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DOMINGO
DE RAMOS
PAPA
FRANCISCO
DESDE
EL FIN DEL MUNDO A ROMA
23/03/2013
Antes de
partir a Roma y para integrarse al Colegio Cardenalicio, nuestro Card. Jorge
Mario Bergoglio hoy Papa Francisco quiso, dejar esta carta pastoral, no imaginando que la
elección del Señor recairía sobre él, por la acción del Espíritu
Santo que habría de iluminar a los cardenales en el cónclave.
Indudablemente
los Planes de Dios no son los planes de los hombres. En el caso de
nuestro reciente ex-Obispo, partió a Roma con la sencillez y humildad que lo
caracterizan. Pensaba que una vez concluido el Cónclave y la elección del nuevo
Papa debía regresar a su diócesis de Buenos Aires, porque sacó pasaje de ida
vuelta y debía ocuparse de la Semana Santa. Y dejó todo como pensando que pronto estaría de vuelta. Pero el Señor
lo llamó para que ejerciera el ministerio petrino. Y él supo aceptar el llamado con toda
humildad eligiendo el nombre Francisco en honor a Francisco de Asís y a su
entrega total por los pobres tanto en lo material como en lo espiritual.
En su
alocución inicial desde el balcón de San Pedro, decía: "Hermanos y Hermanas, ¡Buenas Noches!"
"Sabéis que el deber del Conclave era dar un Obispo
a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del
mundo... Pero estamos aquí... Os agradezco la acogida. La comunidad diocesana
de Roma tiene a su Obispo: ¡Gracias! Y antes que nada, querría hacer una
oración por nuestro Obispo Emérito, Benedicto XVI. Recemos todos juntos por él,
para que el Señor le bendiga y la Virgen lo custodie. "
Por tanto, en ese llamado misterioso recayó sobre un
cardenal que presidía su Diócesis desde hacía más de quince años como Arzobispo
de la Ciudad de Buenos Aires ubicada en el extremo más austral del mundo. Había
cumplido los 75 años y estaba pronto a retirarse por haber alcanzado la edad
límite para seguir su ministerio de
obispo.
No obstante, pese a todo esto es evidente que el Señor le
tenía deparado desde la eternidad la misión de ejercer el ministerio petrino y
apacentar a las ovejas de la Iglesia universal.
Estuvimos con
él recientemente en las Fiestas Patronales de Iglesia Inmaculada de Lourdes
--11 de febrero-- (Av.Rivadavia y Pumacahua). Recuerdo que lo primero que hizo
cuando llegó antes de subir al altar --emplazado en la calle como se hace todos
los años --se acercó a la abuela Peregrina de 95 años que había salido del
geriátrico para participar de la Misa por la gracia del Señor otro año--. Se
inclinó y la besó con una sonrisa de alegría por ver a la anciana perseverando
en la fe.
Esta fué, en
mi caso, la última celebración que compartí con él y la homilía que le escuché
pronunciar pidiendo a la Virgen de Lourdes nos proteja a todos los argentinos y
que, frente a la realidad que vivimos, no podemos quedarnos encerrados en
nuestras casas o parroquias, tenemos que aceptar los retos que nos plantéa la
nueva evangelización. Evidentemente, cuando uno hace un análisis retrospectivo
y mirá los hechos no alcanza a comprender sino desde la fe el misterio de este
llamado que hizo el Señor a nuestro Card.Bergoglio para que apacentara esta vez
a las ovejas de la Iglesia universal.
Todos quienes
hemos tenido algún contacto o diálogo con él siempre lo concluía con un
"rece por mi". Creo que Dios, como fieles pertenecientes a la
Diócesis donde apacentaba a sus ovejas, nos distinguió con esta Gracia,
una caricia de Dios, que significa tener a nuestro Obispo hoy Obispo de
Roma y Sumo Pontífice.
Pero a la par
de esa Gracia especial para nosotros significa un verdadero desafío como
hermanos y compatriotas a COMPROMETERNOS A REZAR POR EL EN FORMA ESPECIAL.
SABEMOS QUE LA TAREA QUE LE ESPERA A NUESTRO QUERIDO CARD.BERGOGLIO PAPA FRANCISCO NO SERÁ
FACIL. CUÁNTAS BARRERAS TENDRÁ QUE DERRIBAR, CUÁNTOS OBSTÁCULOS HABRÁ QUE
REMOVER. POR ESO NUESTRO COMPROMISO SE ACRECIENTA. OFREZCAMOS NUESTRAS
ORACIONES. Y PALANCAS. INTENSIFIQUEMOS NUESTRAS SÚPLICAS Y ENCOMENDÉMOSLO A LA
SANTÍSIMA VIRGEN, A SAN JOSÉ Y A FRANCISCO DE ASÍS, PARA QUE LE DEN LA
FORTALEZA NECESARIA PARA CUMPLIR LA MISIÓN QUE DIOS LE TIENE ENCOMENDADA EN
ESTE MOMENTO DIFICIL Y COMPLEJO DE LA HISTORIA.
José Máximo
Prassolo
Carta pastoral para la
Semana Santa 2013 del cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, ahora Papa Francisco
A
los párrocos y responsables de comunidades educativas:
Hace años que todos trabajamos por lograr que la Iglesia esté en la calle
tratando que se manifieste más la presencia de Jesús vivo. Es el esfuerzo de
vivir aquello que rezamos tantas veces en la Misa “que todos los miembros de la
Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad
al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y
las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les
mostremos el camino de la salvación”[1] En mayor o menor medida muchas
comunidades aceptaron ese desafío.
Aparecida confirmó el camino y nos mostró que, para que no sea un
chispazo, necesitábamos una conversión pastoral. La necesitamos continuamente
porque muchas veces tenemos la tentación de volver a las cebollitas de Egipto.
Todos sabemos que la realidad de nuestras parroquias resulta acotada en
relación a la cantidad de personas que hay y a las que no llegamos. La
Iglesia que nos llama constantemente a una nueva evangelización nos pide poner
gestos concretos que manifiesten la unción que hemos recibido. La
permanencia en la unción se define en el caminar y en el hacer. Un hacer que no
sólo son hechos sino un estilo que busca y desea poder participar del estilo
de Jesús. El “hacerse todo para todos para ganar a algunos para Cristo” va
por este lado.[2]
Salir, compartir y anunciar, sin lugar a dudas, exigen una ascesis de
renuncia que es parte de la conversión pastoral. El miedo o el cansancio nos
pueden jugar una mala pasada llevándonos a que nos quedemos con lo ya conocido
que no ofrece dificultades, nos da una escenografía parcial de la realidad y
nos deja tranquilos. Otras veces podemos caer en el encierro perfeccionista que
nos aísla de los otros con excusas tales como: “Tengo mucho trabajo”, “no tengo
gente”, “si hacemos esto o aquello ¿quién hace las cosas de la parroquia?”,
etc.
Igual que en el año 2000 quisiera decirles: Los tiempos nos urgen. No
tenemos derecho a quedarnos acariciándonos el alma. A quedarnos encerrados en
nuestra cosita… chiquitita. No tenemos derecho a estar tranquilos y a querernos
a nosotros mismos… Tenemos que salir a hablarle a esta gente de la ciudad a
quien vimos en los balcones. Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles
que Jesús vive, y que Jesús vive para él, para ella, y decírselo con alegría…
aunque uno a veces parezca un poco loco.
Cuántos
viejitos están con
la vida aburrida, que no les alcanza, a veces, el dinero ni para comprar
remedios. A cuántos nenes les están metiendo en la cabeza
ideas que nosotros recogemos como gran novedad, cuando hace diez años las tiraron
a la basura en Europa y en los Estados Unidos, y nosotros se las damos como
gran progreso educativo.
Cuántos
jóvenes pasan sus
vidas aturdiéndose desde las drogas y el ruido, porque no tienen un sentido,
porque nadie les contó que había algo grande. Cuántos nostálgicos, también los
hay en nuestra ciudad, que necesitan un mostrador de estaño para ir saboreando
grapa tras grapa y así ir olvidando.
Cuánta gente
buena pero vanidosa que vive de la apariencia, y corre el peligro de caer en la
soberbia y en el orgullo.
¿Y nosotros nos vamos a quedar en casa? ¿Nos vamos a quedar en la
parroquia, encerrados? ¿Nos vamos a quedar en el chimenterío parroquial, o del
colegio, en las internas eclesiales? ¡Cuando toda esta gente nos está
esperando! ¡La gente de nuestra ciudad! Una ciudad que tiene reservas
religiosas, que tiene reservas culturales, una ciudad preciosa, hermosa, pero
que está muy tentada por Satanás. No podemos quedarnos nosotros solos, no
podemos quedarnos aislados en la parroquia y en el colegio.[3] (EAC 2000)
La Semana Santa se nos presenta como una nueva oportunidad para
desinstalar un modelo cerrado de experiencia evangelizadora que se reduce a
“más de lo mismo” para instalar la Iglesia que es de “puertas abiertas” no
porque sólo las abre para recibir sino que las tiene abiertas para salir y
celebrar, ayudando a aquellos que no se acercan.
Con estos pensamientos miro la próxima celebración de Ramos, es la fiesta
del andar de Jesús en medio de su pueblo siendo bendición para todos los que se
encontraban a su paso.
Les ruego que
no privaticemos la fiesta que es para todos y no para algunos.
La Arquidiócesis ha hecho la opción de celebrarla misioneramente el
sábado por la tarde, desde las columnas y puestos misioneros en las distintas Vicarías.
Sin embargo la adhesión es todavía muy pobre.
Por eso les pido a los Párrocos y a los responsables de los Colegios que
convoquen y movilicen sus comunidades para ese momento fuerte de fe y anuncio
con la certeza de que la vida de nuestros fieles se renueva cuando experimentan
la belleza y alegría de acercarse a los hermanos para compartir la fe: “es
imposible que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino
sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia”.[4]
Les agradezco desde ya todo lo que hagan en este sentido.
Con paternal afecto
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.
25 de febrero de 2013
LA GRANDEZA SE HACE POBREZA
Antes de
partir Al celebrar el Domingo de Ramos, se entrecruzan dos sentimientos bien
diferentes. Por un lado la alegría de recibir y aclamar a Jesús en el pórtico
de la Semana Santa y, por otro lado, la visión que tenemos de que, la pasión,
es lo que al final le espera.
1.Pero la Pasión de Jesús, no será un muro infranqueable. Lo recibimos con
palmas los mismos que, en Viernes Santo, gritaremos ¡crucifícale! ¡crucifícale!
La vida está
sembrada de contradicciones. Envuelta en adhesiones y deserciones. Probada por
fidelidades e infidelidades. Y, nosotros, en el Domingo de Ramos, manifestamos
que ciertamente, la Pasión, sólo la puede retar alguien como Jesucristo.
Alguien que, como El, esté dispuesto a perdonar, olvidar ofensas,
cobardías y falsos juicios.
El Domingo
de Ramos, es el ascenso hacia la Pascua. Aquel que viene en el nombre del
Señor, incita muchos sentimientos en aquellos que le acompañamos con ramos y
palmas en esta mañana.
¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor!
2.La Semana Santa, si algo tiene, es que sigue cristalizando los deseos de un
Dios que en Jesús, quiere acercarse y donarse por los hombres. La riqueza, en
Navidad, se hizo pobreza y, en este pórtico de Semana Santa, la grandeza
cabalga sobre la humildad y la pobreza de un pollino.
¡Pero qué
ingenuo! (Pensarían algunos de los que contemplaron el auténtico cortejo que se
dio en la Jerusalén de entonces). ¿Un rey en pollino? Así es Dios. Nos
desconcierta. Habla y cabalga por el camino de la sencillez.
Interviene
Dios, en el Domingo de Ramos, desde la alegría que nos debe de producir un
Jesús que sabe lo que le aguarda, a la vuelta de la esquina, por haber
apostado por la salvación del hombre.
Habla Dios,
en el Domingo de Ramos, para los que tenemos fragilidad e incoherencia: hoy
decimos que sí, pero mañana diremos que no.
Se hace
presente Dios, en el Domingo de Ramos, como lo hizo desde el mismo nacimiento
de Jesús en Belén: con pobreza y sin miedo al ridículo. Fue adorado por los
pobres en la gruta de Belén, y es aclamado por el pueblo sencillo y llano, en
su entrada a Jerusalén.
¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor!
3.La Iglesia, con el rostro de un nuevo Papa Francisco, sigue
adentrándose en este tercer milenio, en ciudades y conciencias, porque sabe que
viene y habla en el nombre del Señor. Su sola presencia a unos dejará
indiferentes, en otros acarreará aplausos y en otros…enojo. Y lo haremos con la
cruz, como dijo el Papa Francisco en el primer día de su pontificado, porque
sin la cruz…todo el edificio espiritual de nuestra Iglesia y de nosotros mismos
se tambalea y cae abajo. Hace aguas.
En el
Domingo de Ramos, la iglesia debe de recuperar la fuerza por seguir caminando
con ilusión, convencimiento y fortaleza hacia la mañana de resurrección. Siendo
consciente de que, por medio, está la cruz, la persecución, las traiciones
desde dentro de casa, la blandura de algunos de sus miembros y la incomprensión
de otros tantos que…tan pronto le aplauden como la apedrean.
Y es que, la
vida cristiana, en algunos momentos puede ser así: un encantador viaje con un
triste final. Eso sí, la última Palabra por ser de Dios, pondrá a esa tristeza
un choque: la resurrección de Cristo. Y, eso, ya no es final triste. Es una
traca con destellos de eternidad y de felicidad eterna.
Javier
Leoz
Entra, amigo y Rey
Asciende y entra, Rey y Señor, a
Jerusalén,
porque si no lo haces, tampoco,
nosotros,
podremos ascender a la gloria que nos
prometes.
Déjate aclamar, aunque suenen a hueco y
flameen estériles
muchos de nuestros ramos y palmas
Adéntrate camino de la Pasión, porque
sin ella,
estaríamos descorazonados
y sin posibilidad de billete con
vuelta.
No mires, Señor, a la tiniebla que
mañana te
espera,
pues necesitamos de Ti para que, la
nuestra, no sea eterna
Te esperábamos, Señor,
aunque, hoy te digamos ¡viva! y,
mañana gritemos ¡muera!
Hoy nos adherimos a Ti, Señor,
para luego, aún siendo los mismos,
decir no conocerte
Sube humildemente, Rey, amigo y Señor,
y si te escandaliza este triunfo,
cuando tanta sangre espera,
perdónanos, Señor.
Somos así, incluso los que más te
queremos
los que en la intimidad, más hemos
convivido contigo:
No entendemos esta entrada en
humillante pollino
no comprendemos el por qué una cruz al
mejor hombre
nos resistimos al triunfo si ha de
pasar primero por la muerte
Avanza, Rey, amigo y Señor
Porque si te detienes fuera de los
muros de la ciudad
el hombre quedará definitivamente
sumido en su mala suerte
o el cielo puede que se cierre
definitivamente
la cruz quedará sin nadie que la
domine sobre sus hombros
sin poder salvar, así, a toda la humanidad de la incertidumbre que
le asola.
¡Cómo no bendecir tu nombre, Señor!
Si eres Palabra cumplida al detalle
Esperanza de los profetas
Manos apropiadas y valientes para el
madero
Cena que, en Jueves Santo, esperamos
gustar
Frases que, en Viernes Santo,
estremecerán todavía más nuestro llanto
¡Cómo no exaltar tu nombre, Señor!
Cuando sabemos, que al final,
después de las espinas y del dolor
del vértigo y de la muerte
gritaremos lo que Tú, tantas veces nos
repetiste:
hay que morir para dar abundante
fruto.
Y, si algo tienes Tú, Señor, es mucho
para darte
y otro tanto para exigirte.
Amén.
Javier Leoz
Diócesis de Pamplona y de Tudela
LA CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS EN LA
PLAZA DE SAN PEDRO.
EL SANTO PADRE FRANCISCO
PIDE UN CORAZÓN ENTUSIASTA PARA SEGUIR A CRISTO
Ciudad del
Vaticano, 24 marzo 2013 (VIS).- El Papa Francisco ha presidido esta mañana la
celebración del Domingo de Ramos en la Plaza de San Pedro.
Lo ha hecho con
llamativo recogimiento y con una determinación firme y concreta: la de
comprometer a todos, y más en concreto a los jóvenes, en una tarea: ¡Los
jóvenes deben decir al mundo: es bueno ir con Jesús! ¡es bueno andar con Jesús!
¡es bueno el mensaje de Jesús...es bueno salir de sí mismos, ir a la periferia
del mundo y de la existencia para llevar a Jesús!
Tres palabras: alegría, cruz,
jóvenes". En San Pedro, hoy, más de doscientas cincuenta mil personas
escuchaban sus palabras, desde la Basílica hasta el Tíber.
Éste ha sido
su primer acto litúrgico multitudinario -después de la misa del inicio de su
Pontificado-; una de las celebraciones litúrgicas más importantes de la Iglesia
Católica con las que se inicia el triduo pascual, de la Pasión y la
Resurrección de Jesucristo.
Y todos los aspectos que conforman esta ceremonia
estaban pensados para reflejar el profundo sentido de la Semana de Pasión que
se avecina. Un año más -la costumbre empezó hace 13 años- los olivos han sido
traídos de la región italiana de Puglia, y los floristas que han decorado la
Plaza con flores y plantas mediterráneas también provienen de esta zona conocida
por su especial carácter acogedor.
Este año, el
diseño que rodeaba al altar reflejaba la geografía de los cinco continentes,
dibujados con cinco tierras de diferentes tonalidades, y adornos florales en
cuyas composiciones se han mezclado 60.000 ramos de olivo, con variedades tan
diversas como tallos y hojas de melocotoneros, tomillo, mirto, helechos, fresa,
retama, liliácea, alhelí, flámula. Bajo las inmensas esculturas de San Pedro y
San Pablo, en el centro de la Plaza, dos olivos seculares, que tras la misa se
plantarán en los Jardines del Vaticano.
La
celebración comenzaba a las 9.30 de la mañana con la procesión de las palmas,
en la que han participado 620 personas (entre otros: cardenales,obispos,
sacerdotes, diáconos, jóvenes y seglares, mujeres y hombres). Unas 2000 palmas
traídas de San Remo y Bordighera, como ocurre ya desde hace cinco siglos.
En el momento
en que la multitud cantaba el "Hosanna", el Papa ha entrado en la
plaza de San Pedro en papamovil descubierto. Llevaba una de las palmas de Remo,
de tres metros, elaborada artesanalmente cruzando tres hojas de palma blanca,
con lo que se busca simbolizar a la Santísima Trinidad.
Antes, a
través de los altavoces, se recordaba a todos los congregados la necesidad del
recogimiento y la piedad para seguir el acto eucarístico, y se señalaba la
inoportunidad de usar, en ciertos momentos, pancartas y banderas (muchas de
ellas argentinas), así como los gritos de vítores al Papa Francisco.
La respuesta
del pueblo fue incontestable. En la plaza, la vía de la Conciliazione, y las
calles adyacentes más de 250.000 personas participaban en la ceremonia.
Celebrando con el Santo Padre, que vestía ornamentos rojos y llevaba el báculo,
han estado dos cardenales: el vicario del Papa para la diócesis de Roma,
Agostino Vallini, y el presidente del pontificio consejo para los Laicos,
Stanislaw Rylko; y dos monseñores: Josef Clemens, secretario del pontificio
consejo para los Laicos, y monseñor Filippo Iannone, vicegerente de la diócesis
de Roma.
El evangelio,
la lectura completa del relato de la Pasión, proclamado por tres diáconos, fue
seguida en un llamativo silencio. El clima de piedad fue especialmente intenso
en el momento en el que se recuerda la muerte de Cristo, un largo minuto que el
Papa ha rezado de rodillas con gran recogimiento.
Y comienza la
homilía del Papa Francisco. De pie, en el atril, en italiano. Con el anillo del
Pescador en su mano derecha. Una homilía que el Papa Francisco ha pronunciado
con gestos vivos, enfatizando, ayudándose de los cuatro folios que tenía
delante, pero sobre todo ayudándose de sus brazos, sus posturas, sus silencios,
con la mirada puesta en la Plaza, de derecha a izquierda y viceversa; de
adelante atrás y viceversa.
Y con sus breves y muy personales improvisaciones,
como cuando ha aclarado que "hay jóvenes de 70 y 80 años, eh!" o
cuando, hablando de pobreza ha recordado una frase que decía su abuela: "el
sudario no tiene bolsillos... hay que estar desprendido".
Partiendo del
evangelio del día, la entrada de Cristo en Jerusalén montado en un borrico y la
aclamación del pueblo a su paso, tres son las palabras sobre las que el Papa
Francisco ha construido su homilía: alegría, cruz y juventud. "Es una
bella escena, llena de luz, de alegría, de fiesta (…) También nosotros la hemos
repetido. Hemos agitado nuestras palmas, nuestros ramos de olivo, y hemos
cantado: "Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel",
ha descrito el Santo Padre.
Bajo esa
premisa, el Papa Francisco ha lanzado su primer consejo: "No seáis nunca
hombres, mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis
vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas
cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; de saber que, con él,
nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de
la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables..., y ¡hay
tantos!
Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él
nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la
esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Llevemos a todos la
alegría de la fe".
Y con la
alegría, la cruz. Porque el Papa Francisco ha querido que aquellos que le
escuchaban pusieran su mirada en qué tipo de rey es Jesús (montado en un
pollino, y que entra para subir al Calvario), y sobre quienes son las personas
que le acogen, gente humilde, sencilla. "La cruz de Cristo, abrazada con
amor, no conduce a la tristeza, sino a la alegría."
Los jóvenes
ha sido la tercera referencia del Romano Pontífice, recordando que desde hace
28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. A ellos, a los que el
Papa había visto minutos antes participar en la procesión ha dicho, "os
imagino haciendo fiesta en torno a Jesús", Francisco ha recordado que
"tenéis una parte importante en la celebración de la fe.
Nos traéis la
alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven,
siempre, incluso a los setenta, ochenta años. Con Cristo el corazón nunca
envejece.
Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el Rey a quien
seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz
y que nos enseña a servir, a amar. Y vosotros no os avergonzáis de su
cruz". Palabras éstas que han recibido -a pesar de los avisos en contra-,
un aplauso por parte de jóvenes y menos jóvenes.
En este
sentido, el Papa ha recordado las Jornadas de la Juventud iniciadas en el
pontificado de Juan Pablo II y les ha dicho a los jóvenes "vosotros
Lleváis la cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del
mundo.
La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos
de todos los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la
Juventud de este año", y a continuación Francisco ha añadido "también
yo me pongo en camino con vosotros, sobre las huellas del beato Juan Pablo II y
Benedicto XVI.
Ahora estamos ya cerca de la próxima etapa de esta gran
peregrinación de la cruz. Aguardo con alegría el próximo mes de julio, en Río
de Janeiro. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Preparaos bien, sobre
todo espiritualmente en vuestras comunidades".
Para remarcar
esta invitación, el Papa ha improvisado y a los jóvenes congregados ante él,
les ha repetido con fuerte voz: "¡Los jóvenes deben decir al mundo: es
bueno ir con Jesús! ¡es bueno andar con Jesús! ¡es bueno el mensaje de Jesús!
¡es bueno salir de sí mismos, ir a la periferia del mundo y de la existencia
para llevar a Jesús! Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes".
El Santo
Padre ha concluido la homilía acudiendo a la Virgen: "Ella nos enseña el
gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la
cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta
Semana Santa y durante toda nuestra vida". Tras la homilía, ha seguido la
misa hasta llegar a la comunión, repartida sólo por diáconos.
Pero todo no
ha terminado ahí. Francisco, en papamovil descubierto, ha vuelto a hacer un
largo recorrido por la Plaza de San Pedro. Y de nuevo, ha sonreído a todos, ha
acariciado y besado a los bebés y niños que le han acercado, ha provocado
breves conversaciones con los que estaban a su paso, ha gesticulado con unos y
otros y no ha dejado de impartir su bendición.
PAPA FRANCISCO:
"DEBÉIS DECIR AL MUNDO QUE ES BUENO SEGUIR A CRISTO"
Ciudad del
Vaticano, 24 marzo 2013 (VIS).- Publicamos a continuación el texto completo de
la homilía del Papa Francisco durante la Misa del domingo de Ramos con la que
abrió los ritos de Semana Santa. El Santo Padre se refirió a la Jornada de la
Juventud, que se celebra hoy en toda la Iglesia, invitó a los jóvenes a
prepararse para la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, y pidió a
todos vivir la fe "con un corazón joven". "Debéis decir al mundo
que es bueno seguir a Cristo", afirmó el pontífice.
"Jesús
entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompañan festivamente,
se extienden los mantos ante él, se habla de los prodigios que ha hecho, se
eleva un grito de alabanza: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del
Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto» (Lc 19,38).
Gentío,
fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha
despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde,
simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido
comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios,
se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma.
Este es
Jesús. Este es su corazón que nos mira a todos, que mira nuestras enfermedades,
nuestros pecados. Es grande el amor de Jesús. Y así entra en Jerusalén con este
amor, y nos mira a todos. Es una bella escena, llena de luz -la luz del amor de
Jesús, el de su corazón-, de alegría, de fiesta.
Al comienzo
de la Misa, también nosotros la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas.
También nosotros hemos acogido al Señor; también nosotros hemos expresado la
alegría de acompañarlo, de saber que nos es cercano, presente en nosotros y en
medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir,
como faro luminoso de nuestra vida. Jesús es Dios, pero se ha abajado a caminar
con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. Aquí nos ilumina en el camino.
Y así hoy lo hemos acogido.
Y esta es la primera palabra que quería deciros:
alegría.
No seáis
nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os
dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener
tantas cosas, sino que nace de haber encontrado a una persona, Jesús, que está
en medio de nosotros, nace de saber que, con él, nunca estamos solos, incluso
en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con
problemas y obstáculos que parecen insuperables..., y ¡hay tantos!
Y en este
momento viene el enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, y
de modo insidioso nos dice su palabra. ¡No lo escuchéis! ¡Sigamos a Jesús!
Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos
acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la
esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Y por favor, ¡no os dejéis
robar la esperanza! ¡No dejéis que os roben la esperanza! La que nos da Jesús.
Segunda
palabra. ¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús
en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace
callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado
en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un
ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla, que
tiene el buen sentido de ver en Jesús algo más; tiene el sentido de la fe, que
dice: éste es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los
honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien
domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en
la Primera Lectura (cf. Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, una
caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al
Calvario cargando un madero. Y, entonces, he aquí la segunda palabra: cruz.
Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz.
Y es
precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el
madero de la cruz. Pienso en lo que Benedicto XVI decía los cardenales:
"Sois príncipes, pero de un rey crucificado. Ése es el trono de Jesús.
Jesús toma sobre sí...¿por qué la Cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la
suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo
lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos
a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras,
violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed
de dinero, que luego nadie puede llevarse consigo, debe dejarlo. Mi abuela nos
decía cuando éramos niños: el sudario no tiene bolsillos. Amor al dinero,
poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y
contra la creación.
Y también
-cada uno de nosotros lo sabe y lo conoce- nuestros pecados personales: las
faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en
la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence,
lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos sobre
el trono de la Cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la
tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hace un poquito
lo que Él hizo el día de su muerte.
Hoy están en
esta plaza tantos jóvenes: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la
Jornada de la Juventud. Y esta es la tercera palabra: jóvenes. Queridos
jóvenes, os he visto en la procesión, cuando entrabais; os imagino haciendo
fiesta en torno a Jesús, agitando ramos de olivo; os imagino mientras aclamáis
su nombre y expresáis la alegría de estar con él. Vosotros tenéis una parte
importante en la celebración de la fe. Nos traéis la alegría de la fe y nos decís
que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre, un corazón joven,
incluso a los setenta, ochenta años. ¡Corazón joven!
Con Cristo el
corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el
Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama
hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y vosotros no os avergonzáis
de su cruz. Más aún, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera
alegría está en el don de sí mismo, en el don de sí, en salir de sí mismos y
que con el amor de Dios Él ha triunfado sobre el mal precisamente con el amor.
Lleváis la
cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo. La
lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos
los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de
este año. La lleváis para decir a todos que, en la cruz, Jesús ha derribado el
muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la
reconciliación y la paz.
Queridos
amigos, también yo me pongo en camino con vosotros, desde hoy, sobre las
huellas del beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora estamos ya cerca de la
próxima etapa de esta gran peregrinación de la cruz. Miro con alegría al próximo
mes de julio, en Río de Janeiro. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil.
Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que
este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero ¡Los jóvenes deben decir
al mundo: es bueno ir con Jesús! ¡es bueno andar con Jesús! ¡es bueno el
mensaje de Jesús!...¡es bueno salir de sí mismos, ir a la periferia del mundo y
de la existencia para llevar a Jesús! Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes.
Pidamos la
intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con
Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del
corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda
nuestra vida. Así sea."
Ver más en II DOMINGO DE RAMOS 24-3-2013
JMP+
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