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más.
También, el
Papa invitó a los sacerdotes a no caer en la tentación “de descansar de
cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios”. Tengamos bien
presente que una clave de la fecundidad sacerdotal – afirmó el
Pontífice – está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor
trata nuestro cansancio.
Después de
presentar ante Jesús, Sumo Sacerdote, algunas preguntas sobre el cansancio de
los pastores del pueblo de Dios, el Santo Padre repasó “las tareas de
los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres
la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los
ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E
Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos”.
Las tareas de
los sacerdotes, señaló el Obispo de Roma, “no son tareas fáciles, exteriores;
las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son
tareas en las que nuestro corazón es ‘movido’ y conmovido”.
Finalmente,
el Pontífice enumeró, algunos “cansancios” como el cansancio de la gente, de
las multitudes, el de Jesús, un cansancio bueno, cansancio lleno de frutos y de
alegría; también se da lo que podemos llamar, dijo el Papa, el cansancio de los
enemigos, porque no sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que
conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el
mal; y por último, está también el cansancio de uno mismo, dijo Francisco,
quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de
salir de nosotros mismos a ungir y a pelear. Este cansancio, en cambio, es más
auto-referencial; es la desilusión de uno mismo. Se trata del cansancio que da
el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las
cebollas de Egipto. A este cansancio, me gusta llamarlo dijo el Pontífice,
“coquetear con la mundanidad espiritual”.
Por último,
el Santo Padre afirmó que “la imagen más honda y misteriosa de cómo trata el
Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo
amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio
de los pies”.
El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en
nuestros pies por seguirlo, agregó el Papa y eso es sagrado. Sepamos aprender a
estar cansados, pero ¡bien cansados!
(RM - RV)
TEXTO COMPLETO
DE LA HOMILÍA DEL PAPA
«Lo sostendrá
mi mano y le dará fortaleza mi brazo» (Sal 88,22), así piensa el Señor cuando
dice para sí: «He encontrado a David mi servidor y con mi aceite santo lo he
ungido» (v. 21). Así piensa nuestro Padre cada vez que «encuentra» a un
sacerdote. Y agrega más: «Contará con mi amor y mi lealtad. Él me podrá decir:
Tú eres mi padre, el Dios que me protege y que me salva» (v. 25.27).
Es muy
hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla
de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no
habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me
podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”» (cf. Jn 14,21). Y, si
el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que
la tarea de ungir al pueblo fiel no es fácil; nos lleva al cansancio y a la
fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de
la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a
la consumación en el martirio.
El cansancio
de los sacerdotes... ¿Saben cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de
todos ustedes? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado
soy yo. Rezo por los que trabajan en medio del pueblo fiel de Dios que les fue
confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro
cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al
cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del
Padre.
Estén seguros
que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida
al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y
no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos...
¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a
Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No
tienen vino».
Sucede
también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la
tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una
cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los
ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Vengan a mí cuando estén
cansados y agobiados, que yo los aliviaré» (Mt 11,28).
Cuando uno sabe que,
muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy,
Señor», y claudicar ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se
renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el
Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite
perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).
Tengamos bien
presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como
descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué
difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro
recordar que también somos ovejas y también necesitamos del pastor, que nos
ayude. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.
¿Sé descansar
recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de
Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de
los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es
verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo?
¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi
auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé
conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos
protectores amigos para reposarme en sus exigencias – que son suaves y ligeras
–, en sus complacencias – a ellos les agrada estar en mi compañía –, en
sus intereses y referencias – a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios
–? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y
maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu
Santo que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me
angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién
me he confiado»(2 Tm 1,12)?
Repasemos un
momento, brevemente, las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la
liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los
cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar
el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado
y consolar a los afligidos.
No son tareas
fáciles, no son tareas exteriores, como por ejemplo el manejo de cosas –
construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los
jóvenes del Oratorio... –; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra
capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y
conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que
traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio
y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del
hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones…
Si nosotros tenemos el corazón abierto, esta emoción y tanto afecto, fatigan el
corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no
son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que
les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con
ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, y es conmovido
y hasta parece comido por la gente: «Tomen, coman». Esa es la palabra que
musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo
fiel: «Tomen y coman, tomen y beban...». Y así nuestra vida sacerdotal se va
entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que
siempre, siempre cansa.
Quisiera
ahora compartir con ustedes algunos cansancios en los que he meditado.
Está el que
podemos llamar «el cansancio de la gente, el cansancio de las multitudes»: para
el Señor, como para nosotros, era agotador – lo dice el evangelio –, pero es
cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo
seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que
habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se
entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor
no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba
(cf. Evangelii gaudium, 11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele
ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes
(cf. ibíd., 279). iQué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus
pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se
esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados.
Y este cansancio es bueno, es un cansancio sano. Es el cansancio del sacerdote
con olor a oveja..., pero con la sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a
sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran
de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es
nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser
pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos.
Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de
los que escuchan a su Señor decir: «Vengan a mí, benditos de mi Padre» (Mt
25,34).
También se da
lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces
no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra, trabajan incansablemente
para acallarla o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo.
No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que
hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii
gaudium, 83).
El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo
en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí
necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar – es un hábito
importante: aprender a neutralizar – : neutralizar el mal, no arrancar la
cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que
defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la
iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas
situaciones de cansancio es: «No teman, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y
esta palabra nos dará fuerza.
Y por último
– último para que esta homilía no los canse demasiado – está también «el
cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium, 277). Es quizás el más
peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de
nosotros mismos a ungir y a pelear (somos los que cuidamos). En cambio, este
cansancio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no
mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y
necesitado de perdón, de ayuda: este pide ayuda y va adelante.
Se trata del cansancio
que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los
ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este
cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual».
Y,
cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida
quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que
ningún baño la puede limpiar.
Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra
del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido
perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has
desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el
amor descansa. Lo que no se ama cansa mal y, a la larga, cansa peor.
La imagen más
honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella
del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la
escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del
seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con
nosotros (cf. Evangelii gaudium, 24), se encarga en persona de limpiar toda
mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho
en su nombre.
Sabemos que
en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al
Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las
torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos
nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las
verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270).
El Señor nos lava y
purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Y Esto
es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él
las besa, la suciedad del trabajo él la lava.
El
seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con
derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así
a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar
esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros,
todos los días, hasta el fin del mundo» (cf. Mt 28,21). Y por favor, pidamos la
gracia de aprender a estar cansados, pero ¡bien cansados!
Vaticano, 2
de abril de 2015
"Dios ama a cada uno de nosotros, sin límites", el Papa
visita carcel romana
2015-04-02
Radio Vaticana
(RV).- La tarde de este
Jueves Santo el Papa dejó el Vaticano para dirigirse a la cárcel romana de
Rebibbia donde se encontró con los allí detenidos. En la adyacente iglesia
“Padre Nuestro”, el Obispo de Roma celebró la Misa “in Coena Domini” durante la
cual lavó los pies a algunos encarcelados y encarceladas del cercano centro
penitenciario femenino.
El Papa
Francisco en su homilía recordó que Jesús nos ama sin límites. “El amor de
Jesús siempre es más, siempre es más, no se cansa de amar a ninguno. Ama a
todos nosotros, hasta el punto de dar la vida por nosotros”. E insiste: “a cada
uno, con nombres y apellidos”, “y no defrauda jamás, porque no se cansa de
amar, no se cansa de perdonar, no se cansa de abrazarnos”, agregó.
Antes de
empezar con el rito del lavatorio de los pies, el Papa explicó a los presentes
cuál es su origen, y recordó que antiguamente la gente cuando llegaba a una
casa tenía los pies sucios del polvo del camino, ya que antes las calles no
estaban adoquinadas, y se los lavaban a la entrada de las casas. Pero esto no
lo hacía todos, “lo hacían los esclavos”, explica. “Y Jesús lava, como esclavo,
nuestros pies, los pies de los discípulos”. Así, explica “es tanto el amor de
Jesús que se ha hecho esclavo para servirnos, para curarnos, para limpiarnos”.
“En nuestro
corazón tenemos que tener la certeza, tenemos que estar seguros de que el
Señor, cuando nos lava los pies, nos lava todo, nos purifica, nos hace sentir
otra vez su amor”.
El Papa termina su homilía diciendo que hoy lava los
pies a doce presos, pero en estos doce están todos, todos, “todos aquellos que
viven aquí” y añadió que él también tiene necesidad de ser lavado por el Señor,
así pidió a los presentes que rezaran para que el Señor lave sus suciedades.
Una vez más
Francisco vuelve a celebrar la misa “in Coena Domini” en un lugar de periferia
existencial, en medio a los hermanos más necesitados: en centros de detención o
de enfermos.
Recordemos que en 2013 el Papa Bergoglio fue a la cárcel de menores
de Casal del Marmo y en 2014 al centro para discapacitados de Don Gnocchi.
Pueblo mío dime qué te he hecho en qué te he faltado
2015-04-03
Radio Vaticana
(RV).-“Este es el árbol
de la Cruz en el que estuvo suspendido el salvador del mundo”, resonó el
anuncio del diácono en el santuario de San Pedro, cuando presentó la Cruz y
llamó a adorarla. La celebración de la Adoración de la Cruz en el Viernes
Santo inició con la postración total del Obispo de Roma, en el piso delante del
altar de la confesión, vestido con ornamentos propios de la
pasión. Después se escuchó el largo relato de la pasión de nuestro Señor
Jesucristo según san Juan que nos describe en detalle los pasos del
prendimiento, la tortura y el juicio a Jesús y que termina con su ejecución en
la cruz.
El predicador
de la casa pontificia reflexionó sobre el pedido de Jesús: “Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen”. Y en la llamada “Oración Universal” se invitó a
rezar por la Iglesia, por el Papa, por el pueblo de Dios y sus ministros, por
los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por quienes no creen Cristo
ni en Dios, por los gobernantes, por los que sufren, entre otras intenciones por
las que Francisco elevó la oración de los fieles, después de la oración en
silencio por cada una de estas intenciones.
Francisco fue
el primero en besar el costado del Cristo blanco en la alta y delgada cruz,
como gesto de adoración. Los demás lo siguieron mientras se escuchaba el canto
de los improperios que ponen en los labios de Jesús el reclamo divino: “Pueblo
mío dime que te he hecho en que te he faltado”.
jesuita
Guillermo Ortiz RADIO VATICANA
Predicación
del Viernes Santo 2015 en la Basílica de San Pedro.
P. Raniero
Cantalamessa
Acabamos de
escuchar la historia del proceso de Jesús frente a Pilato. Hay un momento sobre
el que debemos detenernos…
“Pilato mandó
entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la
pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le
decían: ‘¡Salve, rey de los judíos!’, y lo abofeteaban. Jesús salió, llevando
la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: ¡Ecce homo! ¡Aquí tienen
al hombre! (Jn 19, 1-5).
Entre los
numerosos cuadros que tienen por tema el Ecce Homo, hay uno que siempre me ha
impresionado. Es del pintor flamenco del siglo XVI, Jan Mostaert, y se encuentra
en la National Gallery de Londres. Trato de describirlo. Servirá para una mejor
impresión en la mente del episodio, ya que el pintor describe fielmente con los
colores los datos del relato evangélico, sobre todo el de Marco (Mc 15,16-20).
Jesús tiene
en la cabeza una corona de espinas. Un manojo de arbustos espinosos que se
encontraba en el patio, preparado quizá para encender el fuego, dio a los
soldados la idea de esta cruel parodia de su realeza. De la cabeza de Jesús
descienden gotas de sangre. Tiene la boca medio abierta, como cuando cuesta
respirar.
Sobre los hombres ya tiene puesto el manto pesado y desgastado, más
parecido al estaño que a una tela. ¡Y son hombros atravesados recientemente por
los golpes de la flagelación!
Tiene las muñecas unidas por una cuerda gruesa;
en una mano le han puesto una caña en forma de cetro y en la otra un paquete de
varas, burlándose de los símbolos de su realeza. Jesús ya no puede ni mover un
dedo, es el hombre reducido a la impotencia más total, el prototipo de todos
los esposados de la historia.
Meditando
sobre la Pasión, el filósofo Blaise Pascal escribió un día estas palabras:
“Cristo agoniza hasta el final del mundo: no hay que dormir durante este
tiempo”[1]. Hay un sentido en el que estas palabras se aplican a la persona
misma de Jesús, es decir a la cabeza del cuerpo místico, no solo a sus
miembros. No, a pesar de que ahora está resucitado y vivo, sino precisamente
porque está resucitado y vivo. Pero dejemos a parte este significado demasiado
misteriosos para nosotros y hablemos del sentido más seguro de estas palabras.
Jesús agoniza hasta el final del mundo en cada hombre y mujer sometido a sus
mismos tormentos. “¡Lo han hecho a mí!” (Mt, 25, 40): esta palabra suya, no la
ha dicho solo por los que creen en Él; la ha dicho por cada hombre y mujer
hambriento, desnudo, maltratado, encarcelado.
Por una vez
no pensamos en las llagas sociales, colectivas: el hambre, la pobreza, la
injusticia, la explotación de los débiles. De estas se habla a menudo – aunque
si nunca suficiente – pero existe el riesgo de que se conviertan en abstracto.
Categorías, no personas. Pensamos más bien en el sufrimiento de los individuos,
en las personas con un nombre y una identidad precisa; además de las torturas
decididas a sangre fría y realizadas voluntariamente, en este mismo momento,
por seres humanos a otros seres humanos, incluso a niños.
¡Cuántos
“Ecce homo” en el mundo! ¡Dios mío, cuántos “Ecce homo”! Cuántos prisioneros
que se encuentran en las mismas condiciones de Jesús en el pretorio de Pilato:
solos, esposados, torturados, a merced de militares ásperos y llenos de odios,
que se abandonan a todo tipo de crueldad física y psicológica, divirtiéndose al
ver sufrir. “¡No hay que dormir, no hay que dejarles solos!”
La
exclamación “¡Ecce homo!” no se aplica solo a las víctimas, sino también a los
verdugos. Quiere decir: ¡de esto es capaz el hombre! Con temor y temblor,
decimos también: ¡de esto somos capaces los hombres! Qué lejos estamos de la
marcha inagotable del homo sapiens, el hombre que, según algunos, debía nacer
de la muerte de Dios y tomar su lugar.
Ciertamente,
los cristianos no son las únicas víctimas de la violencia homicida que hay en
el mundo, pero no se puede ignorar que en muchos países ellos son las víctimas
designadas y más frecuentes.
La noticia de hoy es que 147 cristianos han sido
masacrados por la furia jihadista de los extremistas somalíes en un campus
universitario de Kenia. Jesús dijo un día a sus discípulos: «Llegará la hora en
que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios» (Jn 16,
2). Quizá nunca estas palabras han encontrado, en la historia, un cumplimiento
tan puntual como hoy.
Un obispo del
siglo III, Dionisio de Alejandría, nos dejó el testimonio de una Pascua
celebrada por los cristianos durante la feroz persecución del emperador romano
Decio: “Nos exiliaron y, solos entre todos, fuimos perseguidos y asesinados.
Pero también entonces celebramos la Pascua.
Todo lugar donde se sufría se
convertía para nosotros en un lugar para celebrar la fiesta: ya fuera un campo,
un desierto, un barco, una posada, una prisión. Los mártires perfectos
celebraron la fiestas pascuales más espléndidas, al ser admitidos a la fiesta
celestial”[1]. Será así para muchos cristianos también la Pascua de este año,
el 2015 después de Cristo.
Ha habido
alguno que ha tenido la valentía de denunciar, en la prensa laica, la
inquietante indiferencia de las instituciones mundiales y de la opinión pública
frente a todo esto, recordando a qué ha llevado tal indiferencia en el
pasado[1]. Corremos el riesgo de ser todos, instituciones y personas del mundo
occidental, el Pilato que se lava las manos.
A nosotros,
sin embargo, en este día no se nos consiente hacer ninguna denuncia.
Traicionaríamos el misterio que estamos celebrando. Jesús murió gritando:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).
Esta oración no
es simplemente murmurada en voz baja; se grita para que se oiga bien. Es más,
no es ni siquiera una oración, es una petición perentoria, hecha con la
autoridad que le viene del ser el Hijo: “¡Padre, perdónalos!” Y ya que Él mismo
ha dicho que el Padre escuchaba cada una de sus oraciones (Jn 11, 42), debemos
creer que ha escuchado también esta última oración de la cruz, y que por tanto
los que crucificaron a Cristo han sido perdonados por Dios (por supuesto, no
sin antes haber tenido, de alguna manera, un arrepentimiento) y están con Él en
el paraíso, testimoniando por la eternidad hasta donde ha sido capaz de llegar
el amor de Dios.
La ignorancia
se verificaba, de por sí, exclusivamente en los soldados. Pero la oración de
Jesús no se limita a ellos. La grandeza divina de su perdón consiste en que es
ofrecida también a sus más encarnizados enemigos. Justamente en favor de ellos
aduce la disculpa de la ignorancia. Aunque hayan obrado con astucia y malicia,
en realidad no sabían lo que hacían, ¡no pensaban que estaban poniendo en la
cruz a un hombre que era realmente el Mesías e Hijo de Dios! En lugar de acusar
a sus adversarios o de perdonar confiando al Padre Celeste la tarea de
vengarlo, él los defiende.
Su ejemplo
propone a los discípulos una generosidad infinita. Perdonar con su misma
grandeza de ánimo no puede comportar simplemente una actitud negativa, con la
que se renuncia a querer el mal para quien hace el mal; tiene que entenderse en
cambio como una voluntad positiva de hacerles el bien, como mínimo con una
oración hacia Dios, en favor de ellos. «Rueguen por sus perseguidores» (Mt 5,
44).
Este perdón no puede encontrar ni siquiera una consolación en la esperanza
de un castigo divino. Tiene que estar inspirado por una caridad que perdona al
prójimo, sin cerrar entretanto los ojos delante a la verdad, más bien
intentando detener a los malvados de manera que no hagan más mal a los otros y
a sí mismos.
Nos viene
ganas de decir: “¡Señor, nos pides lo imposible!”. Nos respondería: “Lo sé,
pero yo he muerto para poder dar lo que les pido. No les he dado sólo el
mandamiento de perdonar y tampoco sólo un ejemplo heroico de perdón; con mi
muerte les he procurado la gracia que los vuelve capaces de perdonar.
Yo no he
dejado al mundo sólo una enseñanza sobre la misericordia, como han hecho muchos
otros. Yo soy también Dios y desde mi muerte he hecho partir para ustedes ríos
de misericordia. De ellos pueden llenarse las manos en el año jubilar de la
misericordia que está a punto de abrirse”.
¿Entonces -
dirá alguno - seguir a Cristo es un volverse pasivo hacia la derrota y la
muerte? ¡Al contrario! “Tengan coraje”, les dijo a sus apóstoles antes de ir
hacia la Pasión: «Yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33). Cristo ha vencido al
mundo, venciendo el mal del mundo. La victoria definitiva del bien sobre el
mal, que se manifestará al final de los tiempos, ya vino, de derecho y de
hecho, sobre la cruz de Cristo.
Ahora – decía - ha llegado el juicio de este
mundo. (Jn 12, 31). Desde aquél día el mal pierde; y más pierde cuanto más
parece triunfar. Está ya juzgado y condenado en última instancia, con una
sentencia inapelable.
Jesús le ha
ganado a la violencia no oponiendo a esa una violencia más grande, pero
sufriéndola y poniendo al desnudo toda su injusticia y su inutilidad. Ha
inaugurado un nuevo género de victoria que san Agustín ha encerrado en tres
palabras: “Victor quia victima – Vencedor porque víctima”[1]. Fue “viéndolo
morir así”, que el centurión romano exclamó: “¡Verdaderamente este hombre era
Hijo de Dios!” (Mc 15,39). Los otros se preguntaban qué significaba el fuerte
grito que Jesús emitió muriendo (Mc 15,37).
Él que era experto en combatientes
y combates, reconoció en seguida que era un grito de victoria.
El problema
de la violencia nos acecha, nos escandaliza, hoy que esta ha inventado formas
nuevas y horribles de crueldad y de barbarie.
Nosotros los cristianos
reaccionamos horrorizados a la idea que se pueda matar en nombre de Dios.
Alguno entretanto objeta: ¿pero la Biblia no está ella misma llena de
violencia? ¿Dios no es llamado “el Señor de los ejércitos?” ¿No le es atribuida
la orden de enviar al exterminio ciudades enteras? ¿No es él quien ordena en la
Ley mosaica numerosos casos de pena de muerte?
Si se hubiera
dirigido a Jesús durante su vida, la misma objeción, él habría respondido lo
que respondió sobre el divorcio: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer,
debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era sí». (Mt
19, 8). También a propósito de la violencia “al principio no era así”.
El
primer capítulo del Génesis nos presenta un mundo en el que no es ni siquiera
pensable la violencia, ni entre los humanos, ni entre los hombres y los
animales. Ni siquiera para vengar la muerte de Abel, o sea ni para castigar a
un asesino, es lícito asesinar (Jn 4, 15).
El genuino
pensamiento de Dios está expresado por el mandamiento “No matar”, más que por
las excepciones hechas a esto en la Ley, que son concesiones a la “dureza del
corazón” y a las costumbres de los hombres.
La violencia, después del pecado
hace parte lamentablemente de la vida y el Antiguo Testamento, que refleja la
vida y que tiene que servir a la vida, busca al menos con su legislación y con
la pena de muerte, canalizar y contener a la violencia para que no degenere en
arbitrio personal y no se destruyan mutuamente.
Pablo habla
de un tiempo caracterizado por la 'tolerancia' de Dios (Rm 3, 25). Dios tolera
la violencia como tolera la poligamia, el divorcio y otras cosas, pero viene
educando al pueblo hacia un tiempo en el que su plan originario será
'recapitulado' y puesto nuevamente en honor, como para una nueva creación.
Este
tiempo ha llegado con Jesús que, en el monte proclama: «Ustedes han oído que se
dijo: "Ojo por ojo y diente por diente". Pero yo les digo que no
hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada
en la mejilla derecha, preséntale también la otra... Ustedes han oído que se dijo:
Ustedes han oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y odiarás a tu
enemigo». (Mt 5, 38-39; 43-44).
El verdadero
“Discurso de la montaña” que ha cambiado el mundo no es entretanto el que Jesús
pronunció un día en una colina de Galilea, sino aquel que proclama ahora,
silenciosamente desde la cruz.
En el Calvario él pronuncia un definitivo “¡no!”
a la violencia, oponiendo a ella no simplemente la no-violencia, sino aún más
el perdón, la mansedumbre y el amor. Si habrá aún violencia esta no podrá, ni
siquiera remotamente, invocar a Dios y valerse de su autoridad. Hacerlo
significa hacer retroceder la idea de Dios a situaciones primitivas y groseras,
superadas por la conciencia religiosa y civil de la humanidad.
Los
verdaderos mártires de Cristo no mueren con los puños cerrados, sino con las
manos unidas. Hemos visto tantos ejemplos. Es Dios quien a los 21 cristianos
coptos asesinados por el ISIS en Libia el 22 de febrero pasado, les ha dado la
fuerza de morir bajo los golpes, murmurando el nombre de Jesús. Y también nosotros
recemos:
“Señor
Jesucristo te pedimos por nuestros hermanos en la fe perseguidos, y por todos
los Ecce homo que hay en este momento en la faz de la tierra, cristianos y no
cristianos.
María, a los pies de la cruz tú te has unido al Hijo y has murmurado
detrás de él: “¡Padre perdónalos!”: ayúdanos a vencer el mal con el bien, no
solo en el escenario grande del mundo, sino también en la vida cotidiana,
dentro de las mismas paredes de nuestra casa.
Tú que “sufriendo con el Hijo
tuyo que moría en la cruz, has cooperado de una manera toda especial a la obra
del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad”[1],
inspira a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo pensamientos de paz, de
misericordia y de perdón.
Que así sea”.
Palabras del Santo Padre Francisco al término del rezo del Vía Crucis en el Coliseo
Colina del
Palatino, Roma
Viernes Santo, 3 de abril de 2015
Oh Cristo,
crucificado y victorioso. Tu Vía Crucis es el resumen de tu vida. Es el icono
de tu obediencia a la voluntad del Padre. Es la realización de tu infinito amor
por nosotros, pecadores. Es la prueba de tu misión. Es el cumplimento
definitivo de la revelación y la historia de la Salvación.
El peso de tu
Cruz nos libra de todas nuestras cargas. En tu obediencia a la voluntad del
Padre, nosotros nos damos cuenta de nuestra rebelión y desobediencia. En tí,
vendido, traicionado y crucificado por tu gente, tus seres queridos, nosotros
vemos nuestras habituales traiciones y nuestra usual infidelidad. En tu
inocencia, Cordero Inmaculado, vemos nuestra culpabilidad, en tu rostro lleno
de cicatrices, escupido, deformado, vemos la brutalidad de nuestros pecados. En
la crueldad de tu Pasión, vemos la crueldad de nuestro corazón y nuestras
acciones. En tu sentirte abandonado, vemos a todos los abandonados por los
familiares, la sociedad, la atención y la solidaridad.
En tu cuerpo
sacrificado, perforado, desgarrado, vemos los cuerpos de nuestros hermanos
abandonados en la calle, desfigurados por nuestra negligencia y nuestra
indiferencia.
En tu sed
Señor, vemos la sed de tu Padre misericordioso, que en ti ha querido abrazar,
perdonar y salvar a toda la humanidad. En ti, Divino Amor, vemos aún hoy a
nuestros hermanos perseguidos, decapitados y crucificados por su fe en ti, bajo
nuestros ojos o a menudo con nuestro silencio cómplice.
Imprime,
Señor, en nuestros corazones sentimientos de fe, de esperanza, de caridad, de
dolor por nuestros pecados. Y llévanos a arrepentirnos de nuestros pecados que
te han crucificado. Llévanos a transformar nuestra conversión hecha de
palabras, en conversión de vida y de obras. Llévanos a mantener en nosotros un
recuerdo vivo de tu rostro desfigurado, para no olvidar nunca el alto precio
que has pagado para liberarnos.
Jesús
crucificado, refuerza en nosotros la fe, que no caiga frente a la tentación.
Reviva en nosotros la esperanza, que no se desvanezca siguiendo las seducciones
del mundo.
Cuida en
nosotros la caridad, que no se deje engañar por la corrupción y la mundanidad.
Enséñanos que la cruz es vía a la Resurrección. Enséñanos que el Viernes Santo
es camino hacia la Pascua de la luz. Enséñanos que Dios no olvida nunca a
ninguno de sus hijos, y no se cansa nunca de perdonarnos y abrazarnos con su
infinita misericordia. Pero enséñanos también a no cansarnos nunca de pedir
perdón y creer en la misericordia sin límites del Padre.
Alma de
Cristo, santifícanos. Cuerpo de Cristo, sálvanos. Sangre de Cristo,
embriaganos. Agua del costado de Cristo, lávanos. Pasión de Cristo,
confórtanos. Oh buen Jesús, óyenos. Dentro de tus llagas, escóndenos. No
permitas, que nos separemos de ti. Del enemigo malo, defiéndenos.
En la hora de
nuestra muerte, llámanos. Y mándanos ir a ti, para que te alabemos con tus
santos, por los siglos de los siglos.
Amén.
LA CRUZ,
CIMA LUMINOSA DEL AMOR DE DIOS
QUE NOS PROTEGE
Llamados, también nosotros, a proteger por amor
CIMA LUMINOSA DEL AMOR DE DIOS
QUE NOS PROTEGE
Llamados, también nosotros, a proteger por amor
MEDITACIONES
de
S. E. Mons. Renato Corti
Obispo emérito de Novara
de
S. E. Mons. Renato Corti
Obispo emérito de Novara
- Meditaciones de S.E. Mons. Renato Corti, obispo emérito de Novara (Italia)
- Librito litúrgico - click para ver
Vigilia Pascual. De la mano de Francisco en la noche
que cambia la historia de la humanidad
Homilía del Santo
Padre Francisco en la Vigilia Pascual
VIGILIA PASCUAL.DE LA MANO DE FRANCISCO LA NOCHE CAMBIA LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD
Basílica Papal de San Pedro, Vaticano
Sábado Santo 4 de abril de 2015
Esta noche es noche de vigilia.
El Señor no duerme, vela el guardián de su pueblo (cf. Sal
121,4), para sacarlo de la esclavitud y para abrirle el camino de la libertad.
El Señor vela y, con la fuerza de su amor, hace pasar al pueblo
a través del Mar Rojo; y hace pasar a Jesús a través del abismo de la muerte
y de los infiernos.
Esta fue una noche de vela para los discípulos y las
discípulas de Jesús. Noche de dolor y de temor.
Los hombres permanecieron
cerrados en el Cenáculo. Las mujeres, sin embargo, al alba del día siguiente,
fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Sus corazones estaban llenos
de emoción y se preguntaban: «¿Cómo haremos para entrar?, ¿quién nos
removerá la piedra de la tumba?…».
Pero he aquí el primer signo del
Acontecimiento: la gran piedra ya había sido removida, y la tumba estaba
abierta.
«Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la
derecha, vestido de blanco» (Mc 16,5). Las mujeres fueron las primeras que
vieron este gran signo: el sepulcro vacío; y fueron las primeras en entrar.
«Entraron en el sepulcro».
En esta noche de vigilia, nos viene
bien detenernos en reflexionar sobre la experiencia de las discípulas de
Jesús, que también nos interpela a nosotros. Efectivamente, para eso estamos
aquí: para entrar, para entrar en el misterio que Dios ha realizado con su
vigilia de amor.
No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un
hecho intelectual, no es sólo conocer, leer… Es más, es mucho más.
«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de
contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese
hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf. 1 Re 19,12).
Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad:
no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los
ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes…
Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas
certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse
en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar un sentido no ya
descontado, una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis
nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.
Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de
abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra
presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo
que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados
de perdón.
Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento, que es
impotencia, vaciándonos de las propias idolatrías… adoración. Sin adorar no
se puede entrar en el misterio.
Todo esto nos enseñan las mujeres discípulas de Jesús.
Velaron aquella noche, junto la Madre. Y ella, la Virgen Madre, las ayudó a no
perder la fe y la esperanza. Así, no permanecieron prisioneras del miedo y del
dolor, sino que salieron con las primeras luces del alba, llevando en las manos
sus ungüentos y con el corazón ungido de amor.
Salieron y encontraron la
tumba abierta. Y entraron. Velaron, salieron y entraron en el misterio.
Aprendamos de ellas a velar con Dios y con María, nuestra Madre, para entrar
en el misterio que nos hace pasar de la muerte a la vida.
Así sea.
Santa Misa en la solemnidad de la Resurrección del Señor, 5 de
abril de 2015.
“¡Jesucristo ha resucitado! ¡Feliz Pascua a todos!
Mensaje y
bendición del Papa al mundo entero
2015-04-05 Radio Vaticana
(RV).- “¡Jesucristo
ha resucitado! El amor ha vencido al odio, la vida ha vencido a la muerte, la
luz ha disipado la oscuridad”, anunció el Pontífice en suMensaje Urbi et
Orbi de la Pascua de Resurrección 2015, desde el balcón central de la
basílica de San Pedro.
Después de presidir la celebración de la Santa Misa de Pascua,
en una plaza de San Pedro repleta de peregrinos y decorada para la ocasión con
flores procedentes de Holanda, el Pontífice recorrió la plaza en papamóvil,
prodigando saludos, sonrisas y bendiciones a los numerosos presentes, llegados
a la plaza no obstante la lluvia.
En su Mensaje Pascual ‘a la ciudad de Roma y al mundo’, el
Obispo de Roma explicó que la humildad - y por consiguiente la
humillación - es el camino de la vida y de felicidad indicado por Jesús a
todos, con su muerte. Porque “sólo quien se humilla puede ir hacia “las cosas
de allá arriba”, hacia Dios - dijo.
Constatando que el mundo de hoy propone imponerse a toda costa,
el Papa subrayó que es “por la gracia de Cristo muerto y resucitado”,
que los cristianos ‘son el brote de otra humanidad’, en la cual buscamos
vivir al servicio, los unos de los otros”. “¡Ésta no es debilidad sino
verdadera fuerza!” – enfatizó - “porque quien lleva dentro la fuerza de
Dios, su amor y su justicia no necesita usar la violencia, sino que habla y
actúa con la fuerza de la verdad”. Por ello, Francisco invitó a implorar del Señor
resucitado “la gracia de no ceder al orgullo que alimenta la violencia y las
guerras sino tener el coraje humilde del perdón y de la paz”.
“Pidamos a Jesús victorioso para que alivie los
sufrimientos de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre,
como también de todos aquellos que padecen injustamente las consecuencias de
los conflictos y de las violencias en curso”, rezó el Papa. Y pidió “paz” en
primer lugar, para Siria e Iraq, para que se restablezca la buena
convivencia “en estos amados países”, haciendo un llamamiento a la
comunidad internacional para que “no se quede inerte de frente a la
inmensa tragedia humanitaria” en estos dos países y ante “el drama de los
números refugiados”.
Paz pidió Francisco también para Tierra Santa, Libia, Yemen, Nigeria,
Sudán, la República Democrática del Congo, Ucrania, e invitó a elevar una
oración incesante por quienes han perdido la vida, con un pensamiento especial
por los jóvenes asesinados el pasado jueves en la universidad de Garissa, en
Kenia, sin olvidar a los secuestrados y a quienes han debido abandonar la
propia casa y afectos. El Obispo de Roma encomendó también con
esperanza el acuerdo alcanzado en Lausana, en espera de que “sea un
paso definitivo para un mundo más seguro y fraterno”.
Paz y libertad pidió el Papa para quienes sufren nuevas y viejas formas
de esclavitud, para losemarginados, encarcelados, sin olvidar a los pobres y
a los migrantes, enfermos y sufrientes, niños, en especial para los
que sufren violencia, a quienes sufren el luto. Para que a ellos
llegue la voz consoladora del Señor: “¡La paz está con ustedes! No
teman, he resucitado y estaré siempre con ustedes”. E impartió su bendición
apostólica.
Finalmente, el Pontífice saludó a todos los presentes
deseándoles Feliz Pascua y, extendiendo sus saludos a quienes han seguido la
celebración a través de los medios de comunicación, el Papa los alentó a
llevar a las propias casas el alegre anuncio de que ¡el Señor de la vida ha
resucitado, llevando consigo amor, justicia, respeto y perdón!
Agradeció a todos por su presencia, por su oración y por el
entusiasmo de su fe y no olvidó agradecer por las flores, llegadas también este
año de Holanda.
(MCM-RV)
Texto completo del Mensaje Urbi et Orbi de la Pascua de
Resurrección 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua!
¡Jesucristo ha resucitado!
El amor ha derrotado al odio, la vida ha vencido a la muerte, la
luz ha disipado la oscuridad.
Jesucristo, por amor a nosotros, se despojó de su gloria divina;
se vació de sí mismo, asumió la forma de siervo y se humilló hasta la muerte, y
muerte de cruz. Por esto Dios lo ha exaltado y le ha hecho Señor del universo.
Jesús es el Señor.
Con su muerte y resurrección, Jesús muestra a todos la vía de la
vida y la felicidad: y esta vía es la humildad, que comporta la humillación.
Este es el camino que conduce a la gloria. Sólo quien se humilla pueden ir
hacia los «bienes de allá arriba», a Dios (cf. Col 3,1-4). El orgulloso mira
«desde arriba hacia abajo», el humilde, «desde abajo hacia arriba».
La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan
corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron
y se «inclinaron» para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que
«inclinarse», abajarse. Sólo quien se abaja comprende la glorificación de Jesús
y puede seguirlo en su camino.
El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse
valer... Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son
los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los
demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos.
Esto no es debilidad, sino autentica fuerza. Quién lleva en sí
el poder de Dios, de su amor y su justicia, no necesita usar violencia, sino
que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor.
Imploremos hoy al Señor resucitado la gracia de no ceder al
orgullo que fomenta la violencia y las guerras, sino que tengamos el valor
humilde del perdón y de la paz. Pedimos a Jesús victorioso que alivie el sufrimiento
de tantos hermanos nuestros perseguidos a causa de su nombre, así como de todos
los que padecen injustamente las consecuencias de los conflictos y las
violencias que se están produciendo.
Son muchas.
Roguemos ante todo por la amada Siria e Irak, para que cese el
fragor de las armas y se restablezca una buena convivencia entre los diferentes
grupos que conforman estos amados países. Que la comunidad internacional no
permanezca inerte ante la inmensa tragedia humanitaria dentro de estos países y
el drama de tantos refugiados.
Imploremos la paz para todos los habitantes de Tierra Santa. Que
crezca entre israelíes y palestinos la cultura del encuentro y se reanude el
proceso de paz, para poner fin a años de sufrimientos y divisiones.
Pidamos la paz para Libia, para que se acabe con el absurdo
derramamiento de sangre por el que está pasando, así como toda bárbara
violencia, y para que cuantos se preocupan por el destino del país se esfuercen
en favorecer la reconciliación y edificar una sociedad fraterna que respete la
dignidad de la persona. Y esperemos que también en Yemen prevalezca una
voluntad común de pacificación, por el bien de toda la población.
Al mismo tiempo, encomendemos con esperanza al Señor que es tan
misericordioso el acuerdo alcanzado en estos días en Lausana, para que sea un
paso definitivo hacia un mundo más seguro y fraterno.
Supliquemos al Señor resucitado el don de la paz en Nigeria,
Sudán del Sur y diversas regiones del Sudán y la República Democrática del
Congo. Que todas las personas de buena voluntad eleven una oración incesante
por aquellos que perdieron su vida ―y pienso muy especialmente en los jóvenes
asesinados el pasado jueves en la Universidad de Garissa, en Kenia―, los que
han sido secuestrados, los que han tenido que abandonar sus hogares y sus seres
queridos.
Que la resurrección del Señor haga llegar la luz a la amada
Ucrania, especialmente a los que han sufrido la violencia del conflicto de los
últimos meses. Que el país reencuentre la paz y la esperanza gracias al
compromiso de todas las partes interesadas.
Pidamos paz y libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a
nuevas y antiguas formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones
criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga,
muchas veces aliados con los poderes que deberían defender la paz y la armonía
en la familia humana. E imploremos la paz para este mundo sometido a los
traficantes de armas, que ganan con la sangre de hombres y mujeres.
Y que a los marginados, los presos, los pobres y los emigrantes,
tan a menudo rechazados, maltratados y desechados; a los enfermos y los que
sufren; a los niños, especialmente aquellos sometidos a la violencia; a cuantos
hoy están de luto; y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, llegue la
voz consoladora y sanadora del Señor Jesús: «La paz esté con ustedes». (Lc
24,36). «No teman, he resucitado y siempre estaré con ustedes» (cf. Misal
Romano, Antífona de entrada del día de Pascua).
Saludos de Pascua
del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas,
Deseo dirigir mis augurios de Feliz Pascua a todos ustedes que
han venido a esta plaza de diversos países, como también a cuantos están
conectados a través de los medios de comunicación social.
Lleven en a sus casas y a quienes encuentran el alegre anuncio
que ha resucitado el Señor de la vida, llevando consigo amor, justicia, respeto
y perdón.
Gracias por su presencia, por su oración y por el entusiasmo de
su fe. Un pensamiento especial y agradecido por el don de las flores, que
también este años previenen de los Países Bajos.
¡Feliz Pascua a todos!
JMP+
JMP+
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