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miércoles, 9 de abril de 2014

I. LA NUEVA EVANGELIZACIÓN SEGUN MONS. RINO FISICHELLA





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I. LA NUEVA EVANGELIZACION. 

CARTA APOSTOLICA EN FORMA DE "MOTU PROPIO" UBICUMQUE ET SEMPER DEL SUMO PONTIFICE BENEDICTO XVI CON LA CUAL SE INSTITUYE EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PROMOCION DE LA NUEVA EVANGELIZACION.

LA NUEVA EVANGELIZACION SEGUN MONS. RINO FISICHELLA 

LAICOS PARA LA NUEVA ENVANGELIZACION. CARD. STANISLAW RYLKO. CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

SINODO DE LOS OBISPOS. (ROMA: 7AL 28 DE OCTUBRE DE 2012). XIII ASAMBLEA GENERAL  ORDINARIA "LA NUEVA EVANGELIZACION PARA LA TRANSMISION DE LA FE CRISTIANA". LINEAMENTA.

BENEDICTO XVI  Y LA NUEVA EVANGELIZACION.

D. GUZMAN CARRIQUIRY SECRETARIO DE LA COMISION PONTIFICIA PARA LA AMERICA LATINA.MISION DEL LAICADO EN LA NUEVA EVANGELIZACION. LA PARROQUIA NO ES UNA ESTACION DE SERVICIO.  

SE NECESITA UN PROCESO DE REINICIACION PARA ALGUNOS BAUTIZADOS.










                                            BENEDICTO XVI


 “Queridos hermanos y hermanas, después del grande Papa Juan Pablo II los señores Cardenales han  elegido un simple y humilde trabajador en la viña del Señor” (19 de abril de 2005)"

Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que  sea  él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia...

Y ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios,he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana. ¿Cómo puedo hacerlo? ¿Cómo seré capaz de llevarlo a cabo?..


No tengo que llevar yo solo lo que, en realidad, nunca podría soportar yo solo. La muchedumbre de los santos de Dios me protege, me sostiene y me conduce. Y me acompañan, queridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra  fe y vuestra esperanza...

La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque él ha resucitado verdaderamente...

¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se  da a  él,  recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén"
(24 de abril de 2005)


7 de mayo de 2005



                      
                CARTA APOSTOLICA EN FORMA DE
                "MOTU PROPIO"

                 UBICUMQUE ET SEMPER  


                      DEL SUMO PONTIFICE BENEDICTO XVI
                             CON LA CUAL SE INSTITUYE EL CONSEJO             PONTIFICIO
                        PARA LA NUEVA EVANGELIZACION

                         


La Iglesia tiene el deber de anunciar siempre y en todas partes el Evangelio de Jesucristo. Él, el primer y supremo evangelizador, en el día de su ascensión al Padre, ordenó a los Apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes,   bautizándolas en  el nombre del  Padre y  del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20).

Fiel a este mandamiento, la Iglesia, pueblo adquirido por Dios para que proclame sus obras admirables (cf. 1 P 2, 9), desde el día de Pentecostés,   en el que recibió como don el Espíritu Santo (cf. Hch 2, 1-4), nunca se ha cansado de dar a conocer a todo el mundo la  belleza del   Evangelio,  anunciando a  Jesucristo,  verdadero Dios y verdadero hombre, el mismo «ayer, hoy y siempre» (Hb 13, 8), que con su muerte y resurrección   realizó la salvación,    cumpliendo la antigua promesa. Por tanto, para la Iglesia la misión evangelizadora, continuación de la obra que quiso   Jesús  nuestro  Señor, es necesaria e insustituible, expresión de su misma naturaleza.

Esta misión ha asumido en la historia formas y modalidades siempre nuevas  según los   lugares,   las situaciones   y los momentos históricos. 

En nuestro tiempo, uno de sus rasgos   singulares   ha  sido afrontar el   fenómeno del   alejamiento   de  la  fe, que  se  ha  ido   manifestando  progresivamente en sociedades y culturas que desde hace siglos estaban impregnadas del Evangelio.  

Las transformaciones  sociales  a las que hemos asistido en las últimas décadas   tienen   causas   complejas,  que  hunden   sus   raíces   en   tiempos lejanos, y   han   modificado profundamente la percepción de nuestro mundo.

Pensemos en los gigantescos avances de la ciencia y de la técnica,   en la  ampliación de  las posibilidades de vida y de los espacios de libertad individual, en los profundos cambios en campo económico,   en   el  proceso de  mezcla  de etnias y culturas causado por fenómenos migratorios de masas, y en la creciente interdependencia entre los pueblos.  

Todo   esto  ha  tenido consecuencias también para la dimensión religiosa de la vida del hombre. Y si, por un lado, la humanidad  ha  conocido  beneficios innegables de esas transformaciones y la Iglesia ha recibido ulteriores estímulos para dar razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15), por otro, se ha verificado una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado, que incluso ha llegado a poner en tela de juicio los fundamentos que parecían indiscutibles, como la fe en un Dios   creador y providente, la revelación de Jesucristo único salvador y la comprensión común de las experiencias fundamentales del hombre como nacer, morir, vivir en una familia, y la referencia a una ley moral natural.

Aunque algunos hayan acogido todo ello como una liberación, muy pronto nos hemos dado   cuenta  del   desierto   interior que  nace donde el hombre, al querer ser el único artífice de su naturaleza y de su destino, se ve privado de lo que  constituye  el fundamento de  todas las cosas.

Ya el concilio ecuménico Vaticano II incluyó entre sus temas centrales la cuestión de la relación  entre la  Iglesia y  el mundo contemporáneo.

Siguiendo las enseñanzas conciliares, mis predecesores reflexionaron ulteriormente sobre la necesidad de encontrar formas  adecuadas para que nuestros contemporáneos sigan escuchando la Palabra viva y eterna del Señor.

El siervo de Dios Pablo VI observaba con clarividencia que el compromiso de la evangelización  «se está volviendo cada  vez más   necesario, a causa de las situaciones de descristianización frecuentes en nuestros días, para gran número de personas que recibieron  el bautismo,  pero viven al margen de toda vida cristiana; para las gentes sencillas que tienen una cierta fe, pero  conocen poco los  fundamentos  de  la  misma; para los intelectuales que sienten necesidad de conocer a Jesucristo bajo una luz distinta de la  enseñanza   que  recibieron   en  su infancia, y para otros muchos» (Evangelii nuntiandi, 52).

Y, con el pensamiento dirigido a   los   que   se han alejado de la
fe, añadía que la acción evangelizadora de la Iglesia«debe buscar constantemente los medios y  el   lenguaje adecuados  
Por tanto, haciéndome cargo de la preocupación de mis venerados predecesores, considero oportuno dar respuestas adecuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presenta  al mundo    contemporáneo con   un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización.

Esta se refiere sobre todo a las Iglesias de antigüa fundación, que viven realidades  bastante  diferenciadas, a las que corresponden necesidades distintas, que esperan impulsos de   evangelización   diferentes:   en algunos   territorios,   en efecto, aunque avanza el fenómeno de la secularización, la práctica cristiana manifiesta  todavía una buen vitalidad   y  un  profundo   arraigo en   el alma de poblaciones enteras; en otras regiones, en cambio, se nota un distanciamiento más claro de la sociedad en su conjunto respecto de la fe, con un entramado eclesial más débil, aunque no privado de elementos de vivacidad,   que el Espíritu  Santo  no  deja de  suscitar;  también existen, lamentablemente, zonas casi completamente descristianizadas, en las cuales la luz de la fe está confiada al   testimonio de  pequeñas comunidades: estas tierras, que necesitarían un renovado primera anuncio del Evangelio,   parecen particularmente del   Evangelio,   parecen   particularmente refractarias a   muchos aspectos del mensaje cristiano.

La diversidad de las situaciones exige un atento discernimiento; hablar de «nueva evangelización» no significa tener que
elaborar una única fórmula igual para todas las circunstancias.

Y, sin embargo, no es difícil percatarse de que lo que necesitan todas las  Iglesias  que  viven  en territorios tradicionalmente cristianos es un renovado impulso misionero, expresión de   una nueva y generosa   apertura al don   de la gracia. 

De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea será siempre ser dóciles a la obra gratuita del Espíritu del Resucitado, que
acompaña  a cuantos son portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes escuchan.

Para proclamar de modo fecundo la   Palabra  del   Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios.

Como afirmé en mi primer encíclica Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea
sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n. 1).

De  forma análoga, en la raíz de toda evangelización no hay un proyecto humano de expansión,sino el deseo de compartir el don inestimable que Dios ha querido darnos, haciéndonos partícipes de su propia vida.

Por tanto, a la luz de estas reflexiones, después de haber examinado con esmero cada aspecto y haber solicitado el parecer de personas expertas, establezco y decreto lo siguiente:

Art. 1
§ 1. Se constituye el Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización, como dicasterio de la Curia romana, de acuerdo  con  la 
constitución apostólica Pastor bonus.

§ 2. El Consejo persigue su finalidad tanto estimulando la reflexión sobre los temas de la nueva evangelización, como descubriendo y   promoviendo las formas y los instrumentos adecuados para realizarla.

Art. 2
La actividad del Consejo, que se lleva a cabo en colaboración con los demás dicasterios y organismos de la   Curia romana,   respetando   las relativas competencias,está al servicio de las Iglesias particulares, especialmente en los territorios de tradición cristiana donde se manifiesta con mayor evidencia el fenómeno de la secularización.

Art. 3
Entre las tareas específicas del Consejo se señalan:

1.profundizar el significado teológico y pastoral de la nueva evangelización;

2. promover y favorecer, en estrecha colaboración con las Conferencias episcopales interesadas, que podrán tener un  organismo  ad hoc,  el estudio, la difusión y la puesta en práctica del Magisterio pontificio relativo a las temáticas relacionadas con la nueva evangelización;

3. dar a conocer y sostener iniciativas relacionadas con la nueva evangelización organizadas en las diversas Iglesias particulares y promover la realización de otras nuevas, involucrando también activamente las  fuerzas presentes en los institutos de vida  consagrada y  en las sociedades de vida apostólica, así como en las agregaciones de fieles y en las nuevas comunidades

4. estudiar y favorecer el uso de las formas modernas de comunicación, como instrumentos para la nueva evangelización;

5. promover el uso del Catecismo de la Iglesia católica, como formulación esencial y completa del contenido de la fe para los hombres de nuestro tiempo.

Art. 4
§ 1. Dirige el Consejo un arzobispo presidente, con la ayuda de un secretario, un subsecretario y un número  conveniente de  oficiales,  según las normas establecidas por la constitución apostólica Pastor bonus y el Reglamento general de la Curia romana.

§ 2. El Consejo tiene miembros propios y puede disponer de consultores propios.

Ordeno que todo lo que se ha deliberado con el presente Motu proprio tenga valor pleno y estable, a pesar de cualquier disposición contraria, aunque sea digna de particular mención, y establezco que se promulgue mediante la publicación en el periódico   «L'Osservatore Romano»  y que entre en vigor el día de la promulgación.

Castelgandolfo, 21 de septiembre de 2010, fiesta de San Mateo, Apóstol y Evangelista, año sexto de mi pontificado.


BENEDICTUS PP. XVI

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana





6 de  febrero de 2011

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, SEGÚN MONSEÑOR FISICHELLA



Mons. Rino Fisichella
Primera conferencia que ha publicado en América Latina, en la Universidad Pontificia Bolivariana, el arzobispo Rino Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, el 6 de febrero 2011.


Contenidos




Jesús de Nazaret ha querido la Iglesia para que fuera la continuación viva de su presencia en medio del mundo. En los dos mil años transcurridos desde aquel mandato de ir por el mundo entero para anunciar el Evangelio y hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra, la Iglesia nunca abandonó  esta obligación tan esencial para su propia vida. 

Ella ha nacido con la misión de evangelizar, y si renunciase a esta tarea, empobrecería su propia naturaleza. Anunciar el evangelio de Jesús no nos hace mejores que los otros, pero ciertamente nos impulsa a ser más responsables. Esta es una misión que se manifiesta sobre todo en un momento de crisis como el que estamos atravesando.  Estamos al final de una época que, para bien o para mal, ha marcado la historia de estos últimos siglos; estamos por entrar en una nueva era del mundo todavía incierta en sus primeros pasos y que parece vacilar por la debilidad del pensamiento. 

Por este motivo, el rol de los católicos adquiere mayor importancia por la riqueza de la tradición que supimos construir en el pasado. De hecho, los discípulos del Señor estamos llamados a ser "sal" y "luz" para dar sabor a la vida e iluminar a quienes están a la búsqueda de sentido. Si disminuyese esta responsabilidad, el mundo no tendría una palabra de esperanza y nosotros nos convertiríamos en insignificantes. 

El papa Benedicto XVI ha instituido el 21 de setiembre, fiesta litúrgica de san Mateo Apóstol y Evangelista, el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Una intuición que considero verdaderamente "profética", porque atiende a nuestro presente con la intención de dar una respuesta significativa a los grandes desafíos que tenemos por delante; y al mismo tiempo, con clarividencia nos obliga a mirar el futuro, para comprender de qué manera, la Iglesia deberá desempeñar su ministerio en un mundo sometido a grandes transformaciones culturales que determinan el inicio de una nueva época de la humanidad. 

Con este pensamiento profético, el Papa quiere dar nuevamente fuerza al espíritu misionero de la Iglesia, sobre todo en aquellos lugares donde la fe pareciera debilitarse por la presión del secularismo. Es tarea de todos nosotros fortalecer la fe.  No es opcional el dar razón de nuestro creer, sino un empeño que nos debemos en primer lugar a nosotros mismos, para mostrar la libertad de nuestra decisión. Recuperar el espíritu misionero con el cual estamos llamados a llevar el Evangelio a toda persona que encontramos en nuestro camino es una consecuencia inevitable a causa del deseo de compartir con otros la misma alegría reencontrada en la fe. 

El apóstol Pedro en su primera carta nos recuerda que debemos estar siempre listos para "dar razón de la esperanza que tenemos" (1 Pe. 3,15). Más aún en un momento como el actual, somos invitados a ser misioneros con la fuerza de la razón. Mostrar que ella y sus conquistas no se contraponen a los contenidos de la fe, porque la búsqueda de la verdad es común, y no se puede aislar en uno sólo de sus componentes; esto es tal vez lo que nuestros contemporáneos esperan.  El Apóstol, además, indica una metodología que los cristianos estamos invitados a seguir: que el anuncio "sea hecho con dulzura, con respeto y con recta conciencia". He aquí un programa que los cristianos estamos invitados a realizar con esfuerzo y con constancia en la obra de la nueva evangelización.


Evangelio y Cultura

No será inútil, entonces, partir del concepto mismo de "nueva evangelización", del cual debemos estudiar el sentido, producir una sistemática comprensión y explicación, sobre todo en el magisterio de los últimos Pontífices, para que no aparezca como una fórmula abstracta, y sobre todo para que no se piense que en el pasado reciente la Iglesia se hubiese apartado de lo que constituye su esencia. 

El Señor Jesús ha querido su Iglesia para transmitir de manera viva su Evangelio de generación en generación, sin tener en cuenta ninguna frontera territorial ni temporal. La Iglesia vive por la misión encomendada por su Maestro, de llevar al mundo la hermosa noticia que se realiza en el misterio de la Encarnación. Obedeciendo siempre a este mandato, desde la primera comunidad de discípulos hasta la multiforme presencia de la Iglesia en el mundo contemporáneo hemos llevado el anuncio de la semilla de vida eterna, que es salvación realizada en el misterio de la muerte y resurrección del Señor. 

En estos veintiún siglos, la Iglesia se ha inserto en la pluralidad de las culturas de los diversos pueblos para que puedan surgir en ellas aquellas tensiones de verdad que lleva a reconocer la revelación de Jesucristo como momento último y definitivo del proceso de la religión en nuestra marcha hacia el absoluto. La obra de la evangelización entra directamente en contacto con la cultura, la plasma y transforma así como ella viene determinada en su lenguaje y expresividad. Una cosa se puede verificaren los dos mil años de cristianismo: la atención permanente que la comunidad cristiana ha tenido en relación al tiempo en que vivía y al contexto cultural en el que se insertaba.  Una lectura de los textos de los apologetas, de los Padres de la Iglesia, y de los varios maestros y santos que se han sucedido en el transcurso de estos dos mil años demuestra fácilmente la atención al mundo circundante y el deseo de insertarse en él para comprenderlo y orientarlo a la verdad del Evangelio. 

En la base de esta atención se encuentra la convicción de que ninguna forma de evangelización sería eficaz si la Palabra de Dios no entrase en la vida de las personas, en su modo de pensar y de obrar para llamarlas a la conversión.  Esto ha sido siempre lo que hoy llamamos "nueva evangelización". No es diferente en nuestro tiempo; podemos usar una expresión diversa, pero la sustancia permanece idéntica. Somos llamados a anunciar el Evangelio de manera eficaz; esto requiere en primer lugar el trato frecuente de la Palabra de Dios, que permite a quienes  nos escuchan verificar no sólo nuestro  conocimiento del Evangelio, sino sobre todo nuestra credibilidad  que se expresa en un coherente testimonio de vida. Al respecto vale la pena recordar lo que afirma el Documento final de Aparecida: "Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura leída en la Iglesia. La Sagrada Escritura Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo (DV9) es, con la Tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo (n. 247)" y más adelante: "Por esto, la importancia de una pastoral bíblica, entendida como animación bíblica de la pastoral, que sea escuela de interpretación o conocimiento de la Palabra, de comunión con Jesús u oración con la Palabra, y de evangelización inculturada o de proclamación de la Palabra (n. 248)". No se excluye en este proceso la atención permanente a lo que se vive y se piensa a nuestro alrededor; en una palabra, la "cultura" de nuestro tiempo.



Lex credendi Lex orandi


  1. La misma acción litúrgica en la pluralidad de sus ritos muestra con evidencia cómo se puede expresar la centralidad  unicidad del misterio en maneras diversas, sin disminuir por ello la particularidad del lenguaje evocativo propio de la lex credendi. En este contexto vale la pena referir algunas palabras sobre el valor que la liturgia posee en orden a la nueva evangelización. "Encontramos a Jesucristo de modo admirable en la Sagrada Liturgia. Al vivirla, celebrando el misterio pascual, los discípulos de Cristo penetran más en los misterios del Reino y expresan de modo sacramental su vocación de discípulos y misioneros"[1]. La liturgia es la acción principal mediante la cual la Iglesia expresa en el mundo su carácter de mediadora de la revelación de Jesucristo. 


Desde sus orígenes la vida de la Iglesia ha estado caracterizada por la acción litúrgica. Todo lo que la comunidad predicaba, anunciando el Evangelio de salvación, lo hacía después presente y vivo en la oración litúrgica que se transformaba en el signo visible y eficaz de la salvación. Esta no era sólo anuncio de hombres voluntariosos, sino la acción misma que Espíritu realizaba por la presencia de Cristo mismo en medio de la comunidad creyente. Separar estos dos momentos significaría no comprender la Iglesia. 

Ella vive de la acción litúrgica como linfa indispensable para el anuncia y éste a su vez retorna a la liturgia como su complemento eficaz.  La lex credendi y la lex orandi forman un todo donde resulta difícil encontrar el fin de uno y el comienzo del otro. La nueva evangelización deberá ser capaz de hacer de la liturgia su espacio vital para que el anuncio realizado alcance su pleno cumplimiento. Si del horizonte especulativo se pasa al plano pastoral, se comprende todavía más directamente la importancia de esta relación y su extraordinaria eficacia en un mundo sediento de signos que lo introduzcan en el misterio. Es suficiente pensar en el valor que de modo particular asume hoy la celebración de algunos sacramentos y sacramentales. 

Del bautismo al funeral, advertimos cuánta potencialidad tienen en sí mismos para comunicar un mensaje que de otra manera no sería escuchado. ¡Cuántas personas "indiferentes" al fenómeno religioso se acercan a estas celebraciones y cuántas personas a menudo en busca de una genuina espiritualidad están presentes! La palabra del sacerdote en estas circunstancias debería ser capaz de provocar la pregunta por el sentido de la vida propiamente a partir de la celebración en acto.  Lo que celebramos,en fin, no es un mero rito extraño a la cotidianeidad del hombre, sino que está dirigido propiamente a su pregunta por el sentido, que espera una respuesta tantas veces perseguida en vano. 

En la celebración nuestra predicación y nuestros signos litúrgicos están llenos de un significado que va más allá de nosotros mismos y de nuestra persona; aquí realmente podemos permitir aferrarse a la acción del Espíritu que transforma el corazón con su gracia y los modela para disponerlos a captar el momento de la salvación.

La Iglesia existe para llevar en todo tiempo el Evangelio a toda persona, donde sea que se encuentre. El mandato de Jesús es de tal modo cristalino que no permite malos entendidos de ninguna naturaleza. Cuántos creen en su palabra son enviados a las calles del mundo para anunciar que la salvación prometida ahora ha llegado a ser realidad. El anuncio debe conjugarse con un estilo de vida que permita reconocer a los discípulos del Señor allí donde estén. De alguna manera, la evangelización se resume en este estilo que distingue a cuantos emprenden el seguimiento de Cristo. 

La caridad como norma de vida no es otra cosa que el descubrimiento de aquello que da sentido a la existencia, porque la atraviesa hasta en sus recovecos más íntimos de todo lo que el Hijo de Dios hecho hombre ha vivido en primera persona.  Como se puede observar, la nueva evangelización se ubica en la sintonía de siempre. Ella quiere fundarse sobre la lógica de la fe que se articula en el creer en el anuncio, en la liturgia y en el testimonio de la caridad.
Se podrá discutir largamente sobre el sentido de la expresión "nueva evangelización".  

Preguntarse si el adjetivo determina al término no carece de racionalidad, pero tampoco agota la cuestión. El hecho de que se la llame "nueva" no pretende cualificar los contenidos de la evangelización que permanecen iguales, pero con la condición y la modalidad en la cual viene realizada. Benedicto XVI en la Carta Apostólica Ubicumque et semper subraya con razón que considera oportuno "ofrecer respuestas adecuadas para que la Iglesia entera se presente al mundo contemporáneo con una arrojo misionero capaz de promover una nueva evangelización". 

Alguno podría insinuar que decidirse por una nueva evangelización equivale a juzgar la acción pastoral desarrollada precedentemente por la Iglesia como fracasada por la negligencia puesta o por la poca credibilidad de sus hombres.  Incluso esta consideración no carece de plausibilidad, sólo que se detiene en el aspecto sociológico en su fragmentariedad sin considerar que la Iglesia en el mundo presenta rasgos de santidad constante y de testimonios creíbles que todavía hoy son sellados con la entrega de la vida. Efectivamente, el martirio de tantos cristianos no es distinto del ofrecido en el transcurso de nuestra multisecular historia, y sin embargo es verdaderamente nuevo porque lleva a los hombres de nuestro tiempo, a menudo indiferentes, a reflexionar sobre el sentido de la vida y el don de la fe. 

Cuando desaparece la búsqueda del genuino sentido de la existencia, cuando se lo substituye por senderos que asemejan una selva de propuestas efímeras, sin que se comprenda el peligro que esto significa, entonces es justo hablar de nueva evangelización. Ella se transforma en una verdadera provocación a tomar en serio la vida para orientarla hacia un sentido completo y definitivo que encuentra su verdadera garantía en Jesús de Nazaret. El, manifestación del Padre y su revelación histórica, es el Evangelio que todavía hoy anunciamos como respuesta al interrogante  que inquieta al hombre desde siempre. Ponerse al servicio del hombre para comprender el ansia que lo mueve y proponer un camino de salida que le brinde serenidad y alegría es lo que se resume en la bella noticia que la Iglesia anuncia. 

Por tanto, nueva evangelización, porque nuevo es el contexto en que viven nuestros contemporáneos, frecuentemente agredidos aquí y allá por teorías e ideologías trasnochadas. Lo recuerda el Santo Padre al delinear el destinatario de nuestra misión: "Existen regiones del mundo que todavía esperan una primera evangelización; otras que la han recibido, pero necesitan de un trabajo más profundo; otras finalmente, en las que el Evangelio ha echado raíces desde hace largo tiempo, dando lugar a una verdadera tradición cristiana, pero donde en los últimos siglos -por dinámicas complejas- el proceso de secularización ha producido una grave crisis del sentido de la fe cristiana y de la pertenencia a la Iglesia"[2]. 

Luego continua diciendo que nuestra tarea particular deberá ser "promover una renovada evangelización en los países donde ya ha resonado el primer anuncio de la fe y están presentes Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una progresiva secularización de la sociedad y un especie de "eclipse del sentido de Dios" que constituye un desafío a encontrar medios adecuados para volver a proponer la perenne verdad del Evangelio de Cristo"[3].



La secularización

Como se observa, aparece en el horizonte el gran tema de la secularización, que quisiera exponer brevemente en sus rasgos más característicos. Ya ha pasado medio siglo desde cuando veía la luz el "manifiesto" de la secularización moderna propuesto y modificado sobre ls ideas iniciales de D. Bonhoeffer. La ciudad secular del profesor H. Cox de la Iglesia Bautistaestadounidense, y Dios no existe del obispo anglicano de Woolwich, J. A. T. Robinson, daban a conocer al gran público las ideas madres de un movimiento que tenía un horizonte más amplio y raíces mucho más profundas de cuanto conocemos por la influencia en la teología y a nivel eclesial. 

El programa se concentraba en torno a la expresión que se ha convertido en tecnicismo: vivir y construir un mundo etsi Deus non daretur. El desafío venía a ponerse, en aquella época, sobre un terreno sumamente fértil y encontraba rápidamente un entusiasmo y receptividad  que hoy, con el paso de los años, lleva a preguntarse con cuánto espíritu crítico fue recibido y acompañado. 

La Iglesia había terminado recientemente su segundo Concilio Vaticano y al horizonte ya se dejaban entrever los síntomas de una crisis que llegaría a cautivar a muchos creyentes; mientras el Occidente terminaba de vivir la gran contestación juvenil del '68. En una palabra, muchos parecían encontrar en la idea de la secularización la clave para darle al mundo su autonomía y a la Iglesia la posibilidad de descubrir la simplicidad de los orígenes. Sin embargo, no todo lo que relucía era oro.

Etiamsi daremus non esse Deum. La expresión de Grocio aparecía a la luz. Mirando bien, las interpretaciones iban más allá de la intención del jusnaturalista holandés. Para el filósofo, en relaidad, lo que importaba demostrar era el fundamento del derecho natural que conservaba todo su valor en sí mismo al punto de poder sobrevivir sin la demostración de la existencia de Dios. Sin embargo, progresivamente, de la simple enunciación de un principio teórico la secularización se infiltró en las instituciones hasta llegar a ser en nuestros días, cultura y comportamiento de masa, al punto que no podemos percibir sus límites objetivos. 

Como todo fenómeno, también la secularización esta sometido a la ambigüedad y a la pluralidad de las interpretaciones. Difícil precisar el verdadero rol que Bonhoeffer desempeñó en este movimiento; mucho más complejo aún el tratar de individuar el verdadero sentido de su manifiesto en la Carta: "Se impone reconocer honestamente el deber de vivir en el mundo como si no existiese algún Dios, y esto es realmente lo que reconocemos plenamente delante de Dios! Dios mismo nos conduce a esta conciencia: nos hace saber que debemos vivir como hombres que pueden arreglárselas sin El. El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (Mc.15, 34)! Estamos continuamente en presencia del Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de Dios"[4]

Frente a movimientos de pensamiento que se apoyan sobre conceptos así genéricos y a menudo utópicos, los equívocos y los extremismos no tardan en aparecer; de diversas maneras, la secularización degeneró en secularismo con sus consecuencias negativas sobre todo en el horizonte de la comprensión de la existencia personal. Secularismo, de hecho, dice distancia de la religión cristiana; ésta no tiene y no puede tener ninguna voz en el momento en que se habla de vida privada, pública o social. La existencia personal se construye prescindiendo del horizonte religioso que queda relegado a un mero sector privado que no debe incidir en la vida de las relaciones interpersonales, sociales o civiles. Por otra parte, en el horizonte privado, la religión tiene un puesto bien delimitado; de hecho ella sólo interviene en parte y marginalmente en el juicio ético y en los comportamientos.

A este punto, decir que la secularización es un fenómeno religiosamente neutro, significa no captar las consecuencias que se manifiestan en estos decenios y que tienen sus raíces en el secularismo. De cualquier manera que se quiera juzgar la autonomía del hombre, ella nunca podrá ser separada de su vinculación original con  el creador; cortar el cordón umbilical no puede significar otra cosa que rechazar al que nos ha engendrado. 

Una autonomía creatural, en todo caso, debe tener como base la experiencia de la gratuidad sin la cual es imposible una comprensión coherente de la identidad personal. En fin, reducir todo el proceso de la secularización a una crítica del fanatismo religiosos o de la intolerancia, significa perder de vista la globalidad del movimiento y sus diversos rostros con los cuales se ha presentado. Pasado el entusiasmo que en los años '60 había contagiado a muchos, se debe concluir que el proceso de secularización y secularismo han identificado demasiado apresuradamente a Dios como una función sucedánea de la vida. En el horizonte contemporáneo, sin embargo, en el que la cultura de la muerte parece superar a la vida misma, todavía queda por demostrar la tesis de fondo del secularismo según la cual este mundo ha llegado a ser "adulto" y consecuentemente, no tiene más necesidad de Dios.

Uno de los primeros datos que emerge como proyecto del secularismo es el tentativo espasmódico de obtener la plena autonomía. El hombre contemporáneo está fuertemente caracterizado por el celo de la propia autonomía y la responsabilidad de vivir a su manera. Olvidando toda relación con la trascendencia, se ha vuelto alérgico a todo pensamiento especulativo y se limita al simple momento histórico, al instante, creyendo ilusoriamente que es verdad sólo lo que es fruto de la verificación científica. 

Perdido el vínculo con lo trascendente y rechazada toda contemplación espiritual, se precipita en una suerte de empirismo pragmático que lo lleva a apreciar los hechos y no las ideas. Sin resistencia cambia velozmente su modo de pensar y de vivir y parece cada vez más como un sujeto en movimiento, siempre listo a experimentar, deseoso de participar en cualquier juego aún cuando lo supere, sobre todo si lo arrebata en aquel narcisismo en absoluto velado que lo engaña acerca de la esencia de la vida. En fin, el proceso del secularismo ha generado una explosión de reivindicaciones de libertades individuales que llegan a la esfera de la vida sexual, de las relaciones interpersonales y familiares, de la actividad del tiempo libre así como del trabajo, también a la educación y a la comunicación arriba fatalmente y todo el ámbito de la vida viene modificado. 

Por paradójico que pueda parecer, las reivindicaciones sociales siempre se realizan en nombre de la justicia y de la igualdad, pero en el fondo siempre se encuentra el deseo de vivir más libremente a nivel individual; se toleran y soportan mucho más las injusticias  y desigualdades sociales antes que las prohibiciones en la esfera privada. En suma, se ha creado una situación completamente nueva en la que los antiguos valores -expresados sobre todo por el cristianismo- se ven substituidos. 

En un horizonte como este, en que el hombre viene a ocupar el lugar central, criterio de toda forma de existencia, Dios se convierte en una hipótesis inútil y en un competidor que no sólo hay que evitar, sino en lo posible eliminar. La revolución antropológica se actúa de manera relativamente fácil, cómplice de una teología débil y de una religiosidad a menudo fundada sólo sobre el sentimiento e incapaz de mostrar el verdadero horizonte de la fe.

Dios, entonces, pierde su lugar central; la consecuencia que se derive, sin embargo, es que el hombre mismo viene a perder también el suyo. El "eclipse" del sentido de la vida hace que el hombre no sepa más como colocarse, que no encuentra más su lugar en la creación y en la sociedad. De alguna manera cae en la tentación prometeica de pensar ilusoriamente que es él el señor de la vida y de la muerte, porque puede decidir el cuándo y el cómo. 

Una cultura que tiende a idolatrar la perfección del cuerpo, que discrimina las relaciones interpersonales de acuerdo con la belleza o la perfección física,  termina por olvidar lo esencial. Se cae así en una suerte de narcisismo constante que impide fundar la vida sobre valores permanentes y sólidos, para quedarse sólo al nivel de lo efímero. Nadie, sin embargo, denuncia esta situación como trágica porque no existe más el ejercicio auténtico de la libertad. 

El hombre, de hecho, perdida la relación con Dios, pierde consecuentemente la referencia a la creación.  No es más el centro de la creación, sino una parte cualquiera del mundo. Por un lado se exalta al hombre a costa de Dios y contra Dios; por otro, se lo destruye convirtiéndolo en un simple fragmento de la naturaleza. Rota la armonía con la naturaleza para dar lugar al primado de la técnica, se ha venido a encontrar frente a un poder que ha violentado la naturaleza misma.

Otro conflicto al que se asiste es la pérdida del sentido de responsabilidad. Este horizonte viene simbólicamente encontrado en la pregunta que Dios dirige a Caín: "¿Dónde está tu hermano?". Por paradógico que pueda parecer, el secularismo nacido a la sombra de  la responsabilidad plena delante a sí mismo con el rechazo de la autoridad de Dios, acaba con la destrucción del objetivo que se proponía. 

Cerrado en sí mismo, en un individualismo exasperado, el hombre de hoy a perdido de vista también al otro. Una lúcida expresión de esta situación se encuentra en la fórmula sartreana les autres son l'enfer. La ambigua concepción de la libertad, el fuerte subjetivismo que ya no sabe reconocer el valor de la verdad perenne y, sobre todo, el eclipse del sentido de Dios, han llevado a olvidar el valor de la vida y al desinterés por el hermano al punto de comprobar con horror que una sociedad que se proclama civilizada y evolucionada está cada vez más  cerrada en el círculo de la muerte. En suma, una  cultura secularizada que se pretende autónoma de Dios, termina con la pérdida del sentido mismo de la vida.

Aquí por tanto se pone el gran desafío que mira al futuro. Quien quiere la libertad de vivir como si Dios no existiera lo puede hacer, pero debe saber lo  que le espera; debe tener conciencia de que esta elección no es premisa de libertad ni de autonomía. Limitarse a disponer de la propia vida nunca podrá satisfacer la exigencia de libertad; silenciar forzosamente el deseo de Dios que está radicado en la interioridad más profunda, nunca podrá arribar a la autonomía. 

El enigma de la existencia personal no se resuelve rechazando el misterio, sino eligiendo sumergirse en él (GS 22). Este es el sendero a recorrer; todo atajo corre el riesgo de perderse en los laberintos selváticos, donde es imposible ver tanto la salida como la meta a alcanzar.


Nueva evangelización

 "El punto crucial de la cuestión es este: si un hombre, empapado de la civilización moderna, un europeo,puede todavía creer; creer propiamente en la divinidad del Hijo de Dios Cristo Jesús. En esto, de hecho, está toda la fe". Son palabras cargadas de provocación que provienen de uno de los escritores más significativos del siglo pasado: Dostoewskj.  

Preguntarse si el hombre de hoy está todavía dispuesto a creer en Jesús como Hijo de Dios comporta necesariamente la cuestión conexa: si el hombre de hoy siente todavía la necesidad de la salvación. Aquí está todo el problema para nosotros creyentes, para nuestra credibilidad en el mundo de hoy; pero también el problema para cuantos no creen y desean darle un significado pleno a su vida. No encuentro otra posibilidad fuera de esta cuestión, que impulsa a buscar una respuesta. 

Delante a la posibilidad de Jesucristo no se puede permanecer neutral; se debe dar una respuesta si se quiere dar un sentido a la propia vida. Según algunos, aquí se concentran las grandes cuestiones que nos tocan a cada uno de nosotros y la simple respuesta que la Iglesia ofrece anunciando, como si el tiempo nunca hubiesa pasado, el mismo contenido de los primeros años de nuestra existencia como cristianos: Jesús, crucificado y resucitado; El que ha pasado en medio a nosotros, anunciando el reino de Dios y haciendo el bien a cuantos se dirigían a Él.

Sabemos que estamos en medio a una profunda crisis que se ha convertido en crisis de Dios. Esquemáticamente se podría decir: la religión sí, pero Dios no. En dónde este "no", en todo caso, no debe entenderse en el sentido categórico de los grandes ateísmos. No existen más, permítaseme repetir, grandes ateísmos. El ateísmo de hoy en realidad puede nuevamente hablar de Dios sin entenderlo realmente. 

En síntesis, la crisis actual está determinada del poder y saber hablar de Dios; el tema no puede dejarnos indiferentes después de casi cincuenta años del Concilio Vaticano II, que tuvo entre sus principales objetivos el hablar de Dios al hombre de hoy de manera comprensible. La crisis que vivimos, entonces, se podría resumir de manera aún más sintética: Dios hoy no es negado, sino desconocido. Por parte del hombre contemporáneo hay algo de verdadero, probablemente, en este modo de plantearse el problema en torno a el nombre de "Dios". En algún sentido se podría decir que se ha pasado de la hipótesis inútil a la buena posibilidad ofrecida al hombre. 

Con respecto a esta perspectiva deberíamos ser capaces de  agitar las aguas a menudo demasiado tranquilas de dos lagos artificiales: el de la indiferencia, que frecuentemente domina el contexto cultural referido a esta problemática; y el de la obviedad, que evidencia cuánta ignorancia, a menudo supina, existe acerca de los contenidos religiosos. Indiferencia e ignorancia, lamentablemente, se encuentran en la base del sentido común religioso todavía presente, haciendo siempre más débil la pregunta religiosa y, especialmente, la decisión consciente y libre. Retorna inmediatamente la escena tan familiar de Pablo en las calles de Atenas (Hch. 17, 16-34). No ha cambiado tanto desde entonces. Las calles de nuestra ciudad están repletas de nuevos ídolos. 

El interés hacia un muy genérico sentido religioso parecería tomarse una especie de revancha; expresiones religiosas se multiplican y frecuentemente están vacías de espesor racional. En algunos casos se sigue el soplo de la emotividad, en otros, al contrario, diversas formas de fundamentalismo; ambos no indican otra cosa que la ausencia de espesor intelectual. Por último, aparecen de nuevo en el horizonte mesías de la última hora, predicando el inminente fin del mundo. En este contexto hay que preguntarse quiénes son los nuevos Pablo de Tarso conscientes de ser portadores de una hermosas novedad que entra en el areópago de nuestro pequeño mundo con la convicción y la certeza de querer anunciar al "Dios desconocido".

"Dios": el término está entre los más usados del lenguaje mundial, y sin embargo, cuántos sentidos, diferentes y tantas veces, contrarios entre sí al punto de oponerse mutuamente. Debemos preguntarnos si Dios existe y qué cosa sea, o quién sea Dios. Preguntas inevitables que no pueden permanecer sin respuesta. 

El Dios del que hablamos, no sólo se ha hecho escuchar, sino que se ha hecho uno de nosotros. Y consigo trae a nuestra vida la respuesta a la pregunta fundamental por el sentido: "con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre. Ha trabajado con manos de hombres, ha pensado con mente de hombre, ha actuado con voluntad de hombre, ha amado con corazón de hombre. Naciendo de María Virgen, él verdaderamente se ha hecho uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado" (GS 22). Ningún pretexto de parte nuestra. 

Él ha experimentado en todo nuestra condición humana, sobre todo allí cuando ella significa dolor, sufrimiento, enfermedad, muerte. La nueva evangelización requiere, entonces, la capacidad de saber dar razón de la propia fe, mostrando a Jesucristo, el Hijo de Dios, único salvador de la humanidad. En la medida en que seamos capaces de esto, podremos ofrecer al mundo contemporáneo la respuesta que espera o que debemos provocar en él. Como decía Benedicto XVI el día antes de ser elegido Papa: "En estos momentos de la historia tenemos verdadera necesidad de hombres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan a Dios creíble en el mundo...

Tenemos necesidad de hombres que tengan la mirada dirigida a Dios, aprendiendo de Él la verdadera humanidad. Tenemos necesidad de hombres cuyo intelecto sea iluminado por la luz de Dios y a quienes Dios abra el corazón, de modo que su intelecto pueda hablar al intelecto de los otros y su corazón pueda abrir el corazón de los otros. Solamente a través de hombres tocados por Dios, Dios puede retornar a los hombres". La nueva evangelización, por tanto, parte de aquí: de la credibilidad de nuestra vida de creyentes y de nuestra convicción de que la gracia actúa y transforma hasta el punto de convertir el corazón. El mundo de hoy tiene necesidad profunda de amor, porque conoce desgraciadamente sólo sus grandes fracasos. Aquí probablemente nace la paradoja que se despliega nuestros ojos y que empuja a la mente a reflexionar sobre el sentido de una tal acción.


La imagen de la nueva evangelización

Una imagen con la que el nuevo dicasterio pretende identificarse, se encuentra en la Sagrada Familia de Gaudí. Quien la observa en su gravidez arquitectónica encuentra las voces de ayer y de hoy. 

A nadie escapa que es una iglesia, espacio sagrado que no puede ser confundido con ninguna otra construcción. Sus agujas se dibujan hacia lo alto, obligando a mirar el cielo. Sus pilares no tienen capiteles jónicos ni corintios y, sin embargo, los reclaman aún cuando se permiten de andar más allá para recorrer un espacio de arcos que hace pensar en una foresta donde el misterio lo invade a uno, sin suprimirlo, llenándolo de serenidad. La belleza de la Sagrada Familia sabe hablar al hombre de hoy, conservando al mismo tiempo los rasgos fundamentales del arte antiguo. 

Su presencia pareciera contrastar con la ciudad hecha de palacios y calles que al recorrerlas muestran la modernidad a la que somos enviados. Las dos realidades conviven y no desentonan, al contrario, parecen hechas la una para la otra; la iglesia para la ciudad y viceversa. Aparece evidente, entonces, que la ciudad sin la iglesia estaría privada de algo sustancial, manifestaría un vacío que no puede ser colmado por cualquier otra construcción, sino por algo más vital que empuja a mirar a lo alto sin apura y en el silencio de la contemplación.
Mirar al futuro con la certeza de la esperanza verdadera es lo que nos permite no permanecer recluidos en una suerte de romanticismo que mira sólo al pasado, ni caer en un horizonte de utopía, amarrados a hipótesis que carecen e garantías. 

La fe  compromete en el hoy en que vivimos, por lo que no corresponder sería ignorancia o miedo; y a nosotros cristianos, no nos está permitido ni lo uno ni lo otro. Permanecer recluidos en nuestras iglesias podría darnos cierta consolación pero tornaría vano el  día de Pentecostés. Es tiempo de abrir de par en par las puertas y retornar al anuncio de la resurrección de Cristo de la que somos testigos. Según las palabras del santo Obispo Ignacio en los albores del cristianismo: "No alcanza con ser llamados cristianos, es necesario serlo de veras" (a los Magnesios, I,1). Si alguno quiere reconocer a los cristianos, debería poder hacerlo por su compromiso de fe y no por sus intenciones.


NOTAS
[1]           Aparecida, 250.
[2]           Benedicto XVI, homilía de las primeras vísperas en la solemnidad de ss. Pedro y Panlo, 28 de junio de 2010.
[3]           Ibidem
[4]           Resistenza e Resa. Lettere dal carcere, Milano 1969, 278-279; Sobre Bonhoeffer siempre permanece válida la obra de I. Mancini, Bonhoeffer, Firenze 1969; sobre este aspecto, cf. pp 329-438


 “UBICUMQUE ET SEMPER".
"LA NUEVA EVANGELIZACIÓN"





L’Osservatore Romano, el jueves 27 de enero de 2011

En esta reflexión del presidente del nuevo dicasterio ad hoc, monseñor Rino Fisichella evoca especialmente la “Sagrada Familia” de Antonio Gaudí como símbolo de la nueva evangelización.

La Iglesia existe para llevar en todo tiempo el Evangelio a todos, allí donde se encuentre. El mandato de Jesús es tan claro que no permite absolutamente ningún equívoco, ni ninguna coartada. Quienes creen en su palabra son enviados por los caminos del mundo a anunciar que la salud prometida se ha convertido en realidad. El anuncio debe conjugarse con un estilo de vida que permita reconocer a los discípulos del Señor allí donde se encuentren. 

Se podría decir que la evangelización se resume en este estilo que caracteriza a quienes se sitúan en el seguimiento de Cristo. 

La caridad como regla de vida no es otra cosa sino el descubrimiento de lo que da sentido a la existencia, porque lleva hasta sus más íntimos meandros lo que el Hijo de Dios hecho hombre vivió personalmente.

Se podría debatir largo y tendido sobre el sentido de la expresión “nueva evangelización”, preguntarse si el adjetivo que determina al sustantivo tiene verdaderamente sentido, pero esto no oculta la realidad. Llamándola “nueva” no se pretende calificar los contenidos de la evangelización sino la condición y las modalidades con las que esta se realiza. Benedicto XVI, en la carta apostólica Ubicumque et semper subraya con razón que estima oportuno “ofrecer respuestas adecuadas con el fin de que toda la Iglesia, dejándose regenerar 

por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización" 

Algunos podrían insinuar que ponerse a favor de una nueva evangelización equivale a juzgar la acción pastoral llevada a cabo con anterioridad por la Iglesia, como un fracaso por negligencia o por la poca credibilidad ofrecida por sus hombres. Esta consideración tampoco está exenta de plausibilidad, pero se detiene en el fenómeno sociológico, tomado en su dimensión fragmentaria, sin considerar que la Iglesia en el mundo presenta signos de santidad constante, y testimonios creíbles que aún hoy están marcados por el don de la vida. 

El martirio de muchos cristianos no es diferente del ofrecido a lo largo de los siglos de nuestra historia, y por tanto es verdaderamente nuevo debido a que lleva a los hombres de nuestro tiempo, a menudo indiferentes, a reflexionar sobre el sentido de la vida y el don de la fe.

Cuando se pierde la búsqueda del auténtico sentido de la existencia, adentrándose en senderos que llevan a una jungla de propuestas efímeras, sin que se comprenda su peligro, es correcto hablar de nueva evangelización. Se quiere que ésta sea una auténtica provocación a tomar en serio la vida para orientarla en un sentido completo y definitivo que encuentra su única confirmación en la persona de Jesús de Nazaret. Es Él, quien revela al Padre y su revelación histórica, el Evangelio que aún hoy anunciamos como respuesta al 

interrogante que inquieta a los hombres desde siempre. 

Ponerse al servicio del hombre para comprender la angustia que le mueve y proponer una escapatoria que le ofrezca serenidad y alegría es necesario en la hermosa noticia que anuncia la Iglesia.

Una nueva evangelización, pues, porque es nuevo el contexto en el que viven nuestros contemporáneos sacudidos a menudo de aquí para allá por teorías e ideologías pasadas. Por paradójico que pueda parecer, se prefiere imponer una opinión en lugar de orientar hacia la búsqueda de la verdad.

La exigencia de un nuevo lenguaje, que permita hacerse comprender por los hombres de hoy, es una exigencia que no se puede ignorar, sobre todo en lo que se refiere al lenguaje religioso marcado por tal especificidad que a veces resulta incomprensible. Abrir la “cárcel del lenguaje” para favorecer una comunicación más eficaz y fecunda es un empeño concreto necesario para que la evangelización sea realmente nueva.

La Sagrada Familia de Gaudí es un icono de aquello a lo que el nuevo dicasterio propone dedicarse. Quien la observa en su potente arquitectura encuentra la voz de ayer y la de hoy. No escapa a nadie que es una iglesia, un espacio sagrado que no puede confundirse con ninguna otra construcción. Sus agujas se lanzan hacia el cielo, obligando a mirar a lo alto. Sus pilares no tienen capiteles jónicos o corintios y, sin embargo, hacen pensar cuando permiten ir más allá para seguir un entrelazado de arcos que evoca un bosque, en el que 

el misterio invade al observador y, sin anularlo, le ofrece la serenidad 

La belleza de la Sagrada Familia sabe hablar al hombre de hoy conservando los rasgos fundamentales del arte antiguo. Su presencia parece oponerse a la ciudad hecha de edificios y vías que se pierden en el horizonte, mostrando la modernidad a la que estamos invitados. Las dos realidades coexisten, y no desdicen la una al lado de la otra, parecen incluso por el contrario hechas la una para la otra; la iglesia para la ciudad y a la inversa. Se hace evidente, donde quiera que sea, que la ciudad sin la iglesia se vería privada de algo 


sustancial, haría evidente un vacío que no puede llenarse con más hormigón, sino con algo más vital que lleva a mirar hacia lo alto sin prisa y en el silencio de la contemplación.

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MONS.  RINO  FISICHELLA 
"HE AQUÍ POR QUÉ EL HOMBRE DE HOY NECESITA A LA IGLESIA"



Monseñor Fisichella 

Uno de los aspectos más problemáticos de la modernidad, como ha recordado a menudo don Giussani, es la separación o fractura entre la razón y la experiencia. ¿Es ello así?

- Lo que la modernidad olvida demasiado a menudo es que la experiencia es una de las primeras formas que tiene el hombre de conocer. Olvidándolo se destaca la razón no sólo por la capacidad de hacer suya la experiencia, sino también de comprender por qué se vive la propia experiencia. Comparto por tanto la reflexión sobre el hecho de que se ha dado una rotura tal. Se ha absolutizado una razón tecnológica y científica y no se ha visto que cada persona tiene otras formas diversas de conocer que son muchas veces más ricas y más fecundas, la primera de las cuales es precisamente la experiencia. 


¿Cuál es el proceso histórico y cultural que ha producido este efecto?

-Se trata del proceso que ha dado comienzo de hecho a la modernidad. Un proceso en base al cual se ha querido constituir, con el primado absoluto de la razón, una rotura definitiva respecto a aquella unidad existencial que era la característica del Medievo. De modo que conjugar la unitariedad de la persona en todo lo que comporta sus expresiones (razón, sentimiento, experiencia, testimonio) se ha querido absolutizar el primado de la razón en detrimento de las otras formas de conocimiento. El hombre que no está inmerso en ello no 

está en unidad fundamental en sí mismo, sino que está fragmentado en muchas expresiones que lo han debilitado.

Se ha convertido en un hombre que se sirve solamente de una parte de sus capacidades cognoscitivas y no una en su totalidad la misma capacidad racional, que lo llevaría a individuar otras formas de experiencia.

- El título del encuentro de este año, “O protagonistas, o ninguno”, es una expresión muy fuerte que plantea una alternativa casi radical. ¿cuál es el valor de una afirmación de este género?

- Creo que esta expresión es muy acertada, porque nos hace comprender, si es bien interpretada el verdadero pensamiento cristiano. Contiene un mensaje fundamental por una sociedad como la nuestra dónde falta la originalidad de cada uno. El pensamiento cristiano ha llevado desde siempre la consideración que Dios conoce a cada uno de nosotros singularmente, por nuestro propio nombre. Como dice la Biblia, el Señor ha pronunciado nuestro nombre “desde el seno materno”; o como dice san Pablo, “Dios nos ha llamado antes 

incluso de que el mundo fuese creado.” 


El hombre si está solo ante sí mismo, tiene el riesgo de no comprenderse; si está delante de Dios, en cambio, se convierte en protagonista de su propia vida.

- En su intervención, el cardenal Bagnasco ha recordado la característica fundamental de la Iglesia como “pueblo”, un pueblo que hace historia. ¿Qué significa ser uno mismo, ser protagonistas, dentro de un pueblo?

- La belleza del cristianismo, bien expresada muchas veces por Giussani, es que Dios entra en la historia. El acontecimiento de Jesús es el siguiente: Dios entra en la historia y la modifica superando la antigua concepción cíclica de los acontecimientos humanos. La historia se transforma en un camino progresivo de un pueblo que fía por la fe en dios, haciéndose guiar por Él. Cada uno vive de su propia historia: pero para que sea historia es necesario que nos sea una comunidad en la que cada uno se halle y comprenda la propia humanidad, descubriendo la propia pertenencia.


¿La modernidad aún necesita a la Iglesia?

- El hombre tiene necesidad de la Iglesia y el hombre de hoy, en particular necesita de un sujeto que sea para nosotros un sujeto que anuncie y que sea en la historia una presencia salvífica. La Iglesia no es sólo la que anuncia, sino quién continúa haciendo visible la obra de Cristo. 

El hombre de hoy necesita encontrar a Cristo para ser protagonista; y necesita a la Iglesia para encontrar al Cristo resucitado. Para que haya progreso es necesario que se respete a cada persona y el bien común: sin embargo, si cada uno de nosotros se cierra en sí mismo no irá muy lejos.

Por ello la modernidad necesita a la Iglesia porque la Iglesia puede hacer entender cuál es el recorrido necesario para completar y lograr un progreso y un desarrollo que sean plenamente humanos.categoría: Entrevista / Entrevista



23/10/2011

MONS RINO FISICHELLA "SE IMPONE LA TAREA DE HACER CONOCER EL VERDADERO ROSTRO DE DIOS  Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SON NECESARIOS PARA ESTE ANUNCIO”
(por SIC el 15 de febrero de 2011)




Monseñor Rino Fisichella, Presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, estuvo este lunes durante unas horas en España, para pronunciar la conferencia de apertura de la Asamblea de Medios de Comunicación Social, que se está celebrando desde ayer en Madrid

¿El hombre de hoy está dispuesto a creer en Jesús como Hijo de Dios?

¿El hombre de hoy necesita la salvación? Con estas cuestiones sobre la mesa, monseñor Fisichella comenzó ayer su magistral ponencia sobre “Nueva evangelización, la significación cristiana en la sociedad de hoy” en la Asamblea de MCS, organizada por la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal Española, que preside Mons. Joan Piris, obispo de Lleida.

Y es que, según explicó, aquí reside el problema para la credibilidad de los creyentes hoy. Se trata de buscar una respuesta porque “ante Jesús, no se puede permanecer neutral”.

“En sus dos mil años, la Iglesia nunca ha abandonado su obligación de evangelizar, ha nacido con esta misión y si no lo hiciera, empobrecería su propia naturaleza”, apuntó al tiempo que resaltó que en un momento de crisis, como el que estamos atravesando, en el que predomina la debilidad de pensamiento, “el papel de los católicos adquiere una mayor importancia por la riqueza de la tradición que supimos construir en el pasado”.

El Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización fue instituido por Benedicto XVI el pasado mes de septiembre para dar fuerza al espíritu misionero de la Iglesia, sobre todo, donde la fe parece estar debilitada por la fuerte presión del secularismo.

“Una intuición profética”, valoró positivamente Fisichella, para quien este organismo podrá ayudar a comprender de qué manera la Iglesia deberá desempeñar su ministerio “en un mundo sometido a grandes cambios culturales”.

“Es tarea de todos nosotros fortalecer la fe, un empeño que nos debemos a nosotros mismos”, apostilló. Así, en el momento actual estamos invitados a ser misioneros con la fuerza de la razón y hacer ver que “no se contrapone a los contenidos de la fe”.

Preguntado por los rasgos principales del programa de la Nueva Evangelización,

Monseñor Fisichella explicó que, pese a que habrá que esperar a la celebración del Sínodo de obispos el próximo año, y a la nueva exhortación apostólica de Benedicto XVI, no se podrá prescindir del anuncio, la liturgia y el testimonio, además de la formación del creyente y los presbíteros.

Pero, además, consideró necesario un lenguaje nuevo para explicar la razón de la fe y poder argumentar “por qué somos creyentes a la luz de la razón”. “¡Basta! –exclamó.

Tenemos que hablar un poquito, es una cuestión de identidad y del sentido de pertenecer a la comunidad cristiana”.

Una sociedad marcada por la información

Reconociendo que las sociedades occidentales están marcadas por la información, puso de manifiesto que se necesita de la comprensión del concepto de Nueva Evangelización, tal y como se ha venido haciendo todos estos siglos.

“La comunidad cristiana debe prestar atención al contexto cultural en el que se inserta para comprenderlo y orientarlo en el Evangelio”. Hoy en día ocurre lo mismo porque “ninguna forma de evangelizadora sería eficaz si la palabra Dios no entrase en la vida de las personas, para llamarlas a la conversión”.

“Esto ha sido siempre –aclaró- lo que hoy llamamos nueva evangelización; anunciar el Evangelio de manera eficaz”. Por eso, el vehículo de la comunicación es fundamental también para la recepción coherente del mensaje y sería una confusión entenderlo sólo en términos de pura tecnología, en lugar de verlo como un “universo de pensamiento con grandes potencialidades”.

Monseñor Fisichella destacó además el papel de la liturgia en la Nueva Evangelización ya que “separarla significaría no comprender a la Iglesia”.

Habló también del silencio y el misterio en la forma de comunicar. En los signos y gestos litúrgicos. A veces, nuestra sociedad está marcada por el ruido y el alboroto y se acaba transformando en “un bombardeo informativo”.

“Hablamos demasiado, demasiadas palabras…” Por eso, los expertos “deberían ayudarnos, con su profesionalidad, a hacer real la percepción de lo sagrado y del misterio, desde el bautismo al funeral”.

En resumen, la nueva evangelización “quiere fundarse sobre la lógica de la fe, que se articula en el creer en el anuncio, liturgia y testimonio de la caridad”.

De la secularización al secularismo

Monseñor Fisichella dedicó parte de su intervención a hablar sobre el secularismo, es decir, la construcción del mundo “como si Dios no existiera”, y recordó que se infiltró en las instituciones “hasta llegar a ser cultura y comportamiento de masa”.

Se trata de comprender la existencia de personal prescindiendo del horizonte religioso y relegar la fe al ámbito exclusivamente de lo privado, una concepción del hombre cuyas consecuencias inmediatas se resumen en la plena autonomía del hombre, el empirismo y la defensa de las “libertades” individuales.

“El hombre viene a ocupar el lugar central. Dios se convierte en una hipótesis inútil y un competidor a evitar y eliminar. Pierde su lugar central y el hombre pierde también el suyo”.

Frente a este “eclipse del sentido de la vida”, en el que el hombre no encuentra su lugar en la sociedad, “cae en la tentación de pensar que es él el dueño de la vida y la muerte porque puede decidir el cuándo y el cómo”.

Por ello, alertó del narcisismo en cuanto a que vivimos “una cultura que tiende a idolatrar -también los medios de comunicación- la perfección del cuerpo y discrimina las relaciones interpersonales sobre valores sólidos”.

Así, el hombre, “cerrado en un individualismo exasperado ha perdido el sentido de la responsabilidad social y el sentido mismo de la vida”.

A este propósito, destacó que, además de una profunda crisis, también vivimos “una crisis de Dios”, determinada por el poder, en la que “la religión sí pero ni Dios ni la Iglesia”, donde no sólo se niega sino que se desconoce.

Por ello, consideró que “la Iglesia debe hablar de Dios al hombre de hoy”. “Se impone la tarea de hacer conocer el verdadero rostro de Dios. Todos los medios de comunicación son necesarios para este anuncio”, afirmó.

Finalmente, invitó a mirar el futuro con la esperanza de no permanecer recluidos “mirando al pasado” sino que los cristianos debemos comprometernos con nuestra fe.

En la conferencia de Mons. Fisichela estuvieron presentes. además de Mons. Piris, Mons. Juan del Río, arzobispo Castrense de España; Mons. Joan Enric Vives, arzobispo de Urgell; Mons. Javier Salinas, obispo de Tortosa; Mons. Ginés García, obispo de Guadix; Mons. Juan Antonio Martínez Camino, obispo secretario general de Conferencia Episcopal; y Mons. Sebastián Taltavull, obispo auxiliar de Barcelonas.
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MILLONES DE CREYENTES YA ESTÁN TRABAJANDO EN LA NUEVA EVANGELIZACIÓN




14 de octubre de 2011.- El Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización en el Vaticano, Arzobispo Rino Fisichella, dio algunos detalles del encuentro “Nuevos evangelizadores para la nueva evangelización”, que se realizará en Roma el sábado 15 de octubre con la participación delPapa Benedicto XVI.

Entre los más de 8 mil participantes, entre miembros de unas 30 conferencias episcopales, representantes laicos y líderes de Europa, Estados Unidos y Canadá, se encuentran el tenor italiano Andre Bocelli y la hermana Verónica Berzosa, la Superiora General de Iesu Communio, la nueva comunidad de clausura que surgió de las clarisas de Lerma en España que sorprendió al mundo con una explosión de vocaciones.

El objetivo del encuentro, explica Mons. Fisichella en entrevista con el diario vaticano L’Osservatore Romano, está en mostrarle al Papa que hay en el mundo “miles de miles, tal vezmillones, de creyentes que ya están trabajando en la nueva evangelización”.
El tema del evento, dijo el Prelado vaticano, ha sido tomado del libro de los Hechos de los Apóstoles: “La Palabra de Dios crece y se difunde”.

En el encuentro los distintos delegados presentes podrán hacer sus respectivos aportes sobre este tema que serán resumidos para ser entregados a los Obispos que participarán del Sínodo sobre nueva evangelización en 2012.

En la tarde del sábado el tenor italiano Andrea Bocelli ofrecerá un concierto en el Aula Pablo VI del Vaticano, los presentes escucharán el testimonio de la hermana Verónica Berzosa en cuya comunidad “ya hay más de 150 jóvenes de vida consagrada”. Además habrá dos intervenciones más en las que se reflexionará sobre la cultura y la ciencia.

Sobre la participación del Papa en el encuentro, el Arzobispo dijo que el Santo Padre “tiene en el corazón la nueva evangelización, no solo porque a él le debemos, como un acto profético, la institución del nuevo Pontificio Consejo (creado en septiembre de 2010), sino porque también en sus viajes, como hizo en el de Alemania, en los discursos profundos que ha pronunciado no ha dejado de subrayar la importancia”.

El Arzobispo explicó que uno de los proyectos que se va a presentar en este encuentro es el sitio web www.Aleteia.org sobre preguntas y respuestas de fe, “ligado al Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales. Además estamos trabajando en el Enchiridion de la nueva evangelización, con todos los textos del magisterio pontificio sobre el tema desde Pío XII hasta Benedicto XVI”.

El Prelado también dijo están trabajando en este texto para lograr que tenga una buena llegada entre todos los fieles, y explicó que otra iniciativa es el llamado “proyecto metropolitano” que busca promover la nueva evangelización en 12 ciudades importantes de Europa como Barcelona o Bruselas en donde la secularización es muy marcada.


Este proyecto busca hacer que las catedrales de esas ciudades sean nuevos focos de evangelización “que acoge y expresa la enseñanza de la Iglesia, que celebra la fe y que vive de la caridad”, concluye Mons. Fisichella.



HOMILÍA DE SU SANTIDAD 
BENEDICTO XVI 
MISA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Domingo, 16 de octubre 2011




Venerados hermanos, queridos hermanos y hermanas: 

Con alegría hoy celebramos la Misa de ustedes que están involucrados en muchas partes del mundo en las fronteras de la nueva evangelización. 
Esta es la conclusión de la Liturgia que ayer llamados a confrontar áreas de esta misión y de escuchar a algunos ejemplos significativos. 

Me decidí a presentar algunas reflexiones, pero ahora me decírtelo el pan de la Palabra y de la Eucaristía, en la certeza-compartida por todos nosotros - que sin Cristo, la Palabra y el Pan de la Vida, no podemos hacer nada (cf. Jn 15:5 ). 

Me alegro de que esta conferencia se puede ver en el contexto del mes de octubre, justo una semana antes de la Jornada Misionera Mundial: se invoca la dimensión universal apropiado de la nueva evangelización, en armonía con el de la misión ad gentes. extender un cordial saludo a todos vosotros, que han aceptado la invitación del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. 

En particular, saludo y gracias al Presidente de este Consejo, creado recientemente, el arzobispo Salvatore Fisichella, y sus colaboradores. 

Ahora llegamos a las lecturas bíblicas, en la que el Señor nos habla hoy. La primera, tomada del libro de Isaías nos dice que Dios es uno, es único, no hay otros dioses delante de Jehová, e incluso el poderoso Ciro, el emperador persa, es parte de un cuadro más grande, que sólo Dios conoce y lleva adelante. 

Leyendo esto nos da el significado teológico de la historia: los trastornos de época, la sucesión de las grandes potencias están bajo el supremo dominio de Dios, ningún poder terrenal puede poner en su lugar. 

La teología de la historia es una parte importante y esencial de la nueva evangelización, porque los hombres de nuestro tiempo, después de la desastrosa temporada de los imperios totalitarios del siglo XX, la necesidad de encontrar una mirada comprensiva en el mundo y en el tiempo, una mirada verdaderamente libre, pacífico, esa mirada que el Concilio Vaticano II transmitió en sus documentos, y que mis predecesores, el Siervo de Dios Pablo VI y el beato Juan Pablo II, ilustrado con su Magisterio. 

La segunda lectura es el comienzo de la Primera Carta a los Tesalonicenses, y eso en sí mismo es muy impresionante, ya que es la más antigua carta que recibimos el evangelista más grande de todos los tiempos, el apóstol Pablo. Él nos dice en primer lugar que no evangelizar de forma aislada: él tenía de hecho como colaboradores Silvano y Timoteo (cf. 1 Ts 1:1), y muchos otros. Y en seguida añade otra cosa muy importante: que el anuncio debe estar siempre precedido, acompañado y seguido por la oración. 

Él escribe: "Demos gracias a Dios por todos vosotros, haciendo mención de vosotros en nuestras oraciones" (v. 2). El Apóstol dice entonces muy consciente del hecho de que los miembros de la comunidad los ha escogido a él, sino a Dios, "que ha sido elegido por él" - dice (v. 4). 

Un misionero del Evangelio siempre deben ser conscientes de esta verdad: es el Señor quien toca los corazones con su Palabra y de su Espíritu, llamando a la gente a la fe y de la comunión en la Iglesia. 

Finalmente, Pablo nos da una enseñanza muy valiosa, basada en su experiencia. Él escribe: "Nuestro Evangelio, de hecho, no se extendió entre vosotros en palabras solamente, sino también con el poder del Espíritu Santo y en plena certidumbre" (v. 5). 

La evangelización para ser eficaz, necesita el poder del Espíritu que anima el anuncio e imbuir al usuario que "la plena seguridad" de que habla el Apóstol. Este término "seguridad", "plena seguridad" en el original griego, es pleroforìa: una palabra que expresa lo subjetivo, psicológico, sino la plenitud e integridad fidelidad, - en este caso el anuncio de Cristo. 

Anuncio que para ser acabado y fiel, le pediría que se acompaña de signos, gestos, como la predicación de la Palabra de Jesús, el Espíritu y la seguridad - así entendida - son inseparables y por lo tanto ayudará a asegurar que el mensaje del Evangelio se propaga eficazmente . Nos centramos ahora en el pasaje del Evangelio.

 Este es el texto sobre la legalidad del tributo a pagar a César, que contiene la famosa respuesta de Jesús: "Dad al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios" (Mt 22:21). 

Pero antes de llegar a este punto, hay un pasaje que se puede referir a los que tienen la misión de evangelizar. De hecho, los interlocutores de Jesús - los discípulos de los fariseos y de los herodianos - volvemos a Él con una apreciación, diciendo: "Nosotros sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con verdad. No tienes temor de nada "(v. 16). Es en esta declaración, aunque impulsado por la hipocresía, que debe atraer nuestra atención. 

Los discípulos de los fariseos y de los herodianos no creen en lo que dicen. El estado sólo como benevolentiae captatio a ser oído, pero su corazón está lejos de la verdad, de hecho, quieren atraer a Jesús en una trampa para poder culpar. Para nosotros, sin embargo, que la expresión es preciosa y verdadera: Jesús, de hecho, es verdad y que enseñas el camino de Dios con verdad, y no en el temor de nadie. Él mismo es la "forma de Dios" que estamos llamados a recorrer.

Recordamos aquí las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (14:6). Es esclarecedor a este respecto los comentarios de san Agustín: "Era necesario que Jesús dijo:" Yo soy el camino, la verdad y la vida ", ya que, una vez conocido el camino, quedaba por cumplir la meta. El camino que llevó a la verdad, lo que lleva a la vida ... Y a dónde vamos, si no a él? y cuál es el camino andamos, excepto a través de Él? "(In Joh 69, 2). 

Los nuevos evangelizadores están llamados a caminar por primera vez en este Camino que es Cristo, para dar a conocer a los demás la belleza del Evangelio que da vida. Y no andar en este camino nunca solo, sino en la sociedad: una experiencia de comunión y fraternidad que se ofrece a todos los que conocemos, a participar en ellos nuestra experiencia de Cristo y de su Iglesia. 

Por lo tanto, el testimonio unido el anuncio puede abrir los corazones de aquellos que buscan la verdad, para que puedan llegar al significado de su vida. 

Un poco de reflexión también sobre la cuestión central del tributo al César. Jesús responde con un sorprendente realismo político, conectado con el teocentrismo de la tradición profética. El tributo al César a pagar, porque la imagen de la moneda es de él, pero el hombre, cada hombre lleva a otra imagen, la de Dios, y por lo tanto a Él, ya Él solo, que todo el mundo es deben su existencia. 

Los Padres de la Iglesia, inspirada por el hecho de que Jesús se refiere a la imagen del emperador estampada en la moneda del tributo, han interpretado este pasaje a la luz del concepto fundamental del hombre como imagen de Dios, en el primer capítulo del libro del Génesis. 

Un autor anónimo escribió: "La imagen de Dios no está impresa en oro, sino en la humanidad. La moneda del César es oro, la de Dios es la humanidad ... Por lo tanto, de 'su riqueza material a César, pero Dios tiene reservado para la inocencia sólo su conciencia, donde Dios se contempla ... César, de hecho, exigió su imagen de cada moneda, pero Dios ha escogido al hombre, que él creó para reflejar su gloria "(obra anónima, incompleta sobre Mateo, Homilía 42). Y San Agustín utiliza esta referencia muchas veces en sus homilías: "Si César reclamara su imagen impresa en la moneda - dice - no requiere Dios del hombre la imagen divina esculpida en él?" (En. in Ps,. Salmo 94, 2). Y de nuevo: "¿Cómo, entonces restaurado a César el dinero, por lo que da la espalda a Dios el alma iluminada e impresionado por la luz de su rostro ... Porque Cristo habita en el hombre interior" (ibid., Salmo 4, 8). 

Las palabras de Jesús es rica en contenido antropológico, y no se puede reducir sólo a la esfera política. La Iglesia, por tanto, no se limita a recordar a la gente el derecho distinción entre la esfera de autoridad de César y Dios, entre el ámbito político y de la religión. 

La misión de la Iglesia, como Cristo, es esencialmente hablar de Dios, a la memoria de su soberanía, recordar a todos, especialmente a los cristianos que han perdido su identidad, la ley de Dios lo que le pertenece, que es nuestra vida . 

Con el fin de dar un nuevo impulso a la misión de toda la Iglesia a llevar a los hombres fuera del desierto en el que a menudo se encuentran hacia el lugar de la vida, de la amistad con Cristo, que nos da la plenitud de la vida, me gustaría anunciar en esta celebración eucarística He decidido celebrar un "Año de la Fe", que voy a ser capaz de ilustrar con una carta apostólica especial.

Este "Año de la Fe" comenzará el 11 de octubre de 2012, el 50 º aniversario del Concilio Vaticano II, y terminará 24 de noviembre 2013, Solemnidad de Cristo Rey. Será un momento de gracia y el compromiso de una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra fe en Él y proclamar con alegría a la gente de nuestro tiempo. 

Queridos hermanos y hermanas, ustedes son uno de los protagonistas de la nueva evangelización que la Iglesia ha realizado y continúa, no sin dificultad, pero con el mismo entusiasmo de los primeros cristianos. 

En conclusión, hago mías las palabras del apóstol Pablo que hemos escuchado: Doy las gracias a Dios por todos vosotros, y os aseguro que te tengo en mis oraciones, recordando la obra de vuestra fe, vuestro trabajo de amor y la tenacidad de vuestra esperanza en el Señor Jesucristo. 

La Virgen María, que no tenía miedo de contestar "sí" a la Palabra de Dios y, después de haber concebido en el vientre, salió lleno de alegría y esperanza, sea siempre su modelo y su guía. Aprender de la Madre de Dios y Madre nuestra a ser humildes y valientes a la vez, sencillo y prudente, moderado y fuerte, no con la fuerza del mundo, sino con la verdad. Amen.


26 de octubre de 2011

RINO FISICHELLA. “LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
REQUIERE DULZURA RESPETO Y RECTA RAZÓN”


Rino Fisichella -conferencia en Comillas

Santiago Madrigal: "La Iglesia tiene que ser profeta y madre"

Antonio Allende: “Un colegio católico no es una piscifactoría para pescar cristianos o vocaciones”

(José Manuel Vidal).- Con una sopesada conferencia, sentido del humor y capacidad de innovación, el flamante presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, Rino Fisichella, se ganó la ovación de las más de 200 personas que llenaban el aula 'Pérez del Pulgar' de la Universidad Pontificia Comillas en las VIII Jornadas de Teología.

El encargado de recristianizar el mundo occidental presentó su hoja de ruta. Hecha de "dulzura, respeto y recta conciencia". O dicho de otra forma, "una apologética positiva", que nada tiene que ver con la rancia apologética que trataba de imponer, en vez de ofrecer. La apologética de "una conducta vital irreprochable y creíble" de hombres y mujeres "tocados por Dios".

El arzobispo Fisichella, que fue capellán del Parlamento italiano durante 17 años, comenzó precisando el nombre de su propio consejo pontificio, que, a su juicio, no debería llamarse de la nueva evangelización, sino de la "evangelización nueva". Porque evangelizar es "anunciar un mensaje con alegría", dado que "no es sólo el testimonio de un hecho histórico, sino también una fuerza creadora".

De ahí la recuperación del mismo término evangelización
(antaño tachado de connotaciones protestantes). De hecho, en el Vaticano I sólo aparece una vez la palabra Evangelio. En cambio, en el Vaticano II, Evangelio se cita 157 veces, evangelizar, 18, y evangelización, 31.

Según Fisichella, la evangelización "es el primer deber del cristiano". Un deber al que no se puede renunciar "sin traicionar el bautismo".

Y teniendo siempre en cuenta que "la eficacia de la evangelización no se agota en la predicación, sino en el testimonio: creer no es adhesión a una teoría, sino compromiso de vida y entrega personales".

"Llamados a dar razón de la fe"

Una vez sentado este principio, Fisichella abordó el segundo: "Los creyentes son llamados a dar razón de su fe", porque "la apología no es extraña a creer, pertenece al acto por el que se entra en la lógica de la fe".

Una lógica que, en las últimas décadas, "no parece haber apasionado mucho a los creyentes", que escaparon de la repetición de meras formulas de fe, a veces esclerotizadas, para caer, en la extravagancia de las innovaciones al intentar atraer al hombre contemporáneo. El punto medio evangelizador actual sería "permanecer fieles a los fundamentos y construir algo coherente que pueda ser comprendido por el hombre de hoy".

Es decir, una nueva apologética que, en la nueva evangelización, tiene que basarse en "la dulzura, el respeto y la recta conciencia", sin "recurrir a la arrogancia, al orgullo o a la superioridad respecto a otras doctrinas".

Una dulzura que, para Fisichella, es "sinónimo de mansedumbre" y de su correspondiente bienaventuranza. Un respeto entendido como "la capacidad de entender al interlocutor" y el sentido de la responsabilidad para "no atenuar la radicalidad del Evangelio ni limitar instrumentalmente sus contenidos".

Y, por último, la recta conciencia o la coherencia vital o "una conducta vital irreprochable y creíble".
Ésta es la apologética de la nueva evangelización. "Una apologética positiva" o "presentación del acontecimiento cristiano como anuncio de una novedad esperada" y sin repetir los errores del pasado. Por ejemplo, sin caer en la trampa de reducirlo todo a "demostraciones", a la simple ratio sin fides.

De hecho, "el objetivo de la nueva apologética no es demostrar la existencia de Dios y la veracidad de la redención, sino de demostrar que sin su presencia y cercanía el hombre se transforma en un extraño para sí mismo y pierde incluso la alegría de vivir".

En el diálogo posterior, Fisichella ahondó en alguna de sus tesis y lo hizo con un peculiar sentido del humor, lo que, unido a la profundidad de su mensaje, le hizo ganarse las simpatías del auditorio, que le premió con una cerrada ovación.

Antes de Rino Fisichella intervinieron, con sendas ponencias, el profesor de Comillas, Santiago Madrigal, y el director de la editorial Sal Terrae, Antonio Allende.

Con una ponencia titulada "la Iglesia y la transmisión de la fe en el horizonte de la 'nueva evangelización'", Madrigal, tras describir la "situación actual de emergencia educativa", recordó las características de la teología de la misión hoy, a la luz de 'Ad gentes, Evangelii nuntiandi y Redemptoris missio".

Señaló el profesor que, en estos momentos, se dan en la iglesia dos modelos. O deberían darse. El de la Iglesia-heraldo o profeta y el de la Igleisa-madre. La Iglesia profeta "es la Iglesia hecha palabra, mensaje y coloquio de Dios con la humanidad". La segunda imagen, "quizás un poco más ñoña, pero contiene una protopalabra". Y para avalar su tesis, citó la famosa frase de san Cipriano: "No puede tener a Dios como padre quien no tiene a la Iglesia como madre". O en palabras de Madrigal, "no se trata sólo de sentir en y con la Iglesia, sino de vivir de la iglesia".

Tras señalar que "la iglesia hace la misión y la misión hace la Iglesia", Santiago Madrigal apuntó una serie de propuestas a modo de conclusión. Por ejemplo, "el problema pastoral de la ubicación del sacramento de la confirmación en la iniciación cristiana", que resulta problemático sobre todo en la relación con la Iglesia ortodoxa.

el olvido de Dios, como problema capital de la evangelización; la mediación eclesial de la fe, y sobre todo, la hora de la martyria. Porque, a su juicio, "es la hora del testimonio y de la condición de testigos, de evangelizadores y de educadores".

Antonio Allende: "Un colegio católico no es una piscifactoría para pescar cristianos o vocaciones"

Intervino, a continuación, el ex delegado de educación de la Provincia de Castilla y actual director de la editorial Sal TerraeAntonio Allende.

Con una ponencia sobre "la transmisión de la fe en los centros educativos". El ponente comenzó planteándose la cuestión, también recogida por el propio Papa Ratzinger, de la aportación específica de las instituciones católicas al sistema educativo.

¿Tiene que seguir la Iglesia regentando centros escolares?, se preguntaba el ponente Y respondía: "Puede y debe". Porque, como decía el anterior Prepósito General de la Compañía, Padre Kolvenbach, abandonar los centros educativos católicos "puede ser una sutil huida de la realidad y un ejemplo de desencarnación".

¿Tiene sentido hablar hoy de un centro educativo evangelizador? Siguió preguntándose el padre Allende. Para responder, precisaba que "un colegio no es una parroquia", aunque él confesó sentirse párroco durante los años en los que fue director de un centro jesuita. Y es que "el colegio evangeliza a través de la educación y, por lo tanto, no es una piscifactoría para pescar cristianos o vocaciones".

Porque "la misión específica del colegio católico es educar, transmitir conocimientos y evangelizar educando". O como decía San Ignacio, hacer alumnos "no sólo más doctos, sino mejores". O, en palabras, del ponente, "atender al saber, al ser y al creer".

Lo que se denomina "educación integral", algo que "las diversas legislaciones que hemos padecido se han olvidado". Porque el sistema educativo está orientado hacia el mundo laboral y "hacia la producción de productores".

Allende sostuvo que para evangelizar en los colegios católicos hay que "inculturar el mensaje evangélico en el lenguaje y la cultura de los jóvenes" y que dejen de sentir que, cuando se les invita a convertirse al Evangelio, se les está invitando a abandonar su propia cultura.

En este sentido, tampoco ayuda, sino que, al contrario, dificulta esta evangelización de los jóvenes, "la mala imagen social de la Iglesia".

Teniendo también en cuenta, según Allende, que la transmisión de la fe es como la risa: "No se puede obligar a nadie a reírse, lo que puedes hacer es contar un chiste para que alguien se ría, es decir generar las condiciones para que la gente crea".

Y, por supuesto, dar el paso "al anuncio explícito de Jesús", con modestia, "lo que se pueda y como se pueda", atendiendo a las diversas situaciones personales y con una visión positiva de los jóvenes a los que se va a evangelizar. Porque "en general, la imagen que los docentes tienen de la juventud es muy negativa".

Por último, Allende avanzó una serie de retos de las escuelas católicas. Por ejemplo, tener presente que el que evangeliza no es el colegio, sino la comunidad educativa. "Sin comunidad, a la Iglesia se le ve sólo el esqueleto y, en vez de atraer, espanta".
 O asumir el signo de los tiempos de la "dificultad de la transmisión de la fe en la familia".

Otro reto es "no convertir los colegios en guetos", especialmente en un momento en los que se percibe "un ataque social a la Iglesia". Porque el hecho es que la gente valora los colegios católicos y "la Iglesia quiere seguir evangelizando en los colegios".



“EL RETO DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN” 

CONFERENCIA  PARA EL "MOVIMIENTO DE CURSILLOS DE  CRISTIANDAD”


Monseñor Rino Fisichella, Prefecto del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, dió en 
Sevilla - 08 marzo 2012 -


Monseñor Rino Fisichella estuvo en Sevilla y dio una conferencia sobre algo en la que el MCC está completamente implicado. Es curioso y a la vez alentador comprobar que las líneas generales que expuso coinciden con los planteamientos que Cursillos desarrolla.

A continuación exponemos un extracto de la persona más autorizada en nuestra Iglesia para hablar de Nueva Evangelización, por algo es el  Prefecto del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.


¿Qué entendemos por nueva evangelización?

No es algo nuevo, sino que responde al mandato del Evangelio. La misión siempre es la misma, no responde por tanto a meras exigencias sociológicas. La Iglesia comprende la necesidad de la NE sin la cual no estaría obedeciendo el mandato del Señor. Además de proclamar y enseñar, aparece el verbo “Evangelizar” como acción de Jesús.

Nueva Evangelización expresa la idea de anunciar  un mensaje con alegría:

Por ejemplo el nacimiento de un hijo o la victoria en una batalla.

Sin embargo el sentido religioso aparece en el Antiguo Testamento en el libro de Isaías (52,7):

Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae las buenas nuevas de gozo, del que anuncia la salvación, y dice a Sion: Tu Dios reina!

Este es el grito del heraldo que precede al pueblo de Israel que vuelve tras el exilio en Babilonia. Pero anuncia la verdadera victoria: Dios vuelve a habitar en Sión

Es también Isaías el que proclama esta Buena Nueva :

 El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres,
 Impresiona comprobar la coincidencia con el Nuevo Testamento donde Jesús mismo se identifica con el esperado Mensajero de Alegría.

Así, los apóstoles son identificados como portadores de un mensaje de la salvación y alegría  enla Cartade Pablo a los Romanos , capítulo 10:
 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el que no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?   Como está escrito: Qué hermosos son los pies de quienes anuncian la buena noticia…

El destinatario de este mensaje es el mundo entero y El evangelio de Jesucristo es Jesucristo mismo.

Evangelizar equivale simplemente a llevar el evangelio para provocar, llamar a la conversión, para crear una comunidad de fe, esperanza y amor. Es una fuerza creadora que actúa cuanto expresa, no es sólo una palabra,… porque quienes reciben el evangelio se convierten en misioneros para que otros encuentren también la alegría de la salvación, la alegría del encuentro con Cristo.

En la carta de Pedro se nos insta a  estar siempre dispuestos a comunicar la razón de nuestra fe y nuestra esperanza para que el acto de creer pueda ser asumido libremente con el intelecto y la voluntad.

La solución para la Nueva Evangelización no es la extravagancia de inventar novedades. Se trata de ser fieles al fundamento pero con el riesgo de querer ser comprendidos por un hombre que es distinto al de otras épocas. Afrontando el alejamiento de la fe de la sociedad y las culturas de hoy. 
Dando respuestas adecuadas para quela Iglesia se presente al mundo con un nuevo impulso.

Evangelización es un término en la Iglesia de naturaleza tardía. Erasmo llamó evangélico al fanatismo luterano. Después de Trento, enla Iglesia se prefería el término misión.

En 1940 se empieza a hablar de evangelización gracias al impulso del Movimiento catequético.

La Evangelización se identifica  como primer anuncio como algo diferenciado de la catequesis.

Surgieron expresiones como Pre-evangelización como la preparación previa para poder asumir el anuncio explícito.

Para ver la evolución de estos términos, nos fijamos en  Vaticano I, donde  la palabra evangelio aparece 1 sola vez, mientras que  en el Vaticano II evangelio aparece 157 veces. Evangelizar 18 veces. Evangelización 38 veces.


Contenido de la Nueva Evangelización

El tema de la Nueva Evangelización se fortalece a partir de las palabras de la carta a los Hebreos 13,8: Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.
A quien anunciamos permanece inalterado.

Ekumenoi fue la expresión que usó Jesús para decir que los superiores tienen que servir. El que gobierna tiene que ser como el que sirve. No nos hace mejores que los otros, ni nos debe enorgullecer.

El anuncio es el primer deber del ministerio que los cristianos deben desarrollar. No se puede renunciar a este ministerio sin renunciar a nuestro bautismo.

Nos hace tomar conciencia de nuestra responsabilidad. La primera responsabilidad de los sacerdotes es la predicación. ¿Qué se llevan de nosotros los que vienen  esporádicamente a la iglesia, sólo para bautizos, bodas y entierros?. ¿Qué transmitimos con nuestra predicación? ¿Sólo sentimiento o nuestra propia interpretación de la fe? ¿O hay una transmisión real de la fe, de Jesús?

Hay algo más, es el estilo de vida del creyente lo que provoca la imitación de la fe.

Hemos de ser una comunidad viva que anuncia a Jesús de manera creíble. La persona de Jesucristo es lo que anunciamos, sin dejarnos llevar por doctrinas inconsistentes. Es bueno que el corazón sea iluminado por la gracia

La Carta Magna de la Apología cristiana la encontramos en la carta de Pedro. Allí utiliza tres  notas muy importantes para la Nueva Evangelización, que deberían tener un valor programático:

La Evangelización debe ser realizada con:

Dulzura (equiparable a la mansedumbre de la bienaventuranza)
Con la alegría de la palabra de Dios. No ser áspero, no recurrir a la arrogancia o el orgullo. Un mensajero del Señor no debe ser pendenciero, sino paciente con la esperanza de que Dios quiera conceder la conversión.

Respeto 
Capacidad de entender al interlocutor. Darse cuenta del bien que obra en él para encaminarlo ala Verdad. Sentido de responsabilidad hacia Dios porque el evangelizador es anunciador de su Palabra y no debe limitar la radicalidad del Evangelio.

Recta conciencia
Es necesario ser conscientes de la coherencia a la que somos llamados. La fortaleza viene de la esperanza y la fe, pero la conducta del evangelizador debe ser intachable.
No desde la arrogancia o el orgullo, como si hubiese una superioridad respecto a los otros.

El camino de la Nueva Evangelización se basa en renovar el anuncio de Cristo para provocar la fe en Él mediante la conversión de la vida,

Tenemos que provocar la reflexión sobre  el sentido de la vida y de la muerte, y de la vida más allá de la muerte. Jesucristo no puede ser un extraño en nuestra predicación.

Tenemos la necesidad de hablar del misterio de la vida, y, después de esto, presentar a Jesucristo como revelador del misterio de Dios y del misterio del hombre. Hay que hacer una nueva antropología a la luz de la cristología. Necesitamos una nueva reflexión antropológica.

Necesitamos hombres con la mirada dirigida hacia Dios. Con su intelecto dirigido hacia Dios, y que éstos puedan hablar al intelecto de los hombres.

Sólo con hombres tocados por Dios, podrá Dios retornar a los hombres.

Teniendo una doble convicción:

-         La predicación basada en la credibilidad de nuestra vida.
-         La gracia actúa y transforma hasta convertir el corazón.

Con “Entusiasmós” que en griego significa movidos por el Espíritu
Pero sabiendo que no se puede adquirir la madurez de la fe si no está soportada por el intelecto. Si se queda en mero sentimiento, no puede soportarse.
Esto es lo que debería significar dar razón de la fe, la apología.

El mundo de hoy tiene una madurez científica enorme en todos los campos del saber pero no conoce los fundamentos más elementales de la fe, y claro, como muchos no lo conocen, no participan.

Pensar que la Nueva Evangelización pueda realizarse sólo con una renovación de las formas pasadas es una ilusión de la que debemos alejarnos.

Tampoco hay que inventar novedades con las que satisfacer al hombre de hoy, tan cambiante, tan acrítico, tan superficial.

Hay pues que construir algo coherente pero que sea comprendido por este hombre que es distinto al de otras épocas. Afrontando el fenómeno del alejamiento de la fe de esas sociedades otrora cristianas.

La pérdida preocupante del sentido de lo sagrado ha puesto en duda muchos presupuestos antes admitidos: La existencia de un Dios creador, la figura de Cristo como revelación de Dios, la referencia a una ley moral natural.

Vemos muchas veces que es inútil la catequesis. ¿Qué ha sido del Catecismo dela Iglesia Católica durante todo este tiempo? ¿Se conocen sus 4 partes fundamentales?

Hay que ir más allá de la fragmentación en la que vivimos. No se puede tener una formación teológica sistemática y sintética del misterio de Dios.

Tras la charla hubo unos minutos de coloquio

Coloquio

¿Cuál ha de ser la metodología a seguir?
No puede ser más que la metodología de la fe:

proclamación

liturgia

caridad

Desde el encuentro interpersonal: ojos que se miran; del que anuncia y del que los mira y al verlos comprende que es creíble lo que dice.

La crisis que vivimos no es sólo crisis de fe. Es una crisis profunda. Priman los derechos individuales sobre los del colectivo.

La familia (primer lugar de formación), la escuela y la comunidad cristiana; las tres en circularidad, son el principal cauce para la Nueva Evangelización.

Los Lineamenta de la nueva evangelización para el sínodo marcan las líneas maestras, pero hoy, muchos no saben en qué consiste la nueva evangelización.

¿Qué significa? ¿Qué es lo que hemos hecho antes? ¿Es que no hemos evangelizado?.

Sin embargo hay también movimientos nuevos: Focus, Alfa, comunidad de Juan Bautista, y otros, que  han asumido plenamente la tarea de la nueva evangelización.
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 15-03-2011

MONSEÑOR FISICHELLA: 
¿QUÉ QUIERE DECIR “NUEVA EVANGELIZACIÓN?”

Una sesión de dos días debate los horizontes de la temática

CIUDAD DEL VATICANO, martes 15 de marzo 2011 (ZENIT.org).- Para poder llevar a cabo el deber que el Papa Benedicto XVI ha confiado al nuevo Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, que instituyó el pasado 21 de septiembre de 2010, se organizaron dos jornadas de estudio, los pasados sábado y domingo, sobre los horizontes históricos, epistemológicos y pastorales de la nueva evangelización.


En un artículo publicado en L'Osservatore Romano, el presidente del nuevo dicasterio, monseñor Rino Fisichella, destaca la importancia de este encuentro y se pregunta que quiere decir efectivamente “nueva evangelización”.

“Una mirada rápida a las Lineamenta que han sido presentadas en estos días, de hecho, muestran con toda evidencia al menos veinte 'definiciones' distintas de nueva evangelización”, reconoció el prelado.“Si esto sirve para el debate en las comunidades eclesiales de manera que se pueda verificar las diversas experiencias en curso, puede ser positivo”, comentó, indicando sin embargo que si la extensión es demasiado amplia no cree que pueda ayudar a “centrar mejor el trabajo del dicasterio y, en cierto modo, de la misma Iglesia 
cuando quiere comprometerse a desarrollar su misión con mayor espíritu misionero”.

Para monseñor Fisichella, es necesario “superar una ambigüedad que ha surgido en los últimos meses cuando, sobre todo a través de los medios de comunicación, se ha querido identificar la nueva evangelización con experiencias como “el patio de los gentiles” (cfr. 
ZENIT, 26 enero 2011).


“Son dos ámbitos distintos y diversos”, advirtió, “no sólo por las competencias diferentes de los dicasterios, sino por la finalidad y los destinatarios de dicho objetivos”.

El Papa, de hecho, indicó para el nuevo dicasterio “el deber de una misión que desarrollar en los creyentes que se han alejado de la fe o son indiferentes”.

“Nueva evangelización, por tanto, no es como una 'primera evangelización' ni como una reevangelización'”.

Como afirmaba Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles laici, se refiere más a la capacidad de “rehacer el tejido cristiano de la sociedad humana. Pero la condición es que se rehaga el tejido cristianos de las mismas comunidades eclesiales que viven en estos países y en estas naciones”

Occidente
La mirada del Papa, observó monseñor Fisichella, se dirige, por tanto, a los países “que conocemos como Occidente, o el primer y segundo mundo donde el progreso económico, científico y tecnológico han hecho que entre en crisis el sentido mismo de Dios y el valor de su existencia personal, víctima del proceso de secularización que empuja a vivir en el mundo etsi deus non daretur”.

“A pesar de que permanece en muchas Iglesias un profundo sentido religioso que se expresa en una vida de fe y de tradiciones religiosas”, reconoció, “estas no van acompañadas por un correspondiente apoyo profundo de la inteligencia, capaz de comunicar la riqueza de la experiencia y del patrimonio de la fe, sino que a menudo se comprueba una alergia a estas formas y un paso a las sectas, donde sobresalen la emotividad y el fundamentalismo”.

En este contexto, es todavía más necesario “concentrar el esfuerzo al máximo por una definición más precisa de la expresión 'nueva evangelización'”, “para hacerla mayormente eficaz y coherente”.

“¿Quién es el sujeto de la nueva evangelización?”, se preguntó monseñor Fisichella.

“¿Qué contenidos peculiares posee la nueva evangelización? ¿Qué metodologías establece la nueva evangelización? ¿Quién es el destinatario de la nueva evangelización? ¿Cómo relacionarse con la distintas culturas y tradiciones eclesiales e las que se cumple la nueva evangelización?”.

“Soy muy consciente de que estas preguntas no pueden encontrar respuesta inmediata con la exhaustividad que nos gustaría -admitió-. Esto, por tanto, es el principio de un camino, no la meta”.

Pasado y futuro
El Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización fue instituido por el Papa Benedicto XVI con la Carta Apostólica en forma de Motu Propio  Ubicumque et semper  para “ofrecer respuestas adecuadas para que la Iglesia entera, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con una empuje misionero de manera que se promueva una nueva evangelización”.

Ya el Papa Juan Pablo II había pedido una “nueva evangelización”, por primera vez el 13 de junio de 1979 en Nowa Huta (Polonia), y su sucesor ha afirmado esta exigencia con su Motu proprio

La cuestión será fundamental también en el futuro próximo, ya que el Sínodo convocado para octubre de 2012 tendrá como tema “Nova evangelizatio ad christi anam fidem tradendam”.

El debate de los Padres sinodales, las Propositiones que se formularán y la Exhortación apostólica del Santo Padre serán inevitablemente la hoja de ruta para el trabajo del nuevo Consejo Pontificio, concluyó monseñor Fisichella.



EL VATICANO INSTA A LOS CATÓLICOS A RECUPERAR >>EL GUSTO POR POLÍTICA<<

22 noviembre de 2011 - Roma
Mons. Rino Fisichella . Foto Alberto R.  Roldán





El Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, monseñor Rino Fisichella ha exhortado a los católicos a "recuperar el gusto por el compromiso en la política" ante "la crisis, no sólo económica y financiera, sino también antropológica" y "de valores", en una entrevista concedida a la Radio Vaticana.


Así, monseñor Fisichella ha precisado que los católicos deben inspirarse "en el sentido de responsabilidad" para participar en la vida social y política del país y "restituir" así "una condición de diálogo que permita salir de una situación que desde hace tiempo impide ver el horizonte de un futuro más sereno". 

En este sentido, el presidente del dicasterio ha recordado que la secularización "tenía aspectos positivos al principio" ya que "hacía al hombre más consciente de la propia elección de fe", aunque ha subrayado que "el problema es que se ha caído en el secularismo", el cual "ha traído una forma cada vez más fuerte de individualismo". 

Además, el prelado ha señalado que el secularismo ha llevado a los hombres a vivir en el mundo "como si Dios no existiese" de tal forma que el hombre "prescinde incluso de cualquier relación con los principios éticos y morales". 

No obstante, monseñor Fisichella ha destacado que el mundo siente "una profunda nostalgia de Dios" porque hay preguntas "presentes en la vida de los hombres y de la sociedad" que "no encuentran respuesta". Así, según ha recordado el prelado, se crea "un vacío" que provoca "una falta de libertad" porque "falta la relación con la verdad más profunda y genuina sobre sí mismos".




13/04/20120.

VATICAN INSIDER

MONS. FISICHELLA: 
<<LA CORRRUPCIÓN MINA LA CREDIBILIDAD DE LAS INSTITUCIONES<<

Habla el presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización: «Grave malestar para la vida social»
REDACCIÓN ROMA

Mons. Rino Fisichella

Los casos de corrupción en la política y de un uso incorrecto de los recursos públicos plantean la necesidad de recuperar la «credibilidad de las instituciones», que, «en este momento desgraciadamente falta, causando un grave malestar para la vida social». Lo dijo mons. Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, durante la presentación de la iniciativa «10 plazas por 10 mandamientos» de Renovación del Espíritu, al responder a una pregunta sobre la exigencia de volver a insistir, hoy, en el mandamiento que dice “No robarás”.

Este mandamiento, como todos los demás –afirmó el arzobispo Fisichella–, debe verificarse como una norma ética que debe ser «siempre y donde sea» una referencia par a todo el mundo.

«Está claro –indicó– que cuando hay momentos históricos en los que se verifican más directamente casos de corrupción, que implican una mayor responsabilidad cuando los llevan a cabo instituciones o personas que tienen cargos públicos, es obvio que el ciudadano, antes que nada, se preocupa por todo esto».

Por ello, «todos, en casos como este, debemos siempre mantener una cierta cantidad de atención, de vigilancia y de profundo sentido de responsabilidad que no puede faltar en las instituciones»; pero «sobre todo –añadió– no puede faltar en un periodo como este, en la consciencia de la necesidad de recuperar la credibilidad de las instituciones, que en este momento desgraciadamente falta, causando un grave malestar para la vida social ».
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18/01/2012

ENTREVISTA CON MONS. RINO FISICHELLA




¿Quién es Jesús?

Sin duda es un encuentro. Un encuentro que más tarde se convirtió en la experiencia, la experiencia de la comprensión de lo que Él es. 

De la escucha de su voz y entender su mensaje. Un mensaje que vive después de 2000 años gracias a una comunidad de personas que lleva a cabo y lo mantiene vivo. 

Es el entendimiento de que la historia se ha cambiado por completo por esta persona: desde hace 2000 años que estamos calculando la historia desde su nacimiento, antes y después de Cristo.

¿Cómo podemos explicar a Jesús a los que no creen?

Yo creo que Jesús se aparece, incluso para aquellos que no creen que el compañero de viaje que se detiene a hablar con usted ... ¿te acuerdas de la imagen de los dos discípulos que caminan hacia Emaús después de la mañana de Pascua? 

Ellos no creían que Jesús había resucitado y, sin embargo Jesús camina hacia ellos, les habla, les interroga acerca de sus vidas y ellos no lo reconocen! Y, sin embargo, es Jesús quien está caminando con ellos. 

Creo firmemente que incluso hoy en día hay muchas personas que buscan el significado de la vida y que pueden - si es que purificar su mirada - que se puede encontrar la presencia de Jesús mientras que Él camina con ellos

Es creer que es un regalo o una elección?

Es una cosa y otra. Creer es un regalo, ya que es la gracia otorgada por Dios a cada hombre, mujer y sobre toda persona nacida en este mundo. 

Es un don de Dios y es un regalo que llamamos, usando un término técnico, "gracia". La presencia de Dios en cada uno de nosotros. Sin embargo, este don ha de ser despertado. Todo el mundo tiene dentro de sí mismo, en el fondo, pero la mayoría de las veces no se dan cuenta. 

Tiene que ser despertado. Es el mismo que para el amor: todo el mundo es capaz de amar, pero si él o ella no es amado, será muy difícil para él o ella para entender lo verdadero, el amor profundo es.

¿Qué es la nueva evangelización?

Como está escrito en el Nuevo Testamento: "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre", lo que significa que nuestra comunicación es comunicar el encuentro con una persona, Jesús, el Hijo de Dios, un encuentro que es siempre el mismo y sin embargo, tiene que cambiar, porque la vida de los hombres también está cambiando. 

Esto significa que tenemos que hacer todo lo posible - y esto es lo que la nueva evangelización está a punto - para ayudar al hombre moderno a encontrar una comunidad de personas que dan testimonio de la presencia de Jesús: Jesús, que ama y está cerca de cada uno y que acoge a todos y cada uno con su misericordia y su amor.

Seleccionado por el equipo de Aleteia, equipo Aleteia - 18 de enero 2012
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LLAMA A LOS SACERDOTES A PREPARAR BIEN LAS HOMILÍAS

Mons. Fisichella asegura que mucha gente no acude a la Iglesia «a causa de nuestra predicación»

El presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, el arzobispo Rino Fisichella, aseguró ayer que ante la situación de «crisis de fe» que existe en la sociedad resulta necesario que la pastoral de la Iglesia sea «más coherente» con la actual «situación cultural». Mons. Fisichella pronunció la conferencia «El reto de la Nueva Evangelización» en el salón de actos del centro de Estudios Teológicos de Sevilla.
02/03/12 10:46 AM 
Ver también

«Perdonen que insista en la necesidad de llamar al arrepentimiento», por Luis Fernando Pérez


  • (Efe) El prelado, que pidió a los asistentes hacer un "examen de conciencia muy profundo" sobre la labor ministerial, preguntó cuánto tiempo se "dedica" a la preparación de la homilía, porque se trata "del primer ministerio de los pastores", y mucha gente no acude a la Iglesia "a causa de nuestra predicación".

"¿Qué escucha la gente de nosotros? ¿Una invención sobre la palabra de Dios? ¿Sentimiento? ¿O una fe fuerte, una capacidad de comunicar una fe?", se preguntó el arzobispo, quien recordó que esta es la tarea, "y no teoría", de la Nueva Evangelización, ya que el estilo de vida del creyente "provoca la imitación de la fe".

Mons. Rino Fisichella, que advirtió que creer no es adherirse a un teorema, sino "un compromiso de vida", recordó que el e
Mons. Fisichella aseguró que está percibiendo en todos los estamentos y movimientos eclesiásticos un "increíble entusiasmo" en la Nueva Evangelización, porque son conscientes de que se trata de una "etapa muy importante en esta etapa histórica" de la Iglesia.




25 de junio 2011

“LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, ENTRE EL SER Y EL”

Card. Stanisław Rylko

Presidente Pontificio Consejo para los Laicos

Ciudad del Vaticano



La importante contribución de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades  

Del 7 al 28 de octubre de 2012 tendrá lugar en Roma la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, convocada por  el Santo Padre Benedicto XVI sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana.

Al inicio de este año la Secretaría general del Sínodo de los obispos publicó los Lineamenta, un verdadero vademecum  sobre la nueva evangelización que constituye una útil profundización del tema.

Como es sabido, no se trata de un concepto nuevo: el pontificado del beato Juan Pablo II se caracterizó por el leitmotiv de la nueva evangelización.

El Papa Juan Pablo II  explicaba su intención al poner el adjetivo “nueva” al término tradicional de “evangelización”: nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en sus expresiones.

Sin embargo, es necesaria una adecuada clave de lectura para comprender de modo conveniente el contenido de los Lineamenta. La expresión “nueva evangelización”, en efecto, ha llegado a ser tan común – a veces hasta se abusa de ella – que corremos un riesgo real de tergiversar su sentido, o, peor todavía, de reducirla a un lema insignificante.

Para llegar al núcleo de la cuestión es conveniente partir del Magisterio del beato Juan Pablo II llegando a las enseñanzas de Benedicto XVI, que también en este campo procede en la misma línea de su predecesor.

Juan Pablo II publicó, al término del Gran Jubileo, la Carta apostólica  Novo millennio ineunte con la que buscaba ayudar a la Iglesia a acoger los desafíos del tercer milenio; esta Carta contiene indicaciones esenciales y muy actuales sobre la misión de la Iglesia en nuestros días y nos pone en guardia respecto a algunos riesgos serios.

Así, en el número 15, leemos: «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”.

Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: “Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria” (Lc 10,41-42).»

Por tanto, concluye el Papa, el «misterio de Cristo»  debe ser siempre «fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral». Un poco mas adelante, en el n.29, encontramos una frase 

que se ha hecho famosa: «No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo.

No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!».

No una fórmula, sino una Persona: ante el multiplicarse de iniciativas de estudio sobre la nueva evangelización, que de por sí pueden ser válidas e interesantes, es necesario cuidarse de la ilusoria tentación – siempre presente en ambientes eclesiales – de buscar una “fórmula mágica” para la evangelización, una suerte de método infalible de eficacia garantizada. 

Para dar un paso más que ayude a seguir aclarando la cuestión es conveniente releer cuanto afirmó Benedicto XVI dirigiéndose a los obispos de Suiza: «también nosotros corremos el peligro de trabajar mucho en el campo eclesiástico, haciéndolo todo por Dios, pero totalmente absorbidos por la actividad, sin encontrar a Dios.»

Son palabras fuertes: se puede hacer de todo aparentemente por Dios, pero en realidad permanecer replegados sobre nosotros mismos, sin jamás entrar verdaderamente en relación con Dios. El Papa prosigue: «Los compromisos ocupan el lugar de la fe, pero están vacíos en su interior.»

Con esta palabras hace evidente el riesgo que corren numerosos evangelizadores de hoy: el vaciamiento interior, que es la inevitable consecuencia de la pérdida de lo esencial, es decir, del olvido de la fe.

En efecto, ni siquiera en los ambientes eclesiales, como nos recuerda a menudo el papa Benedicto, puede darse por descontada la fe.

"Por eso, creo -- continúa el Santo Padre -- que debemos esforzarnos sobre todo por escuchar al Señor, en la oración, con una participación íntima en los sacramentos, aprendiendo los sentimientos de Dios en el rostro y en los sufrimientos de los hombres, para que así se nos contagie su alegría"

A partir de esta consideración el Papa prosigue subrayando la necesidad de reafirmar la centralidad de Dios en la vida de los cristianos. Quizá a alguno le puede parecer una tautología este subrayar la centralidad de Dios en la evangelización, pero en realidad no se trata para nada de un concepto banal. 

Para completar el cuadro de referencias al magisterio, releamos las palabras que Benedicto XVI pronunció improvisando, en respuesta a un periodista, sobre el tema del “primado de Dios” en la evangelización: «una Iglesia que busca sobre todo ser atractiva estaría ya en un camino equivocado, porque la Iglesia no trabaja para sí misma, no trabaja para aumentar sus cifras y así su propio poder. 

La Iglesia está al servicio de Otro: sirve no para ella misma, para ser un cuerpo fuerte, sino que sirve para hacer accesible el anuncio de Jesucristo, las  grandes verdades y las grandes fuerzas de amor, de reconciliación que se han presentado en esta figura y que vienen siempre de la presencia de Jesucristo. En este sentido la Iglesia no busca su propio atractivo, sino que debe ser transparente para Jesucristo y, en la medida en que no exista para sí misma, como cuerpo fuerte, poderoso  en el mundo, que quiere tener poder, sino que sea sencillamente voz de Otro, se hace realmente transparente para la gran figura de Cristo y las grandes verdades que ha traído a la humanidad. La fuerza del amor, en ese momento, se escucha, se acepta. La Iglesia no debería considerarse a sí misma, sino ayudar a considerar al Otro y ella misma ver y hablar del Otro y por el Otro».

Este es el núcleo de la cuestión de la nueva evangelización: la centralidad de Dios en nuestra vida. Un antiguo adagio escolástico dice:  operari sequitor esse  y puede ser traducido diciendo: nuestro actuar expresa nuestro ser.

Nuestra primera preocupación, como nos enseñan los grandes santos, debería estar dirigida a nuestro ser cristianos. San Ignacio de Antioquía, durante el viaje hacia Roma, donde lo esperaba el martirio, escribe a los fieles de la Ciudad Eterna: «Orad por mi, para que no solamente lleve el nombre de cristiano sino que lo sea verdaderamente».

.Por ello, en la raíz de la evangelización está el ser, no las modalidades de anuncio, no los métodos, no las técnicas de comunicación ni las modalidades del lenguaje.

Claro, todas ellas son cuestiones que tienen su importancia, pero no pueden constituir el punto de partida. Se parte del ser: del ser cristianos, del ser Iglesia.

En efecto, cuando se habla de nueva evangelización, nos viene a la mente un modo renovado de ser cristianos, nos viene a la mente la preocupación por encontrar ambientes donde puedan nacer cristianos auténticos, formados en la  unidad entre fe y vida, en un nuevo modo de ser Iglesia, capaces de testimoniar la belleza de ser cristianos.

Entonces, lo central no será la búsqueda de una “fórmula mágica” para atraer a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sino la conciencia de que debemos partir de nosotros mismos, de nuestro modo de ser discípulos de Cristo. En los Lineamenta del próximo Sínodo no faltan llamados inequívocos a la conversión en este sentido. 

También los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades están llamados a volver a considerar en esta perspectiva su vocación y misión; y ello significa entrar en un seria reflexión sobre la propia identidad.

Las nuevas realidades eclesiales, sin lugar a dudas, han demostrado una capacidad peculiar de generar en gran medida, sobre todo en los laicos, mujeres y hombres, un impulso misionero insospechado, que antes ni siquiera los mismos interesados eran conscientes de poseer.

¿De dónde les viene tal capacidad? Ciertamente no de “fórmulas mágicas”, de métodos preconfeccionados, sino más bien de la pedagogía de la fe que es generada por el carisma, idónea para formar a los bautizados y hacer de ellos cristianos conscientes de la propia vocación y en consecuencia de la propia misión.

Por esta razón para las nuevas comunidades y movimientos eclesiales, el apelo a la nueva evangelización significa una fuerte referencia a la propia identidad. Ser ellos mismos, como movimientos, quiere decir precisamente volver a acoger con espíritu nuevo,con renovado entusiasmo, el carisma propio de la propia comunidad, del movimiento al que se pertenece.

En la fase histórica que estamos  atravesando es verdaderamente fundamental redescubrir el carisma. En la vida llegan, tarde o temprano – y lo dicen también los Lineamenta – el cansancio, el desánimo o también una cierta rutina, no lo neguemos.

Aquello que es lo más sagrado, lo más bello, tiende a desvanecerse en lo cotidiano. La mayor parte de los movimientos y las  nuevas comunidades internacionales tienen ya a sus espaldas una historia consistente: algunos treinta años, otros cuarenta, cincuenta o más.

El paso del tiempo en la vida de una comunidad implica el paso de diversas “estaciones”: estación de la infancia, de la adolescencia y luego de la madurez, esa madurez eclesial que tanto auspició Juan Pablo II.

Con el paso de las estaciones emerge la necesidad de defender la frescura de la mirada al carisma, el estupor ante el singular don recibido de Dios.

En la capacidad de acoger de modo renovado el carisma está la posibilidad para los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades de ofrecer su contribución decisiva a favor de la nueva evangelización, la verdadera novedad que puede revigorizar el impulso misionero de la Iglesia de hoy, la especificidad que reúne a los nuevos carismas. Es decir, su ser mismo.

El Beato Juan Pablo II amaba la expresión «ser más»:

8. para los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades “ser más” quiere decir redescubrir siempre nuevamente la belleza del propio carisma teniendo bien presente que ningún carisma es dado solo para uno mismo sino para el bien de la Iglesia y de su misión.

De esta conciencia brota la extraordinaria fantasía misionera que todos reconocen en las nuevas realidades eclesiales, su valentía en el anuncio. No se trata por ello de elaborar una fórmula especial, sino de reapropiarse de su ser mismo. 

Ante el tema de la nueva evangelización, es absolutamente necesario 
acoger esta premisa para no correr el riesgo de instrumentalizar las realidades carismáticas que el Espíritu Santo suscita en la Iglesia de hoy. Con demasiada frecuencia se espera de ellos “recetas” buenas y ya preparadas para la nueva evangelización, metodologías…

En cambio, debemos pedirles que sean cada vez más colaboradores del Espíritu Santo para generar cristianos auténticos.

La llamada a la nueva evangelización, en efecto, se refiere a un nuevo modo de ser cristianos, un nuevo modo de ser Iglesia, donde lo “nuevo” es el modelo evangélico que brota de los Hechos de los Apóstoles, la fuerza del Espíritu que renueva a toda la comunidad cristiana. 


1.Intervención de introducción del Cardenal Stanisław Ryłko, Presidente del Pontificio Consejo para los
Laicos, en el encuentro con movimientos eclesiales  y nuevas comunidades sobre el tema de la nueva evangelización que tuvo lugar en ese dicasterio el 25 de junio de 2011. 
2.Cf. JUAN PABLO II, Discurso a la XIX Asamblea ordinaria del CELAM, 9 de marzo de 1983: L'Osservatore  Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1983, p. 24. 2
3.Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía durante el viaje apostólico a Portugal, 11 de mayo de 2010.
4.ID. Homilía en la Santa Misa con obispos de Suiza, 7 de noviembre de 2006.
5 ID. Entrevista durante el vuelo al Reino Unido, 16 de septiembre de 2010.
6.Cfr. Carta a los Romanos, III, 2.  4                                                 
7.Cfr. Discurso a los movimientos y las nuevas comunidades, 30 de mayo de 1998, n.6.
8.Cfr. Por ejemplo Discurso en la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, 28 de enero de 1979, III, 4




         SINODO DE LOS OBISPOS.

XIII ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA 

"LA NUEVA EVANGELIZACION PARA LA TRANSMISIÓN DE LA FE CRISTIANA"

LINEAMENTA


   

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Introducción

1. La urgencia de una nueva evangelización
2. El deber de evangelizar
3. Evangelización y discernimiento
4. Evangelizar en el mundo de hoy, a partir de sus desafíos
Preguntas

Tiempo de “nueva evangelización”

5. “Nueva evangelización”. El significado de una definición
6. Los escenarios de la nueva evangelización
7. Como cristianos frente a estos nuevos escenarios
8. “Nueva evangelización” y deseo de espiritualidad
9. Nuevos modos de ser Iglesia
10. Primera evangelización, atención pastoral, nueva evangelización
Preguntas

Proclamar el Evangelio de Jesucristo.
11. El encuentro y la comunión con Cristo, finalidad de la transmisión de la fe
12. La Iglesia transmite la fe que ella misma vive
13. La Palabra de Dios y la transmisión de la fe
14. La pedagogía de la fe
15. Las Iglesias locales, sujetos de la transmisión
16. Dar razón: el estilo de la proclamación
17. Los frutos de la transmisión de la fe
Preguntas

Iniciar a la experiencia cristiana
18. La iniciación cristiana, proceso evangelizador
19. El primer anuncio como exigencia de formas nuevas del discurso sobre Dios
20. Iniciar a la fe, educar en la verdad
21. El objetivo de una “ecología de la persona humana”
22. Evangelizadores y educadores en cuanto testigos
Preguntas

23. El fundamento de la “nueva evangelización” en María y en Pentecostés
24. La “nueva evangelización”, visión para la Iglesia de hoy y de mañana
25. La alegría de la evangelización



«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20). Con estas palabras, Jesucristo, antes de subir al cielo y sentarse a la derecha de Dios Padre (cf. Ef1, 20), envió a sus discípulos a proclamar la Buena Noticia al mundo entero. 

Ellos representaban un pequeño grupo de testigos de Jesús de Nazaret, de su vida terrena, de su enseñanza, de su muerte y sobre todo de su resurrección (cf. Hch 1, 22). La tarea era inmensa, más allá de sus posibilidades. Para darles coraje el Señor Jesús promete la venida del Paráclito, que el Padre enviará en su nombre (cf. Jn 14, 26) y que los «guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13). Además, asegura su presencia constante: «Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Después del acontecimiento de Pentecostés, cuando el fuego del amor de Dios se posó sobre los apóstoles (cf. Hch 2, 3unidos en oración «en compañía de algunas mujeres, y de María la madre de Jesús» (Hch 1, 14), el mandato del Señor Jesús comenzó a realizarse. El Espíritu Santo, que Jesucristo da en abundancia (cf. Jn 3, 34), está en el origen de la Iglesia, que es por naturaleza misionera. En efecto, apenas recibida la unción del Espíritu, san Pedro Apóstol «presentándose ... levantó su voz» (Hch 2, 14proclamando la salvación en nombre de Jesús, «que Dios ha constituido Señor y Cristo» (Hch 2, 36). 

Transformados por el don del Espíritu, los discípulos se dispersaron por el mundo entonces conocido y difundieron el«Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1, 1). Su anuncio ha llegado a las regiones de la cuenca Mediterránea, de Europa, de África y de Asia. Guiados por el Espíritu, don del Padre y del Hijo, sus sucesores han continuado dicha misión, que conserva su actualidad hasta el fin de los siglos. Mientras la Iglesia exista debe anunciar el Evangelio de la venida del Reino de Dios, la enseñanza de su Maestro y Señor y, sobre todo, la persona de Jesucristo.

La expresión «el Evangelio», τò εύ αγγέλιον, era usada ya en la época del nacimiento de la Iglesia. La emplea a menudo san Pablo para indicar la predicación del Evangelio, que Dios le ha confiado (cf. 1 Ts 2, 4) «entre frecuentes luchas» (1 Ts 2, 2), y toda la nueva economía de la salvación (cf. 1 Ts 1, 5 ss; Gal 1, 6-9 ss). Además de Marco (cf. Mc 1, 14.15; 8, 35; 10, 29; 13, 10; 14, 9; 16, 15), el término Evangelio es usado también por el evangelista Mateo, asiduamente en la combinación específica «el Evangelio del Reino» (Mt 9, 35; 24, 14; cf. 26, 13). San Pablo utiliza también el término evangelizar (εύ αγγελίσασθαι, cf. 2 Co 10, 16), que se encuentra en los Hechos de los Apóstoles (cf. en particular Hch 8, 4. 12. 25. 35. 40), y cuyo uso ha tenido un notable desarrollo en la historia de la Iglesia.

En tiempos recientes con el término evangelización se indica la actividad eclesial en su totalidad. La Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandipublicada el 8 de diciembre de 1975, comprende dentro de tal categoría la predicación, la catequesis, la liturgia, la vida sacramental, la piedad popular, el testimonio de vida de los cristianos (cf. EN 17, 21, 48 ss).En dicha Exhortación el Siervo de Dios, el Papa Pablo VI, ha recogido los resultados de la Tercera Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrada del 27 de septiembre al 26 de octubre de 1974 sobre el tema La evangelización en el mundo moderno. El Documento ha dato un notable dinamismo a la acción evangelizadora de la Iglesia en las décadas sucesivas, que ha sido acompañado por una auténtica promoción humana (cf. EN29, 38, 70).

En el amplio contexto de la evangelización, una atención particular es reservada al anuncio de la Buena Noticia a las personas y a los pueblos que todavía no conocen el Evangelio de Jesucristo. A ellos se dirige la missio ad gentes. 

Ésta ha caracterizado la actividad constante de la Iglesia, aunque haya habido momentos privilegiados en algunos períodos históricos. Basta pensar en la epopeya misionera del continente americano, o luego, en las misiones en África, Asia y Oceanía. Con el Decreto Ad gentesel Concilio Vaticano II ha subrayado la naturaleza misionera de toda la Iglesia. Según el mandato de su fundador Jesucristo, los cristianos no solo deben sostener, con la oración y el apoyo material, a los misioneros, o sea a las personas dedicadas al anuncio a los no cristianos, sino también están llamados ellos mismos a contribuir a la difusión del Reino de Dios en el mundo, según los modos y la vocación propios. 

Esta responsabilidad se hace particularmente urgente en la actual fase de globalización en la cual, por diversas razones, no pocas personas que no conocen a Jesucristo emigran hacia los Países de antigua tradición cristiana y, por lo tanto, entran en contacto con los cristianos, testigos del Señor resucitado, presente en su Iglesia, en modo especial en su Palabra y en los sacramentos.

En el curso de sus 45 años, el Sínodo de los Obispos ha tratado el tema de la missio ad gentesen varias Asambleas. Por una parte, ha tenido presente la naturaleza misionera de toda la Iglesia y, por otra parte, las indicaciones del Concilio Ecuménico Vaticano II que, en el Decreto conciliar Ad gentes, ha confirmado el interés misionero como importante finalidad de la misma actividad del Sínodo de los Obispos: «Perteneciendo, ante todo, al cuerpo de los Obispos la preocupación de anunciar el Evangelio en todo el mundo, el sínodo de los Obispos, o sea “el Consejo estable de Obispos para la Iglesia universal”, entre los negocios de importancia general, considere especialmente la actividad misional deber supremo y santísimo de la Iglesia» (AG29).

En las últimas décadas se ha hablado también de la urgencia de la nueva evangelización.Teniendo presente que la evangelización constituye el horizonte ordinario de la actividad de la Iglesia y del anuncio del Evangelio ad gentes –que exige la formación de comunidades locales, las Iglesias particulares, en los Países misioneros de la primera evangelización– la nueva evangelización es más bien dirigida a aquellos que se han alejado de la Iglesia en los Países de antigua cristiandad. 

Este fenómeno, lamentablemente, existe con diversos matices también en los Países donde la Buena Noticia ha sido anunciada en los últimos siglos, pero todavía no ha sido suficientemente acogida hasta transformar la vida personal, familiar y social de los cristianos. Así lo han puesto de relieve las Asambleas Especiales del Sínodo de los Obispos, de carácter continental, celebradas como preparación al Año Jubilar del 2000. 

Se trata de un gran desafío para la Iglesia universal. Por esta razón, Su Santidad Benedicto XVI, después de haber sentido el parecer de sus hermanos en el episcopado, ha decidido convocar la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, que tendrá lugar desde el 7 hasta el 28 de octubre de 2012. Retomando la reflexión desarrollada hasta el presente sobre el tema, la Asamblea sinodal tendrá como finalidad examinar la situación actual en las Iglesias particulares, para implementar, en comunión con el Santo Padre Benedicto XVI, Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia, nuevos modos y expresiones de la Buena Noticia que ha de ser trasmitida al hombre contemporáneo con renovado entusiasmo, como lo hacen los santos, testigos gozosos del Señor Jesucristo, «Aquel que era, que es y que va a venir» (Ap 4, 8). Se trata de un desafío para extraer, como el escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los cielos, cosas nuevas y cosas viejas del precioso tesoro de la Tradición (cf. Mt 13, 52).

Los Lineamenta que ahora presentamos, redactados con la ayuda del Consejo Ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, representan una etapa importante en la preparación de la Asamblea sinodal. Al final de cada capítulo se encuentran algunas preguntas que tienen como finalidad facilitar la discusión a nivel de la Iglesia universal. En efecto, los Lineamenta se envían a los Sínodos de los Obispos de las Iglesias Orientales Católicas sui iuris, a las Conferencias Episcopales, a los Dicasterios de la Curia Romana y a la Unión de los Superiores Generales, organismos con los cuales la Secretaría General del Sínodo de los Obispos mantiene relaciones oficiales. 

Tales órganos eclesiales procuran favorecer la reflexión del mencionado documento en las respectivas estructuras: diócesis, zonas pastorales, parroquias, congregaciones, asociaciones, movimientos, etc. Las respuestas de dichos organismos deberían ser resumidas por los responsables de las Conferencias Episcopales, de los Sínodos de los Obispos, así como también de los otros organismos enumerados, y luego deberían ser enviadas a la Secretaría General del Sínodo de los Obispos antes del 1º de noviembre de 2011, solemnidad de Todos los Santos. Con la ayuda del Consejo Ordinario, las respuestas serán atentamente analizadas e integradas en elInstrumentum laboris, documento de trabajo de la próxima Asamblea sinodal.
Mientras se agradece anticipadamente por la eficaz colaboración, que representa un valioso intercambio de dones, de preocupaciones y de atenciones pastorales, confiamos el proceso de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos a la maternal protección de la Beata Virgen María, Estrella de la Nueva Evangelización. 

Su intercesión obtenga para la Iglesia la gracia de renovarse en el Espíritu Santo de modo que en nuestro tiempo pueda poner en práctica, con renovado entusiasmo, el mandamiento del Señor resucitado: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15).

Vaticano, 2 de febrero de 2011, Fiesta de la Presentación del Señor.

Nikola Eterović
Arzobispo titular de Cibale

Secretario GeneralI




Introducción.

"Fui hallado de quienes no me buscaban; me manifesté a quienes preguntaban por mí". (Rom 10,20)

1. La urgencia de una nueva evangelización
Al concluir la celebración de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Medio Oriente, el Papa Benedicto XVI ha puesto claramente el tema de la nueva evangelización en el primer puesto en la agenda de nuestra Iglesia. «Se ha evocado muchas veces la urgente necesidad de una nueva evangelización también para Oriente Medio. 

Se trata de un tema muy extendido, sobre todo en los países de antigua cristianización. También la reciente creación del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización responde a esta profunda exigencia. Por eso, después de haber consultado al Episcopado de todo el mundo y después de haber escuchado al Consejo ordinario de la Secretaría General del Sínodo de los obispos, he decidido dedicar la próxima Asamblea General Ordinaria, en 2012, al siguiente tema: Nova evangelizatio ad christianam fidem tradendam, La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».[1]

Como él mismo lo recuerda, la decisión de dedicar esta Asamblea al tema de la nueva evangelización ha de leerse en el contexto de un plan unitario, que tiene como sus recientes etapas la creación de un dicasterio ad hoc[2] y la publicación de la Exhortación Apostólica postsinodalVerbum Domini;[3] un plan que está fundado en el empeño de una renovada acción evangelizadora, que ha animado el magisterio y el ministerio apostólico del Papa Pablo VI y del Papa Juan Pablo II. Desde el Concilio Vaticano II hasta el presente, la nueva evangelización ha sido siempre presentada, cada vez con más claridad, como el instrumento gracias al cual es posible enfrentar a los desafíos de un mundo en acelerada transformación, y como el camino para vivir el don de ser congregados por el Espíritu Santo para realizar la experiencia del Dios, que es para nosotros Padre, dando testimonio y proclamando a todos la Buena Noticia –el Evangelio– de Jesucristo.

2. El deber de evangelizar
La Iglesia, que anuncia y transmite la fe, imita el modo de actuar del mismo Dios, el cual se manifiesta a la humanidad ofreciendo el Hijo, vive en la comunión trinitaria, infunde el Espíritu Santo para comunicarse con la humanidad. Para que la evangelización sea eco de esta comunicación divina, la Iglesia debe dejarse plasmar por la acción del Espíritu y conformarse a Cristo crucificado, el cual revela al mundo el rostro del amor y de la comunión de Dios. De este modo descubre su vocación de Ecclesia mater que engendra hijos para el Señor, transmitiendo la fe, enseñando el amor que genera y nutre a los hijos.

En el corazón del anuncio está Jesucristo, en el cual se cree y del cual se da testimonio. Transmitir la fe significa esencialmente transmitir las Escrituras, principalmente el Evangelio, que permiten conocer a Jesús, el Señor.

Precisamente el Papa Pablo VI, lanzando nuevamente la prioridad de la evangelización, recordaba a todos los fieles: «No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examinasen en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza – lo que San Pablo llamaba avergonzarse del Evangelio –, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?».[4] La pregunta, con la cual concluye Evangelii nuntiandi, suena a nuestros oídos como una exégesis original del texto de san Pablo del cual partimos y nos ayuda a colocarnos inmediatamente en el corazón del tema, que en el presente texto deseamos afrontar: la absoluta centralidad de la tarea evangelizadora para la Iglesia de hoy. 

Verificar la experiencia vivida, nuestra actitud respecto a la evangelización, es útil a nivel funcional, para mejorar aspectos prácticos de nuestras actividades y nuestras estrategias de anuncio. Dicha verificación, más profundamente, es el camino para interrogarnos hoy sobre la calidad de nuestra fe, sobre nuestro modo de sentirnos y ser cristianos, discípulos de Jesucristo invitados a anunciarlo al mundo, a ser testigos que, imbuidos del Espíritu Santo (cf. Lc24, 49 s; Hch 1, 8), están llamados a convertir a los hombres de todas las naciones en discípulos(cf. Mt 28, 19 s).

La palabra de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35) es emblemática sobre la posibilidad de un anuncio frustrado de Cristo, en cuanto incapaz de transmitir vida. Los dos de Emaús anuncian un muerto (cf. Lc 24, 21-24), comentan la propia frustración y la pérdida de esperanza. Ellos hablan de la posibilidad, para la Iglesia de todos los tiempos, de un anuncio que no da vida, pero que tiene encerrados en la muerte el Cristo anunciado, los anunciadores y los destinatarios del anuncio. 

La pregunta acerca de la transmisión de la fe, que no es una empresa individualista y solitaria, sino más bien un evento comunitario, eclesial, no debe orientar las respuestas en el sentido de la búsqueda de estrategias comunicativas eficaces y ni siquiera debe centrar la atención analíticamente en los destinatarios, por ejemplo los jóvenes, sino que debe ser formulada como una pregunta que se refiere al sujeto encargado de esta operación espiritual. 

Debe transformarse en una pregunta de la Iglesia sobre sí misma. Esto permite encuadrar el problema de manera no extrínseca, sino correctamente, porque cuestiona a toda la Iglesia en su ser y en su vivir. Tal vez así se pueda comprender también que el problema de la infecundidad de la evangelización hoy, de la catequesis en los tiempos modernos, es un problema eclesiológico, que se refiere a la capacidad o a la incapacidad de la Iglesia de configurarse como real comunidad, como verdadera fraternidad, como un cuerpo y no como una máquina o una empresa.

«La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza».[5] Esta afirmación del Concilio Vaticano II reasume en modo simple y completo la Tradición eclesial: La Iglesia es misionera porque se origina en la misión de Jesucristo y en la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre.[6] Además, la Iglesia es misionera porque asume como protagonista este origen, haciéndose anunciadora y testigo de esta Revelación de Dios y congregando el pueblo de Dios disperso, para que se pueda cumplir aquella profecía del profeta Isaías que los Padres de la Iglesia han leído como dirigida a ella: «Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblará» (Is 54, 2-3).[7]

Las afirmaciones del apóstol Pablo «predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9, 16) se pueden así aplicar y entender en relación a la Iglesia en su conjunto. Como nos recuerda el Papa Pablo VI: «la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia... Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar».[8]

En esta doble dinámica, misionera y evangelizadora, la Iglesia no reviste solo el papel del actor, de sujeto de la proclamación, sino también el rol reflexivo de la escucha y del discipulado. En cuanto evangelizadora, la Iglesia comienza con evangelizarse a sí misma.[9] La Iglesia sabe que ella es el fruto visible de esa ininterrumpida obra de evangelización que el Espíritu guía a través de la historia, para que el pueblo de los redimidos dé testimonio de la memoria viviente del Dios de Jesucristo. Hoy podemos sostener con mayor convicción todavía esta certeza que es nuestra, porque venimos de una historia que nos ofrece páginas extraordinarias de coraje, entrega, audacia, intuición y razón; páginas que nos han dejado muchos ecos y huellas en textos, oraciones, modelos y métodos pedagógicos, itinerarios espirituales, caminos de iniciación a la fe, obras e instituciones educativas.

3. Evangelización y discernimiento
Es importante para la Iglesia reconocer esta dimensión de escucha y discipulado inscripta en la obra de evangelización por un segundo motivo, además de aquel apenas indicado del agradecimiento y de la contemplación de las mirabilia Dei

La Iglesia se reconoce a sí misma como fruto de esa evangelización, y no sólo como agente, porque está convencida de que la dirección de todo este proceso no está en sus manos, sino en las de Dios, que la guía en la historia a través del Espíritu. Como lo da a entender bien san Pablo en el texto que hace de puerta de ingreso a esta introducción, la Iglesia es consciente que la dirección de la acción evangelizadora corresponde al Espíritu Santo: en Él confía para reconocer los instrumentos, los tiempos y los espacios de aquel anuncio que ella es llamada a vivir. 

Lo sabía bien san Pablo, que en un momento de fuertes cambios, como fue aquel de los orígenes de la Iglesia, reconoció, no solo “teóricamente” sino también “prácticamente”, a Dios el primado en la organización y en el desarrollo de la evangelización; y logró dar las razones de ese primado tomando como punto de referencia las Escrituras, especialmente los Profetas.

El apóstol Pablo concede este primado a la acción del Espíritu al interno de un momento muy intenso y significativo para la Iglesia naciente: a los creyentes, en efecto, les parece que los caminos a recorrer sean otros; los primeros cristianos se muestran inciertos frente a algunas opciones de fondo que han de asumirse. El proceso de evangelización se transforma en un proceso de discernimiento; el anuncio exige que antes haya un momento de escucha, comprensión e interpretación.

Nuestro tiempo se muestra, en este sentido, muy similar a la situación vivida por san Pablo: también nosotros nos encontramos como cristianos inmersos en un período de fuertes cambios históricos y culturales, como tendremos modo de ver mejor más adelante. 

También para nosotros la acción de evangelizar exige una acción de discernimiento análoga, simétrica y contemporánea. Ya hace más de cuarenta años el Concilio Vaticano II afirmaba: «El género humano se halla en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero».[10] Estos cambios de los cuales el Concilio nos habla, se multiplicaron en el período sucesivo a su celebración y, a diferencia de aquellos años, no inducen sólo a la esperanza, no suscitan solo esperanzas utópicas, sino que además generan incluso miedo y siembran desconfianza. También la primera década de este nuevo siglo / milenio ha sido el teatro de transformaciones que han signado en modo indeleble, y en más de un caso en modo dramático, la historia de los hombres.

Nos encontramos en un momento histórico de grandes cambios y tensiones, de pérdida de equilibrio y de puntos de referencia. Esta época nos lleva a vivir cada vez más sumergidos en el presente y en lo provisional, haciendo siempre más difícil la escucha y la transmisión de la memoria histórica, y el compartir valores sobre de los cuales construir el futuro de las nuevas generaciones. 

En este cuadro la presencia de los cristianos, la acción de sus instituciones, es percibido en modo menos espontáneo y con mayores sospechas; en las últimas décadas se han multiplicado los interrogantes críticos dirigidos a la Iglesia y a los cristianos, al rostro del Dios que anunciamos. La tarea de la evangelización se encuentra así frente a nuevos desafíos, que cuestionan prácticas ya consolidadas, que debilitan caminos habituales y estandarizados; en una palabra, que obligan a la Iglesia a interrogarse nuevamente sobre el sentido de sus acciones de anuncio y de transmisión de la fe. La Iglesia no llega, sin embargo, sin preparación frente a tal desafío: con éste se ha ya confrontado en las Asambleas que el Sínodo de los Obispos ha dedicado en modo específico al tema del anuncio y de la transmisión de la fe, como las correspondientes exhortaciones apostólicas –Evangelii nuntiandi Catechesi tradendae– lo atestiguan. La Iglesia ha vivido en estos dos eventos un momento significativo de revisión y de revitalización del propio mandato evangelizador.

4. Evangelizar en el mundo de hoy, a partir de sus desafíos
El texto de San Pablo, que nos guía en esta introducción nos ayuda así a comprender el sentido y las razones de la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, para la cual nos estamos preparando. En un tiempo extenso y también caracterizado por cambios y transformaciones es útil para la Iglesia dedicar momentos y ocasiones de escucha y de confrontación recíproca, para que se mantenga en un nivel alto de calidad el ejercicio del discernimiento exigido por la acción evangelizadora, que, como Iglesia, estamos llamados a vivir. 

La próxima Asamblea General Ordinaria desea ser un momento privilegiado, una etapa significativa de este camino de discernimiento. A partir de las Asambleas sobre la evangelización y sobre la catequesis el contexto socio-cultural se ha confrontado con cambios importantes y también imprevistos, cuyos efectos – como en el caso de la crisis económico-financiera – resultan todavía bien visibles y activos en nuestras respectivas realidades locales. La misma Iglesia ha sido tocada en modo directo por estos cambios, ha sido obligada a enfrentarse con interrogantes, con fenómenos que han de ser comprendidos, con prácticas que deben ser corregidas, con caminos y realidades en los cuales ha de infundirse en modo nuevo la esperanza evangélica. 

Un contexto como éste nos lleva en modo natural hacia la próxima Asamblea sinodal. De la escucha y la confrontación recíproca todos resultaremos enriquecidos y preparados para reconocer aquellos caminos que Dios, a través de su Espíritu, está construyendo para manifestarse y dejarse encontrar por los hombres, según la imagen del profeta Isaías (cf. Is 40, 3; 57, 14; 62, 10).
Un discernimiento exige la identificación de objetos y de temas sobre los cuales hacer converger nuestra mirada y a partir de los cuales activar la escucha y la confrontación recíproca. 

Con la finalidad de sostener la acción evangelizadora y los cambios con ella relacionados, nuestro ejercicio de discernimiento debe colocar en el centro de la atención los capítulos esenciales de esta práctica eclesial: el nacimiento, la difusión y el progresivo afirmarse de una “nueva evangelización” en nuestras Iglesias; las modalidades con la cuales la Iglesia hace suya y vive hoy la tarea de transmitir la fe; el rostro y la aplicación concreta que asumen en nuestro presente los instrumentos a disposición de la Iglesia para engendrar en la fe (iniciación cristiana, educación), y los desafíos con los cuales esos instrumentos están llamados a confrontarse. 

Estos capítulos constituyen la clave del presente texto. Su objetivo es incentivar la escucha y la confrontación, para ampliar los confines de aquel discernimiento ya en acto en nuestra Iglesia, y darles así una resonancia y un eco todavía más católicos y universales.

Preguntas
El discernimiento del cual hablamos es, por su misma naturaleza, siempre histórico y determinado: parte de un hecho concreto y se estructura como reacción a un evento determinado. Aún compartiendo en modo genérico el mismo espacio cultural, nuestras Iglesias locales han vivido, en estas décadas, períodos y episodios en este camino de discernimiento que son únicos, típicos del propio contexto y de la propia historia.

1. ¿Qué episodios es útil comunicar a las otras Iglesias locales?
2. ¿Qué ejercicios de discernimiento histórico sería útil compartir en el seno de la catolicidad de la Iglesia, para que, de la recíproca escucha de estos eventos, la Iglesia universal pueda reconocer los caminos que el Espíritu Santo le indica para la obra de la evangelización?
3. El tema de la “nueva evangelización” ha conocido ya una difusión capilar en nuestras Iglesias locales. ¿Cómo ha sido asumido y aplicado? ¿A qué procesos interpretativos ha dado origen?
4. ¿Qué acciones pastorales han sido beneficiadas en modo particular con la asunción del tema de la “nueva evangelización”? ¿Qué acciones pastorales han experimentado un cambio y un relance significativo? ¿Cuáles, en cambio, han desarrollado formas de resistencia y tomas de distancia de tal temática?


Primer Capítulo
Tiempo de “nueva evangelización”
«¿Cómo creerán en aquel a quién no han oído ? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rm10, 14)

5. “Nueva evangelización”. El significado de una definición
Aunque la expresión «nueva evangelización» haya sido ciertamente divulgada y suficientemente asimilada, sigue siendo una definición aparecida recientemente en el universo de la reflexión eclesial y pastoral, y por lo tanto, un significado no siempre claro y estable. 

Habiendo sido introducido por el Papa Juan Pablo II, inicialmente –sin un particular énfasis, y casi sin dejar presagiar el papel que habría asumido ulteriormente– durante su viaje apostólico en Polonia,[11] el término “nueva evangelización” ha sido retomado y relanzado por el mismo Pontífice sobre todo en su Magisterio dirigido a las Iglesias de América Latina. 

El Papa Juan Pablo II recurre a esta expresión para hacer de ella un instrumento de intrepidez; la introduce como un medio de comunicación de energías en vista de un nuevo fervor misionero y evangelizador. A los Obispos de América Latina se dirige así: «La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. 

Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión».[12] No se trata de hacer nuevamente una cosa que ha sido mal hecha o que no ha funcionado, de modo que la nueva acción se convierta en un juicio implícito sobre el desacierto de la primera. La nueva evangelización no es una reduplicación de la primera, no es una simple repetición, sino que consiste en el coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio. 

El Continente latino-americano se encontraba llamado, en aquel período, a hacer frente a nuevos desafíos (la difusión de la ideología comunista, la aparición de las sectas). La nueva evangelización es la acción que sigue al proceso de discernimiento con el cual la Iglesia en América Latina está llamada a leer y evaluar la situación en la cual se encuentra.

En esta acepción, el término es retomado y relanzado en el Magisterio del Papa Juan Pablo II dirigido a la Iglesia universal. «Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu»:[13] la nueva evangelización es una acción sobre todo espiritual, es la capacidad de hacer nuestros, en el presente, el coraje y la fuerza de los primeros cristianos, de los primeros misioneros. 

Por lo tanto, es una acción que exige un proceso de discernimiento acerca del estado de salud del cristianismo, la verificación de los pasos cumplidos y de las dificultades encontradas. Explicará más adelante el mismo Papa Juan Pablo II: «La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero. En un mundo que, con la desaparición de las distancias, se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse a una en la única y común misión de anunciar y de vivir el Evangelio. “Las llamadas Iglesias más jóvenes – han dicho los Padres sinodales – necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas tienen necesidad del testimonio y del empuje de las más jóvenes, de tal modo que cada Iglesia se beneficie de las riquezas de las otras Iglesias”».[14]

Ya estamos en condiciones de comprender el funcionamiento dinámico correspondiente al concepto de “nueva evangelización”: a tal concepto se recurre para indicar el esfuerzo de renovación que la Iglesia está llamada a hacer para estar a la altura de los desafíos que el contexto socio-cultural actual pone a la fe cristiana, a su anuncio y a su testimonio, en correspondencia con los fuertes cambios en acto. 

A estos desafíos la Iglesia responde no resignándose, no cerrándose en sí misma, sino promoviendo una obra de revitalización de su propio cuerpo, habiendo puesto en el centro la figura de Jesucristo, el encuentro con Él, que da el Espíritu Santo y las energías para un anuncio y una proclamación del Evangelio a través de nuevos caminos, capaces de hablar a las culturas contemporáneas.

Así configurado, el concepto de “nueva evangelización” ha sido asumido y nuevamente impulsado en las Asambleas Sinodales Continentales, celebradas como preparación al Jubileo del 2000, manifestándose ya como un término adquirido dentro de las reflexiones pastorales y eclesiales de las Iglesias locales. 

“Nueva evangelización” es sinónimo: de renovación espiritual de la vida de fe de las Iglesias locales, de puesta en marcha de caminos de discernimiento de los cambios que están afectando la vida cristiana en varios contextos culturales y sociales, de relectura de la memoria de la fe, de asunción de nuevas responsabilidades y energías en vista de una proclamación gozosa y contagiosa del Evangelio de Jesucristo.[15

Suficientemente sintéticas y ejemplares son las palabras del Papa Juan Pablo II dirigidas a la Iglesia en Europa, al hablar de «la urgencia y la necesidad de la “nueva evangelización”» mientras se toma cada vez más consciencia «de que Europa, hoy, no debe apelar simplemente a su herencia cristiana anterior; hay que alcanzar de nuevo la capacidad de decidir sobre el futuro de Europa en un encuentro con la persona y el mensaje de Jesucristo».[16]

No obstante esta difusión y notoriedad, la expresión no logra, de todos modos, ser recibida en modo pleno y total en el debate, dentro de la Iglesia y dentro de la cultura. Al respecto, permanecen algunas reservas, como si con esta expresión se quisiera elaborar un juicio de desaprobación y una remoción de algunas páginas del pasado reciente de la vida de las Iglesias locales. Existe quien duda que la “nueva evangelización” cubra o esconda la intención de nuevas acciones de proselitismo de parte de la Iglesia, principalmente en relación a las otras confesiones cristianas.[17

Se tiende a pensar que con esta definición se realice un cambio en la actitud de la Iglesia hacia aquellos que no creen, transformados en objetos de persuasión y no ya vistos como interlocutores en el contexto de un diálogo que nos descubre a todos unidos por la misma humanidad y en la búsqueda de la verdad de nuestra existencia. 

A esta última preocupación ha querido prestar atención y también dar una respuesta el Papa Benedicto XVI en su viaje apostólico a la República Checa: «Me vienen aquí a la mente las palabras que Jesús cita del profeta Isaías, es decir, que el templo debería ser una casa de oración para todos los pueblos (cf. Is 56, 7; Mc 11, 17). Él pensaba en el llamado “patio de los gentiles”, que desalojó de negocios ajenos a fin de que el lugar quedara libre para los gentiles que querían orar allí al único Dios, aunque no podían participar en el misterio, a cuyo servicio estaba dedicado el interior del templo. 

Lugar de oración para todos los pueblos: de este modo se pensaba en personas que conocen a Dios, por decirlo así, sólo de lejos; que no están satisfechos de sus dioses, ritos y mitos; que anhelan el Puro y el Grande, aunque Dios siga siendo para ellos el “Dios desconocido” (cf. Hch 17, 23). Debían poder rezar al Dios desconocido y, sin embargo, estar así en relación con el Dios verdadero, aun en medio de oscuridades de diversas clases. Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de “patio de los gentiles” donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia».[18]

Nosotros, en cuanto creyentes, debemos amar también a las personas que se retienen agnósticas o ateas. Ellas, tal vez, se asustan cuando se habla de nueva evangelización, como si ellas debieran transformarse en objetos de misión. Sin embargo, la cuestión sobre Dios permanece igualmente presente también para ellos. La búsqueda de Dios ha sido el motivo fundamental a partir del cual ha nacido el monacato occidental y, con él, la cultura occidental. El primer paso de la evangelización consiste en tratar de mantener alta la atención en dicha búsqueda. Es necesario perseverar en el diálogo no sólo con las religiones, sino también con los que consideran la religión como una cosa extraña.
La imagen del “patio de los gentiles” se nos ofrece como un ulterior elemento en la reflexión sobre la “nueva evangelización”, que pone de manifiesto la audacia de los cristianos de no renunciar jamás a buscar positivamente todos los caminos para delinear formas de diálogo que correspondan a las esperanzas más profundas y a la sed de Dios de los hombres. Tal audacia permite colocar dentro de este contexto la pregunta sobre Dios, compartiendo la propia experiencia en la búsqueda y comunicando como un don el encuentro con el Evangelio de Jesucristo. Una análoga capacidad, una actitud similar, exige un primer momento de autoverificación y de purificación, para reconocer los vestigios de temor, de cansancio, de aturdimiento, de repliegue sobre sí mismo, que la cultura en la cual vivimos haya podido generar en nosotros. En un segundo momento, será urgente el impulso, la puesta en marcha, gracias a la acción del Espíritu Santo, hacia aquella experiencia de Dios como Padre, que el encuentro vivido con Cristo nos permite anunciar a todos los hombres. Estos momentos no constituyen etapas temporales sucesivas, una después de la otra, sino más bien movimientos espirituales que se suceden sin solución de continuidad dentro de la vida cristiana. El apóstol San Pablo trasmite todo esto cuando describe la experiencia de la fe como una liberación «del poder de las tinieblas» y un ingreso en el «Reino de su Hijo querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados» (Col 1, 13-14; cf. Rm 12, 1-2). Así también, esta audacia no es algo absolutamente nuevo o totalmente inédito para el cristianismo, dado que existen signos de esta actitud ya en la literatura patrística.[19]

6. Los escenarios de la nueva evangelización
Por lo tanto, la nueva evangelización es una actitud, un estilo audaz. Es la capacidad de parte del cristianismo de saber leer y descifrar los nuevos escenarios, que en estas últimas décadas han surgido dentro de la historia humana, para habitarlos y transformarlos en lugares de testimonio y de anuncio del Evangelio. Estos escenarios han sido identificados analíticamente y descriptos varias veces;[20] se trata de escenarios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos.
El primero de ellos es el escenario cultural de fondo. Nos encontramos en una época de profunda secularización, que ha perdido la capacidad de escuchar y de comprender la palabra evangélica como un mensaje vivo y vivificador. La secularización, radicada en modo particular en el mundo occidental – fruto de episodios y de movimientos sociales y de pensamiento, que han signado en profundidad su historia y su identidad – se presenta hoy en nuestras culturas a través de la imagen positiva de la liberación, de la posibilidad de imaginar la vida del mundo y de la humanidad sin referencia a la trascendencia. En estos años no asume tanto la forma pública de discursos directos y fuertes contra Dios, la religión y el cristianismo, aunque en algún caso esos tonos anticristianos, antirreligiosos y anticlericales se han hecho sentir recientemente. La secularización ha asumido un tono modesto, que ha permitido a esta forma cultural invadir la vida cotidiana de las personas y desarrollar una mentalidad en la cual Dios está, de hecho, ausente, en todo o en parte, de la existencia y de la consciencia humana. Este modo de actuar ha consentido a la secularización entrar en la vida de los cristianos y de las comunidades eclesiales, transformándose no sólo en una amenaza externa para los creyentes, sino convirtiéndose en un terreno de confrontación cotidiana.[21] Son expresiones de la llamada cultura del relativismo. Además, aquí existen graves implicancias antropológicas en acto, que ponen en discusión la misma experiencia humana elemental, como la relación hombre-mujer, el sentido de la generación y de la muerte.
Las características de un modo secularizado de entender la vida dejan sus huellas en el comportamiento cotidiano de muchos cristianos, que se muestran frecuentemente influenciados, si no condicionados, por la cultura de la imagen con sus modelos e impulsos contradictorios. La mentalidad hedonista y consumista predominante conduce a los cristianos hacia una superficialidad y un egocentrismo, que no es fácil contrastar. La “muerte de Dios”, anunciada en las décadas pasadas por tantos intelectuales, cede el lugar a un estéril culto al individuo. El riesgo de perder también los elementos fundamentales de la gramática de la fe es real, con la consecuencia de caer en una atrofia espiritual y en un vacío del corazón, o por el contrario, en formas subrogadas de pertenencia religiosa y de vago espiritualismo. En un escenario de este tipo, la nueva evangelización se presenta como un estímulo del cual tienen necesidad las comunidades cansadas y débiles, para descubrir nuevamente la alegría de la experiencia cristiana, para encontrar de nuevo “el amor de antes” que se ha perdido (Ap 2, 4), para reafirmar una vez más la naturaleza de la libertad en la búsqueda de la Verdad.
Por otra parte, en otras regiones del mundo se asiste a un prometedor renacimiento religioso. Tantos aspectos positivos del redescubrimiento de Dios y de lo sagrado en varias religiones se encuentran oscurecidos por fenómenos de fundamentalismo, que no pocas veces manipula la religión para justificar la violencia e incluso el terrorismo. Se trata de un grave abuso. «No se puede utilizar la violencia en nombre de Dios».[22] Además, la proliferación de sectas representa un desafío permanente.
Junto a este primer escenario cultural, podemos indicar otro, más social: el gran fenómeno migratorio, que impulsa cada vez más a las personas a dejar sus países de origen y vivir en contextos urbanizados, modificando la geografía étnica de nuestras ciudades, de nuestras naciones y de nuestros continentes. Este fenómeno provoca un encuentro y una mezcla de culturas que nuestras sociedades no conocían desde hace siglos. Se están produciendo formas de contaminación y de desmoronamiento de los puntos de referencia fundamentales de la vida, de los valores por los cuales comprometerse, de los mismos vínculos a través de los cuales cada individuo estructura la propia identidad y tiene acceso al sentido de la vida. El resultado cultural de estos procesos es un clima de extrema fluidez y “liquidez” dentro del cual hay siempre menos espacio para las grandes tradiciones, incluidas las religiosas, cuya función es estructurar en modo objetivo el sentido de la historia y la identidad de los sujetos. Con este escenario social se relaciona el fenómeno conocido el término globalización, realidad no fácilmente descifrable, que exige de parte de los cristianos un fuerte trabajo de discernimiento. La globalización puede ser interpretada como un fenómeno negativo, si prevalece la hermenéutica determinista, vinculada solamente con la dimensión económica y productiva; sin embargo puede ser leída como un fenómeno de crecimiento, en el cual la humanidad aprende a desarrollar nuevas formas de solidaridad y nuevos caminos para compartir el progreso de todos hacia el bien.[23] En un escenario como éste, la nueva evangelización nos permite aprender que la misión ya no es un movimiento norte-sur o este-oeste, porque es necesario desvincularse de los confines geográficos. Hoy la misión se encuentra en todos los cinco continentes. Es necesario aprender a conocer, también nosotros, los sectores y los ambientes que son ajenos a la fe, porque no la han encontrado nunca la fe o porque se alejaron de ella. Desvincularse de los confines geográficos, significa tener las energías para proponer la cuestión de Dios en todos aquellos procesos de encuentro, mixtura y reconstrucción de tejidos sociales, que están en acto en cada uno de nuestros contextos locales.
Esta profunda mezcolanza de culturas es el fondo sobre el cual actúa un tercer escenario, que está marcando en modo cada vez más determinante la vida de las personas y la consciencia colectiva. Se trata del desafío de los medios de comunicación social, que hoy ofrecen enormes posibilidades y representan uno de los grandes retos para la Iglesia. El escenario que aquí presentamos, al comienzo característico sólo del mundo industrializado, es capaz de influir también amplios sectores de los países en vías de desarrollo. No existe lugar en el mundo que hoy no pueda ser alcanzado y, por lo tanto, no pueda estar sujeto al influjo de la cultura de los medios de comunicación y de la cultura digital, que se estructura cada vez más como el “lugar” de la vida pública y de la experiencia social. La difusión de esta cultura trae consigo indudables beneficios: mayor acceso a la información, mayor posibilidad de conocimiento, de intercambio, de formas nuevas de solidaridad, de capacidad de construir una cultura cada vez más de dimensión mundial, haciendo que los valores y los mejores frutos del pensamiento y de la expresión humana se transformen en patrimonio de todos. Sin embargo, estas potencialidades no pueden esconder los riesgos que la difusión excesiva de una cultura de este tipo está ya generando. Se manifiesta una profunda concentración egocéntrica sobre sí mismo y sólo sobre las necesidades individuales. Se afirma una exaltación de la dimensión emotiva en la estructuración de las relaciones y de los vínculos sociales. Se asiste a una pérdida del valor objetivo de la experiencia de la reflexión y del pensamiento, reducida, en muchos casos, a un puro lugar de confirmación del propio modo de sentir. Se difunde una progresiva alienación de la dimensión ética y política de la vida, que reduce la alteridad al rol funcional de espejo y espectador de mis acciones. El punto final al cual pueden conducir estos riesgos consiste en lo que es llamado la cultura del efímero, de lo inmediato, de la apariencia, es decir, una sociedad incapaz de memoria y de futuro. En tal contexto, la nueva evangelización exige a los cristianos la audacia de estar presentes en estos “nuevos areópagos”, buscando los instrumentos y los caminos para hacer comprensible, también en estos lugares ultramundanos, el patrimonio de educación y de sabiduría custodiado por la tradición cristiana.[24]
Un cuarto escenario que marca con sus cambios la acción evangelizadora de la Iglesia es el económico. Repetidas veces el Magisterio de los Sumos Pontífices han denunciado los crecientes desequilibrios entre el Norte y el Sur del mundo, en el acceso y en la distribución de los recursos, así como también en el daño a la creación. La duradera crisis económica en la cual nos encontramos indica el problema del uso de las fuerzas materiales, que no encuentra fácilmente las reglas de un mercado global capaz de tutelar una convivencia más justa.[25] No obstante la comunicación cotidiana de los medios reserve cada vez menos espacio para una lectura de estas problemáticas a partir de la voz de los pobres, de las Iglesias se espera aún mucho en términos de sensibilización y de acción concreta.
Un quinto escenario es el de la investigación científica y tecnológica. Vivimos en una época en la cual no cesamos de admirarnos por los maravillosos pasos que la investigación ha sabido superar en estos campos. Todos podemos experimentar en la vida cotidiana los beneficios que provienen de estos progresos. Todos dependemos cada vez más de tales beneficios. De este modo, la ciencia y la tecnología corren el riesgo de transformarse en los nuevos ídolos del presente. Es fácil en un contexto digitalizado y globalizado hacer de la ciencia nuestra nueva religión, a la cual dirigir nuestras preguntas sobre la verdad y el sentido de la esperanza, sabiendo que solo recibiremos respuestas parciales e inadecuadas. Nos encontramos frente al surgir de nuevas formas de gnosis, que asumen la técnica como una forma de sabiduría, en la búsqueda de una organización mágica de la existencia que funcione como el saber y el sentido de la vida. Asistimos a una afirmación de nuevos cultos. Éstos proponen en modo terapéutico prácticas religiosas que los hombres están dispuestos a vivir, estructurándose como religiones de la prosperidad y de la gratificación instantánea.
Un sexto y último escenario es el de la política. Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy los cambios que han tenido lugar pueden ser definidos, con justa razón, sintomáticos de la época. Se ha terminado la división del mundo occidental en dos bloques con la crisis de la ideología comunista. Esto ha favorecido la libertad religiosa y la posibilidad de reorganización de las Iglesias históricas. La aparición en la escena mundial de nuevos actores económicos, políticos y religiosos, como el mundo islámico y el mundo asiático, ha creado una situación inédita y totalmente desconocida, rica de potencialidades, pero también plena de nuevas tentaciones de dominio y de poder. En este escenario, existen temas y sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio: el empeño por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; el mejoramiento de las formas de gobierno mundial y nacional; la construcción de formas posibles de escucha, convivencia, diálogo y colaboración entre diversas culturas y religiones; la defensa de los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de los más débiles; la protección de la creación y el empeño por el futuro de nuestro planeta.

7. Como cristianos frente a estos nuevos escenarios
Ante semejantes cambios es natural que la primera reacción sea el turbamiento y el miedo, en cuanto nos enfrentamos con transformaciones que interrogan nuestra identidad y nuestra fe hasta las raíces. Resulta natural asumir esa actitud crítica de discernimiento varias veces evocada por el Papa Benedicto XVI, cuando nos invita a una relectura del presente a partir de la perspectiva de esperanza que el cristianismo ofrece como don.[26] Si los cristianos comprenden nuevamente qué es la esperanza, podrán actuar en el contexto de sus conocimientos y de sus experiencias, dialogando con los otros hombres, intuyendo qué pueden ofrecer al mundo como don, qué pueden compartir, qué elementos pueden asumir para expresar aún mejor esa esperanza, y a qué elementos, en cambio, es justo oponerse. Los nuevos escenarios con los cuales estamos llamados a confrontarnos exigen desarrollar una actitud crítica de los estilos de vida, de las estructuras de pensamiento y de los valores, de los lenguajes construidos para comunicar. Esta actitud, al mismo tiempo, deberá funcionar como autocrítica del cristianismo moderno, el cual debe siempre de nuevo aprender a comprenderse a sí mismo a partir de las propias raíces.
Aquí encuentra su específico carácter y su fuerza la nueva evangelización como instrumento: es necesario observar estos escenarios, estos fenómenos, sabiendo superar el nivel emotivo de juicio defensivo y de miedo, para comprender objetivamente los signos de lo nuevo, junto a los desafíos y a las fragilidades. “Nueva evangelización” quiere decir, por lo tanto, trabajar en nuestras Iglesias locales para construir caminos de lectura de los fenómenos ya indicados, permitiendo traducir la esperanza del Evangelio en términos practicables. Esto significa que la Iglesia se edifica aceptando confrontarse con estos desafíos, siendo cada vez más la constructora de la civilización del amor.
Además, “nueva evangelización” quiere decir tener la audacia de formular la pregunta acerca de Dios al interno de estos problemas, realizando lo específico de la misión de la Iglesia y mostrando de esta manera cómo la perspectiva cristiana ilumina en modo inédito los grandes problemas de la historia. La nueva evangelización exige que nos confrontemos con estos escenarios, no permaneciendo cerrados en los recintos de nuestras comunidades y de nuestras instituciones, sino aceptando el desafío de entrar dentro de estos fenómenos, para tomar la palabra y ofrecer nuestro testimonio desde adentro. Ésta es la forma que la martyria cristiana asume en el mundo de hoy, aceptando la confrontación también con aquellas formas recientes de ateísmo agresivo o de secularización extrema, cuya finalidad es eclipsar la cuestión de Dios en la vida del hombre.
En este contexto, “nueva evangelización” significa para la Iglesia sostener con convicción el esfuerzo de ver a todos los cristianos unidos en la manifestación al mundo de la fuerza profética y transformadora del mensaje evangélico. La justicia, la paz, la convivencia entre los pueblos y la salvaguardia de la creación son las palabras que han signado el camino ecuménico de estas décadas. Los cristianos, todos unidos, las ofrecen al mundo como lugares en los cuales es posible hacer emerger la cuestión de Dios en la vida de los hombres. Estas palabras, en efecto, adquieren su sentido más auténtico sólo a la luz y en el contexto de la palabra de amor que Dios nos ha dirigido en su Hijo Jesucristo.

8. “Nueva evangelización” y deseo de espiritualidad
Este esfuerzo de llevar la cuestión de Dios dentro de los problemas del hombre de hoy sale al encuentro de la necesidad religiosa y del deseo de espiritualidad, que a partir de las jóvenes generaciones emerge con renovado vigor. La misma Iglesia católica es alcanzada por este fenómeno, que ofrece recursos y ocasiones de evangelización, inesperados en las pasadas décadas. Los grandes encuentros mundiales de la juventud, las peregrinaciones hacia los lugares de devoción, antiguos y nuevos, la primavera de los movimientos y de las asociaciones eclesiales, constituyen el signo visible de un sentido religioso que no se ha apagado. La “nueva evangelización” en este contexto pide a la Iglesia que sepa discernir los signos de la acción del Espíritu, orientando y educando sus expresiones, en vista de una fe adulta y consciente hasta alcanzar «la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 13).[27] Además de los grupos de reciente fundación, fruto prometedor del Espíritu Santo, una grande tarea en la nueva evangelización corresponde a la vida consagrada, en las antiguas y nuevas formas. Es necesario recordar que todos los grandes movimientos de evangelización, surgidos en dos mil años de cristianismo, están vinculados a formas de radicalismo evangélico.
En este contexto han de ser inseridos el encuentro y el diálogo con las grandes tradiciones religiosas, en particular las orientales, que la Iglesia ha aprendido a vivir en las últimas décadas, y continúa a intensificar. Este encuentro aparece como una ocasión prometedora para aprender a conocer y a confrontar la forma y los lenguajes relativos a la pregunta religiosa, así como se presenta en otras experiencias religiosas. Esto permite al catolicismo comprender con mayor profundidad los modos con los cuales la fe cristiana escucha y asume la interrogación religiosa de cada hombre.

9. Nuevos modos de ser Iglesia
Estas nuevas condiciones de la misión nos ayudan a intuir que el término “nueva evangelización” indica finalmente la exigencia de encontrar nuevas expresiones para ser Iglesia dentro de los contextos sociales y culturales actuales, en proceso de continua mutación. Las figuras tradicionales y ya establecidas – que por convención son indicadas con las expresiones “países de cristiandad” y “tierras de misión” – junto con su claridad conceptual muestran sus límites. Son demasiado simples y hacen referencia a un contexto en vía de superación, para poder funcionar como modelos de referencia para la construcción de las comunidades cristianas actuales. Es necesario que la práctica cristiana oriente la reflexión hacia un lento trabajo de construcción de un nuevo modelo de ser Iglesia, que evite las asperezas del sectarismo y de la “religión civil”, y permita, en un contexto postideológico como el actual, seguir manteniendo la forma de una Iglesia misionera. En otras palabras, la Iglesia tiene necesidad, dentro de la variedad de sus figuras, de no perder el rostro de Iglesia “doméstica, popular”. Aún en contextos minoritarios o de discriminación la Iglesia no puede perder su capacidad de permanecer junto a la persona en su vida cotidiana, para anunciar desde esa realidad el mensaje vivificante del Evangelio. Como afirmaba el Papa Juan Pablo II, “nueva evangelización” significa hacer de nuevo el tejido cristiano de la sociedad humana, haciendo nuevamente el tejido de las mismas comunidades cristianas;[28] quiere decir ayudar a la Iglesia a mantener su presencia «entre las casas de sus hijos y de sus hijas»,[29] para animar la vida y orientarla hacia el Reino que viene.
En esta tarea de discernimiento pueden ser de gran ayuda las Iglesias católicas orientales y todas aquellas comunidades cristianas que en su reciente pasado han vivido, o están todavía viviendo, la experiencia del ocultamiento, de la persecución, de la marginación, de ser víctimas de la intolerancia de carácter étnico, ideológico o religioso. Su testimonio de fe, su tenacidad, su capacidad de resistir, la solidaridad de su esperanza, la intuición de algunas prácticas pastorales, son un don para compartir con las comunidades que, teniendo en la propia historia un pasado glorioso, viven un presente de fatiga y dispersión. Para Iglesias poco habituadas a vivir la fe en situación de minoría es ciertamente un don poder escuchar experiencias capaces de infundir en ellas aquella confianza que es indispensable para adquirir el impulso exigido por la nueva evangelización.
Es tiempo de nueva evangelización también para Occidente, donde muchos que han recibido el bautismo viven completamente fuera de la vida cristiana y siempre más personas conservan ciertamente un vínculo con la fe, pero conocen poco o mal sus fundamentos. Frecuentemente la presentación de la fe cristiana resulta distorsionada por la caricatura y por los lugares comunes difundidos por la cultura, en una actitud de indiferente alejamiento, si no de abierta contestación. Es tiempo de nueva evangelización para ese occidente en el cual «enteros países y naciones, en los que en un tiempo la religión y la vida cristiana fueron florecientes y capaces de dar origen a comunidades de fe viva y operativa, están ahora sometidos a dura prueba e incluso alguna que otra vez son radicalmente transformados por el continuo difundirse del indiferentismo, del secularismo y del ateísmo. Se trata, en concreto, de países y naciones del llamado Primer Mundo, en el que el bienestar económico y el consumismo –si bien entremezclado con espantosas situaciones de pobreza y miseria– inspiran y sostienen una existencia vivida “como si no hubiera Dios”».[30]
Las comunidades cristianas deben saber asumir con responsabilidad y coraje esta demanda di renovación que la transformación del contexto cultural y social pide a la Iglesia. Dichas comunidades deben aprender a vivir y a gestionar esta larga transición de figura, manteniendo como punto de referencia el mandato de evangelizar.

10. Primera evangelización, atención pastoral, nueva evangelización
La mandato misionero con el cual se concluye el Evangelio (cf. Mc 16, 15s; Mt 28, 19s; Lc 24, 48s) está lejos de haberse cumplido; ha entrado en una nueva fase. Ya el Papa Juan Pablo II recordaba que «no es fácil definir los confines entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica, y no es pensable crear entre ellos barreras o recintos estancados...Las Iglesias de antigua cristiandad, por ejemplo, ante la dramática tarea de la nueva evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto a los no cristianos de otros países o continentes, si antes no se preocupan seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa».[31] El cristiano y la Iglesia o son misioneros o no son tales. Quien ama la propia fe se preocupará también de testimoniarla, de llevarla a los otros y permitir a los otros de participar en ella. La falta de celo misionero es carencia de celo por la fe. Al contrario, la fe se robustece trasmitiéndola. El texto del Papa parece querer traducir el concepto de nueva evangelización en una pregunta crítica y bastante directa: tenemos interés en transmitir la fe y en conquistar para la fe a los no cristianos? Estamos empeñados de corazón con la misión?
La nueva evangelización es el nombre dado a esta nueva atención de la Iglesia a su misión fundamental, a su identidad y razón de ser. Por lo tanto, es una realidad que no corresponde solamente a determinadas regiones bien definidas, sino que se trata del camino que permite explicar y traducir en práctica la herencia apostólica en y para nuestro tiempo. Con el programa de la nueva evangelización la Iglesia desea introducir en el mundo de hoy y en la actual discusión su temática más original y específica: el anuncio del Reino de Dios, iniciado en Jesucristo. No hay situación eclesial que pueda sentirse excluida de este programa: las antiguas Iglesias cristianas, con el problema práctico del abandono de la fe de parte de muchos; las nuevas Iglesias, en la búsqueda de caminos de inculturación, los cuales exigen continuas verificaciones para lograr no sólo introducir el Evangelio en las culturas, purificándolas y elevándolas, sino también para abrir las mismas culturas a la novedad del Evangelio; más en general, todas las comunidades cristianas, empeñadas en el ejercicio de una atención pastoral, que cada vez parece más difícil llevar adelante y corre el riesgo de transformarse en una routine poco capaz de comunicar las razones por las cuales ha nacido.
Entonces, nueva evangelización es sinónimo de misión; exige la capacidad de partir nuevamente, de atravesar los confines, de ampliar los horizontes. La nueva evangelización es lo contrario a la autosuficiencia y al repliegue sobre sí mismo, a la mentalidad del status quo y a una concepción pastoral que retiene suficiente continuar a hacer las cosas como siempre han sido hechas. Hoy el “business as usual” ya no es válido. Como algunas Iglesias locales se empeñaron en afirmar, es tiempo que la Iglesia llame a las propias comunidades cristianas a una conversión pastoral, en sentido misionero, de sus acciones y de sus estructuras.[32]
Preguntas
Nuestras comunidades están viviendo períodos de fuertes transformaciones de sus figuras eclesiales y sociales.
1. ¿Cuáles son las características de esta transformación en nuestras Iglesias locales?
2. ¿Cómo son vividas estas características de Iglesia misionera, de una Iglesia capaz de estar en lo cotidiano de la gente, de una Iglesia “entre las casas de sus hijos y de sus hijas”?
3. ¿En qué modo la nueva evangelización ha sabido dar nuevamente vida e impulso a la primera evangelización o a la atención pastoral ya en acto? ¿Cómo ha ayudado a vencer el cansancio y las fatigas que surgen en la vida cotidiana de nuestras Iglesias locales?
4. ¿Qué discernimientos, qué lecturas de la situación presente de las diversas Iglesias locales, han sido realizados a la luz de la nueva evangelización?
El mundo está conociendo fuertes cambios, que generan nuevos escenarios y nuevos desafíos para el cristianismo. Han sido presentados seis escenarios: un escenario cultural (la secularización), uno social (la mezcolanza de pueblos), uno de los medios de comunicación, uno económico, uno científico y uno político. Intencionalmente estos escenarios han sido descriptos en modo genérico y uniforme.

5. ¿Qué figura específica han asumido estos escenarios en el contexto de las diversas Iglesias locales?

6. ¿En qué modo tales escenarios han provocado una reacción en contacto con la vida de las Iglesias locales? ¿Cómo han influenciado la vida de las mismas?

7. ¿Qué preguntas y cuáles desafíos ha puesto? ¿Qué respuestas han sido dadas?

8. ¿Cuáles fueron los principales obstáculos y las fatigas más importantes al plantear la cuestión de Dios dentro de las cuestiones temporales? ¿Cuáles fueron las experiencias más logradas?

Al escenario religioso ha sido dado un particular relieve.
9. ¿Qué transformaciones está conociendo el modo que la gente tiene de vivir la propia experiencia religiosa?

10. ¿Qué nuevas preguntas sobre la espiritualidad, qué nuevas necesidades religiosas están emergiendo? ¿Hay nuevas tradiciones religiosas que se están afirmando?

11. ¿Cómo las comunidades cristianas son afectadas por la evolución del escenario religioso? ¿Cuáles son las principales fatigas? ¿Cuáles las nuevas oportunidades?

La nueva evangelización es la transformación que la Iglesia sabe imaginar para continuar viviendo la propia misión de anuncio dentro de estos nuevos escenarios.

12. ¿Qué forma ha adquirido la nueva evangelización en las Iglesias locales?

13. ¿Qué contenido, qué forma ha asumido la audacia que es característica de la nueva evangelización? ¿Qué energías ha sabido infundir en la vida eclesial y pastoral?

14. ¿Para designar qué acciones y qué dimensiones de la vida y de la acción de la Iglesia?

15. ¿Cómo las Iglesias locales han logrado asumir y hacer propio el pedido del Papa Juan Pablo II, tantas veces reiterado, de apropiarse de “una nueva evangelización: nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones”?
16. ¿Cómo la celebración de Asambleas sinodales continentales o regionales ha ayudado a las comunidades cristianas a elaborar un programa de nueva evangelización?

Segundo Capítulo
Proclamar el Evangelio de Jesucristo
«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15)

11. El encuentro y la comunión con Cristo, finalidad de la transmisión de la fe

El mandato misionero que los discípulos han recibido del Señor (cf. Mc 16, 15) contiene una explícita referencia a la proclamación y a la enseñanza del Evangelio («enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» Mt 28, 20). El apóstol Pablo se presenta como «apóstol [...] escogido para predicar el Evangelio de Dios» (Rm 1, 1). La misión de la Iglesia consiste, por lo tanto, en realizar la traditio Evangelii, el anuncio y la transmisión del Evangelio, que es «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rm 1, 16) y que en última instancia, se identifica con Jesucristo (cf. 1 Co 1, 24).[33] Al hablar de Evangelio, no debemos pensar sólo en un libro o en una doctrina; el Evangelio es mucho más: es una Palabra viva y eficaz, que realiza lo que dice. No es un sistema de artículos de fe y de preceptos morales ni, menos aún, un programa político, sino que es una persona: Jesucristo como Palabra definitiva de Dios, hecha hombre.[34] El Evangelio es Evangelio de Jesucristo: no solamente tiene como contenido Jesucristo. Mucho más, éste último es, a través del Espíritu Santo, también el promotor y el sujeto primario de su anuncio, de su transmisión. El objetivo de la transmisión de la fe es la realización de este encuentro con Jesucristo, en el Espíritu, para llegar a vivir la experiencia del Padre suyo y nuestro.[35]

Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesucristo se realice. La fe como encuentro con la persona de Cristo asume la forma de la relación con Él, de la memoria de Él (en la Eucaristía) y de la formación en nosotros de la mentalidad de Cristo, en la gracia del Espíritu. Como ha afirmado el Papa Benedicto XVI: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva [...] Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro».[36] La misma Iglesia se encuentra conformada precisamente a partir de la realización de esa misión del anuncio del Evangelio y de la transmisión de la fe cristiana.

El resultado esperado de este encuentro consiste en inserir a los hombres en la relación del Hijo con su Padre para sentir la fuerza del Espíritu. La finalidad de la transmisión de la fe, el objetivo de la evangelización, es llevar por Cristo «al Padre en un mismo Espíritu» (Ef 2, 18);[37] ésta es la experiencia de la novedad del Dios cristiano. En esta perspectiva, transmitir la fe en Cristo significa crear las condiciones para una fe pensada, celebrada, vivida y rezada: esto implica inserir en la vida de la Iglesia.[38] Ésta es una estructura de transmisión muy radicada en la tradición eclesial. A ella se refiere el Catecismo de la Iglesia Católica, así como también el Compendio del mismo Catecismo, que la asume para sostenerla, explicitarla, promoverla.[39]

12. La Iglesia transmite la fe que ella misma vive

Por lo tanto, la transmisión de la fe es una dinámica muy compleja que implica en modo total la fe de los cristianos y la vida de la Iglesia. No se puede transmitir aquello en lo cual no se cree y no se vive. Un signo de fe consolidada y madura es, precisamente, la naturalidad con la cual comunicamos la fe a los otros. «Llamó a los que él quiso... para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar...» (Mc 3, 13-14). No se puede transmitir el Evangelio sin saber lo que significa “estar” con Jesús, vivir en el Espíritu de Jesús la experiencia del Padre; así también, paralelamente, la experiencia de “estar” con Jesús impulsa al anuncio, a la proclamación, al compartir lo que se ha vivido, habiéndolo experimentado como bueno, positivo y bello.
Dicho mandato del anuncio y de la proclamación no está reservado a algunos en particular, a pocos elegidos. Es un don ofrecido cada hombre que responde confiadamente a la llamada de fe. La transmisión de la fe no es una acción especializada, que pueda ser adjudicada a algún grupo o a algún individuo expresamente designado. Es la experiencia de cada cristiano y de toda la Iglesia, que en esta acción descubre continuamente la propia identidad de pueblo convocado por el Espíritu, que nos reúne impidiendo que caigamos en la dispersión de nuestra cotidianidad, para vivir la presencia de Cristo entre nosotros, y para descubrir así el verdadero rostro de Dios, que es nuestro Padre. «Los fieles laicos – debido a su participación en el oficio profético de Cristo – están plenamente implicados en esta tarea de la Iglesia. En concreto, les corresponde testificar cómo la fe cristiana – más o menos conscientemente percibida e invocada por todos – constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad. Esto será posible si los fieles laicos saben superar en ellos mismos la fractura entre el Evangelio y la vida, recomponiendo en su vida familiar cotidiana, en el trabajo y en la sociedad, esa unidad de vida que en el Evangelio encuentra inspiración y fuerza para realizarse en plenitud».[40]
La transmisión de la fe, en cuanto es una acción fundamental de la Iglesia, estructura el rostro y las acciones de las comunidades cristianas.[41] Para anunciar y difundir el Evangelio es necesario que la Iglesia promueva imágenes de comunidades cristianas capaces de articular con fuerza las obras fundamentales de la vida de fe: caridad, testimonio, anuncio, celebración, escucha y coparticipación. Es necesario concebir la evangelización como el proceso a través del cual la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo, siguiendo la lógica, que la reflexión del Magisterio ha sintetizado así: «impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas; da testimonio entre los pueblos de la nueva manera de ser y de vivir que caracteriza a los cristianos; y proclama explícitamente el Evangelio, mediante el “primer anuncio”, llamando a la conversión; inicia en la fe y vida cristiana, mediante la “catequesis” y los “sacramentos de iniciación” a los que se convierten a Jesucristo, o a los que reemprenden el camino de su seguimiento, incorporando a unos y reconduciendo a otros a la comunidad cristiana; alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la educación permanente de la fe (homilía, otras formas del ministerio de la Palabra), los sacramentos y el ejercicio de la caridad; y suscita continuamente la misión, al enviar a todos los discípulos de Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras, por todo el mundo».[42]

13. La Palabra de Dios y la transmisión de la fe

Desde la celebración del Concilio Vaticano II la Iglesia católica ha descubierto nuevamente que esta transmisión de la fe, entendida como encuentro con Cristo, se realiza mediante la Sagrada Escritura y la Tradición viva de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo.[43] Así, la Iglesia es continuamente regenerada por el Espíritu. De este modo, las nuevas generaciones son sostenidas en el camino que lleva al encuentro con Cristo en su cuerpo, que encuentra su plena expresión en la celebración de la Eucaristía. La posición central que ocupa esta función de transmisión de la fe ha sido releída y puesta en evidencia en las últimas dos Asambleas sinodales, sobre la Eucaristía y, en particular, en la dedicada a la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia. En estas dos Asambleas la Iglesia ha sido invitada a reflexionar y a tomar plena consciencia de la dinámica profunda que sostiene su identidad: la Iglesia transmite la fe que ella misma vive, celebra, profesa y testimonia.[44]
Dicha toma di consciencia ha dado a la Iglesia empeños concretos y desafíos con los cuales poder evaluar su misión de trasmisión. Es necesario hacer madurar en el pueblo de Dios un mayor conocimiento del rol de la Palabra de Dios, de su fuerza reveladora y manifestadora de la intención de Dios hacia los hombres, de su designio de salvación.[45] Hay necesidad de una mayor atención en la proclamación de la Palabra de Dios durante las asambleas litúrgicas y de una entrega más convencida a la tarea de la predicación.[46] Es conveniente una atención más consciente y una confianza más firme en el rol que la Palabra de Dios puede tener en la misión de la Iglesia, ya sea en el momento específico del anuncio del mensaje de salvación, ya sea en la posición más reflexiva de la escucha y del diálogo con las culturas.[47]
Los Padres sinodales han reservado una atención particular al anuncio de la Palabra a las nuevas generaciones. «En ellos [los jóvenes] encontramos a menudo una apertura espontánea a la escucha de la Palabra de Dios y un deseo sincero de conocer a Jesús. ... Esta atención al mundo juvenil implica la valentía de un anuncio claro; hemos de ayudar a los jóvenes a que adquieran confianza y familiaridad con la Sagrada Escritura, para que sea como una brújula que indica la vía a seguir. Para ello, necesitan testigos y maestros, que caminen con ellos y los lleven a amar y a comunicar a su vez el Evangelio, especialmente a sus coetáneos, convirtiéndose ellos mismos en auténticos y creíbles anunciadores».[48] Asimismo, los Padres sinodales piden a las comunidades cristianas que abran «caminos de iniciación cristiana, los cuales, a través de la escucha de la Palabra, la celebración de la Eucaristía y el amor fraterno vivido en comunidad, puedan desarrollar una fe cada vez más adulta. Es oportuno considerar la nueva exigencia que proviene de los movimientos humanos y del fenómeno migratorio, que abre nuevas perspectivas de evangelización, porque los inmigrantes no sólo tienen necesidad de ser evangelizados sino que ellos mismos pueden ser agentes de evangelización».[49]

Con sus acentos, la reflexión de la Asamblea sinodal ha invitado a las comunidades cristianas a verificar en qué medida el anuncio de la Palabra es el fundamento de la tarea de transmisión de la fe: «Es necesario, pues, redescubrir cada vez más la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo. [...] Todos nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social. No se trata de anunciar una palabra sólo de consuelo, sino que interpela, que llama a la conversión, que hace accesible el encuentro con Él, por el cual florece una humanidad nueva».[50]

14. La pedagogía de la fe

La transmisión de la fe no se realiza sólo con las palabras, sino que exige una relación con Dios a través de la oración, que es la misma fe en acto. En esta educación en la oración es decisiva la liturgia con su propia función pedagógica, en la cual el sujeto educador es el mismo Dios y el verdadero maestro en la oración es el Espíritu Santo.
La Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos dedicada a la catequesis había reconocido como don del Espíritu – además del florecimiento, en número y en dedicación de los catequistas – la madurez registrada en los métodos que la Iglesia ha sabido elaborar para realizar la transmisión de la fe, para permitir que los hombres logren vivir el encuentro con Cristo.[51] Son métodos basados en la experiencia que implican a la persona. Se trata de métodos plurales, que activan en modo diferenciado las facultades del individuo, su integración en un grupo social, su actitudes, su inquietudes y búsquedas. Estos métodos asumen la inculturación como instrumento propio.[52] Para evitar el riesgo de dispersión y de confusión ínsito en una situación caracterizada por la pluralidad y la continua evolución, el Papa Juan Pablo II asumió en aquel contexto una instancia de los Padres sinodales y la convirtió en regla: la pluralidad de los métodos en la catequesis puede ser signo de vitalidad y de genialidad, si cada uno de estos métodos logra interiorizar y hacer suya una ley fundamental, que es la de la doble fidelidad, a Dios y al hombre, en una única actitud de amor.[53]

Al mismo tiempo, el Sínodo sobre la catequesis se interesó por no desaprovechar los beneficios y los valores recibidos de un pasado signado por la preocupación de garantizar una transmisión de la fe sistemática, integral, orgánica y jerarquizada.[54] Por este motivo el Sínodo ha propuesto dos instrumentos fundamentales para la transmisión de la fe: la catequesis y el catecumenado. Gracias a ellos, la Iglesia transmite la fe en modo activo, la siembra en los corazones de los catecúmenos y de los que son catequizados para fecundar sus experiencias más profundas. La profesión de fe recibida por la Iglesia (traditio), germinando y creciendo durante el proceso catequístico, es restituida (redditio), enriquecida con los valores de las diferentes culturas. El catecumenado se transforma, de este modo, en un centro fundamental de incremento de la catolicidad y fermento de renovación eclesial.[55]
La promoción de estos dos instrumentos – catequesis y catecumenado – debía servir para dar cuerpo a lo que ha sido designado con la expresión «pedagogía de la fe».[56] El uso de este término permite dilatar el concepto de catequesis, extendiéndolo al de transmisión de la fe. Desde el Sínodo sobre la catequesis en adelante la catequesis es considerada como un proceso de transmisión del Evangelio, así como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica.[57] «La catequesis de iniciación, por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo meramente circunstancial u ocasional; por ser formación para la vida cristiana, desborda – incluyéndola – a la mera enseñanza; por ser esencial, se centra en lo «común» para el cristiano, sin entrar en cuestiones disputadas ni convertirse en investigación teológica. En fin, por ser iniciación, incorpora a la comunidad que vive, celebra y testimonia la fe. Ejerce, por tanto, al mismo tiempo, tareas de iniciación, de educación y de instrucción. Esta riqueza, inherente al catecumenado de adultos no bautizados, ha de inspirar a las demás formas de catequesis».[58]
El catecumenado se nos ha entregado como el modelo que la Iglesia ha recientemente asumido para dar forma a sus procesos de transmisión de la fe. El catecumenado, que ha sido impulsado por el Concilio Vaticano II,[59] ha sido asumido en varios proyectos de reorganización y de promoción de la catequesis, como modelo paradigmático de estructuración de esta misión evangelizadora. El Directorio General para la Catequesis sintetiza los elementos fundamentales de tal misión, dejando intuir los motivos por los cuales tantas Iglesias locales se han inspirado en este paradigma para reorganizar las propias prácticas de anuncio y de generación en la fe, dando incluso origen a un nuevo modelo, el «catecumenado post-bautismal»:[60] recuerda constantemente a toda la Iglesia la función de la iniciación en la fe. Despierta la responsabilidad de toda la comunidad cristiana. Pone en el centro de todo el camino el misterio de la Pascua de Cristo. Hace de la inculturación el principio del propio funcionamiento pedagógico; es imaginado como un verdadero proceso formativo.[61]

15. Las Iglesias locales, sujetos de la transmisión

El sujeto de la transmisión de la fe es toda la Iglesia, que se manifiesta en la Iglesias locales. El anuncio, la transmisión y la experiencia vivida del Evangelio se realizan en ellas. Más aún, las mismas Iglesias locales, además de ser sujetos, son también el fruto de esa acción del anuncio del Evangelio y de la transmisión de la fe, como resulta de la experiencia de las primeras comunidades cristianas (cf. Hch 2, 42-47): el Espíritu congrega a los creyentes entorno a las comunidades que viven fervorosamente la propia fe, nutriéndose de la escucha de la palabra de los Apóstoles y de la Eucaristía, y consumando la propia vida en el anuncio del Reino de Dios. El Concilio Vaticano II confirma esta descripción como fundamento de la identidad de cada comunidad cristiana, cuando afirma que la «Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los fieles, que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de iglesias. Ellas son, en su lugar, el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (cf. 1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”».[62]
La vida concreta de nuestras Iglesias ha tenido la fortuna de ver en el campo de la transmisión de la fe, y mas genéricamente del anuncio, una realización concreta, frecuentemente ejemplar, de esta afirmación del Concilio. El número de los cristianos, que en las últimas décadas se han empeñado en modo espontáneo y gratuito en el anuncio y en la transmisión de la fe, ha sido verdaderamente notable y ha dejado su huella en la vida de nuestras Iglesias locales, como un verdadero don del Espíritu ofrecido a nuestras comunidades cristianas. Las acciones pastorales relacionadas con la transmisión de la fe constituyen un lugar que ha permitido a la Iglesia estructurarse dentro de los diversos contextos sociales locales, mostrando la riqueza y la variedad de los roles y de los ministerios que la componen y que animan su vida cotidiana. Alrededor del Obispo se ha visto florecer el rol de los presbíteros, de los padres, de los religiosos, de las comunidades, cada uno con la propia misión y la propia competencia.[63]
Junto a los dones y a los aspectos positivos, sin embargo, hay que considerar también los desafíos, que la novedad de las situaciones y las evoluciones que la distinguen, pone a varias Iglesias locales: la escasez de la presencia numérica de los presbíteros hace que el resultado de su acción sea menos incisivo de cuanto se desearía. El estado de cansancio y de desgaste vivido en tantas familias debilita el papel de los padres. El nivel demasiado débil de la coparticipación hace evanescente el influjo de la comunidad cristiana. El riesgo es que una acción tan importante y fundamental vea caer el peso de su ejecución solo sobre la figura de los catequistas, oprimidos por la tarea a ellos confiada y por la soledad en la cual se encuentran al realizarla.
Como ya se ha mencionado, el clima cultural y la situación de cansancio en la cual se encuentran varias comunidades cristianas conducen al riesgo de hacer débil la capacidad de nuestras Iglesias locales de anunciar, transmitir y educar en la fe. La pregunta del apóstol san Pablo «¿cómo creerán ... sin que se les predique?» (Rm 10, 14) – suena en nuestros días muy pertinente. En una situación como ésta, hay que reconocer como don del Espíritu la frescura y las energías que la presencia de grupos y movimientos eclesiales ha logrado infundir en esta misión de transmitir la fe. Al mismo tiempo, debemos trabajar para que estos frutos puedan contagiar y comunicar su impulso a aquellas formas de catequesis y de transmisión de la fe que han perdido su ardor originario.

16. Dar razón: el estilo de la proclamación
Por lo tanto, el contexto en el cual nos encontramos exige a las Iglesias locales un renovado impulso, un nuevo acto de confianza en el Espíritu que las guía, para que vuelvan a asumir con alegría y fervor la misión fundamental para la cual Jesús envía a sus discípulos: el anuncio del Evangelio (cf. Mc 16, 15), la predicación del Reino (cf. Mc 3,15). Es necesario que cada cristiano se sienta interpelado por este mandato de Jesús y se deje guiar por el Espíritu al responder a la llamada, según la propia vocación. En un momento en el cual la opción de la fe y del seguimiento de Cristo resulta menos fácil y poco comprensible, o incluso contrariada y combatida, aumenta la tarea de la comunidad y de los cristianos individualmente de ser testigos y heraldos del Evangelio, como lo hizo Jesucristo.
La lógica de un comportamiento como éste, nos la sugiere el apóstol san Pedro, cuando nos invita a la apología, a dar razón, a «dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P3, 15). Una nueva primavera para el testimonio de nuestra fe, nuevas formas de respuesta (apo-logía) a quien nos pida el logos, la razón de nuestra fe, son los caminos que el Espíritu indica a nuestras comunidades cristianas: para renovarnos, para hacer presente la esperanza y la salvación, que nos da Jesucristo, con mayor fuerza en el mundo en que vivimos. Se trata, como cristianos, de aprender un nuevo estilo, de responder «con dulzura y respeto [...] con buena consciencia» (1P 3, 16), con aquella fuerza humilde que proviene de la unión con Cristo en el Espíritu y con aquella determinación de quien tiene como meta el encuentro con Dios Padre en su Reino.[64]
Este estilo debe ser global, es decir, debe abrazar el pensamiento y la acción, los comportamientos personales y el testimonio público, la vida interna de nuestras comunidades y su impulso misionero, la atención educativa y la entrega cuidadosa hacia los pobres, la capacidad de cada cristiano de tomar la palabra en los contextos en los cuales vive y trabaja para comunicar el don cristiano de la esperanza. Este estilo debe apropiarse del fervor, de la confianza y de la libertad de palabra (la parresia) que se manifiestan en la predicación de los Apóstoles (cf. Hch 4, 31; 9, 27-28) y que el rey Agripa experimentó escuchando a san Pablo: «Por poco me convences para hacer de mí un cristiano» (Hch 26, 28).
En un tiempo durante el cual tantas personas viven la propia vida como una verdadera experiencia del «desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre», el Papa Benedicato XVI nos recuerda que «la Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud».[65]
Este es el estilo que el mundo tiene derecho a encontrar en la Iglesia, en las comunidades cristianas, según la lógica de nuestra fe.[66] Un estilo comunitario y personal; un estilo que interpela a las comunidades en su conjunto e individualmente a cada bautizado, a la verificación, como nos recuerda el Papa Pablo VI: «además de la proclamación que podríamos llamar colectiva del Evangelio, conserva toda su validez e importancia esa otra transmisión de persona a persona. [...] La urgencia de comunicar la Buena Nueva a las masas de hombres no debería hacer olvidar esa forma de anunciar mediante la cual se llega a la conciencia personal del hombre y se deja en ella el influjo de una palabra verdaderamente extraordinaria que recibe de otro hombre».[67]

17. Los frutos de la transmisión de la fe
La finalidad de todo el proceso de transmisión de la fe es la edificación de la Iglesia como comunidad de testigos del Evangelio. Afirma el Papa Pablo VI: «Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmenso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar “las grandezas de Dios”, que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio».[68]
Los frutos, que este ininterrumpido proceso de evangelización genera adentro de la Iglesia como signo de la fuerza vivificadora del Evangelio, toman forma en la confrontación con los desafíos de nuestro tiempo. Es necesario generar familias que sean signos verdaderos y reales de amor y de coparticipación, capaces de dar esperanza porque están abiertas a la vida; se necesita la fuerza para construir comunidades que posean un auténtico espíritu ecuménico y que sean capaces de un diálogo con las otras religiones; urge el coraje para sostener iniciativas de justicia social y solidaridad, que coloquen el pobre en el centro del interés de la Iglesia; se formulan los mejores auspicios de alegría en la donación de la propia vida en un proyecto vocacional o de consagración. Una Iglesia que transmite su fe, una Iglesia de la “nueva evangelización” es capaz en todos estos ámbitos de mostrar el Espíritu que la guía y que transfigura la historia: la historia de la Iglesia, de los cristianos, de los hombres y de sus culturas.
También el coraje de denunciar las infidelidades y los escándalos, que emergen en las comunidades cristianas como signo y como consecuencia de momentos de fatiga y de cansancio en esta tarea de anuncio, es parte de esta lógica del reconocimiento de los frutos. El coraje de reconocer las culpas; la capacidad de continuar dando testimonio de Jesucristo mientras comunicamos nuestra continua necesidad de ser salvados, sabiendo que – come nos enseña el apóstol san Pablo – podemos ver en nuestras debilidades la fuerza de Cristo que nos salva (cf. 2 Co 12, 9; Rm 7, 14 s); el ejercicio de la penitencia, el empeño en caminos de purificación y la voluntad de reparar las consecuencia de nuestros errores; una sólida confianza en que la esperanza que nos ha sido dada «no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rm 5, 5), son también éstos diversos frutos de una transmisión de la fe, de un anuncio del Evangelio que, en primer lugar, no deja de renovar a los cristianos, mientras lleva al mundo el Evangelio de Jesucristo.

Preguntas
Hacer experiencia de Cristo es la finalidad de la transmisión de la fe para compartirla con los cercanos y los lejanos. Ella nos impulsa a la misión.
1. ¿En qué medida nuestras comunidades cristianas logran proponer lugares eclesiales que sean instrumentos de experiencia espiritual?
2. ¿Nuestros caminos de fe tienen como objetivo solamente la adhesión intelectual a la verdad cristiana o se proponen verdaderamente vivir experiencias reales de encuentro y de comunión, de “habitación” en el misterio de Cristo?
3. ¿En qué modo las Iglesias individualmente han encontrado soluciones y respuestas a la exigencia de experiencia espiritual, que proviene también de las jóvenes generaciones de hoy?
La Palabra y la Eucaristía son los vehículos principales, los instrumentos privilegiados para vivir la fe cristiana como experiencia espiritual.
4. ¿En qué modo las dos precedentes Asambleas Generales Ordinarias del Sínodo de los Obispos han ayudado a las comunidades cristianas a aumentar la calidad de la escucha de la Palabra en nuestras Iglesias? ¿En qué modo han contribuido a aumentar la calidad de nuestras celebraciones eucarísticas?
5. ¿Cuáles son los elementos mejor recibidos? ¿Qué reflexiones y qué sugerencias han de ser aún acogidas?
6. ¿En qué medida los grupos de escucha y de confrontación sobre la base de la Palabra de Dios están transformándose en instrumentos comunes de vida cristiana para nuestras comunidades? ¿En qué modo nuestras comunidades expresan la centralidad de la Eucaristía (celebrada, adorada) y a partir de ellas estructuran sus acciones y sus vidas?
Después de décadas de vigorosa efervescencia, el campo de la catequesis muestra signos de fatiga y de cansancio, principalmente a nivel de los sujetos llamados a sostener y a animar esta acción eclesial.
7. ¿Cuál es la experiencia concreta de nuestras Iglesias?
8. ¿Cómo se ha buscado ofrecer reconocimiento y solidaridad a la figura del catequista dentro de las comunidades cristianas? ¿Cómo se ha tratado de concretar y dar eficacia al reconocimiento de un rol activo de otros sujetos en la tarea de transmisión de la fe (padres, padrinos, la comunidad cristiana)?
9. ¿Qué iniciativas han sido pensadas para sostener a los padres, para darles coraje en una tarea (la transmisión, y en consecuencia, la transmisión de la fe) que la cultura reconoce siempre menos come tarea a ellos confiada?
En las últimas décadas, respondiendo también a un pedido del Concilio Vaticano II, varias Conferencias Episcopales se han empeñado en nuevos programas de itinerarios y textos catequísticos.
10. ¿En qué situación se encuentran tales proyectos?
11. ¿Qué efectos benéficos han producido en el proceso de transmisión de la fe? ¿Con qué esfuerzo y con qué obstáculos han debido enfrentarse?
12. ¿Qué instrumentos ha ofrecido en este itinerario de reprogramación la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica?
13. ¿Cómo trabajan las comunidades cristianas (parroquias) y los diversos grupos y movimientos para garantizar en los hechos una catequesis que sea lo más eclesial posible y que esté proyectada en modo concordado y compartido con los otros sujetos eclesiales?
14. En relación a los fuertes cambios culturales en acto: ¿cuáles son las instancias pedagógicas ante las cuales la acción catequística de nuestras Iglesias se siente más desamparada y descubierta?
15. ¿En qué medida el instrumento del catecumenado ha sido asumido en las comunidades cristianas como modelo a partir del cual construir el proyecto de catequesis y de educación en la fe?
La situación actual pide a la Iglesia un renovado estilo evangelizador, una nueva disponibilidad para dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza.
16. ¿En qué medida las Iglesias locales han logrado difundir esta nueva exigencia en las comunidades cristianas? ¿Con qué resultados? ¿Con qué esfuerzos y con qué resistencias?
17. ¿Puede decirse que la urgencia de un nuevo anuncio misionero se ha transformado en una componente habitual de las acciones pastorales de las comunidades? ¿Existe una convicción que la misión debe ser vivida también en nuestras comunidades cristianas locales, en nuestros contextos normales de vida?
18. ¿Existen otros sujetos, además de nuestras comunidades, que animan el tejido social anunciando allí el Evangelio? ¿Con qué acciones y métodos? ¿Con qué resultados?
19. ¿En qué modo los bautizados han madurado la consciencia de ser llamados en primera persona a este anuncio? ¿Qué experiencias pueden ser trasmitidas a este respecto?
El anuncio y la transmisión de la fe generan como fruto la comunidad cristiana.
20. ¿Cuáles son los principales frutos que la transmisión de la fe ha generado en vuestras Iglesias?
21. ¿En qué medida las comunidades cristianas están preparadas para reconocer estos frutos, para sostenerlos y para nutrirlos? ¿Cuáles son los frutos de los que se siente principalmente la falta?
22. ¿Qué resistencias, qué esfuerzos y también qué escándalos obstaculizan este anuncio? ¿Cómo han sabido vivir las comunidades estos momentos, considerándolos como un nuevo punto de partida para un renovado impulso espiritual y misionero?

Tercer Capítulo
Iniciar a la experiencia cristiana
«Id pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28, 19-20)

18. La iniciación cristiana, proceso evangelizador
La reflexión sobre la transmisión de la fe que hemos presentado, junto a los cambios sociales y culturales – que se presentan frente al cristianismo actual como un desafío – han dado inicio en la Iglesia a un difundido proceso de reflexión y de revisión de los itinerarios de introducción a la fe y de acceso a los sacramentos. Las afirmaciones del Concilio Vaticano II,[69] que originariamente fueron percibidas por muchas comunidades cristianas como buenos auspicios, hoy en cambio, son una realidad en varias Iglesias locales. Es posible experimentar tantos elementos allí enumerados, comenzando por la consciencia ya madura y universalmente difundida del vínculo intrínseco que une a los sacramentos de la iniciación cristiana. Bautismo, Confirmación y Eucaristía son vistos no ya como tres sacramentos separados, sino como etapas de un camino de engendramiento a la vida cristiana adulta, dentro de un proceso orgánico de iniciación a la fe. La iniciación cristiana es ya un concepto y un instrumento pastoral reconocido y bien consolidado en las Iglesias locales.
En este proceso, las Iglesias locales que tienen una tradición secular de iniciación a la fe deben mucho a la Iglesias más jóvenes. En comunión se ha aprendido a asumir, como modelo del camino de iniciación a la fe, el adulto y no ya el niño.[70] Se ha llegado a dar de nuevo importancia al sacramento del bautismo, asumiendo la estructura de catecumenado antiguo, como un ejemplo para organizar acciones pastorales que, en nuestros contextos culturales, consientan una celebración más consciente, mayormente preparada y más capaz de garantizar la participación futura de los nuevos bautizados en la vida cristiana. Muchas comunidades cristianas han comenzado a revisar con atención las propias prácticas bautismales, reconsiderando los modos de participación y empeño de los padres, en el caso del bautismo de los niños, y explicitando el momento de evangelización, de anuncio claro de la fe. Han buscado de estructurar celebraciones del sacramento del bautismo que den mayor espacio al compromiso de la comunidad y que muestren más visiblemente el sostén dado a los padres en la tarea de la educación cristiana, que cada vez se hace más ardua. Escuchando la experiencia de las Iglesias Católicas Orientales, se ha recurrido a la catequesis mistagógica, para imaginar caminos de iniciación que no se detengan en el umbral de la celebración sacramental, sino que continúen la acción formadora también después, para recordar explícitamente que el objetivo es educar para una fe cristiana adulta.[71]
La confrontación ha encendido una reflexión teológica y pastoral que, teniendo en cuenta las peculiaridades de los diversos ritos, es capaz de ayudar a la Iglesia a encontrar una reestructuración compartida de las propias prácticas de introducción y de educación en la fe. La cuestión del orden de los Sacramentos de la iniciación es emblemática a este respecto. En la Iglesia hay diferentes tradiciones. Esta diversidad se manifiesta en modo evidente en las costumbres eclesiales orientales, y en la misma praxis occidental, en lo que se refiere a la iniciación de los adultos, respecto de la iniciación de los niños. Dicha diversidad encuentra una ulterior acentuación en el modo según el cual es vivido y celebrado el sacramento de la Confirmación.
Ciertamente, se puede afirmar que del modo en el cual la Iglesia en Occidente sabrá gestionar esta revisión de sus prácticas bautismales dependerá el rostro futuro del cristianismo en su mundo y la capacidad de la fe cristiana de hablar a su cultura. Sin embargo, no todo en este proceso de revisión, ha funcionado siempre en términos positivos. No faltaron los malos entendidos, es decir, la voluntad de interpretar las transformaciones requeridas como ocasiones para introducir lógicas de ruptura: las nuevas prácticas pastorales eran consideradas y comprendidas a la luz de una hermenéutica de la fractura creadora, que veía en lo que nacía como algo nuevo la posibilidad de dar un juicio sobre el pasado reciente de la Iglesia, y al mismo tiempo, la posibilidad de instaurar formas sociales inéditas para presentar y para vivir el cristianismo hoy. Según este criterio, el abandono de la práctica del bautismo de los niños ha sido presentado alguna vez como una necesidad inderogable. Paralelamente, un serio obstáculo a la revisión en acto se verificó en los comportamientos inerciales mantenidos por algunas comunidades cristianas, convencidas que la simple repetición de acciones estereotipadas fuera una garantía de bondad y de éxito de la acción eclesial.
El proceso de revisión propone a la Iglesia algunos lugares y algunos problemas como verdaderos desafíos, que ponen a las comunidades cristianas frente a la obligación de discernir, y después adoptar, nuevos estilos de acción pastoral. Ciertamente, es un desafío para la Iglesia encontrar en este momento un consenso general con respecto a la colocación del sacramento de la Confirmación. El pedido fue realizado también durante la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, y nuevamente considerado por el Papa Benedicto XVI en la sucesiva exhortación postsinodal.[72] Las Conferencias Episcopales han hecho en estos últimos tiempos opciones diversas al respecto, basándose en diferentes perspectivas desde las cuales puede considerarse la problemática (pedagógica, sacramental, eclesial). Así, se presenta como un desafío para la Iglesia la capacidad de ofrecer nuevamente contenido y energía a esa dimensión mistagógica de los caminos de iniciación, sin la cual estos mismos itinerarios resultarían privados de un ingrediente esencial del proceso de generación de la fe. También se presenta como un ulterior desafío, la necesidad de no delegar a eventuales caminos escolásticos de educación religiosa la tarea, que es propia de la Iglesia, de anunciar el Evangelio y de engendrar en la fe, incluso en relación a los niños y a los adolescentes. Las prácticas en este sector son muy diferentes de nación a nación, y no consienten la elaboración de respuestas únicas o uniformes. Sin embargo, la instancia permanece válida para cada Iglesia local.
Como es posible intuir, el campo de la iniciación es verdaderamente un ingrediente esencial del mandato evangelizador. La “nueva evangelización” tiene mucho qué decir a este respecto: es necesario, en efecto, que la Iglesia continúe en modo fuerte y determinado esos ejercicios de discernimiento actualmente en acto, y al mismo tiempo encuentre energías para entusiasmar nuevamente a aquellos sujetos y aquellas comunidades que muestran signos de cansancio y de resignación. El futuro rostro de nuestras comunidades depende mucho de las energías investidas en esta acción pastoral, y de las iniciativas concretas propuestas y realizadas en vista de una reconsideración y de un nuevo lanzamiento de dicha acción pastoral.

19. El primer anuncio como exigencia de formas nuevas del discurso sobre Dios
El proceso de revisión de los caminos de iniciación a la fe ha dato ulterior relieve a un desafío decididamente presente en la situación actual: la dificultad cada vez mayor con la cual hombres y mujeres escuchan hoy hablar de Dios y encuentran lugares y experiencias que abran una reflexión sobre este tema. Se trata de una dificultad con la cual la Iglesia se confronta desde hace tiempo, y que, por lo tanto, no sólo ha sido denunciada, sino que ha conocido algunos instrumentos de respuesta. Ya el Papa Pablo VI, considerando este desafío, ha puesto a la Iglesia frente a la urgencia de encontrar nuevos caminos para proponer la fe cristiana.[73] Así ha nacido el instrumento del “primer anuncio”,[74] entendido como instrumento de propuesta explícita, o mejor aún de proclamación, del contenido fundamental de nuestra fe.
Una vez asumido a pleno título en la tarea de elaboración de un nuevo proyecto de los itinerarios de introducción a la fe, el primer anuncio debe estar dirigido a los no creyentes, a aquellos que, de hecho, viven en la indiferencia religiosa. Este primer anuncio tiene la finalidad de proclamar el Evangelio y la conversión, en general, a quienes todavía no conocen a Jesucristo. La catequesis, distinta del primer anuncio del Evangelio, promueve y hace madurar esa conversión inicial, educando en la fe al convertido e incorporándolo en la comunidad cristiana. La relación entre estas dos formas del ministerio de la Palabra no es, sin embargo, siempre fácil de establecer, y no necesariamente debe ser afirmada en modo neto. Se trata de una doble atención que frecuentemente se conjuga en la misma acción pastoral. Sucede a menudo, en efecto, que las personas que acceden a la catequesis necesitan vivir todavía una verdadera conversión. Por ello, cuando se trata de los caminos de catequesis y de educación en la fe, será útil poner mayor atención en el anuncio del Evangelio que llama a esa conversión, que la provoca y la sostiene. Éste es el modo según el cual la nueva evangelización estimula los itinerarios habituales de educación en la fe, acentuando su carácter kerigmático, de anuncio.[75]
Por lo tanto, una primera respuesta directa al desafío propuesto ha sido dada. Pero, más allá de la respuesta directa, el discernimiento que estamos realizando nos sugiere detenernos a comprender todavía más en profundidad las razones de una tal extrañeza del discurso sobre Dio de parte de nuestra cultura. Se trata de verificar, sobre todo, en qué medida una situación de este tipo ha ejercido una influencia en las mismas comunidades cristianas.[76] Esto es necesario, sobre todo para buscar las formas y los instrumentos para elaborar reflexiones sobre Dios, que sepan responder a las esperanzas y las ansias de los hombres de hoy, mostrándoles cómo la novedad, que es Cristo, es, al mismo tiempo, el don que todos esperamos, al cual cada ser humano anhela como cumplimiento implícito de su búsqueda de sentido y de su sed de verdad. El olvido del tema de Dios se transformará así en una ocasión de anuncio misionero. La vida cotidiana nos mostrará dónde localizar esos “patios de los gentiles”,[77] dentro de los cuales nuestras palabras se hacen no solo audibles sino también significativas y curativas para la humanidad. La tarea de la “nueva evangelización” es conducir tanto a los cristianos practicantes como a los que se preguntan acerca de Dios a percibir su llamada personal en la propia consciencia. La nueva evangelización es una invitación a las comunidades cristianas para que depositen mayormente la confianza en el Espíritu, que las guía en la historia. Así serán capaces de vencer los miedos que experimentan, y lograrán ver con mayor lucidez los lugares y los senderos a través de los cuales colocar la cuestión de Dios en el centro de la vida de los hombres de hoy.

20. Iniciar a la fe, educar en la verdad
La necesidad de hablar de Dios conlleva, como consecuencia, la posibilidad y la necesidad de un análogo discurso sobre el hombre. La evangelización, de suyo, lo exige directamente. Existe un vínculo fuerte entre la iniciación a la fe y la educación. Lo afirmaba el Concilio Vaticano II.[78] El Papa Benedicto XVI ha expresado recientemente esta misma convicción: «Algunos cuestionan hoy el compromiso de la Iglesia en la educación, preguntándose si estos recursos no se podrían emplear mejor de otra manera. [...] La misión, primaria en la Iglesia, de evangelizar, en la que las instituciones educativas juegan un papel crucial, está en consonancia con la aspiración fundamental de la nación de desarrollar una sociedad verdaderamente digna de la dignidad de la persona humana. A veces, sin embargo, se cuestiona el valor de la contribución de la Iglesia al forumpúblico. Por esto es importante recordar que la verdad de la fe y la de la razón nunca se contradicen».[79] La Iglesia con la verdad revelada purifica la razón y la ayuda a reconocer las verdades últimas como fundamento de la moralidad y de la ética humana. La Iglesia, por su misma índole, sostiene las categorías morales esenciales, manteniendo viva la esperanza en la humanidad.
Las palabras del Papa Benedicto XVI presentan los motivos por los cuales resulta natural que la evangelización y la iniciación a la fe estén acompañadas por una acción educativa desarrollada por la Iglesia como servicio al mundo. Hoy estamos llamados a realizar esta tarea en un momento y en un contexto cultural en el que cada forma de acción educativa aparece más crítica y difícil, a tal punto que el mismo Papa habla de «emergencia educativa».[80]
Con el término “emergencia educativa” el Papa desea aludir a las dificultades cada vez mayores que hoy encuentra no solo la acción educativa cristiana, sino más en general toda acción educativa. Cada vez es más arduo transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un recto comportamiento. Ésta es la difícil tarea no sólo de los padres, que ven reducida cada vez más la capacidad de influir en el proceso educativo, sino también de los agentes de la educación, a quienes corresponde esta actividad, comenzando por la escuela.
Un tal desarrollo de los acontecimientos era en parte previsible: en una sociedad y en una cultura que muy a menudo hacen del relativismo el propio credo, falta la luz de la verdad. Se considera demasiado comprometedor hablar de la verdad, parece “autoritario”, y se termina por dudar de la bondad de la vida –¿es un bien ser un hombre? ¿es un bien vivir?– de la validez de las relaciones y de los empeños que son parte de la vida. En este contexto ¿cómo sería posible proponer a los más jóvenes y transmitir de generación en generación algo de válido y de cierto, reglas de vida, un auténtico significado y objetivos convincentes para la existencia humana, como personas y como comunidad? Por este motivo, la educación tiende en gran medida a reducirse a la transmisión de determinadas habilidades, o capacidades para hacer, mientras se busca apagar el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas con objetos de consumo y con gratificaciones efímeras. De este modo, tanto los padres como los docentes están fácilmente tentados de abdicar a los propios deberes educativos y de no comprender ni siquiera cuál es el propio rol, la misión a ellos confiada.
Aquí está la emergencia educativa: ya no somos capaces de ofrecer a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que es nuestro deber transmitirles. Nosotros estamos en deuda en relación a ellos también en lo que respecta a aquellos verdaderos valores que dan fundamento a la vida. Así termina descuidado y olvidado el objetivo esencial de la educación, que es la formación de la persona, para hacerla capaz de vivir en plenitud y de dar su contribución al bien de la comunidad. Por ello crece, desde diversos sectores, la demanda de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad de educadores que sean verdaderamente tales. Dicho pedido acomuna a los padres (preocupados, y con frecuencia angustiados, por el futuro de los propios hijos), a los docentes (que viven la triste experiencia de la decadencia de la escuela) y a la sociedad misma, que ve amenazada las bases de la convivencia.
En estas circunstancias, el empeño de la Iglesia para educar en la fe, siguiendo las huellas y el testimonio del Señor, asume más que nunca el valor de una contribución para ayudar a la sociedad en que vivimos a superar la crisis educativa que la aflige, construyendo un muro de contención contra la desconfianza y contra aquel extraño «odio de sí», contra aquellas formas de auto-denigración, que parecen haberse transformado en una característica de algunas de nuestras culturas. Este compromiso puede dar a los cristianos la ocasión adecuada para habitar el espacio público de nuestras sociedades, proponiendo nuevamente dentro de este espacio la cuestión de Dios, y llevando como don la propia tradición educativa, fruto que las comunidades cristianas, guiadas por el Espíritu, han sabido producir en este campo.
La Iglesia posee en este sentido una tradición, es decir, un tesoro histórico de recursos pedagógicos, reflexión e investigación, instituciones, personas – consagradas y no consagradas, reunidas en ordenes religiosas y en congregaciones – capaces de ofrecer una presencia significativa en el mundo de la escuela y de la educación. Además, ese capital histórico, en cuanto se encuentra relacionado con las transformaciones sociales y culturales actuales, está también sujeto a cambios significativos. Por lo tanto, será oportuno pensar en un discernimiento en este sector, para concentrar la atención en ciertos puntos críticos que los cambios están generando. Se deberán reconocer las energías del futuro, los desafíos que requieren una instrucción adecuada, sabiendo que la tarea fundamental de la Iglesia es educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio, ayudando a entrar en una relación viva con Cristo y con el Padre.

21. El objetivo de una “ecología de la persona humana”
El objetivo de todo este empeño educativo de la Iglesia es fácilmente reconocible. Se trata de trabajar en la construcción de lo que el Papa Benedicto XVI define como una “ecología de la persona humana”. «Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. [...]el problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad».[81]
La fe cristiana sostiene la inteligencia en la comprensión del equilibrio profundo que mantiene firme la estructura de la existencia y de la historia. La fe desarrolla esta operación no en modo genérico o desde el externo, sino compartiendo con la razón la sed de saber, la sed de investigar, orientándola hacia el bien del hombre y del cosmos. La fe cristiana contribuye a la comprensión del contenido profundo de las experiencias fundamentales del hombre, como el texto del Papa apenas citado demuestra. Es una tarea – la de la confrontación crítica y de orientación – que el catolicismo desarrolla desde hace tiempo. Por ello, se encuentra cada vez mejor preparado, dando vida a instituciones, centros de investigación, universidades, fruto de la intuición y del carisma de algunos o de la atención educativa de las Iglesias locales. Estas instituciones desarrollan su función habitando el espacio común de la investigación y del progreso del conocimiento en las diversas culturas y sociedades. Los cambios sociales y culturales que hemos presentado interpelan y generan desafíos a estas instituciones. El discernimiento, que constituye la base de la “nueva evangelización”, está llamado a ocuparse de este empeño cultural y educativo de la Iglesia. Se podrán así identificar los puntos críticos de estos desafíos, las energías y las estrategias que han de ser adoptadas para garantizar el futuro, no solo de la Iglesia sino también del hombre y de la humanidad.
En vista de una “nueva evangelización” será seguramente posible: imaginar todos estos espacios culturales como otros tantos “patios de los gentiles”, ayudándoles a vivir la propia vocación originaria dentro de los nuevos escenarios que avanzan, es decir, aquella vocación de llevar positivamente la cuestión de Dios y de la experiencia de la fe cristiana dentro de las realidades del tiempo; ayudar a estos espacios a ser lugares en los cuales se puedan formar las personas libres y adultas, capaces a su vez de llevar la cuestión de Dios dentro de sus vidas, en el trabajo, en la familia.

22. Evangelizadores y educadores en cuanto testigos
El contexto de emergencia educativa en el cual nos encontramos confiere aún más fuerza a las palabras del Papa Pablo VI: «El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan – decíamos recientemente a un grupo de seglares –, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio. [...] Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad».[82] Cualquier proyecto de “nueva evangelización”, cualquier proyecto de anuncio y de transmisión de la fe no puede prescindir de esta necesidad: disponer de hombres y mujeres que con la propia conducta de vida sostengan el empeño evangelizador que viven. Precisamente esta ejemplaridad es el valor agregado que confirma la verdad de la donación, del contenido de lo que enseñan y de lo que proponen como estilo de vida. La actual emergencia educativa acrecienta la demanda de educadores que sepan ser testigos creíbles de aquellas realidades y de aquellos valores sobre los cuales es posible fundar tanto la existencia personal de cada ser humano, como los proyectos compartidos de la vida social. A este respecto, tenemos excelentes ejemplos. Basta recordar a san Pablo, san Patricio, san Bonifacio, san Francisco Javier, los santos Cirilo y Metodio, santo Toribio de Mogrovejo, san Damian de Veuster, la beata Madre Teresa di Calcuta.
Esta exigencia se transforma para la Iglesia de hoy en una tarea de sostén y de formación de muchas personas, que desde hace tiempo están empeñadas en estas actividades de evangelización y de educación (obispos, sacerdotes, catequistas, educadores, docentes, padres) de las comunidades cristianas y están llamadas a dar mayor reconocimiento y a invertir mayores recursos en esta tarea esencial para el futuro de la Iglesia y de la humanidad. Es necesario afirmar claramente la esencialidad de este ministerio de evangelización, de anuncio y de transmisión, dentro de nuestras Iglesias. Es igualmente necesario que cada comunidad considere nuevamente las prioridades en las propias acciones, para concentrar energías y fuerzas en este empeño común de la “nueva evangelización”.
Para que la fe sea sostenida y nutrida, ella tiene necesidad, inicialmente, de ese ámbito originario que es la familia, primer lugar de educación en la oración.[83] En el espacio familiar puede tener lugar la educación en la fe esencialmente bajo la forma de educación del niño en la oración. Es útil para los padres rezar junto al niño para habituarlo a reconocer la presencia amante del Señor. Esto les permite ser testigos autorizados ante el mismo niño.
La formación y el cuidado con que se deberá no solo sostener a los evangelizadores ya en acción, sino llamar a nuevas fuerzas, no se reducirá a una mera preparación técnica, aunque ella sea necesaria. Será sobre todo una formación espiritual, una escuela de la fe a la luz del Evangelio de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu, para vivir la experiencia de la paternidad de Dios. Puede evangelizar sólo quien a su vez se ha dejado y se deja evangelizar, quien es capaz de dejarse renovar espiritualmente por el encuentro y por la comunión vivida con Jesucristo. Puede transmitir la fe, como lo demuestra el apóstol Pablo: «creí, por eso hablé» (2 Co 4, 13).
Por lo tanto, la nueva evangelización es principalmente una tarea y un desafío espiritual. Es una tarea de cristianos que desean alcanzar la santidad. En este contexto y con este modo de entender la formación, seráútil dedicar espacio y tiempo a una confrontación con respecto a las instituciones y a los instrumentos a disposición de las Iglesias locales para hacer que los bautizados sean conscientes del propio empeño misionero y evangelizador. Frente a los escenarios de la nueva evangelización, los testigos para ser creíbles deben saber hablar en los lenguajes de su tiempo, anunciando así, desde adentro, las razones de la esperanza que los anima (cf. 1 P 3, 15). Esta tarea no puede ser imaginada en modo espontáneo, exige atención, educación y cuidado.

Preguntas
El proyecto de la nueva evangelización se propone como un ejercicio de verificación de todos los lugares y las acciones con las cuales la Iglesia anuncia al mundo el Evangelio.
1. ¿En qué medida el instrumento del “primer anuncio” es conocido y difundido en las comunidades cristianas?
2. ¿Las comunidades cristianas realizan acciones pastorales que tienen como objetivo la propuesta específica de la adhesión al Evangelio, de la conversión al cristianismo?
3. Más en general, ¿cómo las comunidades cristianas individualmente se confrontan con la exigencia de elaborar formas nuevas para abrir un discurso sobre Dios dentro de la sociedad y también dentro de nuestras mismas comunidades? ¿Qué experiencias significativas puede ser útil compartir con las otras Iglesias?
4. ¿Cómo ha sido asumido y desarrollado el proyecto del “patio de los gentiles” en las diversas Iglesias locales?
5. ¿A qué nivel de prioridad ha sido asumido por las comunidades cristianas el empeño de atreverse a recorren caminos de nueva evangelización? ¿Cuáles son las iniciativas que han dado mejores resultados en cuanto a la apertura misionera de las comunidades cristianas?
6. ¿Qué experiencias, qué instituciones, nuevas asociaciones o grupos han nacido o se han difundido con el objetivo de anunciar con gozo y coraje el Evangelio a los hombres?
7. ¿Qué colaboraciones entre las comunidades parroquiales y estas nuevas experiencias?
La Iglesia ha empeñado muchas energías para reestructurar los propios caminos de iniciación y de educación en la fe.
8. ¿En qué medida la experiencia de la iniciación cristiana de los adultos ha sido asumida como modelo para repensar los caminos de iniciación a la fe en nuestras comunidades?
9. ¿En qué medida y cómo ha sido asumido el instrumento de la iniciación cristiana? ¿En qué modo ha ayudado a la reflexión sobre la pastoral bautismal y a la acentuación del vínculo que existe entre los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía?
10. Las Iglesias Católicas Orientales administran unitariamente los sacramentos de la iniciación cristiana al niño. ¿Cuáles son las riquezas y las peculiaridades de esta experiencia? ¿Cómo se sienten interpeladas por las reflexiones y por los cambios actuales en la Iglesia, en lo que se refiere a la iniciación cristiana?
11. ¿Cómo el “catecumenado bautismal” ha inspirado una revisión de los caminos de preparación a los sacramentos, transformándolos en itinerarios de iniciación cristiana, capaces de implicar en modo activo a los diversos miembros de la comunidad (en particular los adultos), y no sólo a los sujetos directamente interesados? ¿Cómo las comunidades cristianas se acercan a los padres para ayudarlos a cumplir con el deber de transmitir la fe, deber que se hace cada vez más arduo?
12. ¿Qué evoluciones ha conocido la ubicación del sacramento de la Confirmación, dentro de este itinerario? ¿A raíz de qué motivos?
13. ¿Cómo se ha logrado dar cuerpo a los itinerarios mistagógicos?
14. ¿En qué medida las comunidades cristianas han logrado transformar el camino de educación en la fe en una cuestión adulta y dirigida sobre todo a los adultos, evitando de este modo el riesgo de colocar dicho camino exclusivamente en la edad de la infancia?
15. ¿Están elaborando las Iglesias locales reflexiones explícitas sobre el rol del anuncio y sobre la necesidad de dar mayor importancia a la generación en la fe, a la pastoral bautismal?
16. ¿Ha sido superada la fase de la delegación del deber de la educación en la fe de parte de la comunidad parroquial a otros agentes de educación religiosa (por ejemplo las instituciones escolásticas, confundiendo los caminos de educación en la fe con eventuales formas de educación cultural en relación al hecho religioso)?
El desafío educativo interpela nuestras Iglesias como una verdadera emergencia.
17. ¿Con qué grado de sensibilidad y con qué energía ha sido asumida tal emergencia?
18. ¿Cómo ayuda a responder a este desafío la presencia de instituciones católicas en el mundo de la escuela? ¿Qué cambios influyen en estas instituciones? ¿Con qué recursos son capaces de responder al desafío?
19. ¿Qué vínculo existe entre estas instituciones y otras instituciones eclesiales, entre estas instituciones y la vida parroquial?
20. ¿En qué modo estas instituciones logran hacerse escuchar en el ámbito de la cultura y de la sociedad, enriqueciendo los debates y los movimientos culturales de pensamiento con la voz de la experiencia cristiana de la fe?
21. ¿Qué relación existe entre estas instituciones católicas y las otras instituciones educativas, entre ellas y la sociedad?
22. ¿Cómo las grandes instituciones culturales (universidades católicas, centros culturales, centros de investigación), que la historia nos ha dejado en herencia, logran tomar la palabra en los debates que se refieren a los valores fundamentales del hombre (defensa de la vida, de la familia, de la paz, de la justicia, de la solidaridad, de la creación)?
23. ¿Cómo logran dichas instituciones ser instrumentos que ayudan al hombre a dilatar los confines de su razón, a buscar la verdad, a reconocer las huellas del designio de Dios que da sentido a nuestra historia? ¿Y paralelamente, cómo ayudan las comunidades cristianas a decifrar y a favorecer la escucha de las inquietudes y de las esperanzas expresadas por la cultura actual?
24. ¿En qué medida estas instituciones logran ubicarse dentro de aquella experiencia denominada “patio de los gentiles”? ¿Logran imaginar este lugar como un espacio en el que los cristianos viven la audacia de implementar formas de diálogo que salgan al encuentro de las esperanzas más profundas de los hombres y de la sed que ellos tienen de Dios; y de poner dentro de estos contextos la pregunta sobre Dios, compartiendo la propia experiencia de búsqueda y trasmitiendo como un don el encuentro con el Evangelio de Jesucristo?
El proyecto de la nueva evangelización requiere formas y caminos de formación para el anuncio y el testimonio.
25. ¿Cómo viven las comunidades cristianas la urgencia de llamar, formar y sostener personas que sean capaces de ser evangelizadores y educadores como testigos?
26. ¿Qué ministerios, instituidos, pero más frecuentemente “de hecho”, las Iglesias locales han visto surgir (o han favorecido) con esta clara finalidad evangelizadora?
27. ¿Cómo las parroquias se han dejado inspirar al respecto por la vitalidad de algunos movimientos y realidades carismáticas?
28. Varias Conferencias Episcopales en estas décadas han hecho de la misión y de la evangelización los elementos centrales y las prioridades de sus proyectos pastorales: ¿qué resultados han obtenido? ¿cómo han logrado sensibilizar a las comunidades cristianas sobre la calidad “espiritual” de este desafío misionero?
29. ¿En qué modo esta acentuación sobre la “nueva evangelización” ha ayudado a la revisión y a la reorganización de los caminos de formación de los candidatos al sacerdocio? ¿Cómo las diversas instituciones destinadas a esta formación (seminarios diocesanos, regionales, dirigidos por órdenes religiosas) han sabido reinterpretar y adecuar sus reglas de vida a esta prioridad?
30. ¿Cómo el ministerio del diaconado, recientemente restablecido, ha encontrado en este mandato evangelizador uno de los contenidos de su identidad?
Conclusión
«Recibiréis una fuerza, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros» (Hch 1, 8)

23. El fundamento de la “nueva evangelización” en María y en Pentecostés
Jesucristo, con su venida entre nosotros, nos ha comunicado la vida divina que transfigura la faz de la tierra, haciendo nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Su revelación nos ha implicado no sólo como destinatarios de la salvación, que nos ha sido dada, sino también como sus anunciadores y testigos. El Espíritu del Resucitado habilita, de este modo, nuestra vida para el anuncio eficaz del Evangelio en todo el mundo. Esta es la experiencia de la primera comunidad cristiana, que veía difundirse la Palabra mediante la predicación y el testimonio (cf. Hch 6, 7).
Cronológicamente, la primera evangelización comenzó el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, reunidos todos juntos en el mismo lugar en oración con la Madre de Cristo, recibieron el Espíritu Santo. Aquella, que según las palabras del Arcángel, es la “llena de gracia”, se encuentra así en la vía de la predicación apostólica, y en todos los caminos en los cuales los sucesores de los Apóstoles se ha movido para anunciar el Evangelio.
mNueva evangelización no significa un “nuevo Evangelio”, porque «Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por los siglos» (Hb 13, 8). Nueva evangelización quiere decir: una respuesta adecuada a los signos de los tiempos, a las necesidades de los hombres y de los pueblos de hoy, a los nuevos escenarios que diseñan la cultura a través de la cual contamos nuestras identidades y buscamos el sentido de nuestras existencias. Nueva evangelización significa, por lo tanto, promover una cultura más profundamente enraizada en el Evangelio; quiere decir descubrir al hombre nuevo que existe en nosotros gracias al Espíritu que nos ha dado Jesucristo y el Padre. El camino de preparación a la próxima Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos y su celebración serán para la Iglesia como un nuevo Cenáculo, en el cual los sucesores de los Apóstoles, reunidos en oración junto a la Madre de Cristo –con Aquella que ha sido invocada como Estrella de la Nueva Evangelización[84]– preparan los caminos de la nueva evangelización.

24. La “nueva evangelización”, visión para la Iglesia de hoy y de mañana
En estas páginas hemos varias veces hablado de nueva evangelización. Vale la pena, al concluir, evocar el significado profundo de esta definición y el llamado contenido en ella. Dejemos esta tarea al Papa Juan Pablo II, que ha sostenido y difundido tanto esta terminología. “Nueva evangelización” significa «reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16). Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos “especialistas”, sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos».[85]
En el presente texto hemos hablado muchas veces de cambios y transformaciones. Nos hemos confrontado con escenarios que describen cambios históricos, que suscitan con frecuencia en nosotros aprensión y miedo. En esta situación, advertimos la necesidad de una visión que nos permita ver el futuro con esperanza, sin lágrimas de desesperación. Como Iglesia, ya tenemos esta visión. Se trata del Reino que viene, que nos ha sido anunciado por Jesucristo y descripto en sus parábolas. Es el Reino que ya ha comenzado con su predicación y, sobre todo, con su muerte y resurrección por nosotros. Sin embargo, a menudo tenemos la impresión de no lograr a dar forma concreta a esta visión, de no lograr a “hacerla nuestra”, de no lograr a hacer de ella palabra viva para nosotros y para nuestros contemporáneos, de no asumirla como fundamento de nuestras acciones pastorales y de nuestra vida eclesial.
En este sentido, desde el Concilio Vaticano II en adelante, los Papas nos han ofrecido una clara palabra clave de orientación para una pastoral presente y futura: “nueva evangelización”, es decir nueva proclamación del mensaje de Jesús, que infunde alegría y nos libera. Esta palabra clave puede ser el fundamento de esta visión de la cual sentimos necesidad: la visión de una Iglesia evangelizadora, punto de partida del presente texto, es también la tarea que nos es asignada al final. Todo el trabajo de discernimiento que estamos llamados a hacer tiene como objetivo que esta visión eche raíces profundas en nuestros corazones. En el corazón de cada uno de nosotros, en los corazones de nuestras Iglesias, para ofrecer un servicio al mundo.

25. La alegría de la evangelización
Nueva evangelización quiere decir compartir con el mundo sus ansias de salvación y dar razón de nuestra fe, comunicando el Logos de la esperanza ( cf. 1 P 3, 15). Los hombres tienen necesidad de esperanza para poder vivir el propio presente. El contenido de esta esperanza es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo».[86] Por esto la Iglesia es misionera en su íntima esencia. No podemos tener solo para nosotros las palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con Jesucristo. Esas palabras son para todos, para cada hombre. Cada persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este anuncio.
Precisamente la falta de esta consciencia genera desierto y desaliento. Uno los obstáculos para la nueva evangelización es la ausencia de alegría y de esperanza que tales situaciones crean y difunden entre los hombres de nuestro tiempo. Con frecuencia esta falta de alegría y de esperanza son tan fuertes que influyen en nuestras mismas comunidades cristianas. La nueva evangelización se presente en estos contextos no como un deber, o como un ulterior peso que hay que soportar, sino más bien como una medicina capaz de dar nuevamente alegría y vida a realidades prisioneras de sus propios miedos.
Por lo tanto, afrontemos la nueva evangelización con entusiasmo. Aprendamos la dulce y reconfortante alegría de evangelizar, aunque parezca que el anuncio sea una siembra entre lágrimas (cf. Sal 126, 6). «Hagámoslo – como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia – con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Sea ésta la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual – que busca a veces con angustia, a veces con esperanza – pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo».[87]




[1] Benedicto XVI, Homilía de la Misa conclusiva de la Asamblea Especial para Medio Oriente del Sínodo de los Obispos (Vaticano, 24 de octubre de 2010): L’Osservatore Romano(ed. española, 31 de octubre de 2010), 7.
[2] Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de «motu proprio» Ubicumque et semper con la cual se instituye el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (21 de septiembre de 2010): L’Osservatore Romano (ed. española, 17 de octubre de 2010), 5.11-12.
[3] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 96 y 122: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 96, 111-112.
[4] Pablo VI, Exhortación Apostolica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 80: AAS 68 (1976), 74.
[5] Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 2.
[6] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 2.
[7] Cf. S. Hilario de Poitiers, In Ps. 14: PL 9, 301; S. Eusebio de Cesarea, In Isaiam 54, 2-3: PG24, 462-463; S. Cirilo de Alejandría, In Isaiam V, cap. 54, 1-3: PG 70, 1193.
[8] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 14: AAS 68 (1976), 13.
[9] Cf. ibid., 15: AAS 68 (1976), 13-14.
[10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actualGaudium et spes, 4.
[11] Cf. Juan Pablo II, Homilía durante la Misa en el Santuario de la S. Cruz, Mogila (9 de junio de 1979), 1:AAS 71 (1979), 865: «Donde surge la cruz, se ve la señal de que ha llegado la Buena Noticia de la salvación del hombre mediante el amor... La nueva cruz de madera ha surgido no lejos de aquí, exactamente durante las celebraciones del milenario. Con ella hemos recibido una señal: que en el umbral del nuevo milenio –en esta nueva época, en las nuevas condiciones de vida–, vuelve a ser anunciado el Evangelio. Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo» (L’Osservatore Romano [ed. española, 24 de junio de 1979], 6).
[12] Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM (9 de marzo de 1983), 3: AAS 75 (1983), 778.
[13] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 30AAS 83 (1991), 276; cf. también 1-3ibid.: AAS 83 (1991), 249-252.
[14] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici, (30 de diciembre de1988), 35:AAS 81 (1989), 458.
[15] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Africa (14 de septiembre de 1995), 57.63: AAS 85 (1996), 35-36, 39-40; Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999), 6.66: AAS 91 (1999), 10-11, 56; Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Asia (6 de noviembre de 1999), 2: AAS 92 (2000), 450-451; Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Oceania (22 de noviembre de 2001), 18: AAS 94 (2002), 386-389.
[16] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Europa (28 de junio de 2003), 2: AAS 95 (2003) 650, que además hace referencia al n. 2 de la declaración final de la Primera Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Europa, 1991. Cf. igualmente Ecclesia in Europa, 45 : AAS 95 (2003), 677.
[17] Cf. ibid. 32: AAS 95 (2003), 670: «Al mismo tiempo, quiero asegurar una vez más a los pastores y a los hermanos y hermanas de las Iglesias ortodoxas, que la nueva evangelización en modo alguno debe ser confundida con el proselitismo, quedando firme el deber de respetar la verdad, la libertad y la dignidad de toda persona». La necesidad de la evangelización, la diferencia entre evangelización y proselitismo, el modo de vivir la evangelización dentro de una clara actitud ecuménica: una aclaración sobre estos temas se ofrece en el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), 10-12: AAS 100 (2008) 498-503.
[18] Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana para el intercambio de felicitaciones con ocasión de la Navidad (21 de diciembre de 2009): L’Osservatore Romano (ed. española, 25 de diciembre de 2009), 12. La misma imagen del “patio de los gentiles” es citada por el Papa Benedicto XVI en el Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2010. En este texto los nuevos “patios de las gentes” son los espacios de socialización que los nuevos mediahan creado, y que están acogiendo cada vez más personas: nueva evangelización quiere decir imaginar senderos para el anuncio del Evangelio también en estos espacios ultramodernos.
[19] Cf. por ejemplo S. Clemente de Alejandría, Protreptico IX, 87, 3-4 (Sources chrétiennes, 2,154); S. Agustín, Sermo 14, D [= 352 A], 3 (Nuova Biblioteca Agostiniana, XXXV/1, 269-271).
[20] Cf. por ejemplo Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 37: AAS 83 (1991), 282-286.
[21] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura (8 de marzo de 2008): AAS 100 (2008) 245-248; L’Osservatore Romano (ed. española, 4 de abril de 2008), 5.
[22] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 102: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 97.
[23] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 42: AAS 101 (2009) 677-678.
[24] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 37: AAS 83 (1991) 282-286; Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (24 de enero de 2010): L’Osservatore Romano (ed. española, 29 de enero de 2010), 3.
[25] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 42: AAS 101 (2009), 678: «Durante mucho tiempo se ha pensado que los pueblos pobres deberían permanecer anclados en un estadio de desarrollo preestablecido o contentarse con la filantropía de los pueblos desarrollados. Pablo VI se pronunció contra esta mentalidad en la Populorum progressio. Los recursos materiales disponibles para sacar a estos pueblos de la miseria son hoy potencialmente mayores que antes, pero se han servido de ellos principalmente los países desarrollados, que han podido aprovechar mejor la liberalización de los movimientos de capitales y de trabajo. Por tanto, la difusión de ámbitos de bienestar en el mundo no debería ser obstaculizada con proyectos egoístas, proteccionistas o dictados por intereses particulares. En efecto, la participación de países emergentes o en vías de desarrollo permite hoy gestionar mejor la crisis. La transición que el proceso de globalización comporta, conlleva grandes dificultades y peligros, que sólo se podrán superar si se toma conciencia del espíritu antropológico y ético que en el fondo impulsa la globalización hacia metas de humanización solidaria. Desgraciadamente, este espíritu se ve con frecuencia marginado y entendido desde perspectivas ético-culturales de carácter individualista y utilitarista ».
[26] Cf. Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007), 22: AAS 99 (2007) 1003-1004.
[27] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana «Orationis formas» (15 de octubre de 1989): AAS 82 (1990) 362-379.
[28] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 34:AAS 81 (1989), 455.
[29] Ibid., 26: AAS 81 (1989), 438.
[30] Ibid. 34: AAS 81 (1989), 455, retomado en el «motu proprio» Ubicumque et semper con el cual fue instituido el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (21 de septiembre de 2010).
[31] Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 34: AAS 83 (1991), 279-280.
[32] Cf. V Conferencia General del Episcopado Latino Americano y del Caribe (Aparecida, 13-31 de mayo de 2007), 365-370: http://www.celam.org/nueva/Celam/ aparecida/Español.pdf
[33] Cf. Orígenes, In Evangelium secundum Matthaeum 17, 7: PG 13, 1197 B; S. Jerónimo,Translatio homiliarum Origenis in Lucam, 36: PL 26, 324-325.
[34] Como nos recuerda la Dei Verbum, «Jesucristo – ver al cual es ver al Padre (cf. Jn 14, 9) – , con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna» (Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, 4).
[35] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización (3 de diciembre de 2007), 2: AAS 100 (2008) 490.
[36] Benedicto XVI, Carta Encíclica Deus caritas est (25 de diciembre de 2005), 1: AAS 98 (2006), 217.
[37] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 100.
[38] Cf. ibid., 141.
[39] Cf. Juan Pablo II, Constitución apostólica Fidei depositum (11 de noviembre de 1992), 122:AAS 86 (1994) 113-118; retomado por la Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 122.
[40] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 34:AAS 81 (1989) 455. Cf. también Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in America (22 de enero de 1999), 66 : AAS 91 (1999), 801; Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 94 : L’Osservatore Romano, Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 91-92.
[41] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 47: «El decreto conciliar Ad gentes ha clarificado bien la dinámica del proceso evangelizador: testimonio cristiano, diálogo y presencia de la caridad (nn. 11-12), anuncio del Evangelio y llamada a la conversión (n. 13), catecumenado e iniciación cristiana (n. 14), formación de la comunidad cristiana, por medio de los sacramentos, con sus ministerios (nn. 15-18). Este es el dinamismo de la implantación y edificación de la Iglesia»
 [42] Ibid. 48. El texto del Directorio construye una descripción lúcida y precisa de estos elementos, componiendo en una síntesis original los textos del Decreto conciliar Ad gentes, de la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi di Paolo VI y de la Carta Encíclica Redemptoris missio de Juan Pablo II.
[43] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Dei Verbum 7 s.
[44] Cf. XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Mensaje al Pueblo de Dios (24 de octubre de 2008), tercera parte: L’Osservatore Romano (ed. española, 31 de octubre de 2008), 5-8.
[45] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 10.75: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 15, 74.
[46] Cf. ibid., 58-60: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 62-64.
[47] Cf. ibid., 90-98.110: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 89-95, 103.
[48] Ibid., 104: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 98-99.
[49] XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Elenchus Finalis Propositionum (25 de octubre de 2008), Prop. 38.Cf. también Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 74.105: Anexo deL’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 73-74, 99-100.
[50] Benedicto XVI, Exhortación Apostolica postsinodal Verbum Domini (30 de septiembre de 2010), 93: Anexo de L’Osservatore Romano (12 de noviembre de 2010), 91.
[51] Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae (16 de octrubre de 1979), 3:AAS 71 (1979), 1279 «Este Sínodo ha trabajado en una atmósfera excepcional de acción de gracias y de esperanza. Ha visto en la renovación catequética un don precioso del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy, un don al que por doquier las comunidades cristianas, a todos los niveles, responden con una generosidad y entrega creadora que suscitan admiración. El necesario discernimiento podía así realizarse partiendo de una base viva y podía contar en el pueblo de Dios con una gran disponibilidad a la gracia del Señor y a las directrices del Magisterio». Una evaluación de la situación de la catequesis, de sus progresos y de sus puntos débiles, ha sido presentada por elDirectorio General para la Catequesis, 29-30.
[52] Para la presentación de estos métodos ver Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), parte III, cap. 2º; parte IV, capítulos 4º y 5º.
[53] Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979), 55:AAS 71 (1979), 1322-1323.
[54] Cf. ibid., 30-31: AAS 71 (1979), 1302-1304.
[55] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 78.
[56] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979), 58:AAS 71 (1979), 1324-1325: «Pues bien, también hay una pedagogía de la fe y nunca se ponderará bastante lo que ésta puede hacer en favor de la catequesis. En efecto, es cosa normal adaptar, en beneficio de la educación en la fe, las técnicas perfeccionadas y comprobadas de la educación en general. Sin embargo es importante tener en cuenta en todo momento la originalidad fundamental de la fe. Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se trata de transmitir un saber humano, aun el más elevado; se trata de comunicar en su integridad la Revelación de Dios. Ahora bien, Dios mismo, a lo largo de toda la historia sagrada y principalmente en el Evangelio, se sirvió de una pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la pedagogía de la fe. En catequesis, una técnica tiene valor en la medida en que se pone al servicio de la fe que se ha de transmitir y educar, en caso contrario, no vale»; Cf. la reelaboración hecha por la Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 143-144.
[57] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 105; cf. también Catecismo de la Iglesia Católica, 4-10.
[58] Ibid., 68.
[59] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes,14: «Los que han recibido de Dios, por medio de la Iglesia, la fe en Cristo, sean admitidos con ceremonias religiosas al catecumenado; que no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse en los tiempos sucesivos, introdúzcanse en la vida de fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios. Libres luego de los Sacramentos de la iniciación cristiana del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de hijos de adopción y asisten con todo el Pueblo de Dios [...] esta iniciación cristiana durante el catecumenado no deben procurarla solamente los catequistas y sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles, y en modo especial los padrinos, de suerte que sientan los catecúmenos, ya desde el principio, que pertenecen al Pueblo de Dios. Y como la vida de la Iglesia es apostólica, los catecúmenos han de aprender también a cooperar activamente en la evangelización y edificación de la Iglesia con el testimonio de la vida y la profesión de la fe».
[60] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 91: «La catequesis postbautismal, sin tener que reproducir miméticamente la configuración del catecumenado bautismal, y reconociendo el carácter de bautizados que tienen los catequizandos, hará bien en inspirarse en esta “escuela preparatoria de la vida cristiana”, dejándose fecundar por sus principales elementos configuradores».
[61] Cf. ibid., 90-91.
[62] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, 26. Texto citado y asumido por el Directorio General para la Catequesis, 217, en referencia al tema de los sujetos de la acción de la catequesis en la Iglesia.
[63] Una presentación del rol y de los deberes de estos sujetos en orden al anuncio de la fe ha sido hecha por la Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis, 219-232.
[64] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los Participantes en la IV Asamblea Eclesial Nacional Italiana (Verona, 19 de octubre 2006): AAS 98 (2006), 804-817.
[65] Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa de inicio del ministerio petrino (Vaticano, 24 de abril de 2005): AAS 97 (2005), 710.
[66] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae, 6.
[67] Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 46: AAS 68 (1976), 36.
[68] Ibid., 15: AAS 68 (1976), 14-15.
[69] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, 14.
[70] Un gran papel ha jugado en este proceso la publicación del Ordo Initiationis Christianae Adultorum, editio typica 1972, reimpressio emendata 1974. Este ritual ha sido fuente de inspiración para la reflexión catequística en su trabajo de revisión de la práctica de la catequesis.
[71] Todos estos esfuerzos han sido desarrollados, bajo el término “catecumenado bautismal”, en el Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 88-91.
[72] Cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (22 de febrero de 2007), 18: AAS 99 (2007), 119: «A este respeto es necesario prestar atención al tema del orden de los Sacramentos de la iniciación. En la Iglesia hay tradiciones diferentes. Esta diversidad se manifiesta claramente en las costumbres eclesiales de Oriente, y en la misma praxis occidental por lo que se refiere a la iniciación de los adultos, a diferencia de la de los niños. Sin embargo, no se trata propiamente de diferencias de orden dogmático, sino de carácter pastoral. Concretamente, es necesario verificar qué praxis puede efectivamente ayudar mejor a los fieles a poner de relieve el sacramento de la Eucaristía como aquello a lo que tiende toda la iniciación. En estrecha colaboración con los competentes Dicasterios de la Curia Romana, las Conferencias Episcopales han de verificar la eficacia de los actuales procesos de iniciación, para ayudar cada vez más al cristiano a madurar con la acción educadora de nuestras comunidades, y a asumir en su vida una impronta auténticamente eucarística, que le haga capaz de dar razón de su propia esperanza de modo adecuado en nuestra época».
[73] Cf. Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 51:AAS 68 (1976), 40.
[74] Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 44: AAS 83 (1991), 290-291.
[75] Cf. Congregación para el Clero, Directorio General para la Catequesis (15 de agosto de 1997), 61-62.
[76] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los Obispos de Brasil en visita “ad limina apostolorum(Vaticano, 7 de septiembre de 2009): L’Osservatore Romano (ed. española, 11 de septiembre de 2009), 4: «En los decenios sucesivos al Concilio Vaticano II, algunos han interpretado la apertura al mundo no como una exigencia del ardor misionero del Corazón de Cristo, sino como un paso a la secularización, vislumbrando en ella algunos valores de gran densidad cristiana, como la igualdad, la libertad y la solidaridad, y mostrándose disponibles a hacer concesiones y a descubrir campos de cooperación. [...] Sin darse cuenta, se ha caído en la auto-secularización de muchas comunidades eclesiales; estas, esperando agradar a los que no venían, han visto cómo se marchaban, defraudados y desilusionados, muchos de los que estaban: nuestros contemporáneos, cuando se encuentran con nosotros, quieren ver lo que no ven en ninguna otra parte, o sea, la alegría y la esperanza que brotan del hecho de estar con el Señor resucitado».
[77] A esto se refiere la iniciativa promovida por el Pontificio Consejo de la Cultura, siguiendo la sugerencia del Papa Benedicto XVI. Los “patios de los gentiles” son lugares en los cuales es posible abrir una confrontación recíproca, enriquecedora y culturalmente estimulante, entre los cristianos y los que sienten lejana la religión, pero desean acercarse a Dios, al menos en cuanto les resulta desconocido.
[78] Cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actualGaudium et spes, 22.
[79] Benedicto XVI, Discurso en la Universidad Católica de América (Washington, 17 de abril de 2008): L’Osservatore Romano (ed. española 25 de abril de 2008), 7.
[80] Cf. Benedicto XVI, Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana de Roma (Roma, 11 de junio de 2007): L’Osservatore Romano (ed. española, 22 de junio de 2007), 11-12.
[81] Benedicto XVI, Carta Encíclica Caritas in veritate (29 de junio de 2009), 51: AAS 101 (2009), 687-688.
[82] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 41: AAS68 (1976), 31-32; cf. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis(22 de febrero de 2007), 85: AAS 99 (2007), 170-171.
[84] Cf. Juan Pablo II, Audiencia General (21 de octubre de 1992): L’Osservatore Romano (ed. española, 23 de octubre de 1992), 20.
[85] Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte (6 de enero de 2001), 40: AAS 93 (2001), 294.
[86] Benedicto XVI, Carta Encíclica Spe salvi (30 de noviembre de 2007), 31: AAS 99 (2007), 1010.
[87] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, (8 de diciembre de 1975), 80: AAS68 (1976), 75.

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¿POR QUÉ BENEDICTO XVI VE LA NUEVA EVANGELIZACION COMO UNA PRIORIDAD PASTORAL?

Fraternidad Marie Clararc


Respecto a las decisiones tomadas este otoño, la nueva evangelización aparece como « la » respuesta más importante que Benedicto XVI quiere aportar a las crisis que sacuden vivamente la Iglesia y su pontificado después de su elección, debido a numerosos ataques exteriores o de problemas eclesiales en los países de tradición cristiana. En efecto, el papa « considera oportuno ofrecer respuestas adecuadas a fin de que la Iglesia toda entera, se deje regenerar por la fuerza del Espíritu santo para presentarse al mundo contemporáneo… (es decir) esté en medida de promover una nueva evangelización (…) No es difícil percibir que lo que necesitan todas las iglesias que viven en los territorios tradicionalmente cristianos es un 
un impulso misionero renovado (1).

Al crear así el Consejo Pontificio consagrado a la nueva evangelización y al anunciar la reunión de un Sínodo en 2012 sobre este tema, Benedicto XVI retoma en este caso,  el concepto misionero tan querido por su predecesor e instituye desde ahora en adelante un alto nivel de prioridad de su pontificado. 

ÉL asume la totalidad de la herencia de Juan Pablo II de la cual la nueva evangelización es la constante apostólica y el elemento más continuo de orientación pastoral que él ha dado a la Iglesia durante estos 25 años sobre la silla de Pedro. Benedicto XVI, todo firme como de habitud, precisa muy claramente en la carta precitada, la condición espiritual de la nueva evangelización: que la Iglesia se deje regenerar y animar por el poder del Espíritu Santo.

Junto a Juan Pablo II, el Cardenal Ratzinger se vincula para enraizar la nueva evangelización sobre cimientos teológicos y eclesiásticos muy sólidos. Dotados de personalidades y de formaciones bien diferentes, pero los dos muy hábiles conocedores del pensamiento de filósofos y de intelectuales del siglo XIX y XX,  evalúan sin duda alguna el contraste sorprendente entre la naturaleza del drama existencial del hombre contemporáneo y la pertinencia del Evangelio de Cristo para responder a este vacio inmenso que mina nuestras sociedades vueltas ateas. Ellos disciernen desde el principio de los años 80 las realidades misioneras muy prometedoras de – lo que pronto se llamarán en Roma – los « nuevos movimientos eclesiales » convertidos desde los años 60 en la incubadora y en el laboratorio de apostolados nuevos y muy diversificados, que dieron a Juan Pablo II el concepto de nueva evangelización.

Pero ya Pablo VI hizo la primera lectura de los «signos de los tiempos» : en 1975, diez años después de la clausura del Concilio Vaticano II, realizó dos hechos importantes los cuales tienen hoy día una clarividencia profética : publicó la exhortación apostólica sobre « La evangelización del mundo moderno », primer bosquejo de la nueva evangelización sobre la que Juan Pablo II se apoyó constantemente; acogió igualmente por Pentecostés en la Basílica de san Pedro a los representantes de la Renovación Carismática del mundo entero (2) confirmando que « La Renovación es una oportunidad para la Iglesia ».

El futuro Benedicto XVI ha establecido así rápidamente el vínculo entre esta eclosión no programada de movimientos eclesiales en el seno de la juventud católica y la poderosa oleada misionera que estos movimientos ha suscitado. Esto fue para él la ilustración característica de la « nueva primavera de la Iglesia » anunciada por Juan XXIII en la apertura misma del Concilio vaticano II.

El cardinal Ratzinger testimonió en numerosas ocasiones de su percepción de una real « irrupción del Espíritu » (3) durante todos estos años:
- personalmente, él hizo su propia experiencia cerca de comunidades nuevas y de la renovación carismática desde el inicio del año 60, lo que fue para él « una gracia, una alegría, una alegría en su sacerdocio y también un gran estímulo » para afrontar confiesa él « dos grandes peligros en la Iglesia »: ¡el academismo teológico frío y distante y la burocracia eclesial! Joseph Ratzinger testimonia pues toda su alegría al « ver a los jóvenes tocados por la fuerza del Santo Espíritu, pregonando con gran entusiasmo, una experiencia de fe viva en el corazón de la Iglesia católica» (4)

- como teólogo, él discierne la « irrupción del Espíritu Santo que nadie había previsto en pleno invierno » que fue ese periodo si problemático y como simbolizado «por el 68 que señala el inicio de un explosión de secularismo (y que) ha minado los fundamentos cristianos de nuestra sociedad» (5). « Por decirlo así, confía él, el Espíritu Santo tomó la Palabra : la fe se despertó entre los jóvenes, sin ‘mas’ o ‘tan’, sin subterfugios o puertas de salida, fe vivida en su totalidad y como un inmenso regalo que hace vivir » (6), remarcando por otro lado que « si no se llama la atención de la opinión publica, lo que ellos hacen denota el futuro » (7) : el joven experto del concilio percibió ya que se designaba el futuro de la Iglesia

- como pastor, el cardenal Ratzinger reconoce la autenticidad de la experiencia cristiana de esos movimientos: « la misión supone un encuentro personal y profundo con Cristo, la mayoría de veces a partir de la fuerza de los carismas » entonces cuando « una persona puede testimoniar que ella es profundamente tocada por Cristo, otra puede entonces ser tocada al fondo de ella misma por la acción unificadora del Espíritu Santo » (8). En efecto es el proceso interior universal de la misión que lleva el fruto de la conversión

Continuará…
Alex et Maud Lauriot Prévost – Toussaint 2010

Notas
(1) Letra Apostólica de Benedicto XVI (12/10/2012) instaurando la Congregación por la promoción de la nueva evangelización
2) Movimiento espiritual nacido en la Iglesia Católica apenas 8 años antes en el transcurso de un retiro de jóvenes en los Estados Unidos (febrero 1967) y luego el desarrollo fue inmediato, exponencial y rapidamente planetario
(3) Título de una de sus obras sobre el tema aparecido en 2007 con la asignatura « Joseph Ratzinger-Benedicto XVI »
4) « La irrupción del Espíritu Santo » Cardenal Ratzinger/Benedicto XVI – Edición Palabra y Silencio – pg. 26
(5) Señalando que este movimiento de secularismo data de más de 200 años: los filósofos de la Luz d
(6) Idem pg. 45
(7) « La Sal de la Tierra » Cardenal Ratzinger – Ediciones Ciervo – 1998(8) Id



2da. Parte

Fraternidad Marie Clararc

-él fue el cardenal más cercano a Juan Pablo II y « el » punto de apoyo más sólido del papa después del inicio  de los años 80: es a ese título que en el 2005 el consistorio, todavía impactado por la desaparición de Juan Pablo II y de la inmensidad de su obra apostólica, ha elegido sin tardar al cardenal Ratzinger como nuevo papa a fin de hacer fructificar el tesoro de este pontificado excepcional. Benedicto XVI  confirma en efecto, poco tiempo después: « Juan-Pablo II nos ha legado un patrimonio riquísimo de textos que no han sido lo suficientemente asimilados por la Iglesia.

Pienso que tengo por misión esencial y personal procurar que esos documentos sean asimilados. Hombre de Concilio, el papa nos ayuda a ser verdaderamente Iglesia de nuestro tiempo y de los tiempos futuros » (9).
- hoy día, él constata en el mundo entero que allá donde las Iglesias son marcadas por un rejuvenecimiento, una dinámica de apostolado de laicos, una renovación de vocaciones, … es verdaderamente el soplo poderoso del Espíritu santo y la puesta en obra de la nueva evangelización que les caracterizan.

Estas son las decisiones de Benedicto XVI: favorecer mucho más la difusión de este viento nuevo de Pentecostés y la misión a fin de que la Iglesia universal, en toda su diversidad, sea renovada. Benedicto XVI, fiel a su fino conocimiento de 2000 años de historia de la Iglesia regularmente despertada por las olas de la renovación espiritual y misionera, intenta « articular » al corazón mismo de la organización eclesial las gracias jerárquicas y carismáticas que el Espíritu da hoy día a la Iglesia. No será ciertamente muy fácil, pero finalmente es una ocasión bastante escasa para proclamarla, para ver como la institución romana (10) acoge sin miedo las gracias proféticas dadas a nuestro tiempo.

También ahí, Benedicto XVI está en continuidad con Juan Pablo II (11) para quien nada justifica en la Iglesia una primacía de funciones jerárquicas y sacerdotales con relación a las funciones proféticas: según él, las gracias cristológicas y carismáticas deben fecundarse mutuamente, y fructificar a la vez en cada bautizado, mas uniformemente en el seno de la Iglesia a través de ministerios diferentes y complementarios; la « naturaleza de la Iglesia es orgánica », ella es un cuerpo que tiene su principio de unidad y de vida misma en el doble anclaje fundador e indisoluble.

Es así « evidente » para el futuro Benedicto XVI que « la esencia y la misión » de los nuevos movimientos eclesiales – y por ende, el de la nueva evangelización – no puede comprenderse si no se comprende que desde siempre « Dios despierta hombres proféticos que gritan a la Iglesia la palabra justa que no alcanzó su valor en la marcha normal de la institución ».

Por esta razón, en la misma conferencia (12), el cardenal Ratzinger insistió vivamente a los pastores de la Iglesia – obispos, sacerdotes y responsables de todas las órdenes incluida la de los laicos – a estar a la escucha de lo que el Espíritu Santo dice a la Iglesia:

no apagar la llamada del Espíritu en estos tiempos nuevosa causa de una organización muy racional o sistemática: « No crear sus propios planes pastorales en norma de lo que es permitido al Espíritu Santo de operar: a causa de toda esta planificación, las Iglesias podrían volverse impermeables al Espíritu de Dios, a su fuerza, de la cual viven »; la vitalidad de las Iglesias ganaría según él « a un poco menos de organización, un poco más  de Espíritu Santo».

- saber acoger los aguijones pastorales, que pueden ser saludables para anunciar el Evangelio « La huida de conflictos so pretexto de comunión, es algunas veces la norma pastoral suprema. 

La fe es una espada de doble filo dice el apóstol, y puede exigir conflictos por el combate de la verdad y del amor (13). Un concepto de unidad de la Iglesia…donde se compra el silencio interior por la renuncia al testimonio embustero ».

- no desecar las dinámicas misioneras por consideraciones muy eruditas o distantes pues muchas han « dejado que se instale un espíritu ‘ilustrado’ y hastiado que impone fundamentalismo a la fe y el celo de aquellos que han sido recogidos por el Espíritu Santo y que no admite que una fe por la que los ‘si’ y los ‘pero’ se vuelven mas importantes que el corazón mismo de la fe ».

Creando el Concilio Pontificio consagrado a la nueva evangelización este otoño y anunciando la reunión de un Sínodo en el 2012 sobre este tema, comprendemos que Benedicto XVI saca las conclusiones de un largo proceso de despertar espiritual y misionero que el Espíritu Santo ha expandido hace 40 años en el seno de la Iglesia sin ningún programa pastoral preestablecido.

Se decide entonces de facilitar al corazón de la Iglesia y de sus instituciones la acogida de un soplo carismático (14) y evangelizador poderoso, esperando de esta manera dar toda la bendición y apoyo a una renovación, que puede ser molestosa pero al mismo tiempo, poderosa y saludable.

Como el « papa bueno Juan » (Juan XXIII) – considerado con desprecio por algunos como un « papa de transición » – al convocar al concilio provocó un verdadero temblor de tierra, nuestro querido Benedicto XVI – detrás de sus aires muy dulces y conciliadores – esta instalando, como quien no quiere la cosa ¡una bomba espiritual y pastoral al corazón de la Iglesia !

Alex et Maud Lauriot Prévost – Toussaint 2010
Notas
(9) Benedicto XVI a la televisión polonesa (16 de octubre del 2005)
 (10) ¡Como no augurar la creación de una tal instancia en la Conferencia de Obispos de Francia y de nuestras diócesis!
(11) Citaciones de la conferencia da por el Cardenal Ratzinger « Los movimientos teológicos y su sitio en la Iglesia» durante el Congreso mundial de movimientos eclesiales – Pentecostés 1998
(12) El Cardenal Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, escrito – 10 años después de este congreso – cuanto « este texto es magistral, de un fuerte valor pastoral y de una gran densidad teológica que hoy día hace autoridad » – (en Introducción de « La irrupción del Espíritu Santo » Cardinal Ratzinger/Benedicto XVI – Edición Palabra y Silencio)
(13) cfr. Mt 10, 34
(14) ¿ Soplo - Conviene precisarlo? – Presencia muy evidente más allá de la « Renovación Carismática »
(10) ¡Como no augurar la creación de una tal instancia en la Conferencia de Obispos de Francia y de nuestras diócesis!
(11) Citaciones de la conferencia da por el Cardenal Ratzinger « Los movimientos teológicos y su sitio en la Iglesia» durante el Congreso mundial de movimientos eclesiales – Pentecostés 1998
(12) El Cardenal Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, escrito – 10 años después de este congreso – cuanto « este texto es magistral, de un fuerte valor pastoral y de una gran densidad teológica que hoy día hace autoridad » – (en Introducción de « La irrupción del Espíritu Santo » Cardinal Ratzinger/Benedicto XVI – Edición Palabra y Silencio)
(13) cfr. Mt 10, 34
(14) ¿ Soplo - Conviene precisarlo? – Presencia muy evidente más allá de la « Renovación Carismática »





EL TEMA TRATADO POR LOS ALUMNOS DE RATZINGER SERÁ EL TEMA
CENTRAL DEL SINODO DE LOS OBISPOS, PREVISTO EN EL OTOÑO DE 2012

 28/08/2011 GIANNI VALENTE -ROMA






El próximo año de pontificado de Joseph Ratzinger —de casi 85 años— estará fatalmente atravesado por el hilo conductor de la Nueva Evangelización. La fórmula del estilo wojtyliano fue el centro del encuentro anual apenas finalizado del Schülerkreis ratzingeriano, el cenáculo de exalumnos que, cada año, se reencuentra en Castel Gandolfo para reflexionar en un seminario a puertas cerradas sobre un tema específico, y para reencontrarse en esa ocasión con su exprofesor. El próximo Sínodo del los Obispos, programado para el otoño del 2012, estará dedicado al tema de la Nueva Evangelización. Y en los próximos meses, en vista de una importante reunión eclesial, entrará en pleno régimen también el nuevo dicasterio vaticano creado para este fin —y confiado a monseñor Rino Fisichella—, que tiene la tarea de relanzar la misión apostólica, sobre todo en los países occidentales de antigua evangelización, hoy más afectados por una evidente deforestación de la memoria cristiana.

Como es su costumbre, durante este tiempo, el papa Ratzinger escuchará a todos con respeto y tendrá en cuenta sin preconceptos de análisis los juicios y consejos de proveniencia y carácter diferentes. Pero, sobre el tema específico, también él tiene sus ideas. Y precisamente los criterios que guían la sensibilidad ratzingeriana en este punto controvertido pueden ofrecer antídotos poderosos contra los lugares comunes que reducen la Nueva Evangelización a una operación de marketing, eslogan para campañas de autopromoción del producto-Iglesia.


Una exposición acabada del pensamiento ratzingeriano sobre la Nueva Evangelización se encuentra en un informe que el entonces purpurado bávaro había realizado el 10 de diciembre del 2000, durante su intervención en el Congreso de Catequistas y Profesores de Religión patrocinado en Roma por la Congregación para el Clero. En esa ocasión, el futuro Pontífice, para delinear la nueva disposición evangelizadora que la Iglesia del Tercer Milenio es llamada a asumir, comenzó con la parábola evangélica del grano de mostaza, propuesta por Jesús en el Evangelio según Mateo, como imagen del Reino de Dios («El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta.Aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»).

Según Ratzinger, cuando se habla de Nueva Evangelización, es necesario, antes que nada, evitar «la tentación de la impaciencia, la tentación de buscar enseguida el gran éxito, de buscar las grandes cifras». Este, según Ratzinger, «no es el método de Dios», para el cual «vale siempre la parábola del grano de mostaza». La nueva evangelización «no puede querer decir: atraer enseguida con nuevos métodos más refinados a las grandes masas que se alejaron de la Iglesia». La historia de la Iglesia enseña que «las grandes cosas comienzan siempre por el grano más pequeño y que los movimientos de masa son siempre efímeros».

Para desarrollar sus argumentos, en aquella ocasión, el prefecto del ex Santo Oficio no dudó en citar a un autor que en general no es demasiado valorado en los Palacios vaticanos:

«En su visión del proceso de la evolución», recordó Ratzinger, «Teilhard de Chardin habla del "blanco de los orígenes" (le blanc des origines): El inicio de las nuevas especies es invisible y no puede ser hallado por la investigación científica. Las fuentes están ocultas, son demasiado pequeñas. En otras palabras: Las realidades grandes comienzan con humildad. Dejemos de lado si y hasta qué punto Teilhard tiene razón con sus teorías evolucionistas; la ley de los orígenes invisibles dice una verdad, una verdad presente precisamente en el actuar de Dios en la Historia: "No te elegí porque seas grande; por el contrario, eres el más pequeño de los pueblos. Te he elegido porque te amo...", dice Dios al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y expresa así la paradoja fundamental de la historia de la salvación. Es cierto, Dios no cuenta con los grandes números; el poder exterior no es el signo de su presencia. Gran parte de las parábolas de Jesús indican esta estructura en el actuar divino y responden así a las preocupaciones de los discípulos, quienes se esperaban sucesos y signos muy diferentes del Mesías, sucesos del tipo ofrecido por Satanás al Señor.»

En esa conferencia, también la fenomenal expansión del cristianismo en época apostólica es reconducida por Ratzinger a las parábolas evangélicas de la humildad y de la aparente marginalidad: «Es cierto, Pablo, al final de su vida, tuvo la impresión de haber llevado el Evangelio hasta los confines de la tierra, pero los cristianos eran pequeñas comunidades dispersas por el mundo, insignificantes según los criterios seculares. En realidad, fueron el germen que penetra la masa desde el interior y llevaron en ellos el futuro del mundo».

Las imágenes y los criterios sugeridos por Ratzinger en esa ocasión preservan la llamada a la Nueva Evangelización de toda retórica triunfalista y de toda neurosis de «reconquista». Sugieren también consecuencias operativas prácticas con respecto a los métodos más adecuados de su realización. No se trata de «ensanchar los espacios» de la Iglesia en el mundo. 

Señalaba Ratzinger en su informe frente a los catequistas: «No buscamos que nos escuchen a nosotros, no queremos aumentar el poder ni la extensión de nuestras instituciones, sino que queremos servir al bien de las personas y de la humanidad dando espacio a Aquel, que es la Vida. Esta expropiación del propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación de los hombres, es la condición fundamental del verdadero compromiso por el Evangelio». Una Iglesia autorreferencial, que condujera sólo a sí misma, sería instrumento de confusión y de testimonio al contrario, porque«Lo que distingue al Anticristo es su hablar en el nombre propio», mientras que «la señal del Hijo es su comunión con el Padre». 

Por esta razón, «todos los métodos razonables y moralmente aceptables deben ser estudiados; es un deber hacer uso de estas posibilidades de comunicación. Pero las palabras y todo el arte de la comunicación no pueden llegar a la persona humana en esa profundidad a la que debe llegar el Evangelio. (…). No podemos sacar provecho nosotros los hombres. Debemos obtenerlos de Dios por Dios. Todos los métodos están vacíos sin el fundamento de la oración».



RATZINGER, TEILHARD Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN


28/08/2011

En otra ocasión, predicando en 1986 los ejercicios espirituales a los sacerdotes de Comunione e Liberazione (reflexiones que luego confluyeron en el ágil volumen Guardare Cristo, ediciones Jaca Book, 1989), el entonces cardenal Joseph Ratzinger volvió a proponer como fuente de toda auténtica dinámica evangelizadora el encanto de la gracia, operada por Cristo mismo y no por los programas de los eclesiásticos. En esa ocasión, el entonces purpurado bávaro se explayó en una iluminadora comparación con lo que sucede en los primeros siglos cristianos, notando cómo «la Iglesia antigua, después del fin de la época apostólica, desarrolló como Iglesia una actividad misionera relativamente reducida, no tenía ninguna estrategia propia para el anuncio de la fe a los paganos, y sin embargo, su época se convirtió en el período de mayor éxito misionero. La conversión del mundo antiguo», subrayó Ratzinger frente a los sacerdotes de Cielle «no fue el resultado de una actividad eclesial planificada, sino el fruto de la confirmación de la fe, confirmación que se hizo visible en la vida de los cristianos y en la comunidad de la Iglesia. La invitación concreta de experiencia en experiencia y nada más, humanamente hablando, fue la fuerza misionera de la Iglesia antigua. (...) la nueva evangelización, de la que tanta necesidad tenemos, no la realizamos con teorías astutamente pensadas: el fracaso catastrófico de la catequesis moderna es demasiado evidente...».



REEVANGELIZAR ALLÍ DONDE LA SAL DEL EVANGELIO HA PERDIDO SU SABOR


Ponencia del cardenal Timothy Dolan, en el Día de reflexión y oración del Colegio de Cardenales






17/02/2012

 CIUDAD DEL VATICANO, domingo 19 febrero 2012 (ZENIT.org).- Este viernes 17 de febrero, por la mañana, tuvo inicio, en el Aula Nueva del Sínodo, en el Vaticano, la Jornada de oración y reflexión, convocada por Benedicto XVI para los miembros del Colegio Cardenalicio y los nuevos cardenales, con motivo del Consistorio. El tema de la Jornada fue “La proclamación del Evangelio hoy: Entre la missio ad gentesy la nueva evangelización”. Ofrecemos la intervención del cardenal Timothy Michael Dolan, arzobispo de Nueva York.
*****
Santísimo Padre, señor cardenal Sodano, queridos hermanos:
¡Alabado sea Jesucristo!

Se remonta al último mandato de Jesús: "¡Vayan, y hagan discípulos en todas las naciones!", es tan actual como la Palabra de Dios que hemos escuchado en la liturgia de esta mañana…

Me refiero al deber sagrado de la nueva evangelización. Es "siempre antigua, siempre nueva". El cómo, el cuándo y el dónde pueden cambiar, pero el mandato sigue siendo el mismo, así como el mensaje y la inspiración: "Jesucristo... el mismo ayer, hoy y siempre".

Estamos reunidos en el caput mundi, evangelizada por los apóstoles Pedro y Pablo; en la ciudad de la que el sucesor de Pedro "ha enviado" evangelizadores a ofrecer la Persona, el mensaje y la invitación que están en el corazón de la evangelización, para toda la Europa, hasta el “nuevo mundo”, en la era de los “descubrimientos geográficos”, así como en África y Asia en tiempos más recientes. 

Estamos reunidos frente a la basílica, donde el celo evangélico de la Iglesia se expandió durante el Concilio Vaticano II; cerca de la tumba del sumo pontífice que ha creado el término "Nueva Evangelización", familiar para todos.

Nos reunimos agradecidos por la compañía fraternal de un pastor que nos hace recordar todos los días, el desafío de la nueva evangelización.
Sí, estamos aquí juntos como misioneros, como evangelizadores.
Acogemos la enseñanza del Concilio Vaticano II, especialmente en lo que está expresado en los documentos Lumen GentiumGaudium et SpesAd Gentes, que especifican con precisión cómo entiende la Iglesia su propio deber evangélico, llamando a toda la Iglesia misionera; es decir, que todos los cristianos, en virtud del bautismo, la confirmación y la eucaristía, son evangelizadores.

Sí, el Concilio ha reiterado, sobre todo en Ad Gentes, que si bien son misioneros explícitos aquellos enviados a los lugares donde las personas nunca han oído el nombre mediante el cual todos los hombres han sido salvados, sin embargo, no hay cristiano que esté excluido de la tarea de dar testimonio de Jesús, transmitiendo a los demás el llamado del Señor en la vida cotidiana.

Por lo tanto, la misión se ha convertido en el punto central de la vida de cada Iglesia local, de cada creyente. La naturaleza misionera se renueva no sólo en un sentido geográfico, sino en el sentido teológico, en tanto el destinatario de la 'misión' no es sólo el no creyente, sino el creyente. Algunos se preguntaban si esta ampliación del concepto de la evangelización hubiese debilitado involuntariamente el significado de la misión 'ad gentes'.

El beato Juan Pablo II ha desarrollado esta nueva comprensión del término, haciendo hincapié en la evangelización de la cultura, en cuanto el parangón entre fe y cultura sustituyó la relación entre la Iglesia y el Estado que prevaleció hasta el Concilio, y en este cambio de acento consiste la tarea de reevangelizar culturas que alguna vez fueron el verdadero motor de los valores evangélicos.

 Así, la nueva evangelización se convierte en el reto de aplicar la llamada de Jesús a la conversión del corazón, no sólo ad extrasino también ad intra; a los creyentes y culturas en las que la sal del evangelio ha perdido su sabor.
Por lo tanto, la misión se dirige no sólo a Nueva Guinea, sino también a Nueva York.

En la Redemptoris Missio, número 33, el beato Juan Pablo II presentó este planteamiento, haciendo una distinción entre la evangelización primaria --el anuncio de Jesús a los pueblos y contextos socioculturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos--, y la nueva evangelización --el reavivar la fe en la gente y las culturas en las que se ha apagado--, y la atención pastoral de las iglesias que viven la fe y han reconocido su compromiso universal.

Está claro que no hay oposición entre la misión ad gentesy la nueva evangelización: no se trata de un aut-autsino de un et-et. La Nueva Evangelización genera misioneros entusiastas, y aquellos que están comprometidos en la misión ad gentesdeben dejarse evangelizar continuamente.

Desde el Nuevo Testamento, la misma generación que recibió la misión ad gentesdel Maestro en el momento de la Ascensión necesitaba que san Pablo la exhortase a "reavivar el carisma de Dios", reavivando la llama de la fe depositada en ellos. Esto es sin duda, uno de los primeros ejemplos de la nueva evangelización.

Y más recientemente, durante el alentador Sínodo sobre África, hemos escuchado las voces de nuestros hermanos que están ejerciendo su ministerio en los lugares donde la cosecha de la misión ad gentesera rica, pero ahora que han pasado dos o tres generaciones, también ellos sienten la necesidad de una nueva evangelización.

El reconocido misionero televisivo, arzobispo Fulton J. Sheen, dijo: "La primera palabra de Jesús a sus discípulos fue 'vengan', y la última fue 'vayan'. Uno no puede 'ir' a menos que primero no haya 'venido' a él".
Un gran reto, tanto para la misión ad gentescomo a la nueva evangelización, es el llamado secularismo.

Escuchemos cómo lo describe el Santo Padre: "La secularización, que se presenta en las culturas como una configuración del mundo y de la humanidad sin referencia a la Trascendencia, invade todos los aspectos de la vida diaria y desarrolla una mentalidad en la que Dios de hecho está ausente, total o parcialmente, de la existencia y de la conciencia humanas.

Esta secularización no es sólo una amenaza exterior para los creyentes, sino que ya desde hace tiempo se manifiesta en el seno de la Iglesia misma.

Desnaturaliza desde dentro y en profundidad la fe cristiana y, como consecuencia, el estilo de vida y el comportamiento diario de los creyentes.

Estos viven en el mundo y a menudo están marcados, cuando no condicionados, por la cultura de la imagen, que impone modelos e impulsos contradictorios, negando en la práctica a Dios: ya no hay necesidad de Dios, de pensar en él y de volver a él.

Además, la mentalidad hedonista y consumista predominante favorece, tanto en los fieles como en los pastores, una tendencia hacia la superficialidad y un egocentrismo que daña la vida eclesial." (Discurso de Su Santidad Benedicto XVI a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Cultura, 8.III.2008).

Esta secularización nos llama a una estrategia eficaz de evangelización.
Permítanme exponerla en siete puntos:

1.A decir verdad, al invitarme a hablar sobre este tema "El anuncio del Evangelio hoy: entre misión ad gentes y la nueva evangelización", el eminentísimo secretario de Estado, me pidió contextualizar el secularismo, sugiriendo que mi archidiócesis de Nueva York es quizá "la capital de la cultura secularizada".

2.Pero, --y creo que mi amigo y colega, el cardenal Edwin O'Brien, que creció en Nueva York, estará de acuerdo--, yo diría que Nueva York, a pesar de dar la impresión de ser secularizada, es sin embargo una ciudad muy religiosa.

Incluso en los lugares que suelen ser clasificados como "materialistas", tales como los medios de comunicación, el entretenimiento, las finanzas, la política, el arte, la literatura, hay una innegable apertura a la trascendencia, ¡a lo divino!

Los cardenales que sirven a Jesús y a su Iglesia en la Curia Romana pueden recordar el discurso de Su Santidad por la Navidad hace dos años, en el que se celebraba esta apertura natural a lo divino, incluso en aquellos que dicen adherirse al secularismo:

“…Considero importante sobre todo el hecho de que también las personas que se declaran agnósticas y ateas deben interesarnos a nosotros como creyentes.

Cuando hablamos de una nueva evangelización, estas personas tal vez se asustan.
No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad. Pero la cuestión sobre Dios sigue estando también en ellos…

Como primer paso de la evangelización debemos tratar de mantener viva esta búsqueda; debemos preocuparnos de que el hombre no descarte la cuestión sobre Dios como cuestión esencial de su existencia; preocuparnos de que acepte esa cuestión y la nostalgia que en ella se esconde…

Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de "atrio de los gentiles" donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia”.

Este es mi primer punto: Compartimos la convicción de los filósofos y poetas del pasado, los cuales  no tenían la ventaja de haber recibido la revelación. Y, por eso, incluso una persona que dice adherirse al secularismo y despreciar las religiones, tiene dentro de sí una chispa de interés en el más allá, y reconoce que la humanidad y la creación serían un enigma absurdo sin un concepto de 'creador'.

En el cine hay ahora una película llamada The Way (El Camino), en la que uno de los protagonistas es un conocido actor, Martin Sheen. Quizás la hayan visto.

Hace el papel de un padre cuyo hijo distanciado muere mientras recorre el Camino de Santiago de Compostela en España.

El angustiado padre decide completar la peregrinación en lugar del hijo perdido. Es el icono del hombre secular: satisfecho de sí mismo, despectivo hacia Dios y la religión, que se definía "excatólico", cínico frente a a la fe... pero, sin embargo, es incapaz de negar que dentro de sí hay un interés irresistible de conocer más allá, una sed de algo más –o alguien más--, que crece en él a lo largo del camino.

Sí, podríamos tomar prestado lo que los apóstoles le dijeron a Jesús en el evangelio del domingo: ¡"todos te buscan"! Y te están buscando incluso hoy…
2. Esto me lleva al segundo punto: este hecho nos da una inmensa confianza y el coraje decisivo para cumplir con el sagrado deber de la misión y la nueva evangelización. "No tengan miedo", como suele decirse, es la exhortación más repetida en la Biblia. 

Después del Concilio, la buena noticia era que el triunfalismo en la Iglesia había muerto. Pero, por desgracia, ¡también la confianza!
Estamos convencidos, confiados y valientes con la nueva evangelización gracias al poder de la Persona que nos ha confiado esta misión --da la casualidad de que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad--, y gracias a la verdad de su mensaje y la profunda apertura a lo divino, incluso entre las personas más secularizadas de nuestra sociedad actual.

¡Seguros, sí!

Triunfalistas, ¡nunca más!

Lo que nos mantiene lejos de la arrogancia y de la soberbia del triunfalismo es el reconocimiento de lo que nos enseñó el papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi: ¡la Iglesia misma tiene siempre la necesidad de ser evangelizada!

Esto nos da la humildad de admitir que nemo dat quod non habet, que la Iglesia tiene una profunda necesidad de conversión interior, algo medular en la llamada a la evangelización.

3. Un tercer elemento para una misión eficaz es la conciencia de que Dios no sacia la sed del corazón humano con un concepto, sino a través de una persona que se llama Jesús. La invitación implícita en la misión ad gentesy la nueva evangelización no es una doctrina, sino un llamado a conocer, amar y servir --no a algo--, sino a alguien.
Santo Padre, cuando comenzó su pontificado, nos invitó a una amistad con Jesús, expresión con la que Usted ha definido la santidad. Es el amor de una Persona, una relación personal que está en el origen de nuestra fe.

Como escribe san Agustín: “Ex una sane doctrina impressam fidem credentium cordibus ingulorum qui hoc idem credunt verissime dicimus, sed aliud sunt ea quae creduntur, aliud fides qua reduntur” (De Trinitate, XIII, 2.5).

4. Y aquí está el cuarto punto: esta persona, este Jesús de Nazaret, nos dice que Él es la verdad. Por lo tanto, nuestra misión tiene una sustancia, un contenido.

A veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, en el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y al umbral de este Año de la fe, nos encontramos con el reto de combatir el analfabetismo catequético.

Es verdad que la nueva evangelización es urgente, porque a veces el secularismo ha ahogado el grano de la fe; pero esto fue posible porque muchos creyentes no tienen la mínima idea de la sabiduría, la belleza y la coherenciade la Verdad.

Su eminencia el cardenal George Pell, dijo que "no es tan cierto que las personas han perdido la fe, sino que no la tuvieron desde el inicio; y si la había de algún modo, era tan insignificante que podía ser fácilmente arrancada".

Por eso el cardenal Avery Dulles nos ha llamado a una neoapologética, no radicada en discusiones vacías, sino en la Verdad que tiene un nombre, Jesús.

Del mismo modo, cuando el beato John Henry Newman recibió la tarjeta para la nominación al Colegio de Cardenales, advirtió sobre los peligros del liberalismo en la religión, es decir, "la doctrina según la cual no hay ninguna verdad positiva en la religión, en que un credo vale tanto como otro. La religión revelada no es una verdad, sino un sentimiento y una preferencia personal".

Cuando Jesús nos dice "Yo soy la Verdad", dijo también que es "el Camino y la Vida." El camino de Jesús es al interior y a través de su Iglesia, que como una madre santa nos da la Vida del Señor.

"¿Cómo lo habrías conocido a Él si no a través de Ella?”, preguntaba De Lubac, haciendo referencia a la relación inseparable entre Jesús y su Iglesia. 

Por lo tanto, nuestra misión, esta nueva evangelización, tiene unas dimensiones catequéticas eclesiales.

Esto nos lleva a pensar en la Iglesia de una manera renovada: a pensar en ella como una Misión en sí misma. Como nos enseñó el beato Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris Missio, la Iglesia no tiene una misión, como si la "misión" fuera una cosa entre las muchas que Iglesia hace.

No, la Iglesia es una misión, y cada uno de nosotros que confiesa a Jesús como Señor y Salvador debería  interrogarse sobre su propia eficacia en la misión.

En los últimos cincuenta años desde la apertura del Concilio, hemos visto a la Iglesia pasar por las últimas etapas de la Contrarreforma y volver a descubrirse como una obra misionera.

En algunos lugares esto ha significado un nuevo descubrimiento del Evangelio. En los países cristianos ya ha dado lugar a una reevangelización que abandona las aguas estancadas de la conservación institucionaly, como Juan Pablo II ha enseñado en la Novo Millennio Ineunte, nos invita a despegar en pos de una pesca eficaz.

En muchos de los países aquí representados, alguna vez la cultura y el entorno social transmitían el evangelio, pero hoy en día no es así. Ahora, por lo tanto, el anuncio del evangelio --la invitación explícita a entrar en la amistad con el Señor Jesús--, debe estar en el centro de la vida católica y de todos los católicos.

Pero en todo momento, el Concilio Vaticano II y los grandes papas que le han dado una interpretación autorizada, nos impulsan a llamar a nuestra gente a pensarse como un desplieguede misioneros y evangelizadores.
 
5. Cuando era seminarista en el Colegio Norteamericano, todos los estudiantes de teología del primer año de todos los ateneos de Roma fueron invitados a una misa en San Pedro celebrada por el prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal John Wright.

Esperábamos una homilía densa. Pero él empezó pidiéndonos: "Seminaristas, háganme un favor a mí y a la Iglesia: cuando vayan por las calles de Roma, ¡sonrían!".

Por lo tanto, el punto cinco: el misionero, el evangelizador, debe ser una persona alegre. “La alegría es el signo infalible de la presencia de Dios”, afirma Leon Bloy. Cuando asumí como arzobispo de Nueva York un sacerdote me dijo “sería mejor si deja de sonreir cuando va por las calles de Manhattan o ¡terminará por hacerse arrestar!” 
Un enfermo terminal de sida en la casa Don de la Paz llevada por las Misioneras de la Caridad en la archidiócesis de Washington del cardenal Donald Wuerl, pidió ser bautizado. Cuando el sacerdote le pidió una expresión de fe, murmuró: "lo que sé es que soy un infeliz, y las hermanas en cambio son muy felices, incluso cuando las insulto y les escupo.

Ayer finalmente les pregunté la razón de su felicidad y ellas me contestaron "Jesús". Yo quiero a este Jesús para que así yo también pueda ser feliz. 

Un verdadero acto de fe, ¿no?

La nueva evangelización se realiza con una sonrisa, no con el ceño fruncido.

La misión ad genteses, básicamente, un sí a todo aquello que hay de decente, bueno, verdadero, bello y noble en la persona humana.
¡La Iglesia es básicamente un sí, ¡no un no!

6. Y, penúltimo punto, la Nueva Evangelización, es un acto de amor.
Recientemente le preguntaron a nuestro hermano John Thomas Kattrukudiyil, obispo de Itanagar, en el noreste de la India, el motivo del enorme crecimiento de la Iglesia en su diócesis, que registra más de diez mil conversiones de adultos al año.

"Porque presentamos a Dios como un Padre amoroso, y porque la gente ve que la Iglesia los ama", respondió. No es un amor etéreo, añadió, sino un amor encarnado en maravillosas escuelas para los niños, clínicas para los enfermos, casas para los ancianos, orfanatos, alimentos para los hambrientos. 

En Nueva York, hasta el corazón del más convencido secularizado se enternece cuando visita una de nuestras escuelas católicas de la ciudad.

Cuando uno de nuestros benefactores, que se definía como agnóstico, le preguntó a la hermana Michelle, por qué a su edad y con dolores de artritis en las rodillas, seguía trabajando en una escuela hermosa, pero muy exigente, ella respondió: "Porque Dios me ama y yo lo amo y quiero que estos niños descubran este amor."

7. Alegría, amor y... último punto… siento decirlo, la sangre.
Mañana, veintidós de nosotros oirán lo que la mayoría de ustedes ya han oído: "Para la gloria de Dios y en honor de la Sede Apostólica recibe esta birreta, signo de la dignidad cardenalicia, sabiendo que tendrás que actuar con fortaleza hasta el derramamiento de tu sangre: para la difusión de la fe cristiana, la paz y la tranquilidad del pueblo de Dios, la libertad y el crecimiento de la Santa Iglesia Romana."

Santísimo Padre, ¿podría, por favor, saltar lo del "derramamiento de tu sangre" cuando me entregue la birreta? 

¡Por supuesto que no! Pero nosotros somos audiovisuales escarlata para todos nuestros hermanos y hermanas que también están llamados a sufrir y morir por Jesús.

Fue Pablo VI quien observó sabiamente que el hombre moderno aprende más de los testigos que de los maestros, y el supremo testimonio es el martirio.

Hoy en día, lamentablemente, tenemos mártires en abundancia.
Gracias, Santo Padre, porque nos recuerda a menudo a aquellos que hoy en día sufren la persecución a causa de su fe en todo el mundo.
Gracias al cardenal Koch, porque cada año llama a la Iglesia a un "día de solidaridad" con los perseguidos por causa del evangelio, y por la invitación a nuestros interlocutores en el ecumenismo y en el diálogo interreligioso a un "ecumenismo en el martirio".

Mientras lloramos a los mártires cristianos; mientras los amamos, oremos con y por ellos; mientras actuamos enérgicamente en su defensa, estamos también muy orgullosos de ellos, nos sentimos orgullosos de ellos y proclamamos su testimonio supremo al mundo.
Ellos encienden la chispa de la misión ad gentesde la Nueva Evangelización.

Un joven de Nueva York me dijo que volvió a la fe católica, abandonada en la adolescencia, después de haber leído ‘Los monjes de Tibhirine’, sobre los trapenses martirizados en Argelia quince años atrás, y al haber visto su historia en el film francés ‘De dioses y hombres’.

Tertuliano no se sorprendería. 

Gracias a ustedes, santo padre y hermanos, por soportar mi italiano básico. Cuando el cardenal Bertone me pidió que hablara en italiano, estuve preocupado porque yo hablo italiano como un niño.

Pero entonces me acordé de que cuando era un joven sacerdote, recién ordenado, mi primer párroco me dijo mientras iba a enseñar el catecismo a los niños de seis años: "¡Ahora vamos a ver que hará toda tu teología, y si podrás hablar de la fe como un niño!".

Y quizás conviene concluir simplemente con este pensamiento: tenemos necesidad de decir de nuevo, como un niño, la verdad eterna, la belleza y la sencillez de Jesús y de su Iglesia.
¡Alabado sea Jesucristo!


viernes 8 de abril de 2011

BENEDICTO XVI.  PIEDAD POPULAR     Y EVANGELIZACION EN AMERICA LATINA

CIUDAD DEL VATICANO, 8 ABR 2011 (VIS).-Benedicto XVI recibió esta mañana en el Vaticano a los participantes en la Plenaria de la Pontificia Comisión para América Latina, dedicada al tema: “Incidencia de la piedad popular en el proceso de evangelización de América Latina”.

El Papa afirmó que los obispos reunidos en la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en 2007 en Aparecida (Brasil), “presentan la piedad popular como un espacio de encuentro con Jesucristo y una forma de expresar la fe de la Iglesia.

Por tanto, no puede ser considerada como algo secundario de la vida cristiana”, y agregó que “la profunda religiosidad popular que caracteriza la vivencia de fe de los pueblos latinoamericanos (...) constituye “el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar”.

Para llevar a cabo la nueva evangelización en Latinoamérica, prosiguió, “no se pueden dejar de lado las múltiples demostraciones de la piedad popular.

Todas ellas, bien encauzadas y debidamente acompañadas, propician un fructífero encuentro con Dios, una intensa veneración del Santísimo Sacramento, una entrañable devoción a la Virgen María, un cultivo del afecto al Sucesor de Pedro y una toma de conciencia de pertenencia a la Iglesia. (...)

Por consiguiente, la fe tiene que ser la fuente principal de la piedad popular, para que ésta no se reduzca a una simple expresión cultural de una determinada región. Más aún, tiene que estar en estrecha relación con la sagrada Liturgia, la cual no puede ser sustituida por ninguna otra expresión religiosa”.

“No se puede negar, sin embargo -observó-, que existen ciertas formas desviadas de religiosidad popular que, lejos de fomentar una participación activa en la Iglesia, crean más bien confusión y pueden favorecer una práctica religiosa meramente exterior y desvinculada de una fe bien arraigada e interiormente viva. (...) Sin embargo, excluirla es completamente erróneo.

A través de ella, la fe ha entrado en el corazón de los hombres, formando parte de sus sentimientos, costumbres, sentir y vivir común. (...) Ciertamente, la piedad popular tiene siempre que purificarse y apuntar al centro, pero merece todo nuestro aprecio, y hace que nosotros mismos nos integremos plenamente en el “Pueblo de Dios”.

El Santo Padre concluyó agradeciendo a los obispos los “valiosos aportes encaminados a proteger, promover y purificar todo lo relacionado con las expresiones de la religiosidad popular en América Latina”, y subrayó que para alcanzar este objetivo, será de gran valor continuar impulsando la Misión continental, “con la que el episcopado latinoamericano ha querido relanzar el proceso de nueva evangelización después de Aparecida” y en la cual “ha de tener particular espacio todo lo que se refiere a este ámbito pastoral, que constituye una manera privilegiada para que la fe sea acogida en el corazón del pueblo, toque los sentimientos más profundos de las personas y se manifieste vigorosa y operante por medio de la caridad divina”.
AC/ VIS 20110408 (500)




sábado 24 de marzo de 2012

BENEDICTO XVI. LA IGLESIA NO ES UN PODER POLÍTICO, SINO UNA REALIDAD MORAL DE LA PARTE DE LA LIBERTAD

Ciudad del Vaticano, 24 de marzo 2012 (VIS) Ayer por la mañana,  antes  de partir hacia  Nexico, Benedicto XVI fue saludado en el aeropuerto de Fiumicino por el Presidente del Consejo de Ministros
Italiano Mario Monti, .

Durante el vuelo, se celebnró la tradicional  conferencia de prensa del Papa con los más de 70 periodistas acreditados, en la que se trataron numerosos  temas de actualidad, desde el Narcotráfico y la violencia en México hasta la situación social en Cuba y la nueva evangelización del continente  latinoamericano.

Una periodista mexicana observó que América Latina sigue siendo una región de enormes contrastes sociales, y que a veces parece que a la Iglesia Católica no se le aliente lo suficiente para comprometerse en este campo.

“Naturalmente la Iglesia debe siempre preguntarse si se hace lo bastante por la justicia social en este gran continente -respondió el pontífice-.

Es una cuestión de conciencia que debemos plantearnos constantemente (...) ¿Que debe hacer la Iglesia? ¿Que no puede y no debe hacer? La Iglesia no es un poder político, no es un partido, sino una realidad moral, un poder moral (…)

Repito cuanto he dicho ya: el primer pensamiento de la Iglesia es educar las conciencias, y de ese modo crear la responsabilidad necesaria. Educar las conciencias sea en la ética individual que en la pública.

En este sentido, quizás, haya carencias. En América Latina y en otros lugares, algunos católicos están aquejados de una especie de 'esquizofrenia' entre moral individual y pública (…) Hay que educar a superarla, educar no solamente a una moral individual, sino a una moral pública, y servirse para ello de la Doctrina Social de la Iglesia, porque, naturalmente, esta moral pública debe ser una moral racional, compartida también por los no creyentes, una moral de la razón.

Efectivamente, nosotros, a la luz de la fe, podemos ver mejor tantas cosas que también la razón puede ver, pero la fe sirve también para liberar de los intereses falsos que oscurecen la razón y, así, crear con la doctrina social los modelos substanciales de la política y (…) superar esas divisiones”.

Por último, el Santo Padre respondió a una pregunta sobre la nueva evangelización en el continente latinoamericano a la luz de la Conferencia de Aparecida:

“El camino de la nueva evangelización comenzó con el Concilio Vaticano II, era ésta fundamentalmente la intención del beato Juan XXIII, que subrayó también el beato Juan Pablo II.

Su necesidad en un mundo que cambia se ha hecho aún más patente; el Evangelio debe expresarse con formas nuevas (...)

En el mundo hay una situación común: la secularización, la ausencia de Dios y la dificultad de verlo como una realidad que nos concierne.

En el contexto de la moderna racionalidad, podemos volver a descubrir a Dios como orientación fundamental de la vida y la esperanza, y de los valores sobre los que se asienta la sociedad (…)

Creo que es muy importante anunciar que Dios corresponde a nuestra razón (…) Por otra parte, hay que tener en cuenta la realidad concreta. En América Latina, generalmente, se debe considerar que el cristianismo no ha sido tanto algo ligado a la razón como al corazón (…)

Ahora bien, esta intuición del corazón debe ligarse con la racionalidad de la fe y con la profundidad de la fe que va más allá de la razón. No tenemos que perder el corazón, sino unir corazón y razón (…) solo así el ser humano es completo”.





SE NECESITA UN PROCESO DE REINICIACIÓN CRISTIANA PARA ALGUNOS BAUTIZADOS


Marzo 22 de 2012 -  Rafael de la Piedra
Guzmán Carriquiry


reflexiona a pocas horas del viaje papal a América Latina
Por José Antonio Varela Vidal

CIUDAD DEL VATICANO, jueves 22 marzo 2012 (ZENIT.org).- Entrar en la Comisión Pontificia para América Latina (CAL) es como visitar un santuario con todas las devociones latinoamericanas juntas, donde las imágenes de la Virgen María en sus múltiples advocaciones, así como las cruces, las fotos y las banderas reflejan a esta Iglesia continental, que muchos han llamado la auténtica ‘despensa’ del catolicismo mundial.

Y esto es evidente porque el 40% de la barca de Pedro vive y aplica su fe en las tres Américas -como se le debe ver hoy-, tomando en cuenta el altísimo número de hispanos que viven en Canadá y Estados Unidos, siendo que en pocos años este último país tendrá a la mitad de los católicos provenientes del mundo hispano.

Fue así que en este dicasterio, el único en la Santa Sede en el que se habla de modo prevalente el español, ZENIT fue recibido por el doctor Guzmán Carriquiry, uruguayo, secretario de la CAL y el primer laico en la historia que asume un cargo de tan alto nivel en la curia vaticana, después de toda una vida dedicada a la Iglesia, lo que le ha merecido reconocimientos de todo tipo.

En vísperas de la llegada del papa a México y Cuba, países desde donde abrazará a todo el continente, conversamos con él sobre las expectativas del viaje, de los retos de la Iglesia latinoamericana y de los planes de la CAL contados en exclusiva a los lectores de ZENIT, cuyos servicios informativos nos confiesa leer “como el pan de cada día”…

¿Cómo está el espíritu del Santo Padre y de la curia vaticana para este viaje?

-Guzmán Carriquiry: Es una visita que se ha preparado intensamente y en pocos meses. Hay mucha alegría y esperanza en este segundo viaje del santo padre a tierras latinoamericanas, en que los pueblos de México y Cuba lo recibirán con mucho cariño.
Ha sido bien recibida la invitación del papa a todos los obispos del continente en la catedral de León…

Sí, el papa se dirigirá a América Latina y a todo el continente, porque a fin de año se celebrarán los 15 años de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos para América.


¿Cómo encuentra el Papa a la América Latina?

-Guzmán Carriquiry: Pienso que la V Conferencia del Celam y el documento de Aparecida, constituyen el cuadro general de orientaciones, ‘la inteligencia’ del episcopado latinoamericano sobre la situación actual en América Latina y su misión.
De allí ha nacido la Misión Continental que se está desarrollando en los diversos países y que es una respuesta a las convocaciones reiteradas a una nueva evangelización hechas por Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Leía hace poco en el Latino barómetro que la Iglesia católica sigue siendo la institución que recoge el mayor consenso, credibilidad y confianza, solo superada por los bomberos…

Eso quiere decir que en América Latina la tradición católica sigue siendo una matriz cultural de la vida de nuestros pueblos, con un 80% de habitantes bautizados en la Iglesia católica.


También hay otros fenómenos que emergen y que preocupan, ¿no?

-Guzmán Carriquiry: No ignoramos el proceso de secularización que se extiende en las grandes ciudades, la difusión del evangelismo neopentecostal, otras formas de sincretismo espiritual y seudoreligioso, así como hostigamientos que vive la iglesia católica en América Latina.

Al respecto, hay gobiernos que hostigan y provocan a la Iglesia, ¿no?

-Guzmán Carriquiry: Hay quienes piensan en América Latina que esta tradición católica tan arraigada es una anomalía que hay que desplazar, desarraigar, debilitar e ir erosionando… Y también el ethos cultural que deriva de esa tradición católica.

No llama la atención la contemporaneidad de muchas presiones y proyectos legislativos que tratan de imponer la liberalización del aborto, la asimilación de uniones homosexuales al matrimonio entre varón y mujer, y otros temas antropológicos sensibles.

Son presiones que derivan de lobbys locales sostenidos por fuertes poderes transnacionales, pero que chocan con la sensibilidad religiosa y ética de nuestros pueblos.

La religiosidad popular que está muy extendida en el continente, ¿tiene sus riesgos, verdad?

-Guzmán Carriquiry: Lo ha dicho el papa Benedicto XVI en Aparecida, como lo había dicho el CELAM [Consejo Espicopal Latinoamericano] en Puebla y allí mismo, que la religiosidad popular es un gran tesoro del patrimonio católico en América Latina, porque es una forma de inculturación de la fe católica en la vida del pueblo latinoamericano.

Sin embargo, la piedad popular tiene que conducir a la liturgia que es la más importante oración de la Iglesia y a los sacramentos.

Cuando advertimos que las grandes expresiones de la piedad popular reúnen multitudes pero que después la participación a la liturgia dominical se reduce considerablemente, se ve entonces que hay todo un trabajo de nueva evangelización y catequesis, a fin de que ese pueblo de bautizados, en que la fe está tan arraigada en su piedad, se transforme cada vez más en un pueblo de discípulos, testigos y misioneros de Jesucristo.

¿Y qué recomienda la CAL sobre la formación sacerdotal en el continente?

-Guzmán Carriquiry: En los últimos años estamos advirtiendo un crecimiento de vocaciones sacerdotales por doquier, por ejemplo México tiene en Guadalajara el seminario con el mayor numero de candidatos al sacerdocio del mundo entero.

Ese crecimiento plantea elevar el nivel de disciplina espiritual, comunitaria, doctrinal, pastoral y cultural en nuestros seminarios latinoamericanos.

Muchos de los candidatos llegan con problemas de descompensación afectiva y cultural, por lo que es muy importante acompañarlos para ir forjando el temple de hombres, de personalidades sacerdotales maduras en la fe, con un background cultural importante, que sean capaces de afrontar toda la realidad de los países, dada la presencia de Cristo que representan.

¿Qué más se necesita a ese nivel?

-Guzmán Carriquiry: Hay que elevar el nivel cultural. Que los sacerdotes conozcan la historia latinoamericana, la tradición de nuestra Iglesia, el patrimonio de los santos que tenemos, nuestras devociones, los escritores latinoamericanos más importantes.

Que conozcan más a fondo todos los tesoros de doctrina, cultura, de caridad, de la tradición católica en su conjunto.

 Que crezcan también como santos, en respuesta al amor de Dios que los ha escogido y los llamado al sacerdocio, totalmente a su servicio. Y en la comunión, unido a su presbiterio en que el obispo es padre y hermano.

¿Cómo ve el protagonismo de los laicos en la Iglesia latinoamericana?

-Guzmán Carriquiry: El trabajo que se nos ha confiado abraza a esa multitud de bautizados que forman parte del pueblo de Dios que es laicado, a los que un cardenal latinoamericano llamó el “gigante dormido”.

Para una parte de esa multitud de bautizados, el bautismo ha ido quedando sepultado por una capa de indiferencia y olvido. Para muchos otros ese bautismo se manifiesta en las expresiones de la piedad popular, que tiene que arraigarse cada vez más como fe católica en el corazon de las personas, en la vida de las familias, y en las culturas de las naciones.

Y el papa lo dijo en Aparecida, que este continente católico demuestra una escasez de fuertes presencias y de liderazgo laical en los campos de la política, de la economía, la cultura y de los medios de comunicación.

Y esta debe ser más incisiva, significativa, coherente con las enseñanzas de la fe, competente y apasionada por la vida y los destinos de nuestros pueblos.

Que sea capaz de traducir en la vida pública las bienaventuranzas del evangelio.

Hay que cultivar con especial atención los procesos de iniciación y reiniciación cristiana hasta llegar a la madurez de un laicado en que la fe abrace toda la vida, personal y colectiva; que se transforme en inteligencia y comprensión de toda la realidad.

¿A qué se refiere con ‘reiniciación cristiana’ del laicado?

-Guzmán Carriquiry: Hay quienes se han ido alejando de la Iglesia católica por la indiferencia y al acercarse nuevamente -porque hay que acercarlos de nuevo-, debe darse el proceso de reiniciación cristiana para aquellos bautizados que se han alejado por la secularización extendida cada vez más en América Latina.

¿Algo así como un ‘reenganche’?

-Guzmán Carriquiry: Si así quiere llamarlo usted…, sí, como un ‘reenganche’.

¿Qué otras acciones viene preparando la CAL?

-Guzmán Carriquiry: Después de Pascua vamos a presentar una pagina web para comunicarnos con los obispos, el CELAM y todas las instancias católicas de América Latina.

Una web que no sea solo formal, sino llena de contenidos latinoamericanos y de la misión de la Iglesia en el continente.

También estaremos convocando a un encuentro de todos los sacerdotes y religiosos y religiosas latinoamericanos que residen en Roma por estudios o que trabajan aquí, con el título “Memoria grata del viaje apóstolico del papa”.

Queremos que el cardenal Ouellet pueda dar su testimonio de lo que ha visto, oído y tocado con sus manos durante el viaje del papa, así como los embajadores de México y Cuba para que den su testimonio; y este servidor recapitulará los contenidos fundamentales de la visita.

También estamos reiniciando relaciones periódicas con todas las agencias de ayuda financiera de países europeos y de Estados Unidos con la América Latina, a fin de armonizar esfuerzos, fijar prioridades y reflexionar sobre los problemas de la misión de la iglesia en el continente.

Estamos pensando también que los 15 años del Sínodo americano a fin de año, tienen que ser celebrados y conmemorados con alguna actividad importante.

Y cuenten con ZENIT para todo esto…
-Guzmán Carriquiry: Sí, por supuesto que sí




Actualizado 5 mayo 2012

LA MISIÓN DEL LAICADO EN LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

La Parroquia no es una estación de servicio

D. Guzmán Carriquiry: “se requiere una nueva evangelización


El Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina imparte una Jornada de Formación para los
sacerdotes de la Diócesis de Cartagena






Mons. José Manuel Lorca Planes  y Guzmán Carriquiry 

El Centro de Estudios Diocesano "San Fulgencio" (CETEP) ha acogido esta mañana la Jornada de Formación Permanente para sacerdotes, impartida por el Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, D. Guzmán Carriquiry.

La presentación ha estado a cargo del Obispo de la Diócesis de Cartagena, Mons. D. José Manuel Lorca Planes, quien ha detallado el amplio currículum de Carriquiry, que está al servicio de la Santa Sede desde hace 40 años

La conferencia ha versado sobre “La misión del Laicado en la Nueva Evangelización”. Carriquiry ha encuadrado su reflexión en tres grandes eventos de la catolicidad: el Año Sacerdotal que, ante una situación de crisis puso de manifiesto la grandeza y dignidad del don del sacerdocio; la Nueva Evangelización y el Año de la Fe convocado por el Santo Padre Benedicto XVI.

El Secretario de la Comisión Pontificia para América Latina ha incidido en “el don más rico que ha recibido España: la tradición católica”. No obstante, ha disertado sobre el proceso de descristianización creciente en los últimos años, la disminución de prácticas religiosas y la ignorancia desde el punto de vista religioso.

Además, ha precisado que “la sociedad del consumo y el espectáculo funciona como una máquina de distracción y banalización de la conciencia humana”. Asimismo, ha explicado que todo esto conlleva a una gran dificultad en la transmisión de la fe.

“Pero no debemos limitarnos a los lamentos y las críticas”- ha añadido. De este modo,  ha subrayado que todas estas circunstancias  definen la misión de la Iglesia y  determinan su prioridad: "la fidelidad a Jesucristo."

D. Guzmán Carriquiry ha hecho referencia al magisterio del Pontífice Benedicto XVI, asegurando que “nos ayuda a valorar la preciosa herencia de ser cristianos”.

“Se necesita que se arraigue más profundamente en el corazón, en la inteligencia y en la vida de las personas. Se requiere sin demora una nueva evangelización”- ha aseverado. 

En este sentido, ha comentado que las palabras del beato Juan Pablo II de “abrir las puertas a Cristo de par en par” son el preludio de una intensa acción misionera para la Iglesia

Ha recordado a los sacerdotes que las parroquias no son "estaciones de servicio" donde se reposta cuando interesa.

Han de ser comunidades vivas, donde el Pastor conoce a las ovejas, y se preocupa de la que falta. Hoy la parábola de la oveja perdida habría que invertirla, ya que muchas veces son las noventa y nueva las que se han marchado y se ha quedado solo una.

No hay que despreciar la "religiosidad popular", pero hay que llenarla de contenido para que las hermandades y cofradías no se secularicen huyendo de la Iglesia. Hay que denunciar las desviaciones, pero poniendo buena cara, ya que todos necesitamos un poco de paz y amabilidad.

Lo importante no son los planes pastorales, sino el encuentro personal con Cristo en la comunidad. Hay que imitar a Benedicto XVI, que enseña las verdades más profundas con un lenguaje y una pedagogía que todo el mundo lo entiende.


CONTINÚA EN LA PARTE II










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